miércoles, 5 de julio de 2017

PROPORCIONAD YA EL PUNTO DE APOYO.

Porque a estas alturas la necesidad de cambio se ha tornado sin el menor género de dudas, en la más inexorable de las certezas. Porque hoy por hoy la existencia va más allá de la percepción, supliendo la noción los vanos con los que la imperfección amenaza con condenarnos al ostracismo propio de la ceguera, el cambio es no ya una opción que sí más bien una necesidad; y el Hombre Moderno toma cuerpo en tanto que no desfallece ante las múltiples posibilidades en las que redundan los nuevos menesteres.

Vivimos tiempos difíciles. Vivir se ha vuelto difícil precisamente, porque se ha vuelto impredecible. Los tiempos en los que el cambio resultaba por sí solo atractivo toda vez que el envoltorio en el que los expertos en publicidad lograba tornar en ilusión todo aquello que tocaban, se han tornado en formas más oscuras una vez que la certeza del miedo, o lo que es lo mismo, la prudencia, ha ido recuperando los espacios que siempre estuvieron destinados a serle propios; poniendo con ello de manifiesto una de las certezas más ancestrales a las que en última instancia podemos aferrarnos, según la cual el hombre puede adaptarse, mas en el fondo nunca cambiará.

En un tiempo en el que el factor estructural de la crisis queda puesto de manifiesto precisamente en la conceptualización del grado de afección que respecto de la misma presenta el ser humano, podemos sin el menor género de dudas afirmar que tal afectación ha logrado extenderse hasta los que estaban destinados a ser los más profundos recovecos en los cuales el denominado “Hombre Moderno” habría de depositar los que estaban llamados a ser sus componentes esenciales.
Sea como fuere, la magnitud del drama mal que bien sintetizado en ese fenómeno que por convenio más que por convicción hemos dado en llamar crisis; se hace patente ahora ante nosotros citándose con aspectos cuyo vigor ha pasado hasta el momento más o menos desapercibido.
Así, desde un punto de vista estrictamente material, sistematizado en este caso a través del objetivo paso del tiempo, sin tener en cuenta los efectos que el mismo desencadena, lo que apreciamos es hasta qué punto ese Hombre Moderno ha transigido en tanto que ha soportado dando muestras de un carácter estoico del que en muchos casos sus protagonistas no eran ni tan siquiera conscientes; un periplo que sin ser comparable con los que otrora relataran los autores griegos, convertiría en injusticia el pensar que al contrario de lo que el destino habría de regalar a los allí descritos, no fueran nuestros contemporáneos dignos de reparar lo que otrora otros: “en su conciencia se depararon notables cambios, de los cuales fueron testigos su nueva forma de ver y entenderse no ya con los dioses, que sí más bien con la propia vida”.

Se erige así pues la noción, en una de las aptitudes más pródigas de todas las llamadas a componer el dietario del que ha de servirse el Hombre. En su derivada natural, manifestada, a saber, por el resurgimiento reforzado de la conciencia; habrá de ser precisamente el cambio prodigado desde la observación para la que la noción nos faculta nada más y nada menos que la competente para enfrentarnos a la realidad que precisamente por ignorada se ha vuelto si cabe más peligrosa, y que pasa por constatar que el periplo llamado a promover la metamorfosis protagonizada por los Héroes Clásicos logró cambios en apariencia exclusivamente formales, pues los componentes de tal periplo nunca abandonaron el terreno de la percepción.

Y a pesar de todo, El Hombre Moderno, destinado a ser descrito como la resultante de todo ese proceso, aparece en realidad dotado de una capacidad destinada a alejar todo rumor de superchería a la que habrían de aferrarse los críticos cuando tratan de desprestigiar no solo el procedimiento que si más bien al protagonista, al Hombre como tal, hecho que ocurre una y mil veces por ejemplo cada vez que intentan desprestigiar el hecho intuitivo, fundamental sin duda cada vez que intenta dar forma comprensible a aspectos que por su naturaleza intangible no pueden ser objeto de un tratamiento distinto al que desde estas nuevas consideraciones pueden ser proporcionados.

Habilitados así pues con mejor o peor suerte los campos en los que las formas habituales de noción no son eficaces, o cuando menos aquellos en los que su uso no supone del todo garantía de éxito; es precisamente cuando con mayor prestancia se hace necesario prestar atención a los nuevos escenarios cuando no a las nuevas realidades de las que estas innovaciones nos hacen precisamente conscientes.
Escenarios y realidades hasta ahora desconocidos, y que si bien todavía están llamados a ser a lo sumo intuidos, no resulta por ello menos cierto que la intensidad y el magnetismo que demuestran para con el Hombre Moderno acabará por acelerar los tiempos hasta el punto de que con más prisa que demora los hallazgos y logros destinados a escenificarse en tales lides, acaben por alcanzar cualitativa y cuantitativamente muy pronto a los que desde los terrenos de la consciencia llevan milenios escenificándose.

Y de entre todos ellos, el fenómeno recóndito del Tiempo. Motivación por excelencia en tanto que refrendo del todo desde la escenificación terrible de la nada. Forma iracunda de envidia por converger sobre sí la eternidad como corolario de lo transcendental; constituye el Tiempo la forma por excelencia, parangón de lo llamado a ser la fuente de frustración, pues sin ser nada (a lo sumo mero tránsito), lo cierto es que el Hombre no dudaría en darlo todo (no en vano da su vida), por comprender que no por poseer, el valor de la naturaleza de lo destinado a ser tenido por un instante.
Convergen así pues sobre la aparente potencialidad que la naturaleza del Tiempo constituye, todas y cada una de las excelencias a las que el Hombre parece estar destinado, y a las cuales retorna precisamente cada vez que la frustración, materialización del fracaso que ver en el futuro la incapacidad de satisfacer las expectativas que nuestro pasado detalló sobre nosotros, acaba por determinar hasta qué punto el Hombre contiene en realidad consideraciones especiales, al menos las destinadas a describir cómo somos el único animal capaz de destruir el instante llamado a convertirse en su presente ya sea por la ansiedad que le produce el pensar que éste ha sido determinado por el pasado; o por la angustia de saber que no será capaz de prodigar los esfuerzos necesarios y destinados a garantizar el que esté llamado a ser considerado “el mejor de los futuros posibles”.

No nos bastará entonces con un fulcro, pues éste en tanto que un recurso material, ofrecerá tan solo fuerzas que ya estén destinadas a ser consideradas como de acción o de rozamiento, tendrá solo una componente dinámica.
El nuevo punto de apoyo habrá de ser así un nexo que más que separar los brazos del balancín en tanto que permite delimitarlos, habrá de integrarlos en una unicidad en la que toda acción de análisis entendida como la maniobra destinada a conocer los entes por separado, resulte absurda pues solo la comprensión armónica de todos los elementos íntimamente relacionados aporte el verdadero conocimiento de la misma.

Emerge así pues ante nosotros la Educación. Elemento integrador en tanto que definido a la par que definible, es la Educación el único elemento inherente al Hombre en el que cabe un grado de experimentación certera tan amplio como para poder adecuarse a todos los componentes de la Realidad, incluyendo a aquellos para cuya percepción haría falta un trasbordo de procedimiento por abarcar entes de naturaleza incompatible, sin que de tal aproximación quede residuo alguno una vez el procedimiento en sí mismo ha finalizado.

Es la Educación la materialización perfecta del binomio pasado-futuro, pues como no ocurre en ninguna otra consideración, en la Educación convergen las virtudes del pasado en forma de impagable experiencia, con lo propio del futuro a saber, la motivación constitutiva de todo deseo que está por empezar.
Se construye así pues el presente a partir de los inexorables vínculos que unen el pasado con el futuro. Pero esa unión es sin duda mucho más sólida si el cemento de la Educación ha afianzado los cimientos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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