Desagradecida es, sin duda, la vida
del político. Sometido a tener que encarnar permanente disciplinas como las de la ética de Kant, al político se le
exige a menudo un comportamiento
sobrehumano, un comportamiento que muchas veces consiste, en obligarse a
ver en él, la materialización por obra de “birli
birloque” de todas y cada una de las características que,
proporcionalmente, no se manifiestan en la media constituyente de los que, tal
vez por ello, engrosamos la nómina del mundo bajo el puesto de común de los mortales.
Deseamos, cuando no abiertamente
exigimos, que el político sea regio, leal, displicente, honrado y elegante.
Pedimos también, no obstante, que sea cercano al pueblo, y, a ser posible, que
sepa hablar.
En una palabra, definimos al
político siguiendo las mismas pautas que antaño dispusimos para inventarnos a
Dios. Si no en una palabra, sí al menos de forma muy concentrada, inventamos a
Dios, y definimos al político, impregnando a ambos de la esencia resultante de negar
todas y cada una de las circunstancias que componen el Género Humano.
Y claro, luego vienen las
decepciones, y el “no se puede devolver, porque el ticket de caja, a saber en
este caso el resguardo electoral, no está debidamente cumplimentado.
Cierto es, que en el caso de Dios lo
tenemos jodido. Sin embargo, para aplicación en el caso de que el político no
se comporte como tal, o abiertamente lo haga de manera contraria a como dijo
que lo haría, alguien tuvo la maravillosa idea de definir e integrar el término
dimisión.
Constituye la dimisión un acto
noble. A la sazón, casi más que el acto que suele proseguir tras la aceptación
del cargo. Uno acepta el cargo todavía ebrio de poder, henchido de la
celebración que muy probablemente ha seguido a la consecución de la meta
perseguida. Es, en consecuencia, un hecho primario, ajeno totalmente a las
exigencias propiciatorias de la responsabilidad. Es sin duda, el momento más
sencillo de la carrera de un político.
Es, por el contrario, el término
dimisión, uno de los que más puede engrandecer a un político. Uno de los pocos
actos privados e íntimos a los que puede aspirar el político en cualquiera de
sus acepciones, la dimisión constituye siempre, en cualquiera de sus versiones,
la manifestación más rotunda y expresa de la que puede hacer gala cualquiera
qué, una vez satisfecha su necesidad de probarse como servidor público, ratifica en pos de sí mismo la propia incapacidad
para desempeñar su cargo de acuerdo a la exigencia que él mismo se impone.
Y aún así, hay gente que se atreve a
catalogar semejante acto como de cobardía.
La cobardía está constituida,
siempre con arreglo a mi opinión, por los acervos de aquéllos que confundieron
la carrera en pos de la consecución de un cargo de servidores públicos, con una
especie de esplín en pos de lograr sus propias demandas.
Se muestra como algo terrible, sobre
todo cuando viene acompañada de su otra gran amiga, la ignorancia supina. A
ambas se les reconoce juntas en la escenografía y comportamientos de los que,
investidos de poder, que no de autoridad, perseveran en el error, convencidos
no obstante de que la intensidad de la luz que nos proporcionan al resto,
pobres mortales, es tal, que sólo ellos están capacitados para vislumbrarla.
Si reconocen ustedes algunos de estos
síntomas, pues ya saben el remedio, petición
de dimisión inmediata. En cualquier otro caso, la enfermedad persevera, se
hace insostenible, y lo que antaño pudo curarse mediante la amputación de un
miembro, se convierte ahora en cangrena, que amenaza seriamente la estabilidad
de todo el organismo.
En términos castizos, la delgada línea roja es la que separa
los hechos que hacen que la Historia recuerde al actual Presidente del Gobierno
como Señor Rajoy, o que simplemente lo
haga como “el Mariano aquél”.
Sea como sea, el tiempo pasa, y con
él los plazos, inexorablemente, vencen. Así, el instante perdido ayer, es de
por sí un instante irrecuperable en el día de hoy. Y si encima te encuentras
rodeado de figuras de la talla del
Sr. De GUNDOS, pues entonces apaga y
vámonos.
De loco trataron a algunos por
enfrentarse al conquistador armados tan sólo con una lata de gasolina. Nuestro
amado Ministro de Economía se enfrenta a las dolosas hordas de la opinión
pública armados tan sólo con el inefable argumento de que la prima de riesgo sigue aumentando porque el comportamiento de los
Mercados es irracional en la medida en que no cumple con ninguna de las normas
que supuestamente lo determinan.
Y entonces yo pregunto: ¿Aspira a un
monumento, o sencillamente quiere que lo mandemos “a tomar…fanta”?
Llegados a este punto, parece
preceptivo un instante de pausa, que no sé si de reflexión. Pero ellos se
niegan. En primera línea, el propio Presidente se desmarca con unas declaraciones hechas, nada más y nada menos que en la tribuna del Congreso de los Diputados, “vean
ustedes señorías cómo, un Presidente de
Derechas nacionaliza bancos.” Luego un insigne
Ministro de Economía llora a lágrima
viva por los pasillos del Congreso, precisamente porque las reglas que se
dictaron para encerrar al ídolo, a saber El Capitalismo, han sido absolutamente
violentadas, y el Krhonen campa a su libre albedrío sumiéndonos a los pobres
mortales, como antaño, en la desesperación.
Y dónde ubicamos a GALLARDÓN y sus
eternos posicionamientos. Amigo mío, retroceder más de treinta años en el
tiempo, es demasiado, incluso para un heredero de Fuerza Nueva.
Pero el final del espectáculo no está ahí. Un día más hemos de esperar al
Sr MONTORO, al mister paradojas, para escuchar sus devaneos. Unos devaneos que
cada día nos cuestan varios cientos de millones de Euros porque, no es que “sea
abrir la boca, y subir el pan un duro”, es que sinceramente, la prima de riesgo se dispara.
En definitiva, y por no ser
reiterativo, Sr. RAJOY, dimita. Hágalo en silencio. Váyase
en el ejercicio del último acto que todavía puede honrarle. Y por favor llévese
con usted a toda esta caterva con la que ha tenido la desgracia de juntarse. Es
que, de verdad, ni aunque se la hubieran impuesto.
Váyase, Sr. Rajoy. Pero hágalo pronto.
Antes de que alguna de las inmundicias que rodean al a estas horas ya caso Bankia, le salpique demasiado. O antes de que
alguien ponga en marcha la máquina legal para
pedirle cuentas por alguno de esos artículos de las leyes (la Ley Electoral , y la propia Constitución )
que usted ha violado cometiendo la estafa electoral de ganar unas elecciones,
con el programa que supuestamente les es
propio, para, una vez anclado en el poder, gobernar haciendo
específicamente lo contrario.
Señor Presidente, váyase, dimita.
Hágalo ahora, todavía que puede. Nosotros todavía podremos despedirle diciendo buenas noches, y buena suerte.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.