¡Qué grande es el Castellano, por
Dios! Pues cuan pocas Lenguas permiten tantos giros, uno por cada sentimiento
que necesitas expresar.
Miro sobrecogido a mi derredor, y
compruebo sobresaltado el dispar efecto que las últimas manifestaciones de la furia gubernamental ha tenido entre el
común. Y no, auque pueda parecer no me estoy refiriendo ni a la bajada de
sueldos de la Monarquía (qué sufridos ellos), ni tan siquiera a la patada en lo más íntimo, la seguridad que
aparentemente aportaba la condición de “funcionario”. Me estoy refiriendo a
esa otra la enconada lucha que este Gobierno mantiene con las condiciones y
conductas derivadas que llegados a estas alturas, aún nos permiten reconocernos
como Personas, y lo que es más escandaloso, como Personas Libres.
Haciendo un escorzo físico, que no semántico, uno puede comprobar, siempre que
tenga paciencia y tiempo para ello, tal vez por eso los parados se han convertido para el Gobierno en una de sus mayores
pesadillas; los cada vez más denodados esfuerzos puestos en práctica por el
Ejecutivo, en pos primero de barrer
todo vínculo que uniese a la plebe con
las instituciones que lo representan, desarrollando a continuación otra
admirable maniobra que se materializa a partir de la total y absoluta
desvinculación que el Pueblo siente ahora hacia la Clase
Política que le
representa.
A pesar de todo, el mayor logro es
el que está por llegar. Recuperando la imagen del escorzo, tendremos que echar la vista atrás, con mucho cuidado eso
sí de no esguinzar las cervicales, para ver cómo nuestros derechos nos van, poco a poco, abandonando sin remisión,
acompañados eso sí, por la aviesa letanía de los que están convencidos de que
ése es precisamente el precio que se hace necesario pagar, si queremos
recuperar algún día nuestro ya del todo perdido, y casi ni recordado status quo, al menos en el terreno de lo
sempiterno económico.
Y es entonces cuando, en un último
alarde de sentido común, recuperado
un último atisbo de decencia moral; vemos reaparecer a lo lejos, disimulada en
la línea del horizonte, la imagen difusa de aquello que fueron los sueños de libertad de los que previamente lucharon
por nosotros.
Es llegado ese instante, cuando algo
se nos revela dentro, en lo más íntimo de nosotros, allí donde no llega el
vibrar de la televisión, porque sería igualmente deglutido por el exceso de
amargura que aportan nuestros ácidos gástricos. Y aquello que nos fue revelado, nos obliga ineludiblemente a
rebelarnos.
Así, rotas nuestras cadenas como han
de ser rotas, o sea, desde dentro, con absoluta convicción, es que comienza de
verdad la única y verdadera revolución. La que comienza por uno mismo. La que
te lleva a cuestionarte de manera seria, recta
y cabal vamos, el nivel de implicación que para con tus derechos y deberes
tienes. Y de ahí, a someter a consideración todos los principios, tanto propios
como de la comunidad de la que formas parte, hay verdaderamente tan sólo un
paso.
Y es entonces cuando, como si de una
luz cegadora se tratase, que comprendes de manera inexorable la verdadera condición de necesidad que sustenta, hoy por
hoy cualquier atisbo de rebelión.
Es así la rebelión el único
comportamiento que le queda a la persona. Una vez han sido abolidos uno a uno
todos los mecanismos de los que lenta y pacientemente nos habíamos dotado, en
pos siempre de canalizar nuestras energías y demandas; es que comprobamos la otrosí imperiosa necesidad de recuperar no
sólo el espacio, sino fundamentalmente el tiempo, que nos ha sido cínicamente
expoliado.
Se desprende entonces que no es sino
la propia Sociedad ,
que en el colmo de lo pernicioso se regodea ahora del brillante traje con el
que la ha vestido la nueva realidad, la aboga de forma abierta y descarada
porque comencemos ya esa revolución, marcadamente conceptual, que nos llevará
en este caso no al descubrimiento de nuevos territorios, sino a la recuperación
de los que una vez, no hace mucho tiempo, fueron nuestros, comenzando por
nuestras calles, parques y plazas.
Acudimos prestos y respetuosos al
diccionario (de Filosofía en este caso) por aquello de redefinir con orden los
nuevos principios de la
era. Buscamos los que habrán de volver a ser los primeros entre los principios, y es
entonces cuando descubrimos Dignidad: (…)
Dícese de la capacidad exclusiva de la persona de descubrirse o identificarse a
sí misma; en tanto que de describirse en el ejercicio de los actos que reconoce
como buenos, en tanto que propios o dignos de ser reproducidos.
Y es entonces cuando, al más puro
estilo dialéctico, que la verdad se
abre paso a partir de la contradicción que se suscita, cuando comprobamos cómo
es precisamente éste, el tiempo más indigno de cuantos al Hombre le ha tocado
vivir.
Si la dignidad es un principio, inalienable por definición, no es trata
ya de que éste nos ha sido arrebatado, sino que realmente nos hemos desprendido
del mismo, acudiendo engañados a las arengas
y farfullas con las que el Sistema nos regalaba los oídos, día sí, día también.
Basta entonces un instante,
concedido a partir del ejercicio sincero de la autocrítica, como suficiente
para comprobar hasta qué punto nos encontramos hoy en día lejos de la
consecución no ya de los ideales eternamente perseguidos, sino de los logros en
otro tiempo no muy lejanos, realmente conseguidos.
Entonces ¿Cómo hemos llegado a
semejante nivel de depravación? Sencillo, hemos dejado que el Sistema desbordara nuestros límites, confiriéndose
en unas ocasiones atribuciones que no le competían, restándole en todos los
casos capacidades al género humano. Restando en cada una de ellas la parte de
libertad que iba implícita.
Y es así que entonces la paradoja se
muestra ante nosotros con toda su magnitud. He aquí que el principio que ha de perseguir la nueva revolución pasa
inexorablemente por la restitución de los viejos limites, aquellos que fueron
burdamente destituidos por el Capitalismo, en su burdo esfuerzo por definir una
nueva realidad, inútil en cualquier caso en tanto que el desarrollo de los
principios que le eran propios atentan de manera ineludible contra la base del
tejido que da forma al tejido moral humano.
En el Derecho, es ahí donde radica
cualquier intento de éxito de la nuestra revolución, aquella que ha de pasar,
inexorablemente y desde el principio, por restañar todos y cada uno de los
deterioros intrínsecos y masivos a los que la nueva Sociedad nos
ha abocado.
Comencemos pues, por asumir nuestras
responsabilidades.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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