miércoles, 29 de agosto de 2012

DE LOS SÍNTOMAS DE QUE DE NUEVO SON UNAS POCAS LAS COSAS CAMBIADAS, PARA QUE EN DEFINITIVA NO CAMBIE NADA.


Si uno mira ya en su derredor, y lo hace con la suficiente capacidad crítica, muchos son los síntomas que nos llevan a la conclusión de que, una vez más, ejerciendo el derecho que le da su perentorio carácter de temporal, no es ya que el otoño se aproxime, sino que lo que determina e grado del drama que se avecina, es que el verano, toca una vez  más a su fin.
Pulsamos sutilmente el ambiente a nuestro alrededor, y prestos comprobamos cómo las tradicionales carreras, unos en pos de los uniformes escolares, los más en pos de los libros de texto, se encuentran ya en su apogeo. Quien más quien menos, conoce a alguna familia que anda trastablillada porque, o bien su hijo no ha obtenido plaza en el colegio elegido por ello, o en el peor de los casos es conocedora de algún caso en el que otros han falsificado datos, de empadronamiento por ejemplo, para quedarse con la plaza que, ineludiblemente le correspondía a su hijo.
Otros, alejados de la condicionalidad moral, acudimos a menesteres más simplones, tales como el de reconocer la llegada paulatina del general invierno, en hechos no menos ajenos al protocolo, tales como el disfrute de la larga lista de coleccionables, sí, de esos de los que casi todos tenemos el numero uno, justo en la misma proporción en la que de parecida manera nadie los acaba.

En cualquier caso, una vez más, y gracias sin duda a ese carácter unificador con el que el Partido Popular impregna todas sus medidas, aquello que a todas luces convertirá en definitiva la certeza de que el otoño en este caso, o más concretamente el uno de septiembre ha llegado, lo encontraremos en la genialidad que constituye la subida del IVA, siempre atendiendo, no lo olvidemos, a esa extraña lógica según la cual el hecho será responsable diferido de la mejora de la actividad económica.

Muchos son a estas alturas los indicadores que demuestran no ya que la actividad económica no presenta el menor viso de que a corto plazo vaya a mejorar. Más bien son más las certezas que nos llevan no a aventurar, sino verdaderamente a argumentar, que la situación va a ser abiertamente catastrófica, agudizada esta catástrofe en el cuarto trimestre que nos queda del año, para arruinarnos definitivamente de cara al suave aterrizaje que los eruditos predisponen para describir el escenario de los próximos dos años.
Sin embargo una vez más, y sin ánimo de menoscabo hacia parte alguna, para mí la mayor prueba de verdad en relación a la necesidad de constatar la magnitud de la crisis que está por llegar, aparece de manera cristalina una vez comprobado el reaccionar de los políticos de medio pelo, a saber en este caso, en este país, los que ostentan funciones de medio poder en instituciones tales como Diputaciones, Comunidades Autónomas, e incluso determinados Ayuntamientos, estos bien porque supongan en sí mismos alguna recompensa, con la salvedad de lo ocurrido en Madrid (donde ha bastado con darle “a la botella” lo que previamente le fue dado a Gallardón.) O por el contrario porque constituyan escalón imprescindible para acceder a esas mismas instituciones ya aludidas.

Mas a pesar de todo ello, lo que a mí me ha servido para establecer definitivamente el talante definitivo de todo lo expuesto hasta el momento, ha de ser buscado, una vez más, en la inconmensurable certeza que proporcionan los acontecimientos políticos.
Así, cuando el pasado sábado se produjo la temida llamada telefónica en la que el todavía Presidente de la Comunidad Autónoma de Galicia llegaba, y no precisamente por sí sólo a la terrible certeza de que si quería no ya revalidar la mayoría absoluta, sino simplemente conservar el sillón de la Presidencia de la Xunta, no podría bajo cauce alguno esperar a marzo; no hizo sino desvelarnos entre líneas el voltaje, si no abiertamente la intensidad de los apretones que todavía a día de hoy, nos tiene reservado este gobierno.
Interpretando la llamada en sentido inverso al propio, esto es al que marcaba su procedencia, las respuestas que Mariano RAJOY sin duda dirigió al todavía presidente gallego, hubieron de ser del todo menos gratificantes porque ¿Cómo entender si no que unas medidas tomadas en Madrid puedan tener semejante trascendencia en Galicia? Nada menos que en Galicia, la “cuna” del movimiento a día de hoy.

Pues háganse así una idea, si no clara, sí sin duda lo suficientemente cristalina, del grado de apretones a los que vamos a estar sometidos, cuando menos los dos próximos años.
Del orden de 172.000 son los millones que nuestro maravilloso Gobierno ha anunciado se encuentra capacitado para reconducir en los dos próximos años. ¿Hace falta que enumeremos de dónde? Hoy mismo la cínica Ministra de Sanidad, Sra. MATO (tiene narices) ha dado una serie de pistas claras. Ha reconocido sin recato alguno, y sin el menor resquicio de pudor, que “volvemos a los cánones de implantación de una Ley de 1986.” A lo mejor todavía esperaba que le hiciésemos la ola.

Sin embargo, el detonante definitivo de todo lo dicho estaba aún por llegar, y sólo se ha manifestado una vez Cataluña ha hecho pública su manifiesta necesidad de acudir al mal llamado Fondo de Rescate Autonómico, del que habrá de sacar, expoliar según algunos, nunca menos de cinco mil millones de euros.
Sin entrar tan siquiera en condicionantes objetivas, atendiendo de manera exclusiva al río de reacciones que el hecho ha provocado, y en especial a la manera mediante la que tales consideraciones han sido expresadas, es cuando uno puede empezar a intuir nuevamente la talla del verdadero drama conceptual en el que se halla inmerso el país.

El mero hecho de que exista una disputa abierta que afecta a la propia consideración de la justicia de los fondos, (me refiero al otrora viejo debate según el cual, si atendemos a los portavoces catalanes Cataluña siempre ha aportado a las arcas del país español más dinero del que luego ha revertido en el Tesoro del Reino de Cataluña, lo que subyace no es ya una cuestión de propensión al autogobierno, sino más bien una mera cuestión de absoluta, flagrante y maliciosa ausencia de generosidad, salpicada eso sí con unas gotas de veneno secesionista.

Basta una somera lectura de los Estatutos de Autonomía, en especial, por qué no decirlo, de los concernientes a la propia Cataluña, así como al de El País Vasco, para comprobar cómo, precisamente, la idea que subyace a la creación del mal llamado modelo autonómico, no es, ni mucho menos, el afán segregacionista. Más bien, y por el contrario, lo que hace fecunda la idea constitucional de reconocer las múltiples formas en las que se materializa la siempre presente idea de España, pasa de manera ineludible por reconocer que el reconocimiento de la diversidad pasa de manera estructuralmente ineludible por la aceptación, y no sólo tácita, de que el modelo respecto del cual comparar precisamente la existencia de semejantes diferencias, reside en la inalienable idea de España.
Por ello, de nuevo, escuchar al Sr. MAS montando su patético discurso sobre elementos tan reaccionarios como caducos, no me hace sino comprender una vez más, lo cerca que estamos, a pesar de todos los esfuerzos que han hecho por convencernos de lo contrario, del punto de partida.

En definitiva, y por aquello de ir acabando, lo que me lleva a comprender que efectivamente estamos finalizando el verano, además de los coleccionables, es la ineludible certeza de que los políticos vuelven, dispuestos, según ellos, a inaugurar un nuevo Curso Político. ¿Aprobarán todos en septiembre?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



miércoles, 22 de agosto de 2012

DE CUANDO POCO A POCO NOS DESPOJAN DE LO QUE SOMOS, EN LA MEDIDA EN QUE NOS IMPIDEN TAN SIQUIERA DEFINIRNOS,


Empiezo sinceramente a cansarme de tener que recurrir una y otra vez, si bien nunca de manera repetitiva, a cualquiera de las diversas expresiones de las que semana tras semana nos hemos valido para, de una u otra manera decir no ya que vivimos tiempos convulsos, para más bien acabar aceptando qué, en el caso concreto de éste nuestro país, estamos directamente hechos unos zorros.

No se trata de incidir, de manera para nada premonitoria, y por supuesto nunca repetitiva, en la mínima acepción que faculte a aquéllos que de manera habitual nos critican, acusándonos por enésima vez de apocalípticos, (es curioso, que a un ateo le arrojen nada menos que con el último de los libros que conforman La Biblia), para llegar finalmente al que desde el primer momento era su objetivo, a priori no otro que el de matar al mensajero.

Pero matar al mensajero se ha convertido, hoy por hoy, en algo cutre, cuando poco o nada elaborado. Constituye además, generalmente, un acto consecuente, cuando menos del que se deriva de haber leído el mensaje que aquél portaba, aunque semejante acción por otro lado sólo haya venido promovida en la escueta necesidad de justificar ante sí mismo, si no ante los demás, el patetismo que la propia acción merecía.

Siguiendo un término que en las últimas jornadas vengo escuchando con la contumacia propia que presentas los argumentos que requieren de la permanente repetición para mostrarse como más ciertos…se trataría de un comportamiento…abyecto. Y lo que es peor, de un comportamiento a todas luces carente de la menor originalidad, no propenso por ello de hacer merecedor a su promotor del título de genial.

Por ello, en un giro del destino, o lo que es mejor, en una pirueta facultada en exclusiva para virtuosos paralelos a PAGANINI y su violín Ghudheriod; los ahora maestros de la construcción facultativa, una vez asumida su incapacidad para construir nada que les aleje de su miseria, han de dedicarse de manera imperiosa a la destrucción.

Se enfrentan entonces, ebrios de la felicidad que proporciona al mentecato la consecución de un objetivo, a la labor si cabe más ardua: ¿Cómo elegir el objeto que ha de ser destruido? Ha de ser éste algo conocido, imprescindible para su identificación; queda con ello descartado el honor, o cualquiera de sus versiones. Podemos entonces probar en su defecto con algo qua haya sido experimentado, queda igualmente descartado el respeto, la cortesía, o el afecto; las causas son por otro lado evidentes.
Y es entonces cuando, inmerso en su gran tragedia conceptual, que el cretino, el mediocre, el tácito, comprende definitivamente la paradoja de que incluso destruir resulta complicado para quien nunca estuvo dotado, para ninguna función compleja que fuera más allá de la de sumar dos inspiraciones consecutivas de aire encaminadas a lograr la nada prometedora acción de llenar sus propios pulmones (si el Cuerpo Humano no dispusiera del Sistema Simpático para llevar a cabo estas funciones, muchos se moría, seguro.)
Pero no se mueren. Y henchidos de la satisfacción que es exclusiva del mediocre, a saber la que procede de saber que siempre hay alguien más miserable que ellos mismos; se lanzan en una loca carrera encaminada como digo a satisfacer la única demanda que son capaces de equilibrar, la que procede de la obtención de satisfacción a partir de la destrucción de lo que les es ajeno.

Vivimos tiempos convulsos, eso no constituye en sí mismo ya ni tan siquiera una observación valiosa. Sin embargo, decir que una parte de esta convulsión procede de dejar que los ya descritos alcancen cuotas que no les son propias, y no reduzco tan sólo al terreno del mero poder; es, en sí mismo, un ejercicio tan próximo al cinismo como el que puede compararse al de aquéllos hipócritas que ahora mismo están poniendo el grito en el cielo contra estas palabras las cuales, una vez más, no hacen sino verbalizar lo que muchos piensan.

Pero se trata no sólo de destruir, sino más bien de construir. En este caso construir pasa por la elaboración de conceptos o teorías capaces de soportar por sí misma, en cualquiera de sus acepciones, los pilares fundamentales de la conceptualización humana, proceda esta de la aseveración moral, empírica o de filogénesis histórica.

Estamos pues, defiendo de manera concisa la Ideología.

Constituye la ideología el terreno abonado por antonomasia para la construcción de estructuras mentales complejas. El pensamiento piensa ideas. Por ello, la ideología constituye en sí mismo, a la par, el último recurso, si no abiertamente el último refugio, al que puede tender El Hombre en sí mismo cuando corre abierto peligro lo que constituye su más certera posesión, a saber su capacidad para discernir lo que está bien de lo que está mal, necesitando para semejante juicio tan sólo de sus propias convicciones.

Es por ello que estamos en un terreno demasiado complejo, demasiado elaborado para aquéllos que gozan del adocenamiento, de lo impío de la ignorancia. Constituye otrosí terreno vedado para los que gustan del servicio fácil, procedente cuando menos de la acción nunca precedida de alguna clase de estructura mental previa, haciendo con ello de la improvisación, su única justificación documental.

Es entonces, llegados a este punto, cuando podemos concluir que es la ideología uno de los mejores filtros morales de los que dispone la sociedad para librarse de esa marabunta endógena que desgraciadamente comparte nuestro espacio y nuestro tiempo.

Y es entonces, como tal, que hemos de protegerla. Tan sólo mediante su puesta en práctica coordinada, que conseguiremos con el desempeño de la acción mental que le es propia; que lograremos diseñar el filtro tupido que nos mantenga al margen de las nuevas realidades que pretenden apropiarse de todo, abocándonos hacia el  pensamiento único, el que por otro lado más cómodos les hace sentirse.

La cuestión es entonces clara, y queda planteada en términos de supervivencia. No se trata ya de que estemos obligados a defender activamente la existencia de las distintas ideologías. Se trata incluso de entender que el una de las mayores garantías de las que se puede servir la Libertad para perseverar en su loable objetivo de sobrevivir, pasa inexorablemente por el mantenimiento y permanencia lícita de las ideologías.

Constituye la ideología la última vestimenta de la que muchas veces dispone el Ser Humano en su acepción más profunda. Se trata en la mayoría de ocasiones, de la disposición más íntima en tanto elaborada, que posee la persona.
Íntima y elaborada, a la sazón dos términos cuya complejidad lleva aparejada la disposición de poder hacer frente a las disposiciones más complejas que en el campo que nos atañe podamos llegar a intuir.
Íntima y elaborada constituyen así mismo, caracteres imprescindibles de otra acepción, con la que muchas veces ha intentado ser confundida la propia ideología, a saber, con el término creencia, más propio, qué duda cabe, de otros escenarios.

Por todo ello, la próxima vez que alguien diga cerca de vosotros que es imprescindible librar al mundo de las ideologías, pensad igual de contundentemente en los hechos, y sin duda en las consecuencias que ello traería aparejado. Sin duda, la pérdida de una de las mayores facultades del hombre, a saber, la de conceptualizar muchos de los motivos de su propia conducta propia, la de ser humano.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



miércoles, 15 de agosto de 2012

DE CUANDO TODO SE HACE POCO, PORQUE LA NADA ES EL DESTINO.


Y el Tiempo nos envuelve. Se condensa, nos traspasa. Nos agobia. Se aleja y nos acerca a los demás, en tanto que, paradójicamente, nos aleja de nosotros mismos. Se dispone a transitar, y nos predispone para aquello que nunca habrá de ocurrir, precisamente porque lo que sí ocurre nos sorprende tanto, que nos obliga a cuestionarnos nuestro aquí, y nuestro ahora. Nuestro presente en una palabra.

Y si somos conscientes de todo esto, no es ya porque la realidad, adalid que anda, como eterno enamorado, perdido en sus propias sombras, tenga a bien manifestarse como consecuencia necesaria, luego propensa de sí misma. Si somos conscientes de todo esto, es por el recitativo de réquiem mortal que rodea nuestro actual tránsito por el día a día, tránsito otrosí, no hace mucho tiempo, bastante más desarraigado, a la par, o tal vez por ello, mucho más tranquilo, mucho más engañoso.

Suenan así ahora certera, casi propensas al presagio, las palabras de mi padre: Conocer a los demás es tares difícil, a la par que engañosa, pues sólo conocerás de los demás, lo que ellos quieran mostrarte. Al contrario, en la labor, tú descuidarás tu sino, y serán ellos los que te debilitarán.

Conocer a los demás, cruel utopia. Pasamos una vida transitando con nosotros mismos, y aún así a menudo encontramos montones de basura escondidos en rincones por los que hace tiempo que no transitábamos. Y a pesar de ello corremos convencidos cada vez que cualquiera nos seduce con la vana ilusión de conocer algo ajeno a nosotros mismos. ¿Somos acaso propensos al desastre, cuando no a la ruina personal, de manera natural?

No es que se trate de contestar a estas cuestiones. Se trata más bien de que tan sólo una vez asumido el prisma de percepción al que las mismas nos someten, es como estaremos no ya en condición de hallar las respuestas, sino más bien de plantear cuando menos las preguntas adecuadas.

Así, no se trata de que hayamos de cuestionar como tal el hecho de la más que posible intervención de España, se trata más bien de indagar en la sucesión de acontecimientos que han desembocado en semejante hecho.
No se trata de que hayamos de valorar circunstancias puntuales tales como la conveniencia o no del mantenimiento de los cuatrocientos euros. Se trata más bien de entrar a cuestionar lo aparatoso que resulta, al menos en índole moral, el que semejante hecho pueda, ni mucho menos deba, someterse a debate.
Y en todos ellos, como denominador común, a modo de presencia sempiterna, encargada de dotar de contexto tanto a estos, como a otros muchos ejemplos, preconización paradigmática de una manera de hacer las cosas; La Derecha Cavernaria, y su último adalid, D. Mariano RAJOY ROI.

Recuperando el hilo conductivo, y reduciendo el paso del tiempo a mera cronología, asistimos de manera metódica al proceso de ordenación por excelencia. Es el tiempo en este caso, juez y verdugo, Apenas ocho meses de gobierno, han sido suficientes no ya para colapsar el gobierno, sino que además lo han sido para poner de manifiesto cuál es la mejor manera de promover activamente la convicción de que para esto, es mejor verdaderamente un desgobierno. La Derecha, con el Sr. RAJOY a la cabeza, ha desarticulado de manera más que óptima, todos y cada uno de los pilares en los cuales, a modo al menos de explicación procedimental, se apoyaban estructuras básicas como las denominadas Estado del Bienestar, o Estado de Derecho.

La labor, calmada, preparada, y sobre todo muy estudiada (no en vano algunos llevan desde 1975 tejiendo los tapices con los que decorar los muros de la nueva España, de su España,) ha dado unos resultados tan prósperos, que incluso a los estrategas más optimistas ha pillado por sorpresa. Tantos y tan buenos han sido los resultados obtenidos por su Krakem, a saber la crisis, que embriagados por el elixir que proporciona no ya el saberse vencedor, sino el saberse henchido por los éteres de la victoria, se traducen en la convicción de que es el momento de ir más allá, a saber, lanzados en pos de la destrucción definitiva y duradera del Estado como tal, en su más amplia acepción.

Llegados a este punto, muchos estarán cuestionándose abiertamente el seguir regalándonos con su presencia. Otros estarán barajando abiertamente el dejarnos, tal vez para siempre. Y una minoría estará sopesando la posibilidad de manifestarse a favor de las afirmaciones vertidas, pero siempre con la certeza matizada de que, si bien las mencionadas responden a criterios con los que ellos comulgan, no es menos cierto que los mismos jamás serán objeto de su reconocimiento público.
Y es precisamente a esta minoría, a la que una vez más dedico mi diatriba. Es precisamente esa actitud de acción pasiva, la que tantas veces ha hecho tanto daño a este país. La última, por no perdernos en enumeraciones insoportables, la que se manifestó en el transcurso de la última jornada electoral. La renuncia que muchos de estos hicieron de su derecho al voto, trajo aparejado, una vez más, y porque sólo así resulta concebible, el retorno de la Derecha reaccionaria, caciquil y cavernícola, al poder de España.

De todos modos, achacar tan sólo a cuestiones como esta el ascenso de la Derecha al poder, constituiría en si mismo un error conceptual fruto sin duda de la confirmación del triunfo reseñado.
El triunfo de la Derecha, o para ser más preciso, el triunfo de los esquemas morales que llevan a considerar proclives de ser valorados los principios específicos en los que se apoya ésta, hasta el punto de que la mayoría pueda ni tan siquiera dotarles de validez, no hace sino poner de manifiesto el serio, por no decir definitivo peligro de muerte en el que nos hallamos inmersos en tanto que estructura formal de poder.

Acudiendo una vez más a la Historia como fuente conceptual, podemos citar de carrerilla una serie constatable de acontecimientos que sin mucho esfuerzo nos permitirían establecer paralelismos entre nuestro presente, y otro momento de la misma, acaecido en Alemania para más seña, que comparte con nuestro ahora la certeza de que el presente es erróneo, triste, a la par que la certeza de futuro es cuando menos, desoladora.
Antes de que los mastines reaccionarios salten sobre mí, eligiendo mi cuello como buen sitio para hacer prácticas, he de manifestar no obstante que, en aquel tiempo,  Alemania tenía las cifras de paro que, hoy por hoy presenta España. En cualquier caso, hemos de manifestar igualmente, que los primeros síntomas de empacho, de los que hemos hablado lo suficiente en anteriores ediciones de nuestra versión radiofónica, ya son francos y evidentes.
No obstante, mientras estos se hacen claros, incluso para los mastines, o más bien para aquellos que sujetan su correa, hemos de decir que aquí en España, los síntomas de que lo pútrido se acumula, son ya una realidad en toda línea.

Así, y sólo así, podemos ni tan siquiera intentar canalizar la serie de principios de vacío moral según el cual, por ejemplo, no es ya que la certeza de que la intervención inmediata es un hecho, no deba provocar en nosotros reacción alguna. Es que más bien casi hemos de esperar a la Troika con fanfarrias y guirnaldas, dispuestos a danzar un baile coreografiado.
Así y sólo así puedo acceder al nulo recurso moral en el que se apoyan los que se atreven a manifestar la conveniencia de jugar con la estabilidad, cuando no abiertamente con el honor de todos aquellos que se ven obligados a considerar los famosos “Cuatrocientos veinte euros” como su última fuente real del más mínimo recurso.
Hay cosas con las que no se puede hacer, ni tan siquiera, demagogia, señores adalides de las soluciones al estilo “Derecha Cavernaria”.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de agosto de 2012

DE CUANDO FUERON “HABITAS CONTADAS”, A CUANDO NO QUEDA NADA QUE CONTAR.


He aquí una estructura que bien podría constituir el esquema a seguir de cara a plantear de manera racional los pasos con los que describir la evolución de la crisis, al menos en lo concerniente a su quehacer en España.
Todos recordamos, con mayor o menor envidia, con mayor o menor sonrojo, el paso de aquella bonanza, por los nuestros territorios. Lo dicho por Cervantes, en boca ¡cómo no! De El Ingenioso Hidalgo, gran decidor de verdades, las cuales si no ahora, luego correrán a ser ciertas; se expresó con gran criterio de verosimilitud. “Cosas veredes, Sancho, que no creyeres.”

Así, nadie pensó jamás que vería a todo un Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy para más seña, promoviendo activamente el desmembramiento no ya del Estado del Bienestar, sino del Estado, propiamente dicho.
Nadie diría, igualmente, que todo un Consejo de Ministros, abogaría en pleno por la toma de decisiones que no hacen sino dinamitar cada día la relación conceptual que aún hoy existe entre Administración y Administrados.

Pero desde luego, lo que está todavía mucho más difícil de ver, y por ello resulta casi imposible de explicar, es cómo un Gobierno de Derechas, Conservador, Liberal y Católico (un Gobierno de Gestores en esencia), se va a colgar al cuello la dudosa medalla que les acredita como responsables directos de la mayor quiebra de España desde que “Sagasta saldó el Imperio.”

Sumido el otro día en una agria discusión con una persona que cumple a la perfección el binomio de ser una de las personas a las que más aprecio, precisamente porque no comparto ni una sola de sus opiniones en Política, lo que nos lleva a ambos a tener que esforzamos al máximo cada vez que nos enzarzamos en una de nuestras diatribas; ambos aceptamos de manera sintomática, que el actual Gobierno había sacrificado, aparentemente de manera voluntaria, todos y cada uno de los usos que hasta el momento anteriores ejecutantes se habían marcado otrosí como “puntas de lanza” de un adecuado, al menos en apariencia, procedimiento de gobierno.
Una vez superadas, con margen, para que no quepa duda, las tres líneas rojas, a saber Educación, Sanidad y Pensiones, tampoco parece quedar mucho margen para entender que sólo la gestión puede interpretarse como el caballo de batalla al cual el actual Gobierno ha apostado todo su mandato.

Y a las pruebas me remito cuando digo sin el menor sonrojo que también ahí, en el capítulo de gestión, nuestro flamante Gobierno (en condiciones normales aún estaría en “rodaje”), también ha fracasado.

Una vez alcanzado un grado de consenso, expresado en nuestro caso no por asentimiento, sino más bien por silencio, me atreví pues a plantear la cuestión capital.

-Entonces.-Dije yo, inocente de mi.- ¿Si un Gobierno no es competente para dotar y suministrar a sus representados de los bienes y servicios fundamentales, podemos declarar su caída por incumplimiento de principios?
-Pero este Gobierno aún no ha incumplido sus principios, ni ha faltado al mayor servicio para con sus administrados.
-¿Y cuál es ese servicio?-Interrogué yo, inocente de mí todavía.
-Amigo Jonás, ¿Pues cuál va a ser? ¡Impedir la Anarquía!

Fue llegado ese momento cuando en mí se hizo la luz, ya todo pasó a un estado de fulgor tal, que todo lo anterior quedó relegado a un segundo plano. La diferencia ya no radicaba en el manido discurso de los buenos y los malos. Ni tan siquiera en la siempre útil fórmula de que la Izquierda gobierna y malgasta, mientras la Derecha gestiona y ahorra.
Todo había sido borrado de un plumazo, como no podía ser de otra manera, mediante una orden ejecutiva: de nuevo somos los valedores del orden. La forma para hacerlo constar, LA IDEOLOGÍA.

La Ideología, ese fenómeno irracional, que todas las estructuras racionales se empeñan en adaptar, a pesar de ser conscientes de que en su imposibilidad subyace su éxito.

Es ideología lo que lleva a un Ministro ultraconservador, a jugar con los derechos de las mujeres y de su cuerpo, para satisfacer las demandas reaccionarias de un sector del electorado que verdaderamente apoyaría gustoso un referéndum, en pos del advenimiento de la Santa Inquisición.
Pero no es menos ideología que FAES, o lo que es lo mismo el espíritu sempiterno del nunca suficientemente recordado José Mª AZNAR, sostenga de manera totalmente artificiosa a Ministros como el de Hacienda, SR. MONTORO, que en condiciones elementales no aspiraría  a formar parte del Consejo de Administración de una “Empresa de chuches”.
La misma Ideología que, a la sazón, va a ser en muy corto periodo de tiempo la responsable de la “Primera Crisis de Gobierno” de los que presiden los viernes. Una crisis que sin duda se llevará por delante a DE Guindos, tal vez por ser el único mínimamente letrado (al menos me han dicho que no necesita ayudarse de los dedos de la mano para contar), catapultando al estrellato de la fama a MONTORO, el hábil maestro de espadas, por los motivos anteriormente aducidos.

Y en definitiva es ideología lo que lleva a no pocos a plantear en serio aún la posibilidad de que éste, nuestro Presidente, pueda aún aspirar a consumir la legislatura completa. Les recuerdo, la misma legislatura que sería inminentemente cómoda, cuando además no se llevan nueve meses consumidos de las elecciones que se ganarían “sin bajar del autobús.”

Pues sin bajar del autobús, nos ha atropellado un tren, alemán para más seña.

Un tren que de nuevo, amparado en la desidia del resto, ha permitido cuando no implorado, que de nuevo sea Alemania la que ocupe la cabeza. Un tren que, sin tener a día de hoy muy claros los motivos, ha cambiado de vía sin contar con nadie, para retrotraernos de nuevo a los principio estrictamente comerciales de aquél ya olvidado BENELUX, si no del todavía por algunos llorado Mercado Común Europeo.

Porque Europa es, o al menos lo era, mucho más que el proyecto estrictamente económico al que de nuevo desean resumirlo.
Es Sociedad, es Humanidad, es Personas, tal vez sumidos, sí, por el principio de unión que aporta la densidad económica.

Tal vez cohesionado a través de ello, pero desde luego no reducido tan sólo a eso.

Porque si de verdad fuera sólo eso, con un país como el nuestro, que lleva más de una semana intervenido de facto, 350.000 millones de euros, que a día de hoy no puede garantizar el pago solvente de sus gastos corrientes, y que por mucho no va a poder hacer frente al próximo montante de Deuda Pública que se aproxima (32.000 millones de Euros). De verdad que entonces, definitivamente ya no seríamos no ya parte de Europa, sino abiertamente España.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 1 de agosto de 2012

LA POLÍTICA DE LAS AUTONOMÍAS EN ESPAÑA. DEL “CAFÉ PARA TODOS”, AL EMPACHO GENERALIZADO.


La relación que históricamente puede establecerse entre España, y su Política de reconocimiento de las diferencias históricas, existentes entre sus distintos territorios, más comúnmente conocida como “Política de las Autonomías”; constituye en sí misma no ya una de las mayores fuentes de dificultad a la hora de consolidar cualquier intento de coherencia, sino que abiertamente se revela, en estos tiempos que corren, como la mejor, por no decir la única, excusa en la que unos y otros pueden limar sus asperezas retóricas en estos tiempos tan pobres que vivimos.

Sin embargo, y antes de que me pueda la tentación de engarzar mi exposición por el argumento de la pobreza, como no obstante la ONU ha hecho a la hora de satisfacer las exigencias no ya de nuestro Presidente, sino en términos más propio de la Señora SÁENZ DE SANTAMARÍA, “todo es conforme a la responsabilidad para con el programa electoral del Partido Político que nos ha alzado hasta el Gobierno”; y así reconocer, en su último informe oficial que “…El Gobierno Conservador que actualmente rige los destinos de España ha promovido, en consonancia con su política económica, y más concretamente desde la implantación de las últimas reformas, promover activamente el deslizamiento hacia los límites de la pobreza a un importante segmento de la población el cual (…) específicamente en el caso de la infancia, se cifra en que un 25% más de niños que hace un año, viven hoy por debajo del umbral de la pobreza aquí, en España.
Ciertamente, mucho trabajo para Cáritas..

Semejante afirmación constituye, en contra de lo que pueda parecer, el mayor alegato a la hora de poner de manifiesto la verdadera ideología que subyace no ya al Gobierno, sino abiertamente a todos aquéllos que, hoy por hoy, sigan sumidos en la convicción de que, efectivamente, esto es lo que hay que hacer.

Es cierto que la ideología ha de tener su campo de desarrollo, un campo que durante siglos ha escrito sus mejores episodios en el que es, inherentemente, su hogar. Me estoy refiriendo al Congreso de los Diputados, otrosí, hasta la llegada del actual, el que rechaza abiertamente los enfrentamientos retóricos en la Tribuna de Oradores o prefiere presentarse exclusivamente para votar. Un Parlamento que hasta la llegada del Sr. RAJOY, estaba hecho para hablar, como manifestación evidente de la actividad política en toda su transcendencia.

No se trata de que el silencio amenace a la Democracia. Se trata más bien de que la sensación de que no se tiene nada que decir, bien porque no se considera oportuno, bien porque el rodillo de la mayoría absoluta convierte en absurdo cualquier acción de diálogo; nos sume día tras día en la convicción de que nos han hurtado cualquier posibilidad de asistir a la más mínima representación de Actividad Parlamentaria, causando con ello un daño mortal a la Democracia, un daño del que sin duda tardará muchos años en recuperarse.

Pero, ¿dónde radica el verdadero detonante de todo esto?

Acusar al rodillo de la mayoría absoluta, está ya, en sí mismo, muy manido. Si bien el uso que el Partido Popular hace de su mayoría parlamentaria demuestra la bondad del dicho según el cual las mayorías absolutas alimentan el espíritu de las tiranías dentro de las Democracias; no es menos cierto que como hemos constatado, éste se trata de un procedimiento, de un desarrollo factual, no de una principio en si mismo.
Por ello, para encontrar la fuente de la enfermedad que nos asola, hemos de mostrarnos más exigentes, hemos de profundizar con más intensidad no sólo en los considerandos de la actividad política humana, sino que imperiosamente hemos de analizar con rigor al agente activo de la Política con mayúsculas; esto es, al propio Hombre, en tanto que ser político.

Comprendida tal necesidad, y desencadenados en consecuencia los mecanismos imperiosos, llegamos a que, sin duda, uno de los elementos fundamentales que actúan como condicionante de las actividades políticas (públicas por definición), se identifica en esencia con uno de los componentes más íntimos que el Hombre posee, a saber, su ideología.
Sin perdernos en análisis extremos, por miedo a resultar excesivamente cadentes, podemos decir que la ideología bien puede definirse como un mecanismo humano de alcance netamente psicológico que, sin necesitar en la mayoría de ocasiones de un marcado carácter racional, bien puede a veces afectar a la toma de decisiones reales, supeditando para ello incluso a veces al juicio que otros elementos más proclives tales como la propia razón, podrían condicionar de manera expresa a la propia toma de decisiones.

Se trata en definitiva de entender que la ideología, puede determinar nuestros comportamientos, tan bien o mejor de lo que por otro lado lo hace la razón, sin que por otro lado sea necesario exigirle los valores de coherencia que, por otro lado resultan imprescindibles a la hora de juzgar los resultados de un hecho acaecido netamente bajo el paradigma racional.
La ideología supone, en muchos casos, el último refugio al que pueden aspirar muchos políticos. Refugio de conductas a menudo rancias o abiertamente reaccionarias, la ideología se convierte a menudo en la única excusa que los mortales podemos argüir de cara a comprender voluntades, que más pronto que tarde acabarán convertidas en disposiciones legales. Estoy pensando específicamente en El Sr. GALLARDÓN, y sus denodados esfuerzos por modificar la actual Ley de interrupción voluntaria del embarazo, a saber, ley del aborto.
Como fácilmente puede extrapolarse, asuntos candentes como el mencionado, o en cualquier caso otros no tan flagrantes, aunque sí marcadamente subjetivos, constituyen sin el menor género de dudas terreno abonado para que los adalides de la doctrina, campo fértil en el que suelen desembocar los ríos de la ideología; decidan aleccionarnos.

Y es entonces, y así, cuando retumba de nuevo en nuestros oídos, el que ya pensábamos olvidado debate sobre el Estado de las Autonomías.

De todos es, o debería ser sabido, que el debate sobre la condición multidisciplinar del Estado de España, no se sustenta realmente en condicionantes técnicos. De ser así, tiempo ha habido sin duda para revisarlos, acudiendo a los respectivos Estatutos de Autonomía, resolviendo a través de la propia Constitución los elementos que pudieran resultar confusos. La verdadera pelea por el Estado de las Autonomías, se centra completamente en una cuestión pura y dura, y me atrevería a decir que a estas alturas es ya la última, cuestión netamente ideológica. Y lo es claro desde el momento en que se resume en una frase tan contundente, como conspiradora. España es ¡Una, Grande y Libre!

Semejante sentencia, fácilmente reconocible, tanto para quienes la corean, como para los que la denostamos, constituye una de las pocas declaraciones de intenciones expresamente impregnadas de ideología que actualmente nos quedan. Como tal manifestación de ideología, carece a todas luces del menor soporte racional, lo que reduce de igual manera, en cantidades exponenciales, el condicionante expreso de poseer el más mínimo recurso procedimental que permita el desarrollo ordenado de cualquier acción encaminada a lograr la consecución de sus objetivos. Por ello, resulta imprescindible, aprovechando ahora sí el peso de sus 185 Parlamentarios, arbitrar cuantos mecanismo sean posibles orientar en ese sentido, con tal de vestir de lagarterana, lo que no es sino uno más de los ataques que esta Derecha de juguete, emponzoñada y caciquil, lanza contra todo aquello que, o bien no comprende, o bien necesitar destruir.

Acudirá entonces a su arsenal, en busca de cuantos recursos, o no, sean suficientes para argumentar, aunque sea de manera ficticia, sus disposiciones. Y entonces, una vez más, como el caballo blanco de El Cid, volverá a hacer uso del arma que mejores resultados le ha dado. El arma que les ha llevado a La Moncloa, a saber La Crisis, y su Derivada colateral, el miedo.

El Estado de las Autonomías, definido para sistematizar las naturales diferencias que en el seno de España conviven, ha superado todos y cada uno de los ataques que propios y extraños han tenido a bien dirigirle. Veremos si no se convierte en la enésima víctima de la Crisis.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.