La relación que históricamente puede establecerse entre
España, y su Política de reconocimiento
de las diferencias históricas, existentes entre sus distintos territorios, más
comúnmente conocida como “Política de las Autonomías”; constituye en sí misma
no ya una de las mayores fuentes de dificultad a la hora de consolidar
cualquier intento de coherencia, sino que abiertamente se revela, en estos
tiempos que corren, como la mejor, por no decir la única, excusa en la que unos y otros pueden limar sus asperezas
retóricas en estos tiempos tan pobres que vivimos.
Sin embargo, y antes de que me pueda la tentación de
engarzar mi exposición por el argumento de la pobreza, como no obstante la ONU
ha hecho a la hora de satisfacer las exigencias no ya de nuestro Presidente,
sino en términos más propio de la Señora SÁENZ
DE SANTAMARÍA, “todo es conforme a la responsabilidad para
con el programa electoral del Partido
Político que nos ha alzado hasta el Gobierno”; y así reconocer, en su
último informe oficial que “…El Gobierno Conservador que actualmente rige los
destinos de España ha promovido, en consonancia con su política económica, y más concretamente desde la implantación de
las últimas reformas, promover
activamente el deslizamiento hacia los límites de la pobreza a un importante
segmento de la población el cual (…) específicamente en el caso de la infancia,
se cifra en que un 25% más de niños que hace un año, viven hoy por debajo del umbral de la pobreza aquí, en España.
Ciertamente, mucho
trabajo para Cáritas..
Semejante afirmación constituye, en contra de lo que pueda
parecer, el mayor alegato a la hora de poner de manifiesto la verdadera ideología que subyace no ya al Gobierno, sino abiertamente
a todos aquéllos que, hoy por hoy, sigan sumidos en la convicción de que,
efectivamente, esto es lo que hay que hacer.
Es cierto que la ideología ha de tener su campo de
desarrollo, un campo que durante siglos ha escrito sus mejores episodios en el
que es, inherentemente, su hogar. Me estoy refiriendo al Congreso de los Diputados, otrosí, hasta la llegada del actual, el
que rechaza abiertamente los enfrentamientos retóricos en la Tribuna de
Oradores o prefiere presentarse exclusivamente para votar. Un Parlamento que
hasta la llegada del Sr. RAJOY, estaba hecho para hablar, como manifestación
evidente de la actividad política en toda
su transcendencia.
No se trata de que el silencio
amenace a la
Democracia. Se trata más bien de que la sensación de que no se tiene nada que decir, bien porque no se
considera oportuno, bien porque el rodillo
de la mayoría absoluta convierte en absurdo cualquier acción de diálogo;
nos sume día tras día en la convicción de que nos han hurtado cualquier posibilidad de asistir a la más mínima
representación de Actividad Parlamentaria, causando con ello un daño mortal
a la Democracia, un daño del que sin duda tardará muchos años en recuperarse.
Pero, ¿dónde radica el verdadero detonante de todo esto?
Acusar al rodillo de
la mayoría absoluta, está ya, en sí mismo, muy manido. Si bien el uso que
el Partido Popular hace de su mayoría parlamentaria demuestra la bondad del
dicho según el cual las mayorías
absolutas alimentan el espíritu de las tiranías dentro de las Democracias; no
es menos cierto que como hemos constatado, éste se trata de un procedimiento,
de un desarrollo factual, no de una principio en si mismo.
Por ello, para encontrar la
fuente de la enfermedad que nos asola, hemos de mostrarnos más exigentes,
hemos de profundizar con más intensidad no sólo en los considerandos de la
actividad política humana, sino que imperiosamente hemos de analizar con rigor
al agente activo de la Política con
mayúsculas; esto es, al propio Hombre, en tanto que ser político.
Comprendida tal necesidad, y desencadenados en consecuencia
los mecanismos imperiosos, llegamos a que, sin duda, uno de los elementos
fundamentales que actúan como condicionante de las actividades políticas
(públicas por definición), se identifica en esencia con uno de los componentes
más íntimos que el Hombre posee, a saber, su ideología.
Sin perdernos en análisis extremos, por miedo a resultar
excesivamente cadentes, podemos decir que la ideología bien puede definirse
como un mecanismo humano de alcance
netamente psicológico que, sin necesitar en la mayoría de ocasiones de un
marcado carácter racional, bien puede a veces afectar a la toma de decisiones
reales, supeditando para ello incluso a veces al juicio que otros elementos más
proclives tales como la propia razón, podrían condicionar de manera expresa a
la propia toma de decisiones.
Se trata en definitiva de entender que la ideología, puede
determinar nuestros comportamientos, tan bien o mejor de lo que por otro lado
lo hace la razón, sin que por otro lado sea necesario exigirle los valores de
coherencia que, por otro lado resultan imprescindibles a la hora de juzgar los
resultados de un hecho acaecido netamente bajo el paradigma racional.
La ideología supone, en muchos casos, el último refugio al que
pueden aspirar muchos políticos. Refugio de conductas
a menudo rancias o abiertamente reaccionarias, la ideología se convierte a
menudo en la única excusa que los
mortales podemos argüir de cara a comprender voluntades, que más pronto que
tarde acabarán convertidas en disposiciones
legales. Estoy pensando específicamente en El Sr. GALLARDÓN, y sus denodados esfuerzos por modificar la actual Ley de
interrupción voluntaria del embarazo, a saber, ley del aborto.
Como fácilmente puede extrapolarse, asuntos candentes como
el mencionado, o en cualquier caso otros no tan flagrantes, aunque sí
marcadamente subjetivos, constituyen sin el menor género de dudas terreno
abonado para que los adalides de la doctrina, campo fértil en el que suelen
desembocar los ríos de la ideología; decidan aleccionarnos.
Y es entonces, y así, cuando retumba de nuevo en nuestros
oídos, el que ya pensábamos olvidado debate sobre
el Estado de las Autonomías.
De todos es, o debería ser sabido, que el debate sobre la
condición multidisciplinar del Estado de España, no se sustenta realmente en
condicionantes técnicos. De ser así, tiempo ha habido sin duda para revisarlos,
acudiendo a los respectivos Estatutos de Autonomía, resolviendo a través de la propia Constitución
los elementos que pudieran resultar confusos. La verdadera pelea por el Estado de las Autonomías, se centra completamente en
una cuestión pura y dura, y me atrevería a decir que a estas alturas es ya la
última, cuestión netamente ideológica. Y lo es claro desde el momento en que se
resume en una frase tan contundente, como conspiradora. España es ¡Una, Grande y Libre!
Semejante sentencia, fácilmente reconocible, tanto para
quienes la corean, como para los que la denostamos, constituye una de las pocas
declaraciones de intenciones expresamente
impregnadas de ideología que actualmente nos quedan. Como tal manifestación
de ideología, carece a todas luces del menor soporte racional, lo que reduce de
igual manera, en cantidades exponenciales, el condicionante expreso de poseer
el más mínimo recurso procedimental que
permita el desarrollo ordenado de cualquier acción encaminada a lograr la
consecución de sus objetivos. Por ello, resulta imprescindible, aprovechando
ahora sí el peso de sus 185 Parlamentarios, arbitrar cuantos mecanismo sean
posibles orientar en ese sentido, con tal de vestir de lagarterana, lo que no es sino uno más de los ataques que
esta Derecha de juguete, emponzoñada y
caciquil, lanza contra todo aquello que, o bien no comprende, o bien
necesitar destruir.
Acudirá entonces a su arsenal, en busca de cuantos recursos,
o no, sean suficientes para argumentar, aunque sea de manera ficticia, sus
disposiciones. Y entonces, una vez más, como el caballo blanco de El Cid,
volverá a hacer uso del arma que mejores resultados le ha dado. El arma que les
ha llevado a La Moncloa, a saber La Crisis, y su Derivada colateral, el
miedo.
El Estado de las Autonomías, definido para sistematizar las naturales diferencias que en el seno de
España conviven, ha superado todos y cada uno de los ataques que propios y
extraños han tenido a bien dirigirle. Veremos si no se convierte en la enésima
víctima de la Crisis.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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