Y el Tiempo nos envuelve. Se condensa, nos traspasa. Nos
agobia. Se aleja y nos acerca a los demás, en tanto que, paradójicamente, nos
aleja de nosotros mismos. Se dispone a transitar, y nos predispone para aquello
que nunca habrá de ocurrir, precisamente porque lo que sí ocurre nos sorprende
tanto, que nos obliga a cuestionarnos nuestro aquí, y nuestro ahora. Nuestro
presente en una palabra.
Y si somos conscientes de todo esto, no es ya porque la
realidad, adalid que anda, como eterno
enamorado, perdido en sus propias sombras, tenga a bien manifestarse como
consecuencia necesaria, luego propensa de
sí misma. Si somos conscientes de todo esto, es por el recitativo de réquiem mortal que rodea nuestro actual
tránsito por el día a día, tránsito otrosí, no hace mucho tiempo, bastante más
desarraigado, a la par, o tal vez por ello, mucho más tranquilo, mucho más
engañoso.
Suenan así ahora certera, casi propensas al presagio, las
palabras de mi padre: Conocer a los demás es tares difícil, a la par que
engañosa, pues sólo conocerás de los demás, lo que ellos quieran mostrarte. Al
contrario, en la labor, tú descuidarás tu sino, y serán ellos los que te
debilitarán.
Conocer a los demás, cruel utopia. Pasamos una vida
transitando con nosotros mismos, y aún así a menudo encontramos montones de
basura escondidos en rincones por los que hace tiempo que no transitábamos. Y a
pesar de ello corremos convencidos cada vez que cualquiera nos seduce con la
vana ilusión de conocer algo ajeno a nosotros mismos. ¿Somos acaso propensos al
desastre, cuando no a la ruina personal, de manera natural?
No es que se trate de contestar a estas cuestiones. Se trata
más bien de que tan sólo una vez asumido el prisma de percepción al que las
mismas nos someten, es como estaremos no ya en condición de hallar las
respuestas, sino más bien de plantear cuando menos las preguntas adecuadas.
Así, no se trata de que hayamos de cuestionar como tal el
hecho de la más que posible intervención de España, se trata más bien de
indagar en la sucesión de acontecimientos que han desembocado en semejante
hecho.
No se trata de que hayamos de valorar circunstancias
puntuales tales como la conveniencia o no del mantenimiento de los cuatrocientos euros. Se trata más bien
de entrar a cuestionar lo aparatoso que resulta, al menos en índole moral, el
que semejante hecho pueda, ni mucho menos deba, someterse a debate.
Y en todos ellos, como denominador
común, a modo de presencia sempiterna, encargada de dotar de contexto tanto a
estos, como a otros muchos ejemplos, preconización paradigmática de una manera
de hacer las cosas; La
Derecha Cavernaria , y su último adalid, D. Mariano RAJOY ROI.
Recuperando el hilo conductivo, y reduciendo el paso del
tiempo a mera cronología, asistimos
de manera metódica al proceso de ordenación por excelencia. Es el tiempo en
este caso, juez y verdugo, Apenas
ocho meses de gobierno, han sido
suficientes no ya para colapsar el gobierno, sino que además lo han sido para
poner de manifiesto cuál es la mejor manera de promover activamente la convicción de que para esto, es mejor
verdaderamente un desgobierno. La Derecha, con el Sr. RAJOY a la cabeza, ha
desarticulado de manera más que óptima, todos y cada uno de los pilares en los
cuales, a modo al menos de explicación procedimental, se apoyaban estructuras
básicas como las denominadas Estado del
Bienestar, o Estado de Derecho.
La labor, calmada, preparada, y sobre todo muy estudiada (no
en vano algunos llevan desde 1975 tejiendo los tapices con los que decorar los
muros de la nueva España , de su España,) ha dado unos resultados
tan prósperos, que incluso a los estrategas más optimistas ha pillado por sorpresa. Tantos y tan
buenos han sido los resultados obtenidos por su Krakem, a saber la crisis, que embriagados por el elixir que
proporciona no ya el saberse vencedor, sino el saberse henchido por los éteres de la victoria, se traducen en la
convicción de que es el momento de ir más allá, a saber, lanzados en pos de la destrucción definitiva y duradera del Estado
como tal, en su más amplia acepción.
Llegados a este punto, muchos estarán cuestionándose
abiertamente el seguir regalándonos con su presencia. Otros estarán barajando
abiertamente el dejarnos, tal vez para siempre. Y una minoría estará sopesando
la posibilidad de manifestarse a favor de las afirmaciones vertidas, pero
siempre con la certeza matizada de que, si bien las mencionadas responden a
criterios con los que ellos comulgan, no
es menos cierto que los mismos jamás serán objeto de su reconocimiento público.
Y es precisamente a esta minoría, a la que una vez más
dedico mi diatriba. Es precisamente
esa actitud de acción pasiva, la que
tantas veces ha hecho tanto daño a este país. La última, por no perdernos en
enumeraciones insoportables, la que se manifestó en el transcurso de la última jornada electoral. La renuncia
que muchos de estos hicieron de su derecho al voto, trajo aparejado, una vez
más, y porque sólo así resulta concebible, el retorno de la Derecha reaccionaria, caciquil y
cavernícola, al poder de España.
De todos modos, achacar tan sólo a cuestiones como esta el ascenso de la Derecha al poder, constituiría
en si mismo un error conceptual fruto sin duda de la confirmación del triunfo
reseñado.
El triunfo de la Derecha, o para ser más preciso, el triunfo
de los esquemas morales que llevan a considerar proclives de ser valorados los
principios específicos en los que se apoya ésta, hasta el punto de que la mayoría pueda ni tan siquiera dotarles de
validez, no hace sino poner de manifiesto el serio, por no decir definitivo
peligro de muerte en el que nos hallamos
inmersos en tanto que estructura formal de poder.
Acudiendo una vez más a la Historia como fuente conceptual, podemos citar de carrerilla una
serie constatable de acontecimientos que sin mucho esfuerzo nos permitirían
establecer paralelismos entre nuestro presente, y otro momento de la misma,
acaecido en Alemania para más seña, que comparte con nuestro ahora la certeza
de que el presente es erróneo, triste, a la par que la certeza de futuro es
cuando menos, desoladora.
Antes de que los
mastines reaccionarios salten sobre mí, eligiendo mi cuello como buen sitio
para hacer prácticas, he de manifestar no obstante que, en aquel tiempo, Alemania tenía las cifras de paro que, hoy
por hoy presenta España. En cualquier caso, hemos de manifestar igualmente, que
los primeros síntomas de empacho, de los que hemos hablado lo suficiente en
anteriores ediciones de nuestra versión
radiofónica, ya son francos y evidentes.
No obstante, mientras estos se hacen claros, incluso para
los mastines, o más bien para aquellos
que sujetan su correa, hemos de decir que aquí en España, los síntomas de
que lo pútrido se acumula, son ya una realidad en toda línea.
Así, y sólo así, podemos ni tan siquiera intentar canalizar
la serie de principios de vacío moral según el cual, por ejemplo, no es ya que
la certeza de que la intervención inmediata es un hecho, no deba provocar en
nosotros reacción alguna. Es que más
bien casi hemos de esperar a la Troika con
fanfarrias y guirnaldas, dispuestos a danzar un baile coreografiado.
Así y sólo así puedo acceder al nulo recurso moral en el que
se apoyan los que se atreven a manifestar la conveniencia de jugar con la
estabilidad, cuando no abiertamente con el honor de todos aquellos que se ven
obligados a considerar los famosos “Cuatrocientos veinte euros” como su última
fuente real del más mínimo recurso.
Hay cosas con las que no se puede hacer, ni tan siquiera,
demagogia, señores adalides de las soluciones al estilo “Derecha Cavernaria”.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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