miércoles, 15 de agosto de 2012

DE CUANDO TODO SE HACE POCO, PORQUE LA NADA ES EL DESTINO.


Y el Tiempo nos envuelve. Se condensa, nos traspasa. Nos agobia. Se aleja y nos acerca a los demás, en tanto que, paradójicamente, nos aleja de nosotros mismos. Se dispone a transitar, y nos predispone para aquello que nunca habrá de ocurrir, precisamente porque lo que sí ocurre nos sorprende tanto, que nos obliga a cuestionarnos nuestro aquí, y nuestro ahora. Nuestro presente en una palabra.

Y si somos conscientes de todo esto, no es ya porque la realidad, adalid que anda, como eterno enamorado, perdido en sus propias sombras, tenga a bien manifestarse como consecuencia necesaria, luego propensa de sí misma. Si somos conscientes de todo esto, es por el recitativo de réquiem mortal que rodea nuestro actual tránsito por el día a día, tránsito otrosí, no hace mucho tiempo, bastante más desarraigado, a la par, o tal vez por ello, mucho más tranquilo, mucho más engañoso.

Suenan así ahora certera, casi propensas al presagio, las palabras de mi padre: Conocer a los demás es tares difícil, a la par que engañosa, pues sólo conocerás de los demás, lo que ellos quieran mostrarte. Al contrario, en la labor, tú descuidarás tu sino, y serán ellos los que te debilitarán.

Conocer a los demás, cruel utopia. Pasamos una vida transitando con nosotros mismos, y aún así a menudo encontramos montones de basura escondidos en rincones por los que hace tiempo que no transitábamos. Y a pesar de ello corremos convencidos cada vez que cualquiera nos seduce con la vana ilusión de conocer algo ajeno a nosotros mismos. ¿Somos acaso propensos al desastre, cuando no a la ruina personal, de manera natural?

No es que se trate de contestar a estas cuestiones. Se trata más bien de que tan sólo una vez asumido el prisma de percepción al que las mismas nos someten, es como estaremos no ya en condición de hallar las respuestas, sino más bien de plantear cuando menos las preguntas adecuadas.

Así, no se trata de que hayamos de cuestionar como tal el hecho de la más que posible intervención de España, se trata más bien de indagar en la sucesión de acontecimientos que han desembocado en semejante hecho.
No se trata de que hayamos de valorar circunstancias puntuales tales como la conveniencia o no del mantenimiento de los cuatrocientos euros. Se trata más bien de entrar a cuestionar lo aparatoso que resulta, al menos en índole moral, el que semejante hecho pueda, ni mucho menos deba, someterse a debate.
Y en todos ellos, como denominador común, a modo de presencia sempiterna, encargada de dotar de contexto tanto a estos, como a otros muchos ejemplos, preconización paradigmática de una manera de hacer las cosas; La Derecha Cavernaria, y su último adalid, D. Mariano RAJOY ROI.

Recuperando el hilo conductivo, y reduciendo el paso del tiempo a mera cronología, asistimos de manera metódica al proceso de ordenación por excelencia. Es el tiempo en este caso, juez y verdugo, Apenas ocho meses de gobierno, han sido suficientes no ya para colapsar el gobierno, sino que además lo han sido para poner de manifiesto cuál es la mejor manera de promover activamente la convicción de que para esto, es mejor verdaderamente un desgobierno. La Derecha, con el Sr. RAJOY a la cabeza, ha desarticulado de manera más que óptima, todos y cada uno de los pilares en los cuales, a modo al menos de explicación procedimental, se apoyaban estructuras básicas como las denominadas Estado del Bienestar, o Estado de Derecho.

La labor, calmada, preparada, y sobre todo muy estudiada (no en vano algunos llevan desde 1975 tejiendo los tapices con los que decorar los muros de la nueva España, de su España,) ha dado unos resultados tan prósperos, que incluso a los estrategas más optimistas ha pillado por sorpresa. Tantos y tan buenos han sido los resultados obtenidos por su Krakem, a saber la crisis, que embriagados por el elixir que proporciona no ya el saberse vencedor, sino el saberse henchido por los éteres de la victoria, se traducen en la convicción de que es el momento de ir más allá, a saber, lanzados en pos de la destrucción definitiva y duradera del Estado como tal, en su más amplia acepción.

Llegados a este punto, muchos estarán cuestionándose abiertamente el seguir regalándonos con su presencia. Otros estarán barajando abiertamente el dejarnos, tal vez para siempre. Y una minoría estará sopesando la posibilidad de manifestarse a favor de las afirmaciones vertidas, pero siempre con la certeza matizada de que, si bien las mencionadas responden a criterios con los que ellos comulgan, no es menos cierto que los mismos jamás serán objeto de su reconocimiento público.
Y es precisamente a esta minoría, a la que una vez más dedico mi diatriba. Es precisamente esa actitud de acción pasiva, la que tantas veces ha hecho tanto daño a este país. La última, por no perdernos en enumeraciones insoportables, la que se manifestó en el transcurso de la última jornada electoral. La renuncia que muchos de estos hicieron de su derecho al voto, trajo aparejado, una vez más, y porque sólo así resulta concebible, el retorno de la Derecha reaccionaria, caciquil y cavernícola, al poder de España.

De todos modos, achacar tan sólo a cuestiones como esta el ascenso de la Derecha al poder, constituiría en si mismo un error conceptual fruto sin duda de la confirmación del triunfo reseñado.
El triunfo de la Derecha, o para ser más preciso, el triunfo de los esquemas morales que llevan a considerar proclives de ser valorados los principios específicos en los que se apoya ésta, hasta el punto de que la mayoría pueda ni tan siquiera dotarles de validez, no hace sino poner de manifiesto el serio, por no decir definitivo peligro de muerte en el que nos hallamos inmersos en tanto que estructura formal de poder.

Acudiendo una vez más a la Historia como fuente conceptual, podemos citar de carrerilla una serie constatable de acontecimientos que sin mucho esfuerzo nos permitirían establecer paralelismos entre nuestro presente, y otro momento de la misma, acaecido en Alemania para más seña, que comparte con nuestro ahora la certeza de que el presente es erróneo, triste, a la par que la certeza de futuro es cuando menos, desoladora.
Antes de que los mastines reaccionarios salten sobre mí, eligiendo mi cuello como buen sitio para hacer prácticas, he de manifestar no obstante que, en aquel tiempo,  Alemania tenía las cifras de paro que, hoy por hoy presenta España. En cualquier caso, hemos de manifestar igualmente, que los primeros síntomas de empacho, de los que hemos hablado lo suficiente en anteriores ediciones de nuestra versión radiofónica, ya son francos y evidentes.
No obstante, mientras estos se hacen claros, incluso para los mastines, o más bien para aquellos que sujetan su correa, hemos de decir que aquí en España, los síntomas de que lo pútrido se acumula, son ya una realidad en toda línea.

Así, y sólo así, podemos ni tan siquiera intentar canalizar la serie de principios de vacío moral según el cual, por ejemplo, no es ya que la certeza de que la intervención inmediata es un hecho, no deba provocar en nosotros reacción alguna. Es que más bien casi hemos de esperar a la Troika con fanfarrias y guirnaldas, dispuestos a danzar un baile coreografiado.
Así y sólo así puedo acceder al nulo recurso moral en el que se apoyan los que se atreven a manifestar la conveniencia de jugar con la estabilidad, cuando no abiertamente con el honor de todos aquellos que se ven obligados a considerar los famosos “Cuatrocientos veinte euros” como su última fuente real del más mínimo recurso.
Hay cosas con las que no se puede hacer, ni tan siquiera, demagogia, señores adalides de las soluciones al estilo “Derecha Cavernaria”.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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