miércoles, 10 de mayo de 2017

DE LA VIEJA EUROPA, A LA EUROPA VIEJA.

Constituye la muerte por decadencia, una de las formas más terribles a las que históricamente se puede recurrir a la hora de garantizar la desaparición de un ente, pues por tal medio se logra no solo la desaparición estricta del ya finado, sino que se garantiza su imposible recuperación a futuro, toda vez que la carga subjetiva que a tal hecho se le presupone impide absolutamente la recuperación, al menos a corto plazo, del mismo.

Es así la decadencia un proceso más doliente que doloroso, más humillante que drástico. Dotado de la premisa del colapso, resulta el llamado a su presencia tocado por una suerte de desgracia próxima siquiera a las premisas del Nihilismo, que en el caso que nos ocupa conducirán a la víctima ante todo, poco a poco, a un estado de postración serena encaminada que drásticamente acabará en una forma de muerte dulce.

Muerte dulce, atroz metáfora donde las haya, y por ende hecho competente a la hora de poner de manifiesto los múltiples recursos de un Hombre que, como integrante de la especie por excelencia, es capaz de traer a colación si no la especificidad de su Lenguaje, sí cuando menos la grandeza de éste, como prueba el hecho de que es precisamente a través del mismo que logramos acrecentar la ilusión mental en la que acaba por tornarse toda paradoja, cuando se muestra capaz de ilustrar con colores transparentes toda esencia de vacío, cuando es capaz de describir con prefijos propios de la vida, una tendencia evidentemente canalizada hacia la muerte.

El Lenguaje, una y mil veces más, el Lenguaje. Evidencia a la par que instrumento, no es sino a través de tal que ya sea consciente o inconscientemente se forman en nuestro derredor, unas veces por simpatía, otras por resiliencia, toda esa suerte de matices llamados a conformar por sí solos el escenario sobre el que proyectar a título de documental, una imagen de Europa que hasta hace unos pocos años estaba llamada a ser considerada como una película, por su elevado contenido en deseos e ilusiones.
Metáforas, paradojas, Lenguaje, vienen a conformar en definitiva no ya un escenario como sí más bien la aproximación a una nueva realidad en la que por primera vez el cúmulo formado por las dudas, viene a verse peligrosamente superado por el canon de las certezas. Dudas que, como en el caso de las termitas con la madera (y no olvidemos que es la termita el animal que más cantidad de comida ingiere en relación a su peso), actúan debilitando las hasta este momento firmes e imperturbables estructuras sobre las que durante decenios (sesenta y siete para ser exactos), se ha venido asentando el que hasta ahora ha sido el Proyecto Schuman, si nos atenemos a lo que el mismo definió, y que comenzó a formalizarse un 9 de mayo de 1950.

Era Schuman un soñador. Sin duda un hombre normal, entendiendo con ello sin más expectativas las propias de quien no necesita de la excentricidad para explicar cuando no para justificar sus comportamientos, sin duda que entre las conductas propias a definirle se  mostraban más precisas las técnicas de construcción, que las de demolición. Tal vez por ello que, a estas alturas, no solo el Día de Europa ha pasado desapercibido, sino que incluso los méritos del hombre llamado a configurar tan fecha, han quedado definitivamente sublimados, en el olvido.

No se trata de proferir un grito que a  modo de protesta o de aviso nos lleve a recuperar el sentido con el fin de canalizarlo hacia lo que de verdad resulta importante. Seguro que a estas alturas, si lográsemos que el grito saliese de nuestra garganta, la desaprobación que el rictus de nuestros cercanos reflejaría nos sumergiría en tal estado de vergüenza, que la intensidad de la misma nos llevaría incluso a olvidar la intensidad del hecho que hasta tal estado nos había conducido.
Ahí radica el éxito de la decadencia. No es algo provocado, sino que como pasa con todo lo relacionado con el tránsito del tiempo, te hace sentir abocado. No se trata de algo perpetuo, mas como ocurre con todo lo relacionado con el paso del tiempo, su éxito va ligado a su aceptación, en tanto que inexorable.
Definimos pues un proceso que describe la muerte de un logro social, desde un parecido punto de vista, utilizando incluso las mismas palabras con las que en el caso de referirnos a un ente individual, emplearíamos a la hora de diligenciar su intuida desaparición no sin antes haber padecido una dura enfermedad, como puede ser el cáncer.

De nuevo la palabra. Aunque de nuevo puede no resultar una expresión adecuada, toda vez que la palabra nunca se fue, ni poco ni mucho, pues decir, que no solo hablar, bien puede inferirse en el último derecho sobre el que el ya descrito mal, aún no ha extendido su dulce manto.

Asumimos pues nuestro fracaso, fracaso que en este caso se cifra en la incorrecta elección no del fondo, que sí de las formas. Incapaces pues de ubicar nuestra esperanza en los constructores (creadores ya no quedan, y los artesanos se hallan de capa caída), habremos pues de reconducir nuestros pasos hacia esos magos de la Liturgia, que por medio de la palabra ilustran el vacío, hasta crear ilusiones.
Europa es un mito, en la misma medida en que está en el mito. Y será precisamente el contexto que nos aporta el paso del Mito al Logos el llamado a enmarcar, que no a delimitar, todo un proceso cuya única definición pasa por la asunción de la incapacidad para ser definido, toda vez que su inmensidad es propia de los dioses, y su innovación propia de lo eterno. Así que solo el Hombre, evolucionando conjuntamente, como forma y parte del proceso, puede erigirse en ente competente.

Habrá de ser así que el sonado fracaso de los políticos, redunde si no en su supresión, si al menos en una paradójica supresión de éstos por poetas. Poetas constructores, cuando no de realidades sí al menos de ilusiones. Poetas llamados a resucitar a los olvidados, Como en el caso de Homero, tal vez primer tenedor de los conceptos que a la larga serán imprescindibles siquiera a título de herramientas; ha de ser justamente erigido como el primer arquitecto de la Idea de Europa. Una idea grandiosa, colosal; indescifrable y por ello única. Por ello una idea propia…

No hallándose la capacidad para la creación, entre las virtudes destinadas a manifestarse de modo claro y distinto dentro del bagaje del Hombre; que habremos de hacer mención expresa a la condición que en este caso sí brilla con naturaleza podríamos decir que adquirida cuando describimos al Hombre como un artesano, esto es, como alguien destinado a cambiar el medio, cambiando con ello y de manera inconsciente, él mismo.
Es el artesano el que manipula la realidad, empleando para ello los elementos de los que consciente o inconscientemente se dota; ayudándose para ello de las herramientas cuya existencia representa, en sí misma, otra prueba de la excepcionalidad del ente.
Trabaja pues el artesano manufacturando materiales que en este caso se erigen dentro de grandes catálogos, llamados con el tiempo a consignar todas y cada una de las habilidades que el Hombre, en este caso evolucionado hacia la consideración natural y por excelencia, a saber la del quehacer político, más que evolucionar ha tendido.

Va así pues poco a poco confeccionando el nuevo hombre la que habrá de ser la nueva realidad; acaparando para ello y por sí elementos que proceden de las grandes consideraciones. Economía, Sociedad, Política y Religión; así como por supuesto cada uno de los giros o detracciones que de las mismas se deparen o puedan ser consignadas, se erigirán en soportes válidos desde los cuales consignar toda modificación que por menesteres conscientes o impetuosos el Hombre sea capaz de alumbrar.

Y es a partir de la concepción de tal precedente, donde todo el proyecto colapsa. Incapaces de anticipar el fiasco, traidores seríamos de haber podido identificar el proceso llamado a albergarlo. Como tal, la destrucción no habrá de proceder de un ataque externo (pues en la defensa de la plaza queda honor de batalla), sino que será una vez más, como tantas en las llamadas a ser descritas por la Historia, que habrá de ser un traidor abriendo la puerta de la fortaleza el llamado a privarnos del honor de defender lo que una vez se tuvo por propio, aunque la concatenación de acontecimientos nos diga que a lo sumo, de manera ilusoria.
Así, si el Proyecto Schuman alumbró una realidad que con el tiempo se mostró digna se ser raptada (como prueba el hecho del colapso economicista hacia el que la totalidad acabó por tender), lo cierto es que el presente nos devuelve una idea tan poco alentadora, una realidad tan vacua, que solo acudiendo a sus orígenes, ya sean éstos estéticos más que éticos; podemos albergar la esperanza de volver a sentir ese deseo de soñar que una vez la Vieja Europa llegó a transmitirnos.

Esperemos que mientras la Europa vieja aguante.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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