Constituye la muerte
por decadencia, una de las formas más terribles a las que históricamente se
puede recurrir a la hora de garantizar la desaparición de un ente, pues por tal
medio se logra no solo la desaparición estricta del ya finado, sino que se
garantiza su imposible recuperación a
futuro, toda vez que la carga subjetiva que a tal hecho se le presupone
impide absolutamente la recuperación, al menos a corto plazo, del mismo.
Es así la decadencia un proceso más doliente que doloroso,
más humillante que drástico. Dotado de la premisa del colapso, resulta el llamado a su presencia tocado por una suerte de desgracia próxima siquiera a las premisas
del Nihilismo, que en el caso que nos
ocupa conducirán a la víctima ante todo,
poco a poco, a un estado de postración serena encaminada que drásticamente
acabará en una forma de muerte dulce.
Muerte dulce, atroz metáfora donde las haya, y por ende
hecho competente a la hora de poner de manifiesto los múltiples recursos de un
Hombre que, como integrante de la especie
por excelencia, es capaz de traer a colación si no la especificidad de su
Lenguaje, sí cuando menos la grandeza de éste, como prueba el hecho de que es
precisamente a través del mismo que logramos acrecentar la ilusión mental en la
que acaba por tornarse toda paradoja, cuando
se muestra capaz de ilustrar con colores transparentes toda esencia de vacío,
cuando es capaz de describir con prefijos propios de la vida, una tendencia evidentemente canalizada hacia la muerte.
El Lenguaje, una y mil veces más, el Lenguaje. Evidencia a
la par que instrumento, no es sino a través de tal que ya sea consciente o
inconscientemente se forman en nuestro derredor, unas veces por simpatía, otras
por resiliencia, toda esa suerte de matices llamados a conformar por sí solos
el escenario sobre el que proyectar a
título de documental, una imagen de Europa que hasta hace unos pocos años
estaba llamada a ser considerada como una
película, por su elevado contenido en deseos e ilusiones.
Metáforas, paradojas, Lenguaje, vienen a conformar en
definitiva no ya un escenario como sí más bien la aproximación a una nueva
realidad en la que por primera vez el cúmulo formado por las dudas, viene a
verse peligrosamente superado por el canon de las certezas. Dudas que, como en
el caso de las termitas con la madera (y no olvidemos que es la termita el
animal que más cantidad de comida ingiere en relación a su peso), actúan
debilitando las hasta este momento firmes
e imperturbables estructuras sobre las que durante decenios (sesenta y
siete para ser exactos), se ha venido asentando el que hasta ahora ha sido el Proyecto Schuman, si nos atenemos a lo
que el mismo definió, y que comenzó a formalizarse un 9 de mayo de 1950.
Era Schuman un soñador. Sin duda un hombre normal, entendiendo con ello sin más
expectativas las propias de quien no necesita de la excentricidad para explicar
cuando no para justificar sus comportamientos, sin duda que entre las conductas
propias a definirle se mostraban más
precisas las técnicas de construcción, que las de demolición. Tal vez por ello
que, a estas alturas, no solo el Día de Europa ha pasado desapercibido, sino
que incluso los méritos del hombre llamado a configurar tan fecha, han quedado
definitivamente sublimados, en el olvido.
No se trata de proferir un grito que a modo de protesta o de aviso nos lleve a
recuperar el sentido con el fin de canalizarlo hacia lo que de verdad resulta
importante. Seguro que a estas alturas, si lográsemos que el grito saliese de
nuestra garganta, la desaprobación que el rictus de nuestros cercanos
reflejaría nos sumergiría en tal estado de vergüenza, que la intensidad de la
misma nos llevaría incluso a olvidar la intensidad del hecho que hasta tal
estado nos había conducido.
Ahí radica el éxito de la
decadencia. No es algo provocado, sino que como pasa con
todo lo relacionado con el tránsito del tiempo, te hace sentir abocado. No se trata de algo perpetuo,
mas como ocurre con todo lo relacionado con el paso del tiempo, su éxito va
ligado a su aceptación, en tanto que inexorable.
Definimos pues un proceso que describe la muerte de un logro
social, desde un parecido punto de vista, utilizando incluso las mismas
palabras con las que en el caso de referirnos a un ente individual,
emplearíamos a la hora de diligenciar su intuida desaparición no sin antes
haber padecido una dura enfermedad, como puede ser el cáncer.
De nuevo la palabra. Aunque
de nuevo puede no resultar una
expresión adecuada, toda vez que la palabra nunca se fue, ni poco ni mucho,
pues decir, que no solo hablar, bien puede inferirse en el último derecho sobre el que el ya descrito mal, aún no ha extendido su dulce manto.
Asumimos pues nuestro fracaso, fracaso que en este caso se
cifra en la incorrecta elección no del fondo, que sí de las formas. Incapaces
pues de ubicar nuestra esperanza en los constructores (creadores ya no quedan,
y los artesanos se hallan de capa caída),
habremos pues de reconducir nuestros pasos hacia esos magos de la Liturgia, que por medio de la palabra
ilustran el vacío, hasta crear ilusiones.
Europa es un mito,
en la misma medida en que está en el
mito. Y será precisamente el contexto que nos aporta el paso del Mito al Logos el llamado a enmarcar, que no a
delimitar, todo un proceso cuya única definición pasa por la asunción de la
incapacidad para ser definido, toda vez que su inmensidad es propia de los
dioses, y su innovación propia de lo eterno. Así que solo el Hombre,
evolucionando conjuntamente, como forma y parte del proceso, puede erigirse en
ente competente.
Habrá de ser así que el sonado
fracaso de los políticos, redunde si no en su supresión, si al menos en una
paradójica supresión de éstos por poetas.
Poetas constructores, cuando no de realidades sí al menos de ilusiones.
Poetas llamados a resucitar a los olvidados, Como en el caso de Homero, tal vez
primer tenedor de los conceptos que a
la larga serán imprescindibles siquiera a título de herramientas; ha de ser
justamente erigido como el primer
arquitecto de la Idea de Europa. Una idea grandiosa, colosal; indescifrable
y por ello única. Por ello una idea propia…
No hallándose la capacidad para la creación, entre las
virtudes destinadas a manifestarse de
modo claro y distinto dentro del bagaje
del Hombre; que habremos de hacer mención expresa a la condición que en
este caso sí brilla con naturaleza podríamos decir que adquirida cuando
describimos al Hombre como un artesano, esto
es, como alguien destinado a cambiar el medio, cambiando con ello y de manera
inconsciente, él mismo.
Es el artesano el que manipula la realidad, empleando para
ello los elementos de los que consciente o inconscientemente se dota;
ayudándose para ello de las herramientas cuya existencia representa, en sí
misma, otra prueba de la excepcionalidad del ente.
Trabaja pues el artesano manufacturando materiales que en
este caso se erigen dentro de grandes catálogos, llamados con el tiempo a
consignar todas y cada una de las habilidades que el Hombre, en este caso
evolucionado hacia la consideración natural
y por excelencia, a saber la del quehacer político, más que evolucionar ha
tendido.
Va así pues poco a poco confeccionando el nuevo hombre la que habrá de ser la nueva realidad; acaparando para ello
y por sí elementos que proceden de las grandes consideraciones. Economía,
Sociedad, Política y Religión; así como por supuesto cada uno de los giros o
detracciones que de las mismas se deparen o puedan ser consignadas, se erigirán
en soportes válidos desde los cuales consignar toda modificación que por
menesteres conscientes o impetuosos el Hombre sea capaz de alumbrar.
Y es a partir de la concepción de tal precedente, donde todo
el proyecto colapsa. Incapaces de
anticipar el fiasco, traidores seríamos de haber podido identificar el proceso
llamado a albergarlo. Como tal, la destrucción no habrá de proceder de un
ataque externo (pues en la defensa de la
plaza queda honor de batalla), sino que será una vez más, como tantas en
las llamadas a ser descritas por la Historia, que habrá de ser un traidor
abriendo la puerta de la fortaleza el llamado a privarnos del honor de defender
lo que una vez se tuvo por propio, aunque la concatenación de acontecimientos
nos diga que a lo sumo, de manera ilusoria.
Así, si el Proyecto
Schuman alumbró una realidad que con el tiempo se mostró digna se ser raptada (como prueba el hecho del colapso economicista hacia el que la
totalidad acabó por tender), lo cierto es que el presente nos devuelve una
idea tan poco alentadora, una realidad tan vacua, que solo acudiendo a sus
orígenes, ya sean éstos estéticos más que éticos; podemos albergar la esperanza
de volver a sentir ese deseo de soñar que una vez la
Vieja Europa llegó
a transmitirnos.
Esperemos que mientras la
Europa vieja aguante.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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