Hemos de plantearlo así, como si de un juego se tratara, con
la doble intención de que por un lado cumpla su cometido, que no es otro que el
de poner de manifiesto el que a nuestro entender constituye el núcleo del
problema que actualmente bien podría ser el más importante al que nuestra
sociedad se ha enfrentado en los digamos ¿cuarenta años? Dándose además la
paradoja de que hemos de llevar a cabo el mencionado planteamiento desde una
perspectiva sutil, es decir,
procurando que no duela.
Pero de verdad, al igual que ocurre con el paciente que
enfermo hasta el tuétano de cáncer,
ha de enfrentarse a la paradoja de tener que pedir al especialista que mienta a
sus familiares para que no sufran; la verdad es que en ese caso, al igual que
ocurre con el que hoy nos atañe, yo aplaudo la actitud valiente del paciente
que asume como paso imprescindible para luchar contra su enfermedad, el poder
conocerla en toda su dimensión.
Porque si queremos ser merecedores de cuando menos recuperar
nuestra dignidad, habremos de ser conscientes de lo que hoy por hoy, sin
ambigüedades, sin interpretaciones, y por supuesto sin tamices, viene a
conformar la realidad de lo que constituye España. Así, podremos comprobar cómo
nuestro país tiene ya objetivamente comprometido el total de su PIB. Podremos
tratar de buscar respuesta a preguntas tales como las que hacen referencia a
por qué nuestro Gobierno se jacta en declarar que nuestros tipos de deuda están en parámetros solo conocidos en tiempos de Isabel
II (en lugar de preocuparse de que somos el país de Europa que menos
control tiene sobre su deuda en tanto que ésta se encuentra en manos de inversores extranjeros); Y
tal vez entonces, no como conclusión, sino más bien como corolario, podamos llegar a conclusiones tales como las que algunos
especialistas firman en base a las cuales España se encuentra inexorablemente
inmersa en un bucle de autodestrucción cuyo éxito redunda en la implícita necesidad
de que aquéllos que lo sufren permanezcan ajenos, presos pues de una suerte de
inmolación que hace de su sacrificio, una especie de concesión a deidades
superiores, cuya comprensión como es obvio está al alcance de tan solo, unos
pocos privilegiados.
Comprobamos así, ciertamente sin mucho esfuerzo, hasta qué
punto los parámetros se reproducen. Porque para cualquiera que haya llevado a
cabo una interesada lectura de todo lo expuesto hasta el momento, seguro que no
resulta complicado dar criterio de veracidad a esa imagen que poco a poco se ha
ido abriendo paso a medida que la mencionada lectura se producía, y que acababa
por alumbrar la certeza de que si bien los problemas descritos tienen uno o
varios responsables, los cuales además resultan fácilmente identificables; no
es por otro lado menos cierto que constituiría toda una dejación de funciones,
amén de una verdadera irresponsabilidad, el dejar en tales manos la concesión
plenipotenciaria de la aptitud capaz de provocar el absoluto desmán bajo cuyos
términos hoy por hoy conformamos toda nuestra capacidad de concreción del
fenómeno que llamamos realidad.
Visto lo visto, y no por caer en la tentación facilona que nos proporcionaría el
mirarlo todo desde la perspectiva de una Tragedia
Griega; lo cierto es que sí a la Grecia
Clásica, aunque en este caso por causas conceptualmente diferentes
acudimos, toda vez que desde la panorámica que la misma ofrece podemos llevar a
cabo una aproximación sin duda lo bastante certera a la hora de no tanto
resolver los problemas que inherentemente perturban nuestro hoy; siempre como
digo convencido de que nada nuevo podemos hoy por hoy poner ante el sol.
Incluyendo por supuesto los términos y consideraciones a partir de los cuales
acertar tan siquiera a definir nuestro presente.
Proponemos así como no puede ser de otra manera un ejercicio
de reflexión, cuya premisa fundamental se revela innovadora en tanto que el
sentido de la reflexión no ha de ser exógeno, esto es no ha de ir hacia fuera,
sino que más bien al contrario su foco de intensidad ha de estar conducido
hacia dentro.
Dicho de otra manera, la única manera de acceder a la fuente
de lo que constituye el mayor de nuestros problemas ha de pasar
indiscutiblemente por la redefinición de todos los parámetros que hasta el
momento han servido para tratar de hallar las claves desde cuya comprensión
pormenorizada tratar de inducir una
comprensión del que parece ser el gran
problema.
Y precisamente ahí está la certeza del error, error que por
otra parte no hace sino garantizar el éxito del proceso en si mismo; haciendo
por ende extensivo tal éxito a los que en última instancia se muestran como
diseñadores últimos del proceso en sí mismo. Un éxito inexorablemente ligado a
la necesidad de mantener el foco de atención alejado del que no es sino núcleo
del problema en tanto que tal a
saber, que no es otro que el ciudadano,
individuo en todo caso primero, en torno del cual gira todo.
Justificamos aquí y ahora la concesión líneas arriba hecha
las cuestiones de la Grecia Clásica, para
recordar muy sucintamente las diferencias básicas que a tenor de su grado de
participación en la Res Pública en
Grecia se hacía de los Ciudadanos.
Así, se entendía como Político
a todo aquél que vivía ejerciendo todos y cada uno de los parabienes que venían ligados a tamaño
ejercicio, incluyendo como por otro lado no podía ser de otra manera cualquier
suerte de responsabilidades que ligada a tales actos pudiera venir
implementada.
Por otro lado, se entendía poro Idiota, a aquél que notoria y voluntariamente caía en dejación de funciones para con la tamaña
labor, incidiendo pues, más allá de toda suerte de conclusiones perecederas, en
la gestación del otrora casi eterno vicio; de obligar a la gestación de una suerte, ¿tal vez una casta? de
individuos destinados a ejercer por aquél los derechos, que no cejando en su
capacidad de hacerle cumplir con las obligaciones propias de griego, que le
fueran objeto de ser reconocidas.
La cuestión es por ello clara, y surge clara y distinta. ¿Alguien más tiene la sensación de que nos hemos
vuelto todos Idiotas?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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