Una vez hemos asistido a la a mi entender definitiva
conclusión de un proceso cuyo desarrollo se ha venido ejecutando a lo largo de
los últimos ocho años, y cuyo presunto conocimiento por parte de todos los que
integramos la comunidad ha quedado
soslayado bajo el eficaz paraguas del fenómeno de ocultación hacia el que
definitivamente ha degenerado lo que llamamos crisis; considero adecuado declarar cuando menos inaugurado un
periodo que se extenderá sin duda durante muchos, muchísimos años, y cuya
función principal girará en torno a lograr la correcta implementación de todas
y cada una de las grandes cuestiones que
el presente proyecto ha tenido a bien regalarnos.
Asistimos así, sin visos de resquemor, quién sabe si en realidad
por la mera acción que preconiza la ignorancia; a una suerte de procedimiento a
lo largo de la cual, unas veces en cumplimiento de las pautas del mencionado
procedimiento; y otras por mera acción del paso del tiempo, las nuevas pautas
se muestran ante nosotros en todo su
esplendor, mitificándose incluso, así
como cae la fruta madura, permitiendo intuir, al menos a aquel que se
revela como observador atento; muchas de las pautas tras las que se
desarrollará nuestro futuro. Un futuro cercano, terrible, y que a nadie se le
olvide, se extenderá constituyéndose como nuestro único presente durante muchas calendas.
Porque efectivamente, nos hemos dado de bruces con un nuevo tiempo. Y lo que es peor,
una vez más no hemos sido capaces tan siquiera de intuirlo hasta que sus
síntomas eran evidentes que, más que síntomas, eran en realidad la constatación
palpable de que de nuevo la Historia nos había arrollado.
Porque en definitiva, de eso se trata, de un giro histórico cuya magnitud lleva
implícita la incapacidad de aquéllos que lo sufren, para ser conscientes de la
importancia que de cara al desarrollo de su vida, tales vuelcos promoverán.
Acudimos así pues a la Historia no tanto en busca de
respuestas, cuando sí más bien en pos de los protocolos que nos permitan
elaborar correctamente las preguntas; y en cualquier caso hemos de constatar
una vez más la adecuación de los mismos en tanto que las grandes cuestiones que forman hoy, y formaban entonces parte de la
realidad, no han cambiado tanto. En realidad, no es necesario un esfuerzo
excesivo para constatar cómo los elementos en torno a los que se conducía la
realidad hace por ejemplo, doscientos cincuenta años; no solo no han cambiado
tanto, sino que hoy podemos identificar en nuestra vivencia diaria, aspectos cuyos
antecedentes guardan auténtico correlato hoy en día.
Es por ello que resulta imprescindible acudir una vez más al
vínculo de la perspectiva, para
erigirla ahora ya sí en protagonista ineludible no tanto de la realidad que
conforma nuestro presente, como sí más bien de la concepción que de la misma
tenemos.
La velocidad a la que todo sucede, unida al ímpetu con el
que todo se desarrolla, de lo que somos conscientes solo a posteriori, es decir
una vez los hechos han sucedido, nos llevan a promover una suerte de desidia
que se materializa en el paulatino abandono del que el ciudadano hace gala en
tanto que con ello refuerza la aparente autonomía de aquél que por medio de diversas designaciones, hace
uso del poder de representación con el
que ha sido ungido.
Es así como este proceso degenera en esencia, constatando de
forma explícita esta degeneración en la traición que el representante lleva a
cabo cuando llega a legislar en contra de
los intereses de aquél en cuya representación descansa toda la justificación de
su poder, cerrando con ello el círculo de la alienación a la que el ciudadano se condenó, muchas veces, de forma
consciente e incluso voluntaria.
Porque…¿Dónde ponemos el origen de semejante drama? Pues
única y sencillamente en el instante preciso en el que el ciudadano vio con buenos ojos el procedimiento que
sus dignatarios le ofrecieron, en base al cual el acto de votar se convertía en
una farsa toda vez que con el mismo el ciudadano no cedía su voluntad, sino las
capacidades de las que la mencionada es correlato; pervirtiendo con ello de
manera explícita y flagrante todos y cada uno de los condicionantes que avalan
ética y moralmente todo este juego; y sin cuya comprensión tanto modal y formal, el presente sistema bajo cuya aparente
protección vivimos no solo se desmorona, sino que hace casi recomendable tal
demolición; originando con ello la paradoja de convertirnos en casi
irresponsables a todos aquéllos que a estas alturas no hayan, o no hayamos,
tomado parte activa en ese proceso de demolición.
Escenificamos con ello un proceso para el que de nuevo, no
estamos preparados. Un proceso de tal calado que necesita, de manera eficiente,
que tal incomprensión se convierta en algo primero evidente, que luego se
elevará a casi mítico. Así, antes de
que la presente generación pase, las causas de lo que nos ha traído hasta aquí
habrán sido unas veces soslayadas, y en el mejor de los casos olvidadas,
ayudando con ello a crear un poso que rápidamente evolucionará hacia lo mitológico, encerrando de forma
eficaz a todos los que traten de averiguar algo en una niebla tenebrosa que acabará, como hiciera con Ulises, arrojando
condenando a su navío a encallar en costas desconocidas, habiendo de luchar
incluso en pos de defender su vida, con demonios y dioses de toda suerte
desconocidos.
De esta manera, habremos incuestionablemente de acudir a la
Historia para desempolvar muchos de los procedimientos que como decimos en su
momento explicaron la realidad, a la vez que sirvieron para identificar a sus
protagonistas.
Nadie dijo que hubiera de ser fácil. En cualquier caso,
ellos contaban con la motivación de saber que pisaban territorio virgen. Nosotros no disponemos ni siquiera de
tal amparo ya que nos reconocemos en muchos de los fósiles que por el camino
nos encontramos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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