Semejante afirmación, taxativa donde las haya, procede de
haber sometido a la realidad de la que más o menos todos somos partícipes, a un
largo a la vez que minucioso proceso de revisión fundamentado en la cada vez
más evidente constatación de que no solo no
estamos bien, sino que nada parece asegurarnos que a la larga, podamos llegar a
estarlo.
Desarrollando un protocolo reduccionista, o sea proceder a
partir de la consideración lógica de que abarcar grandes aspectos de manera
integral, si bien aporta grandeza de perspectiva, a menudo lleva al inevitable
colapso tanto del desarrollo, como de la posterior emisión de conclusiones; es por
lo que nos planteamos como acertado revisar el escenario actual desde la visión
del conocimiento que los hechos particulares nos aportan.
Desde tal menester, comprobamos cómo, de entrada, al igual
que le ocurre a una madre primeriza que, obviamente asustada, corre a urgencias ante el primer conato de calenturas que experimenta su bebé, así
nosotros somos igualmente incapaces no solo de interpretar los síntomas, consolidando si cabe la gravedad del
error al confundir éstos, con las verdaderas causas.
Porque ahí y definitivamente ahí se ubica una de las
consideraciones más importantes a las que hay que prestar atención a la hora de
enfrentarnos con un mínimo de rigor al grave estado de las cosas en el que se
halla inmersa nuestra realidad. Un grave
estado de las cosas el cual, para el que si bien resulta obvio estamos
incapacitados para evaluar correctamente; no es menos obvio manifiesta su
intensidad a partir de la comprensión de la intensidad de por ejemplo los
discursos que está originando, y que incrementa si cabe dicha convicción a
partir de la concreción de las medidas (muchas de ellas de carácter
irreversible) a las que está dando paso.
La Sociedad está enferma, y lo que es peor una detenida
observación de los parámetros que en apariencia la conforman, pone de
manifiesto la terrible convicción de que los individuos que la componemos, lo
estamos igualmente, incluso en mayor medida.
A tamaña conclusión se llega no solo analizando las formas
de proceder y por ende las consecuencias que éstas tienen cuando comprobamos
los efectos que sobre nosotros tienen las medidas que en este caso corresponde
tomar a los que se identifican como nuestros representantes; sino que más bien
se ponen de manifiesto cuando no sin cierto sonrojo comprobamos la apatía con
la que reaccionamos, o más bien no lo hacemos, cuando comprobamos una y otra
vez hasta qué punto el resultado de tales medidas resulta estéril para nosotros
en el mejor de los casos, o abiertamente se muestra como otro generador de problemas de primer nivel, que
se incrusta en nuestra realidad, pasando a formar parte casi de nuestro genoma social.
Echando la vista atrás, y por qué no, devolviendo al Tiempo
su carácter estructural, cuando no abiertamente esencial; comprobamos con
desolación, o a lo sumo con cierto pasmo
entrañable, que ya son más de siete los años que hemos ¿vivido o perdido? entrañablemente sujetos por este férreo elemento de control disciplinario en
el que se ha terminado por convertir la Denominación
de Origen CRISIS DE ESPAÑA. Si nos damos cuenta, o mejor, si estamos
dispuestos a aceptar las conclusiones que de tal proceder puedan extraerse,
acabaremos más pronto que tarde conciliándonos con esa observación en base a la
cual todo lo que ha venido ocurriendo en los últimos siete años, estaba no
vinculado, sino directamente motivado por la Crisis.
Así, el hecho de que estemos gobernados por un grupo de
desmadejados propensos no solo a la conducta incompetente, lo cual les faculta
no tanto para errar, sino para hacer del error la premisa de un razonamiento
cuyas conclusiones abarcan desde las corruptelas, hasta la desidia y el
abandono en el mejor de los escenarios; ha terminado por conducirnos a un
escenario en el que la apatía y la defección son los elementos preponderantes,
los cuales acaban por generar un conciliábulo cuya complejidad, observada ésta
a todos los efectos, me lleva a resistirme a todos los efectos a la hora de tragar con esa teoría según la cual todo parece ser consecuencia de una larga y
a la sazón disparatada cadena de desgraciados acontecimientos.
En definitiva, no solo me
desapunto de la teoría de la concatenación
de sucesos. Aquí y ahora, manifiesto abiertamente mi convicción de que en
realidad, esta larga travesía del
desierto en la que han convertido lo que en el peor de los casos nunca
debió dejar de ser un mero y a menudo
tranquilo “vivir”, responde por medio de la consagración del proceso causa-efecto al desarrollo pormenorizado
de las consecuencias a las que nos ha conducido la implementación de un plan
perfectamente urdido, cuya génesis sin duda ha de buscarse en el fondo de
alguna reunión celebrada sin duda hace bastante
tiempo, siendo imprescindible desarrollar un contumaz esfuerzo a la hora de
inferir la legitimidad de las personas que integraban el catálogo de dicha reunión.
Volviendo sobre la esencia de la génesis de la presente
reflexión, resumida en, a saber, la predisposición para la superficialidad,
cuando no para el simplismo, desde la que asumimos la indolencia de ciertos
procederes, y por ende de las consecuencias que les son propias; hemos de
reiterar la dolorosa manifestación que de la constatación de tamaña afirmación
extraemos cuando observamos, por ejemplo, lo poco que dura en la pupila de la sociedad, el efecto logrado
por ciertas manifestaciones desarrolladas desde esa misma sociedad, cuyo
forzado olvido es imprescindible para la supervivencia de los modelos que han
hecho presa en ella, esclavizándola.
Fruto directo de esta reflexión, el fenómeno del 15M, se génesis, desarrollo, capacidad de
implantación; y por supuesto las consecuencias a las que ha dado lugar incluso
después de su supuesta desaparición, despiertan en quien desde aquí les habla
una forma de admiración que necesariamente ha de ser reconocida.
Atendiendo sin más a su proceso de gestación, y devaluando
de origen la tesis según la cual la mera
sensación de hastío es suficiente para dar lugar a tamaño movimiento; me
descubro una vez más, y no me duele prenda, ante quienes fueron capaces de dar
lecciones en muchos campos al organizar de manera sin duda tan productiva, a un fenómeno social que veía la luz en un momento
y en un lugar en el que cualquier atisbo de efecto
social era directamente narcotizado,
para posteriormente ser erradicado.
Quien dude de lo acertado de mis afirmaciones, puede
consultar los datos que a efectos existen en relación a la evolución que los movimientos sociales venían
experimentando en España desde mediados de los noventa. Sin perdernos en los
mismos, consagraremos la evolución de nuestro desarrollo a la objetiva
observación del cómo tales movimientos estaban condenados prácticamente a la desaparición. La
conclusión evidente, y por ende inequívoca, la constatación palmaria de que el
objetivo de los ardides puestos en marcha en pos de exterminar todo intento que proceda del Pueblo destinado a ganar su
libertad por medio del desarrollo de acciones legítimas; ha de ser cortado de
raíz, reforzando con ello su sentido de dependencia respecto de unas
Instituciones que, lejos de representarlo, constituyen hoy por hoy el mayor
refugio (quién sabe si la
“Cueva de Alí-Babá”.” El resto, lo dejo a vuestra interpretación.
Fruto de todo, y como corolario directo (ha de ser un
corolario ya que cualquier otra forma de conclusión supondría implementar una
imposición, dando al traste con la naturaleza del razonamiento); nos lleva a
vertebrar las consecuencias que en su momento tubo la mera consideración de
que, efectivamente, el Movimiento,
acabase por conformarse en “opción política.”
Para los desmemoriados, tal vez los únicos verdaderamente inocentes en toda esta
historia, convendría recordar las reacciones que ya por entonces
practicaron los que hoy han comenzado a
encender las hogueras.
De “meros iluminados”, propensos a los “sueños
irrealizables”, tildaban éstos a aquéllos, a saber a los nuevos representantes del Pueblo. Y no lo hacían porque les
importase más que un comino el que las pretensiones fueran excesivas, ni micho
menos porque supieran que los procedimientos imprescindibles para tamaña
conclusión fueran inaccesibles (en muchos casos porque la Ley que regula tales
consideraciones, Ley que ellos controlan no debemos olvidarlo; traduce en
irrealizables muchas de tales pretensiones.) Lo que hemos de entender detrás de
tales pretensiones es la convicción de que detrás de la consecución de las
mismas bien puede esconderse el fin de su, por ejemplo status. O dicho de otra manera el fin de la hegemonía de la clase
dirigente que actualmente adopta la forma de Clase Gobernante. Bonito eufemismo detrás del que no se esconde
sino una suerte de casta dominante
dispuesta (como todas lo han estado a lo largo de la Historia) a desarrollar
cuantas acciones sean necesarias en pos de garantizar su supervivencia. Supervivencia
que va ligada, inexorablemente, al mantenimiento cuando no refuerzo de las
tesis de la ficción que se esconde detrás del fenómeno del bipartidismo.
Al final, todas las piezas encajan. Y lo peor es que lo
hacen sin el menor esfuerzo. ¿Conlleva tal cosa suponer que es éste el único
escenario posible? El tiempo, y los sacrificios que en el transcurso del mismo
estemos dispuestos a implementar nos darán la respuesta.
Yo, mientras tanto, pienso disfrutar el camino.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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