Superada la etapa de la desolación, inmersos ahora en la de
la sorpresa; lo cierto es que solo desde el sonrojo que produce la olvidada
satisfacción que proporciona el tan
castellano proceder de la vergüenza ajena, es desde donde podemos comenzar
no ya tanto a entender, como sí a lo sumo intuir, el desvarío en el que a estas
alturas parecen haberse abandonado muchos de los que hasta hace algún tiempo,
se decían firmes defensores de la sagrada
profesión periodística.
Mas basta aplicar una mínima capa de ese limpiador multiusos conocido como cinismo aplicado a la capacidad crítica,
para ver cómo de los lugares y por qué no, en las personas en las que otrora
pensamos hallaríamos modelos de pensamiento dignos incluso de las más
importantes Escuelas de Pensamiento
Griegas, no se esconden sino parásitos, cuando no estómagos agradecidos, perfectamente competentes para caracterizar
ese inolvidable género que queda englobado en lo que una vez se dio en llamar Sepulcros Encalados.
Valorado aunque sea someramente el actual estado de las cosas, en proceder erróneo
caería quien piense que entre la voluntad del que esto escribe se encuentra el
librar de culpa a uno solo de cuantos hoy por hoy se han erigido, o de cómo tal
han quedado demostrados; firmes causantes del mayor deterioro que ha sufrido la
Democracia desde su restauración. No hace falta ser muy inteligente, ni por
supuesto resulta imprescindible gozar de alguna predisposición especial, no ya para intuir, como sí más bien e
incluso para constatar, el manifiesto estado de colapso hacia el que ahora ya
sí de manera aparentemente irreversible camina no ya solo nuestro modelo, como
sí más bien la totalidad de la Sociedad a la que el mismo decía representar.
Así que, como pauta de un modelo cargado de lo aplastante que a menudo puede resultar La Lógica, nos
bastamos cuando no nos sobramos nosotros
solitos para, poco a poco al principio, terminando por alcanzar luego velocidad de crucero, comprender por
supuesto a base de constatación, la existencia de esa otra forma de corrupción
por ladina más mezquina, que se esconde no tanto en el ejercicio de aquéllos
que la practican, sino más bien en la lengua
viperina de quienes al menos hace algún tiempo tenían atribuida la labor de
contarlo.
“Una Prensa sana es garantía de una Democracia fuerte”. Si
eso fue alguna vez cierto, lo mejor que podemos decir hoy es que la nuestra
está para ingresar en la UCI.
Si alguien se pregunta por las causas que han redundado en
el actual estado de las cosas, le diremos que, obviamente, no es que no se
resume en una, de hecho ni siquiera en unas pocas, el cúmulo de cosas que
perfectamente alineadas cada una con el
momento histórico en el que se encontraban encuadradas, terminaban por
componer cuando no por dar forma, al momento histórico al que no lo olvidemos
“correspondían”.
Porque pocas son las situaciones, por no decir ninguna, que
ocurren porque sí, ni por supuesto
situaciones que se desarrollan atendiendo a cúmulos de circunstancias que
emergen de manera aparentemente aisladas
si no casuales, terminan por convertirse en protagonistas de un solo hecho
digno de ser tomado en consideración. Atendiendo pues a ese estado de las cosas, muchas y diversas
han debido de ser las circunstancias que han terminado por poner de manifiesto
la seriedad del que en este caso interpretaremos como actual estado de las cosas. Un estado en el que la materia se confunde con la forma, un
estado en el que lo contingente se erige
en notorio sobre lo necesario, en
definitiva un mundo en el que no se trata ya de que hayamos perdido las
consideraciones morales, es que la tenencia pública de las mismas se castiga
con la chanza y la bravuconería.
Asistimos así pues en muy recientes fechas a un caso
concreto que, con nombres y apellidos, ambos de profunda raigambre en lo
mentado, no vienen sino a poner de manifiesto lo evidente no tanto de la
existencia del problema, como sí más bien de la intensidad con la que el mismo
se da por todos los lugares, por inhóspitos que éstos sean, por alejados que
los mismos se encuentren.
Mas en este caso una peculiaridad irrumpe revolucionando lo
que en cualquier otro caso hubiera monopolizado tanto la forma como el espíritu
del que podríamos haber llamado fenómeno
propio de la
corrupción. En este caso el sujeto que es activo del
fenómeno corrupto, como el que a título pasivo se convierte en receptor del
mismo, coinciden.
De esta manera, cuando un medio abandona el que no lo
olvidemos ya suponía un proceder al menos en lo formal, ilícito, cual era el de
deberse a una determinada Línea Editorial
para; de manera además de ilícita, repugnante, dar el último paso en forma
de un dramático sucumbir ante las presiones de los que hoy por hoy se erigen
como los tenedores últimos de su deuda real, en otras palabras, de los que
objetivamente pueden ser identificados como sus legítimos acreedores, es cuando sin el menor género de dudas
podemos decir que la Democracia, al menos en la versión romántica que todos
recordábamos, ha muerto.
Para los que una vez más se empecinen en jugar al disimulo,
último vestigio de la más bochornosa de las excusas; les diremos que la
Democracia no ha muerto de repente; tampoco podremos decirles que ha muerto de
manera indolora. Su muerte ha sido, sin duda, un suplicio. Un suplicio que se
ha extendido a lo largo y ancho del proceder del Género Humano de los últimos
cuarenta años. Un suplicio que en las dos últimas décadas alcanzó su máximo
esplendor. Un suplicio que como en todos los demás casos, comenzó en una única
y primera manzana infectada que por contacto, acabó por echar a perder el cesto
entero.
Y en el centro de toda la polémica, la mal llamada Línea Editorial. Como en un cáncer con
metástasis, una primera célula que por mutación fallida se erige en disposición
errónea, deja de cumplir la función para la que en un principio estaba
concebida y, no contenta con ello, se erige en manifiesto detrimento del resto
del organismo del que en buena lógica parecía proceder.
Empiezan así las copias, y por ende el mal que, lejos de
corregirse, se extiende inaugurando un proceso ahora ya sí, imparable; primero
por irreconocible, luego por inabordable.
Y en medio de todo esto, la perfidia de un mimetismo que nos
lleva a confundir el fondo con la
forma. Un mimetismo que alcanza su máximo grado de
exponente cuando somos testigos del grado de identificación que hay entre la
Prensa y la Política; entre los políticos y los periodistas. Un mimetismo que
se erige directamente en insoportable desde el momento en el que queda
definitivamente desvelada en esa nueva forma de actuar que son las tertulias, lugares en los que a base de
practicar el mal llamado todo vale, malos
políticos juegan a periodistas tratando de promover las formas determinadas
mediante las que la sociedad ha de dirigirse a ellos; a la vez que periodistas
frustrados se empecinan haciendo votos destinados a erigirse ellos en
protagonistas de una noticia de la que en todo caso, de estar en un país serio,
jamás se hablaría.
Sea como fuere, lo cierto es que el serial toca a su fin. El
experimento, no por fallido ni por fracasado, sino más bien por excesivamente
satisfactorio, ha de finalizar toda vez que de perseverar en el mismo, podría
dar lugar a la triste paradoja de que unos y otros murieran de éxito en el caso de que se alcanzara la fase más severa
de la enfermedad, no sin olvidarnos de los diversos estados intermedios de la misma a lo largo de los cuales, como es
sabido, se van paulatinamente alcanzando estados que pasan por los conocidos de
neurosis, etc.
Con todo y con ello, los dados están echados. Estando como
estamos en lo que podríamos denominar estado
previo a la precampaña electoral, es suficiente un ligero vistazo no tanto
a los sucesos por todos conocidos, como sí más bien a las distintas maneras que
de tratar los mismos son elegidas por todos y cada uno de los que
verdaderamente entran en lid, para comprender hasta qué punto unos y otros se
juegan mucho porque, en el colmo de la desazón, resulta difícil decir a ciencia
cierta quién gana más, o quién puede incluso perderlo todo, a raíz de los
diversos posicionamientos que no ya de manera no oculta cuando sí más bien de
manera manifiestamente descarada, se adoptan de cara a promover o exiliar, a unos y a otros.
Y como siempre, al final, el ciudadano como último receptor,
como filtro pero… ¿Estamos verdaderamente capacitados para diferenciar lo que
se nos ofrece?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario