O tal y como creen algunos, directores de campaña y responsables de campañas publicitarias entre otros; de todo proceder destinado a
aprovecharse de la buena disposición desde la que al menos en principio, la
mayoría partimos cuando nos enfrentamos a asuntos de aparente calado como en
principio parecía ser escribir la carta a SS.MM los Reyes Magos de Oriente; o
lo que para el caso viene a ser lo mismo, esperar que alguien dedicado a lo que
se ha dado en llamar la carrera política
profesional, llegue a considerar como si tan siquiera una opción el tener
que cumplir cuando menos una de las promesas que tuvo a bien llevar a cabo a lo
largo de lo que fue el discurrir de la campaña electoral en sí misma.
Una vez que la prudencia y la prescripción de un facultativo
se han traducido en el fenómeno por el cual he decidido no achacar mi mala
conciencia a sucesos respecto de los que no hayan trascurrido al menos 48 horas,
es cuando a estas horas empiezo a ver con toda nitidez el cúmulo no tanto ya de
circunstancias, cuando sí más bien de interpretaciones, a partir de las cuales
comprender no tanto las conclusiones, como sí más bien lo que podríamos llamar compendio de antecedentes, a partir de
los cuales no tanto fue llevado a cabo como
sí más bien fue pergeñado la suerte
de experimento social hacia lo que ha
terminado por evolucionar el suceso
televisivo al que de forma netamente malévola y por supuesto nada
accidental, ha terminado por conducirnos el espectáculo al que el pasado día
siete de diciembre, fuimos condenados.
En otra muestra más de cinismo
prosaico. En algo que solo puede considerarse desde la óptica de una
sociedad realmente enferma en tanto que proclive a la conducta morbosa; alguien
de quien sinceramente espero no llegar a tener noticias nunca, decidió,
apoyándose para ello en razonamientos y argumentos que seguramente solo él
compartía, que las evidencias procedentes del estudio y constatación de los
fenómenos históricos y su implementación sobre los hombres (algo que dicho así
puede sonar tremendo, pero que una
vez desmenuzado se resume en la tesis según la cual, cuando algo ha ocurrido siempre de una determinada manera, la
constatación de sus premisas iniciales puede llevarnos a la sospecha de que
seremos capaces de anticipar sus consecuencias, sin que para ello hayamos de
repetir una y mil veces el experimento;) tenía que ser en realidad obviado.
Dicho de otro modo, algo o alguien, o por ser más justo
seguramente la incidencia no casual de varios
algos, confabulados desde la absoluta falta de lealtad de numerosos alguienes; decidieron el
pasado lunes que decenios de insatisfacción
política, más de dos centurias de insatisfacción democrática y lo que es
peor, una absoluta inexistencia constatada en el hacer de la eternidad; de
compromiso por parte de los que se hacen llamar activos políticos; iban curiosamente ha ser olvidados en el
transcurso de esa precisa noche, precisamente para que un preciso grupo de
señores, precisamente, hicieran todo lo preciso para que la Historia no
detraiga su tributo.
Pero si alguna virtud puede atribuírsele a la Historia ésta
es, precisamente, la
contumacia. Y por ello ni podemos ni por supuesto debemos
sentirnos defraudados precisamente porque la llamada cita histórica acabara, efectivamente, desarrollándose por los
cauces por los que la
mentada Historia exige que todo lo que en realidad no es
sobrevenido, acabe por discurrir.
De tal manera que a nadie debería extrañarle el constatar cómo
el que efectivamente ha sido el programa
más visto del año en televisión, según marcadores objetivos, puede en realidad
acabar convirtiéndose, aplicando en este caso varemos netamente subjetivos, en
la apuesta menos rentable de la historia.
Porque llegados a estas alturas, ¿cuántas personas apuestan sinceramente el sentido de su
voto a las sensaciones que del
mencionado debate se desprenden? Dicho de otra manera. En un país con más de
cuatro millones de parados, con la Deuda Pública afectando al más del 100% del PIB.
Con un Gobierno que no solo ha demostrado su manifiesta incompetencia para
resolver los problemas de los españoles, sino que más bien al contrario, se ha
mostrado ducho en avalar la perseverancia de los tales problemas en un menester
que sin duda va a mantenerse durante cuando poco, más de un decenio. En tales
circunstancias, de verdad, en tales circunstancias. ¿De verdad alguien va a
decidir el sentido de su voto en función de las emociones que desprenda tal o cual candidato?
Cierto es que analizar a priori (o sea, sin fundamento
práctico) el sentido de las emociones de los más de siete millones de
telespectadores que presenciaron el mencionado; constituye para mí una obra por
faraónica, inviable.
Sin embargo no es menos cierto que a posteriori, y sobre
todo teniendo en cuenta que el volumen de variables a manejar resulta
sustancialmente más reducido; que bien podría aventurarme a especular sobre el
cúmulo de naderías primero, y francas sandeces después, sobre el que pivotó la percepción que en este
caso ha de serles atribuida a quienes en este caso se presentaron e
identificaron como los protagonistas. Protagonistas,
no lo olvidemos, en tanto que candidatos que formalmente optan a ser
Presidentes del Gobierno de España.
Aunque si bien esto último no es del todo cierto, pues la Sra. Sáenz de
Santamaría se siente cómoda en su segundo lugar, dejando cumplida
constancia de semejante tranquilidad desde el primer minuto; si hay una duda
que a mí personalmente me atribula es la que pasa precisamente por no poder
comprender cómo esa misma tranquilidad pudo verse mantenida hasta el instante
final por una persona que, no lo olvidemos, se ha mantenido firme en su puesto
en el Congreso de los Diputados ejerciendo de Vicepresidenta de un Gobierno que
se apoya en la mayoría absoluta que le ha proporcionado el que está por
demostrarse y todas las circunstancias parecen indicarnos se trata de el partido político más afectado por la
corrupción, de toda la Historia de España tal y como parece avalar el hecho
según el cual el mismísimo Duque de Lerma podría haber tomado apuntes. ¿Os imagináis el contenido del próximo Curso de la
Universidad de Verano financiado por FAES?
Pues de nada sirvió tal hecho. Y no se trata de una
percepción subjetiva como se deriva del hecho de que algunos Medios la dan como virtual vencedora del
debate.
Hemos empezado por la
Derecha, y por ello, o más bien por
seguir el orden. ¿Qué decir del papelón
del Sr. Rivera? ¡Dios mío cuanto puede echarse en falta la presencia de un
atril tras el cual esconder tus miserias cuando no sabes qué hacer con tu
existencia corpórea¡ Porque tal fue la sensación que a mi entender se derivó de
la larga e inconexa suerte de
imprecisiones que logró engarzar el sin duda a estas alturas ya
manifiestamente debilitado líder de Ciudadanos.
Sr. Rivera, a un debate, si se va, se va preparado; de lo contrario se
corre el riesgo de ver cómo tus vergüenzas quedan al descubierto, o en el peor
de los casos, la falta de humildad vagamente intuida puede verse elevada a
rango de certeza, con los efectos que podemos llegar a imaginar.
Efectos de chulería y
prepotencia, de arrogancia en una palabra, como los que en todo momento no
ya condujeron sino evidentemente presidieron el antes, el durante y qué duda
cabe, el después, del escenario a efectos consolidado por el Sr. Pablo
Iglesias. Porque si a alguien le puede quedar la menor duda de lo absolutamente
imposible que resulta encontrar un viso de realidad mundana en éstos
esperpénticos fenómenos mediáticos (léase indistintamente como tal bien el
programa resultante, bien el personaje, a la sazón no menos resultante, en este caso de la mal
llamada telegenia) la aptitud del Sr. Iglesias, argumentada
absolutamente desde su proceder, culminó en poner fin de manera solvente a tal
duda. Así no habrá leído a Kant tal y como él mismo “confesó.” Mas me atrevo a
decir que otros filósofos alemanes, tales como por ejemplo el mismísimo F.
Nietzsche, bien podrían estar orgullosos pues no todos los días tenemos la fortuna
de contemplar a alguien que se mueve como si verdaderamente sintiera que se
halla “Más allá del bien y del mal.”
Aunque si la arrogancia no como virtud, cuando sí más bien
como ausencia de humildad es mala. ¿Qué decir de la humildad impostada? Porque impostada, como su sonrisa propia más
bien de un modelo acostumbrado a protagonizar la sesión de fotos que preside la
contraportada de cualquier dominical de
prensa más que a figurar en los carteles que piden apoyo para dormir en el
Palacio de la Moncloa, resultó ser la que desparramó
un Pedro Sánchez más preocupado de convencerse a sí mismo de la
inexistencia de sus múltiples carencias, carencias que a estas alturas ya no le
son desconocidas a nadie, y menos a él. El resultado, tal y como podéis
imaginaros: Han pasado casi cuarenta y ocho horas y todavía anda por los pasillos entonando un
quejumbroso: “pero en el fondo ¿no estuvo mal, verdad?
En definitiva, y por si llegados a este aquí a alguien no le
ha quedado lo suficientemente claro, mi posición al respecto del debate no pasa
por cuestionar es éste bueno o no, si es conveniente o inconveniente. Más bien,
sinceramente, mi certeza apuesta por poner de manifiesto el grado de ofensa que
en mí converge cuando acierto vagamente a hacerme una idea del grado de
estulticia que al votante español le atribuyen todos los que pergeñan
espectáculos zafios y más propios de corralas
como el que el pasado lunes contribuyó
a poner en fuga al que suponía último vestigio de conducta responsable para
con una cita electoral que en este país quedaba. Lo que me lleva a pensar:
¿Acaso no sería precisamente tal cosa lo que desde el primer momento fue con
tanta ansia buscado?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario