jueves, 7 de julio de 2016

DE EL HOMBRE COMO MEDIATRIZ.

Convencidos ciertamente de la capacidad de sanación que el Tiempo en sí mismo posee, de la cual sobradas muestras se han dado, retomamos el que bien podría ser un tiempo nuevo, entendido como tal el que resulta propio de conciliar los deseos respecto de lo que la realidad ha deparado, usando como elemento determinante nada más, o nada menos, que los resultados que la cita electoral del pasado 26 J ha tenido a bien depararnos.

Es así que atendiendo más a la interpretación que a la lectura objetiva de los mencionados datos, que extraemos una serie de consecuencias la mayoría de las cuales, una vez sometidas a la luz de la Razón, lejos de enfrentarnos con un escenario diferenciador, tal y como cabría esperar si reducimos a lo fenotípico la fuente de nuestro proceder; acaba por arrojar una suerte de paralelismo en el que no resulta complicado hallar un síntoma de uniformidad, lo que viene a poner de manifiesto una vez más la importancia de proceder desde o a partir de lo esencial o sea, desde lo genotípico.

Es por eso que de la lectura no tanto de los datos, sino más bien de las sorpresas que éstos han venido a deparar, es de donde extraemos la certeza que nos lleva a superar la contingencia del hecho, para deparar en la necesidad de análisis que requiere no tanto el comprender los datos a posteriori, una vez han conformado mayorías; como sí más bien  a priori, o sea cuando todavía se dirimen en ellos connotaciones ya sean éstas de carácter ideológico o conceptual.
Resulta así el mejor escenario, el propio en el que aún cabe disponer, más que analizar, los preceptos a partir de los cuales llegar a concebir los que acabarán por erigirse en conceptos supuestamente llamados a nutrir lo que para unos serán listas de deseos, en lo que otros inferirán Programas Electorales.
De un modo u otro, lo que faculta la redacción del presente no es sino la constatación de lo que unos han llamado revuelo, otros lo resumiremos en sorpresa, tanto lo uno como lo otro delimita lo que objetivamente podemos considerar fiasco de PODEMOS no tanto por haber fracasado, como sí más bien por haberse quedado muy lejos de los sin duda magníficos resultados que la lectura de la Realidad hacía presagiar.

Renunciando a la fría cuantificación, dada a lo sumo a poner de manifiesto lo que por objetivo es sujeto de refrenda; que apostamos más bien por lo que resulta ajeno a la mesura, usado el concepto no como elemento de moderación, sino simplemente como determinación de lo cuantificable, a lo que llama la condición de concreción propia del sustantivo.
Centrada pues nuestra apuesta en las tenebrosas aguas de la abstracción, es desde donde elegimos iniciar el análisis del mal llamado fracaso de la nueva formación a partir de las emociones que nos proporciona la primera impresión de las caras de personajes tales como el Sr. Echenique y por supuesto el Sr. Errejón, una vez conocidos los resultados que habrían de ser propuestos para su definitiva elevación a definitivos.

Hablamos de ese sentimiento de frustración al que el Sr. Iglesias acudió cuando en resumidas cuentas, trataba de explicar a los demás algo que ni tan siquiera para él resultaba no tanto comprensible, como ni siquiera digno de explicación.
Porque la constatación de la derrota, lejos de aceptable, redundaba poco a poco en una suerte de concepciones cuya mera aparición chocaba de plano no tanto con la hasta ese momento ni siquiera planteada posibilidad según la cual perder era posible; sino que de madurar, la búsqueda de las causas de la derrota podía degenerar en una suerte de perjurio que de triunfar bien podría poner en serio peligro los pilares de una macroestructura que hasta este momento se había hecho grande a base, precisamente, de negar la existencia e incluso la necesidad de dichos pilares.

Porque a medida que el discurso que el Sr. Iglesias libra en pos no tanto de encontrar las causas de los que repito son como mucho unos resultados decepcionantes no en tanto que tal, sino una vez que han sido sometidos al juicio de la comparación respecto de las expectativas creadas; se convierte en un discurso comprensible en tanto que comenzamos  a descubrir en el mismo aspectos comunes con otros discursos que, ya fueran o no escritos para matizar una derrota esconden en cualquier caso la herrumbre propia del pasado, es cuando el Sr. Iglesias, y con él su criatura, a saber, PODEMOS, se muestran ante nosotros como lo que siempre fueron, en el fondo, un modo de reacción.

Así que cuando el Sr. Iglesias parece devanarse el cerebro buscando no tanto culpables, sino más bien la forma que ha adoptado la culpa en sí misma, pues cualquier valoración no esencial resulta para él insuficiente en tanto que el mensaje de PODEMOS resultaba tan atractivo que era imposible no resultar impactado por el mismo en tanto que era de carácter esencial; que termina por renunciar al autoanálisis, cayendo en la complacencia de buscar en el exterior los requerimientos que inexorablemente se encuentran formando parte del interior, de lo esencial, de lo genético si se desea.

Es entonces cuando el reflejo de intolerancia del que adolece el Sr. Iglesias, intolerancia que se tornan en indolencia en  muchos de los que más que conformar, vienen a secundar de manera más o menos conscientes las consignas que amparado en el seno de la misma, éste promueve; adquiere su rango máximo al venir a poner de relevancia la que es sin duda la madre de todas las contradicciones de las muchas que confluyen en PODEMOS, y que en este caso se pone de manifiesto al generar tal grado de colapso que conduce a los líderes no tanto a no poder, sino a no llegar si quiera a considerar, que pueden estar equivocados.

Así, cuanto mayor es la intensidad de los esfuerzos que el Sr. Iglesias pone en práctica para equiparar los datos que sus expectativas le proporcionaban en relación a los verdaderamente obtenidos, mayor es la grieta que entre él y esa realidad se forma. En cuanto a la causa, en el instante fue evidente, y el paso del tiempo la ha vuelto una obviedad: la que pasa por aceptar que una cosa es la fuerza percibida, y otra la recibida.

Iglesias y sus seguidores se muestran desde el 26 J no tanto decepcionados, como sí más bien altamente irascibles. La causa, evidente: No pueden entender por qué el electorado no ratificó por medio de su voto las bonanzas de su programa. ¿Acaso la gente es imbécil? Así parece deducirse del tratamiento de un proceso en el que la gente, lejos de promover el ascenso a los cielos de aquellos llamados a recuperar la Justicia Social, proveyendo de pan al hambriento; ha vuelto a apostar por las fuerzas que en principio se muestran como las que por medio de sus políticas arrebataron al pobre su pan… ¡Y todo ello desde el desazonador contexto de la corrupción como fuente de horizonte!

Un aviso para quienes llegados a este punto piensen que hoy nos estamos liando más que de costumbre. Incluso más que un aviso, una certeza: Hace rato que expusimos la que se erige en tesis central de la reflexión, la cual sirve para responder a las preguntas que seguro todavía a estas horas, el Sr. Iglesias se sigue haciendo. ¡Y para colmo de males, la misma no procede de un desarrollo nuevo e innovador, estuvo siempre en la Historia!

Constituye el Hombre la medida de todas las cosas. Cuando te enfrentas a algo nuevo, debes hacerlo partiendo del lugar exacto de la Historia al que la consideración de tamaña consigna te conduce cuando la analizas desde la perspectiva proporcionada por le hecho en cuestión. ¡Vamos a tomar el Cielo al asalto! Rezó una de las consignas más aclamadas. El Cielo es el Infinito, y el Hombre es la mediatriz que separa en dos la distancia que asemeja al cero, con el propio infinito.

Y es precisamente de la lectura de “El cero y el infinito”, increíble obra en la que Arthur KOESTLER pone de manifiesto la que está llamada a ser la enésima aberración desde la que el Hombre se relaciona con el Hombre; de donde extraemos una cuestión lapidaria: “Nosotros os traíamos la Verdad, y en nuestra boca sonaba como mentira. Os hemos traído la Libertad, y en nuestras manos se parece a un látigo. Os hemos traído la verdadera Vida, y allí donde se eleva nuestra voz los árboles se desecan, oyéndose crujir las hojas muertas. Os hemos traído la promesa de porvenir, pero nuestra lengua tartamudea y se traba…”

Llegados a este punto no soy capaz de decir qué resulta más dolorosos, si que el grado de alienación general sea tan grande que nos hace incapaces no ya de identificar la fuente donde se encuentra el agua destinada a saciar la sed que nos embarga; o  que su triunfo es absoluto, tanto o más cuando  nos incapacita para ser a lo sumo capaces de saber que tenesmo sed.

En cualquier caso, Sr. Iglesias, su castigo no será menor. Su penitencia, la de saber que pese a toda su formación, ésta no le ha servido para saber que, digan lo que digan, si no todo, sí la mayoría de las cosas siempre estuvo en los libros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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