jueves, 16 de junio de 2011

DEL MAYOR ARDID DEL DEMONIO, LA JUSTIFICACIÓN DE LA IGNORANCIA HUMANA.


Para pleno conocimiento y posterior cumplimiento del Común:

Mirad vosotros que yo, Nicolás Eymerich, Inquisidor Mayor de Aragón, de Rango Múltiple en tanto que así reconocido por su Excelencia el Sumo Pontífice de Roma; vengo de nuevo, a poner de manifiesto algunas de aquellas cosas que, si bien ya han sido comentadas y reseñadas en las incontables calendas que redundan de mi época; no es menos cierto que su incumplimiento, bien por incompetencia, cuando no por mera dejadez, hacen más que necesaria de nuevo la reflexión fría, de este que de nuevo os saluda y habla.

Una vez ha quedado claro, además de ser así aceptado, que uno de los hechos inherentes al paso del tiempo es la repetición de hechos con sorprendente precisión que se da en eso que ha quedado en ser denominado como Historia; no es sino tanto o más acertado, llegado este momento, el precisar con más cuidado si cabe en otro de los episodios que más concurre igualmente. El de la comisión de errores.

Tal y como cuentan las Crónicas, esto es está escrito, luego forma parte de nuestro acervo, impidiendo con ello que aquél que alegue ignorancia al respecto deba ser contestado con la humillación que se profesa al que, teniendo cama decide dormir en el suelo; ya en los tiempos de la caída del Imperio Romano, cuando la amenaza Bárbara no hacía sino ocultar otros hechos de mayor calado, de los que se puede entresacar sin demasiado esfuerzo los protagonizados por las clases gobernantes, y que pueden enumerarse como los propios de la corrupción política, la cual en esos tiempos ya discurría por la apropiación indebida, la malversación de fondos, y por supuesto, la prevaricación administrativa, delito este de cuya existencia histórica no podemos dudar en tanto que su definición así como su propio nombre siguen siendo los mismos desde el Derecho Romano; nos llevan en definitiva a exponer certeramente el que a la postre constituirá hoy nuestro primer argumento: La Crisis no es en sí misma un hecho específico de época o sistema político determinado, de lo que se puede inducir que la única certeza plausible a la hora de certificar su sempiterna presencia en todo Sistema Político, ha de ser atribuida a la única certeza que aparece como denominador común en todos los episodios analizados, a saber, la ineludible presencia del Ser Humano.

Mas hoy no debemos permitir que la Crisis en sí misma limite nuestra capacidad de análisis. El objeto de nuestra encíclica de hoy se haya delimitado por la crítica directa a los métodos que se están eligiendo para hacerle frente. Así, acudiendo de nuevo a la Historia, llegado el ocaso del Imperio Romano, cuando el enemigo otomano amenazaba las fronteras orientales, y la serpiente de la corrupción moral asaltaba ya abiertamente los corazones y las mentes de la todopoderosa estructura; los dirigentes, en otra magnifica demostración del apego que los gobernantes pueden llegar a sentir por sus sillones, tomaron una decisión terrible, armar y formar en técnicas propias de las todopoderosas legiones, a aquellos que hasta el momento, y durante todos los años del Imperio no habían sido sino los irreconciliables Bárbaros, las bestias del Norte.

Y las Bestias del Norte cumplieron con su cometido, y lo hicieron bien, limitando en más de lo que cabía preveer las pérdidas del Imperio. Pérdidas estas cuantificables no ya tanto en economía, como en ese otro bien mucho menos tangible, mas incuestionable en el resto de mediciones, cual es el Poder.

Así, la consabida pérdida de los territorios orientales, pareció ser una alienación asumible para el Imperio. Y así pareció entenderse de las decisiones de los gobernantes que, de nuevo, se dirigieron a los Bárbaros para, en este caso, reclamarles la devolución de las atribuciones concedidas. Y ahí fue donde se mascó la tragedia, pues las Bestias no sólo no depusieron los poderes concedidos, sino que, blandiendo de manera expeditiva las armas que les habían proporcionado para certificarlos; continuaron abiertamente su lucha, dirigiendo sus objetivos en este caso hacia aquellos que en un primer momento les habían apadrinado, desarrollando en este caso una más que evidente aptitud para la conquista.

En la actualidad, y tal y como un viejo amigo ya expuso en este mismo lugar, la serpiente se acerca. Una vez más procede de Norte. Y de nuevo, como antaño, se regocija de ver la tranquilidad con la que sus víctimas engordan, en pos de satisfacer luego con más fruición su canalla apetito. Esta serpiente, es la misma que ya en épocas pretéritas tapaba con su cola las boquitas de los niños recién nacidos, mientras era ella quien mamaba de los generosos pechos de aquellas madres que, despertaban agotadas por los horribles sueños que el veneno inoculado les había proporcionado, para convertir luego en pánico su sensación al ver como sus hijos, adelgazaban y adelgazaban sin pausa, por más que ellas amanecían sin leche mañana tras mañana.

Presa del pánico que la Crisis ha promovido, habéis armado a un paladín para que acuda en vuestra ayuda. La Derecha Europea, durmiente desde que saldara las cuentas de sus andanzas por Europa a mediados del siglo pasado, se yergue ahora con su flamante armadura. Su brillo es el propio del que lleva años bruñendo sus metales y afilando sus armas, pero no debemos olvidar que este mismo tiempo es el que llena de ansias de venganza los corazones y las mentes de aquellos que tienen alguna batalla que cobrarse.

Proceden del Norte, como aquellos, y en la actualidad son ya sólo tres los países que se mantienen. Pero seguramente no lo harán por mucho tiempo, porque como todos sabemos, una de las pocas virtudes de las que goza la serpiente, es la de su contumacia, reflejada en su paciencia.

Esperemos que, llegados a este momento, no tengamos que recurrir de nuevo al ardid vulgar de la ignorancia, para negar de nuevo el juicio de la Historia… llegados a este punto…

Recordad, las hogueras vuelven a arder. Su Juicio se acerca, y es inminente.

Nicolás EYMERICH.

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