miércoles, 18 de enero de 2012

DE LA JUSTICIA IMPLÍCITA EN EL TIEMPO.


Cierto es que, por más que el asunto resultase de todas todas “jugoso”, no se encontraba entre mis prioridades la de escribir nada en relación directa con la muerte del Sr. FRAGA. No es menos cierto que, dado lo marcado de los considerandos ideológicos que denotarían cualquier título que por mi parte tuviese a bien dedicarle, despertaría rápidamente entre nuestros críticos una furibunda crítica, basada ésta, seguramente con precisión certera, en la aparente incapacidad demostrada para hacer Justicia por parte de aquellos que seguimos pensando que es, por otro lado de lo más injusto, que precisamente el mismo día en que algunos se sientan en el banquillo de los acusados por pretender arrojar un poco de luz sobre los crímenes del franquismo; precisamente uno de los secuaces de aquélla época haya conseguido irse tranquilamente a la tumba, en este caso afortunadamente por su propio pie.

A pesar de todo, no, no iba a disponer carnaza sobre la mesa de ofrendas para que los defensores de la verdadera tradición histórica pudieran desarrollar esa trabajada batería de consideraciones epistemológicas destinadas a enturbiar lo obvio. Ya sabéis, comentarios tales como que el golpe de estado de 1936 no sólo estaba justificado, sino que abiertamente era imprescindible. A propósito, el finado jamás disculpó aquélla acción, más bien la jaleó desde la distancia.

A pesar de todo no, no entraba en mis planes dedicarle ni un instante.

Sin embargo, hay cosas que en sí mismas merecen una respuesta, o más concretamente cosas qué, de permanecer impasible ante ellas, te hacen cómplice.

Vivimos en un país de papanatas. Semejante condición de la que afortunadamente nos avergonzamos, siendo éste el primer paso para curarnos. Así, es lamentable como hemos de comprobar día tras día que aquél viejo vicio, en su momento curado acudiendo a las socorridas plañideras, se ve hoy en día acrecentado de manera insospechada. Me refiero a esa extraña manía que en éste país tenemos de verlo todo blanco, o negro. En términos individuales, un comportamiento así sería rápida y necesariamente tildado como de infantil, o abiertamente inmaduro. Sin embargo, parece que aplicar semejantes apelativos a una sociedad, y más concretamente a un país, supone un paso atrás, como si negarse a reconocer un hecho por negativo que éste sea, supusiera algo más que un retroceso en la necesaria mejoría al respecto.
Ante semejante situación, se hace imprescindible la adopción de medidas mitigadoras de la lamentable situación a la que la cascada de declaraciones vertidas en los últimos días nos ha abocado. Así, burdo es tener que escuchar afirmaciones del tipo de que Manuel FRAGA IRIBARNE era un Político afable. Cierto es que el uso de algunos adjetivos debería de ser más comedido, por la necesaria adopción de la norma de que hay que, en la medida de lo posible, evitar insultar a aquéllos que ya no pueden defenderse por sí mismos plantando cara, por ejemplo a los que fueron sus ejecutores. En cualquier caso resulta igualmente inconsistente hacerle ahora culpable de todos los males de una época que, éste país continua haciendo votos, unos más que otros todo hay que decirlo, pase ya a una consideración estrictamente histórica.



Y como los pueblos acaban por tener una cita con la Historia, la cual por otro lado acaba por convertirse en su juicio, resulta especialmente sangrante que en esta fecha coincida también el hecho por el que el Juez Baltasar GARZÓN se sienta en el banquillo de los acusados.

La acusación de prevaricación administrativa constituye a todos los efectos la más terrible de cuantas un dispensador de administración pública puede verse obligado a asumir. Semejante afirmación, adquiere tintes de máximo dramatismo si el que la asume es un Juez. En ese momento, y por circunstancias evidentes sin que sea necesario aguardar al veredicto de culpabilidad, el drama al que la sociedad ha de enfrentarse supera a cuantos podamos imaginarnos en tanto que lo que se pone en tela de juicio es la condición de Justicia del país en sí mismo.
Por eso, llegados a semejante extremo, el deterioro al que se somete a todas las instituciones del Estado es tal que, no sería exagerado llegar a afirmar que, una vez todo haya acabado, convendría verdaderamente, por propia salud darle una vuelta completa al Sistema, en pos de la necesaria búsqueda de puntos de debilidad.

Sin embargo, lo que en un primer momento apuntaba al sonrojo se torna en verdadera y justificada ira cuando comprobamos como unos desaprensivos se permiten el lujo de someter a semejante stress a las Instituciones Estatales tan sólo por mantener intacto el renombre de unos hechos de los que ya la actualidad no se ocupa, y a los que la Historia se niega ya a prestar parapeto. Me refiero a que, llevar a la cárcel al Juez GARZÓN por tratar de pedir explicaciones sobre la vergüenza histórica que supone analizar la chapuza militar del 17 de julio de 1936, y sus consecuencias subsiguientes, entre las que podemos reseñar brevemente cuarenta años de dictadura; a ser posible antes de que ya nadie pueda responder por ello; constituye nada más que el añadido de otra ocasión miserable a la Historia Reciente de nuestra España. Una afrenta más a su seriedad, y un nuevo y no por ello menos insultante cuestionamiento de su madurez.

Y para más INRI coincidiendo con la muerte de uno de los que nunca reconoció como indebidos, cuestionables, o solamente incorrectos, semejantes acontecimientos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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