miércoles, 13 de marzo de 2013

HABEMUS PAPAM.


Desperezándonos a estas horas todavía algunos del “impacto” que desgraciadamente nos causa el hecho que es para una mayoría constatación de una realidad histórica; no es menos cierto que el mismo nos sirve, una vez más para aproximarnos al análisis que cada semana llevamos a cabo del mundo, o más concretamente de cómo nos afecta a algunos su fenomenología, cuando no su transitar.

Asistimos así a otro más de los supuestos acontecimientos históricos, con el desparpajo que da el saber que nuestro posicionamiento al respecto de muchas cosas nos libra entre otras, de la pasión, sin duda uno de los mayores enemigos de los que ha de defenderse la objetividad, en su larga a la par que compleja lucha en pos si no de la verdad, sí cuando menos de su designio hacia la misma.

Se muestra así ante nosotros la pasión, como uno de los grandes inconvenientes a la hora de proceder conforme a protocolos adecuados, en la búsqueda cuando no de la verdad, sí al menos como decíamos antes de los desvelos que en tal epopeya han de ser enjuiciados.
Y el primero de ellos, cuando no el más importante, pasa por saber dónde estamos a ciencia cierta.

Alejándonos de perspectivas demasiado reduccionistas, ganando con ello en abstracción, o lo que es lo mismo, enfocando la realidad con mayor encuadre; nos encontramos precisamente hoy en el ojo del huracán de las que sin duda constituyen la mayor de las paradojas a las que puede enfrentarse el hombre moderno, el hombre occidental.
El mundo se encuentra, literalmente, parado. Y lo hace porque aquéllos que dirigen el mundo, los que tienen la llave del fuego atómico, los que con sus designios determinan que mañana coman o no varios millones de personas, y por supuesto el lechero de mi barrio, comparten una misma certeza. La que procede de saber que hoy dormirán más tranquilos en tanto que El Santo Padre, ya tiene nombre y apellidos.

Lógicamente ni es ni lo será nunca, objetivo de este humilde rincón, criticar en ninguna de sus versiones o grados hechos que, por supuesto pertenecen de manera virtual y por ende inalienable a grados de la personalidad tan profundos, que conforman estructuralmente a las personas en tanto que tal.
Sin embargo, tan amplia acepción tampoco ha de ser óbice, cuando no excusa, desde la que evitar, si no ocultar la imperiosa necesidad de constatar algunas de las curiosidades que componen toda una serie de circunstancias que son, cuando menos peculiares, en tanto que muestra real y verdadera de nuestra verdadera personalidad como sociedad, constituyendo además uno de los ejemplos más válidos, en tanto que en los  mismos se revela sin eufemismos el constituyente que conforma el grado de la misma.

Así, la sociedad del progreso científico. La que hace de la evolución su cabeza de puente, en definitiva aquélla que a priori se ubica como más cercana a los designios de la Ciencia desde el Renacimiento; se detiene hoy como digo, porque aquél que está llamado a encabezar las huestes que presagian el Cielo para aproximadamente mil quinientos millones de habitantes del planeta, está a punto de ser Presentado en Sociedad.

¡Pero si hasta sustituyen el Whatsapp por humo blanco!

Hablamos de humo, o más concretamente mediante humo. ¿Puede constituir éste la última concesión al sarcasmo llevada a cabo por una institución que ha hecho del inmovilismo, y de la persecución de todo lo que no le cuadraba, su máxima de supervivencia?

Llegados a estas alturas del desarrollo que hoy nos hemos encomendado llevar a cabo, resulta verdaderamente difícil ubicar sin caer en comportamientos disléxico, elementos y aspectos que si bien hace apenas una semana circundaban sin dificultad, llegados a este momento del día, con todo lo vivido, resulta igual de cierto que resulta poco menos que imposible porque…¿dónde quedan hoy, después del qué y del cómo se ha vivido la designación papal; argumentos tales como que somos una sociedad neta y absolutamente evolucionada en tanto que sujeta a la Ciencia, que ha superado totalmente sus ancestros mágicos?

Insisto una vez más, por favor, llegado este momento, en el absoluto respeto a partir del cual armo por supuesto un día más mi discurso. La defensa que una vez llevo a cabo de todo lo que constituye el mundo de las certezas en el que creo desarrollar mi actividad, no requiere ni por supuesto justifica el menor atisbo de ataque conceptual ni por supuesto personal contra cualquier concepto ni por supuesto persona que participe de lo que yo cuestiono.

A estas alturas, podremos sin duda poner sobre la mesa el a mi entender más que interesante debate que se suscita cuando decimos que personas que dirigen el mundo, toman decisiones que de una u otra manera nos afectan a todos y, en la mayoría de los casos hacen del Poder su herramienta de acción lo hacen, acudiendo en el último de los casos, a la constatación de la certeza que se manifiesta en la máxima que se encierra tras el a veces lacónico hágase conforme a la voluntad de Dios.

Constatamos con ello, desde la resignación que hoy ha de confesar uno de los que no se encuentra entre los bendecidos por la Gracia, el hecho ciclónico que a estas alturas debería suponer el comprobar como de nuevo, a pesar del paso de los siglos, en el transcurso de los cuales sin duda hasta el tiempo transcurre a otra velocidad toda vez que el propio planeta ha modificado su velocidad de giro; seguimos no obstante manifestando nuestra dualidad fenomenológica ante el hecho consumado de que la mayoría, sigue condicionando sus deseos, cuando no sus vidas, al siempre dubitativo proceder que se esconde tras la otras veces recurrida sentencia del sea lo que Dios quiera.

Es entonces cuando finalmente, y llegado este momento, uno se ve en la tesitura, a menudo desagradable todo hay que decirlo; de someter a la consideración del respetable qué grado de certeza, cuando no de verosimilitud tiene toda esa larga serie de apelativos con la que no en vano nos regalamos el oído, en lo que concierne a nuestro proceder cuando nos describimos, a nosotros mismos todo hay que decirlo, las verdaderas mimbres que componen nuestro mundo.
Un mundo científico, desarrollado, alejado de fanatismos, y por ende de los dogmas que los propician, cuando no abiertamente los propugnan. El mundo de Internet, de la inmediatez, del aquí y ahora. El mundo del para ayer es tarde, en definitiva el mundo de un Hombre que hoy, como siempre y tal vez por siempre, sigue manteniendo y alimentando la pugna por sus componentes innatos, a la sazón los responsables de la pieza más compleja que a dado o visto la evolución.

Un mundo que por más que vea sometido a los avatares del tiempo, por más que sea objeto del progreso, a veces incluso desenfrenado, sigue accediendo a su componente más ancestral, a aquél que en definitiva le define como ente propiciatorio en pos de la Naturaleza Espiritual, cuando necesita dar respuesta a las cuestiones más profundas.

¿Será precisamente la existencia de tales cuestiones, o tal vez el hecho de que estemos preparados si no para comprenderlas, sí al menos para plantearlas, lo que sitúe este debate una vez más en el centro de nuestra actividad?

Una vez más, nos vemos obligados a finalizar si no con una paradoja, sí con una cuestión reflexiva, aquélla que procede de poder afirmar que, sin duda, la mera consideración que nos ofrece la existencia de las mismas cuestiones, nos obliga a considerar seriamente la necesidad de aceptar cierto grado de especificidad, que es en sí mismo, algo muy cercano al valor esencial al que por distintos caminos llegan los dados a Dios, y los que somos más dados a lo constatable.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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