Inmerso me veo, una vez más, en otra
de esas conversaciones afortunadamente más constructivas que beligerantes, que
tiene evidentemente por contendiente a uno de esos cada vez más escasos,
valiente que todavía se declara ferviente
seguidor de las teorías conservadoras, y de los recortes en concreto como única
vía destinada a hacer de nuevo de este país lo que antaño fue.
Como quiera que el aprecio hacia su
persona, supera con mucho al cúmulo de sensaciones contradictorias que su emoción política despierta hacia mí, es
por lo que le escucho, con gran atención todo hay que decirlo, con la sana fe
de ser capaz de extractar de su armonizado
discurso, una sola nota desde la que hilar yo mi sinfonía.
Y es así que cuando verdaderamente
me disponía a concederle bola de partido,
que se me desmarca con una afirmación propiciatoria sin saberlo de los
condicionantes a los que tantas veces hemos hecho alusión, referidos a Julián
MARÍAS.
Es que, verdaderamente resulta sorprendente que los que vivimos en
España seamos tan educados. ¡Resulta sorprendente la paciencia que tenemos!
Vaya por adelantado que la cuestión
en torno a la que giraba la conversación, distaba mucho de los scraches, ni por supuesto de cualquier
otra alusión que pudiera verse reforzada con semejante tipo de argumento. Sin
embargo, esto fue suficiente para que a lo largo del día de hoy, hayan
transitado por mi cabeza multitud de pensamientos al respecto, participando eso
sí todos, de un mismo denominador común, el
que procede de comprender cómo, efectivamente, resulta a estas alturas
sumamente complicado comprender el grado de predisposición
para la sodomía del que hacemos gala la mayoría de habitantes de esta, nuestra querida España.
Porque efectivamente, una vez
superado totalmente el espacio, e incluso el tiempo en el que tenía cabida la
mención del aspecto referido al citado Julián MARÍAS, según la cual la localización de un español que transitara
por el tiempo sería viable localizando los momentos en los que alguien sería
capaz de “batirse el cobre” por la más menor de las cuestiones banales, dejando
así mismo para luego la resolución incluso de un “asunto de honor”; resulta
hoy, de todas, todas, demasiado efímera como para ser mínimamente
satisfactoria.
Se trata pues, por ir acotando los
principios de hoy, de acotar el perímetro del paralelogramo dentro del cual
llevaremos a cabo nuestras disquisiciones. Y para ello partiremos una vez más,
como no puede ser de otra manera, del inconmensurable marco que nos proporciona
la Historia, sobre todo de cara a reflejar de manera sostenida la mayor parte
de los por otro lado ingentes capítulos desde los que a partir de la misma
podemos tratar de definir a España, y por ende a los españoles.
Tenemos así que, acudiendo de nuevo a
su bagaje, constituye la España actual el resultado de un delirio que
inexorablemente ha pasado por la certeza de todo lo que nos fue enajenado,
usurpado, cuando no abiertamente robado.
Quiero decir con esto que la España
de los últimos 60 años, es una España que ha surgido no como resultado del
empeño constructivo de un pueblo. Más bien parece que procede del
amontonamiento, más o menos accidental de una ingente cantidad de cascotes,
procedentes de las sucesivas demoliciones que el propio edificio ha padecido a lo
largo de su accidentado transitar.
Hacemos con ello referencia expresa,
no al país que es, sino al imperio que dejó de ser. Es como si el viento de la
Historia barriese todavía hoy, y además lo hiciera de manera periódica, las
cenizas conformadas a partir de los recuerdos; consolidando con ello la
formación de una densa capa de niebla, la cual impidiera ver con perspectiva la
realidad.
Quiero decir con esto que solo desde
la certidumbre en base a la cual la mayoría de los que formamos actualmente
España, no tenemos constancia real de lo que han costado a todos los niveles la
constatación, conquista y posterioridad asentamientos de la mayoría de derechos y condiciones desde los que se
concibe el actual Estado de Derecho o del
Bienestar; es desde donde podemos concebir la realidad en base a la cual, y
de manera perentoria, somos igualmente incapaces de comprender cuál es el
verdadero grado de pérdida de todo aquello que estamos asumiendo, ahora sí de
manera incomprensible, como normal.
No queda ya observador atento al que
se le escape cómo aumenta cada día el volumen de la lista integrada por los que
consideramos como una certeza manifiesta no ya el hecho según el cual la política de recortes emprendida por
nuestro gobierno, constituye a todas luces la consolidación del peor de los
caminos que se podían elegir. La realidad que tratamos de poner hoy sobre
la mesa, pasa por la constatación manifiesta del hecho en base al cual la
mayoría, por no decir todos los derechos que están siendo pulidos, dentro de esta marabunta de recortes, muy probablemente no
vuelvan a ser recuperados, al menos en sus procederes conocidos, nunca más.
Educación, Sanidad, Pensiones, y así
sucesivamente; constituían hasta hace bien poco tiempo, el vergel sobre el que
pastaba cándidamente la paz social de
nuestro Estado.
Pero ha resultado que esos
componentes, la paz, e incluso si se me apura incluso la misma idea de Estado,
constituían en realidad la muestra de uno de los mayores tiempos de ilusionismo
de los que la Historia tiene o de los que guardará relación.
¿Quién hubiera podido, hace tan solo
unos pocos años, pronosticar el ataque feroz que a todas estas estructuras
estatales se está llevando a cabo, precisamente desde el propio Estado?
¿Alguien en su sano juicio hubiese
podido presagiar que como Pueblo íbamos realmente a permanecer hieráticos
mientras desarman lo que tanto costó conformar?
Planteamos pues, la cuestión capital. ¿Saben de verdad, los que promueven la aberración en la que han convertido hoy por hoy el Estado, si esto servirá realmente para algo?
Y es precisamente desde el
calamitoso silencio que presagia la ausencia de respuestas, desde donde
argumentamos que todo forma parte de un insidioso plan. Un plan tejido desde la
distancia en el tiempo, pero desde la cercanía conceptual.
Un plan que traza sus últimas
disquisiciones en torno a 1997, momento en el que el sorprendente regreso al poder de la Derecha, de la mano del
incomprendido, y nunca suficientemente valorado AZNAR, promueve sobre todo el
rearme del ala dura, incipiente,
reaccionaria y rencorosa, de la Derecha Cavernaria
Española.
Pero un plan que hunde sus raíces en
lo más profundo de la Historia, retrotrayéndonos para ello al primer tercio del
pasado siglo XX. Son los años 1933, 1935 y 36. Son los tiempos de la CEDA, del
BLOQUE NACIONAL. De los CALVO SOTELO y
de los GIL ROBLES, entre otros.
Un plan cuya pervivencia en el
tiempo, solo puede conciliarse desde la certeza de que múltiples son los
conceptos que en realidad, no han desaparecido.
Se ocultaron, bien es cierto, muchas
veces bajo la forma de anquilosados principios. Otras adoptaron por el
contrario la forma de novedosas
tendencias las cuales, en la mayoría de los casos quedaron desfiguradas
bajo el esperpéntico aspecto que un
país consolida cuando se pasa de lo blanco, a lo negro, sin solución de
continuidad.
Estamos pues, metidos de lleno, en
la época en la que vamos a pagar, como siempre los de siempre, el cúmulo de
controversias que se han ido originando en torno a la sucesión de ideas, mitos
y traumas a partir de los cuales hemos permitido fraguar la idea de que lo
mejor que podía pasarnos era que en realidad cambiaran solo unas pocas cosas, para que en definitiva no cambiase
nada.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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