Puede ser que no sea ésta la actividad más práctica, si
bien, sin duda se trata hoy por hoy de una de las que menos decepciones le
causarán.
Así, puestos a analizar el denominado mundo real, lo cierto es que uno de los escasos aspectos
en los que probablemente de manera bastante rápida y certera acabaremos
compartiendo, será aquélla en la que solo podemos afirmar nuestra absoluta
indisposición de encontrar en este mismo presente los medios adecuados para
conciliar con la lógica, muchas, por no decir la mayoría de las conductas que
nos son inducidas.
Abandonados así una vez más a la certeza de asumir la
imposibilidad de encontrar en el presente los medios para explicarlo, y
haciendo de tripas corazón al
entender de partida lo imposible de buscar en el incierto futuro las tan
ansiadas máximas; lo cierto es que solo nos queda enfilar el camino del pasado,
de la Historia, en pos de las tan ansiadas respuestas.
Es por ello que, después de leerlo detenidamente, lo que
viene a suponer el no haberlo hecho en un número inferior a las tres veces; que
me he de manifestar absolutamente no solo con las tesis, sino con la manera de
defenderlas, mediante las que Juan Carlos ESCUDIER desgrana de manera
pormenorizada no ya tanto una lista de respuestas a los que bien podrían ser
elementos históricamente problemáticos en España, como sí más bien, de manera
si cabe más acertada, procede a ubicar una de las listas más acertadas en lo
que a mi me concierne, de los que deberían ser considerados algunos de los más graves problemas que
frenan el desarrollo de España.
¿España tiene
problemas, o España es el problema? Tal es ya el título del artículo. Un título brillante, pues
sin entrar en valoraciones, cumple de manera radical con la máxima que sirve
para certificar como de especialmente
brillante un titular a saber, la que
rige en función de la cual sea él mismo motivo suficiente para promover el
interés del lector.
Lejos de cualquier ánimo subjetivo, y por ende alejados
igualmente de cualquier proceso manipulador, supone este titular un heroico
ejercicio a la hora de canalizar de manera constructiva la superación de los
dispuesto en los meros, e incluso a veces banales Libros de Estilo que vienen a diseñar las formas de las distintas publicaciones que conforman el
escenario editorial de nuestro país, para ir a pesar de la dificultad un paso
más allá, y lograr que en tanto que tal,
como titular, pase a ser digno merecedor de análisis en si mismo.
Dicho lo cual, o más bien con ánimo de explicarlo, lo cierto
es que muchos de esos que se autodenominan a titulo clasista como de patriotas, no solo no leerán el
mencionado trabajo, sino que más bien desaconsejarán con el mismo fervor patrio no solo la lectura del mismo. Habrán más
bien, y aprovechando la circunstancia de la feliz coincidencia que el
calendario pone ante ellos, de verse en definitiva casi obligados a solicitar la inmolación en Publica Hoguera no solo
del autor, sino de todas sus obras, las cuales habrán sido categóricamente
determinadas como de impías, cuando no de dañinas para la correcta moral.
Es entonces cuando a partir de este momento, y ahora casi de
manera inevitable, cuando comenzamos a contemplar lo inexorable del alcance de
la variable histórica. Una variable histórica que al contrario de lo que ha
venido aconteciendo en los últimos tiempos, no solo se hace manifiesta y
palpable en los fondos, sino que definitivamente se hace patente ante nosotros de manera clara y distinta, incluso en
los usos y costumbres.
Ocurre de esta manera que, de manera para nada anecdótica,
me sorprendo reencontrando en el proceder del autor, referencias no solo
conductuales, sino abiertamente fundacionales en términos estructurales, con un
artículo de Don Mariano José de LARRA, en el cual, y a título para nada inaudito,
se llevaba a cabo una exposición a tenor de las visiones que España como país
despertaba en los españoles de la época, que lejos de medrar en las conciencias
por inauditas, no hacen sino traer definitivamente a colación la certeza de que
en realidad, no son tantas las cosas que han cambiado.
Me detengo con deleite casi más bien, en la fórmula que el autor
ya clásico enarbola de cara a hacer comprensible semejante condición, la de
españolo como algo que transciende al mero hecho de vivir en España, y que
en los términos que hoy hacemos propios se resumen en la exclamación ¡España,
qué país!
Encierra esa admiración, mucho más que un simple conducto
formal. Se esconde detrás de los signos de exclamación, una afirmación dubitativa sobre los
múltiples condicionantes que se enarbolan junto a la afirmación soy español. Condicionantes que en la
mayoría de los casos han de buscar respuesta en las afirmaciones que MARÍAS
lanzó, a título de las preguntas que otros insignes, de la talla de JOVELLANOS,
dejaron en el aire.
Pero lejos de perdernos, adolece hoy nuestra voluntad de no
ir demasiado lejos. Habrá así pues
hoy de bastarnos con la mera, por no decir frugal, acción de concatenar de
nuevo desde la sensación de orden que produce la voluntad, toda esa otrora larga
serie de preguntas que por otro lado condicionan en sí mismas cualquier viso de
respuesta libre.
Es entonces que, una vez que algunos, por ejemplo el Sr MAS
en este caso, han lanzado la pregunta envenenada, sea el Estado, a través de la
activación de esos resortes tan completo e inaccesibles antaño indescifrables,
quien asuma de manera para nada forzada, la función de responder a la que a
nuestro entender se comprueba como una cuestión
capital.
Y digo y me reitero precisamente en eso, en la inexorable
necesidad de una respuesta.
Cualquier otro intento, cualquier otra excusa, desencadenará
de manera inevitable una sucesión de acontecimientos que a nuestro entender
solo pueden desembocar en la constatación de que esa supuesta magia sobre la
que se sustenta el Estado, una vez hemos constatado que los recursos que lo
sustentaban no son más que ídolos con los
pies de barro, amenazan definitivamente con venirse abajo. La ilusión está amenazada. El tiempo de la tramoya
pasó.
La Historia cierra así un ciclo, en forma de citar al pasado
con el presente. Y en medio, como nexo, el elemento a saber atemporal.
La Constitución de 1978, a modo de el monolito de “2001, Una Odisea en el Espacio”, juega de nuevo un
papel capital.
Pero por cifrar de manera definitiva el vínculo atribuible
al fenómeno histórico aludido, acudimos, nada más, y nada menos, a una de esas
joyas con las que en forma de artículo
periodístico, en el momento en el que éstos ya disponían de autoridad
plena, y de personalidad propia, un ya conocido LARRA describía lo que no solo
suponía un reflejo del por entonces presente de España, sino que más bien traía
a colación de manera imprescindible uno de esos aspectos tan nuestros, y que se
define a sí mismo como el proceso de flagelación, inexorable por otra parte,
todavía más en este día previo al Viernes
de Dolor.
Hay en el lenguaje
vulgar, frases afortunadas, que nacen en buena hora y se derraman por toda una
nación. “En este país”. Es esta la frase que todos repetimos hasta la
porfía…(…) ¡Cosas de este país!
¿Nace esta frase de un
retraso reconocido por toda la nación? No creo que pueda ser éste su origen,
porque solo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce;
de donde se infiere que, si todos los individuos de un pueblo conociesen su
atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de
raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y
que se regocija de tener siempre una muletilla a mano con la que responderse a
sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice
de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general?
Esto parece más ingenioso que cierto.
Borremos pues de
nuestro vocabulario la humillante expresión que no nombra a este país sino para
denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices.
Si alguna vez miramos
adelante, al futuro, y nos comparamos con el extranjero, sea para preocuparnos
un porvenir mejor que el presente.
Hagamos más favor o justicia
a nuestro país y creámosle capaz de esfuerzos y felicidad.
Mariano José de Larra.
Crónica Madrileña.
Ahora, el que me diga que esto pertenece a una descripción
lastrada en el pasado, que me diga si no
lo firmaría como futuro.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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