miércoles, 23 de abril de 2014

EL ESTADO HA DESERTADO

Y lo que es peor, lo ha hecho con el cinismo propio de la ignorancia. Y los que lo han provocado, los verdaderos autores del desbarajuste, lejos de sentirse atormentados, se pavonean hoy por cuantos medios de comunicación o similar deciden darles pábulo; adoctrinando a la masa, como de otra manera no puede ser; no tanto negando el hecho, sino yendo si cabe más allá de la negación cínica, explorando con ello los hasta ahora desiertos páramos de la farfulla; preconizando nada menos que la recuperación de aquél cuya muerte ellos y nadie más, han certificado.

Y ha sido ésta, la peor de las muertes. Una muerte oscura, dolorosa, no por esperada menos lamentable. Una muerte similar a la que acontece cuando una enfermedad duradera, por ello si cabe más dolorosa, consigue nublar los sentidos no solo del que la padece, sino incluso de los que le rodean, llegando a arrebatar tanto a unos como a otros el último viso de lucidez; logrando convertir a la víctima en verdugo, al generar la falsa sensación de que la propia muerte no solo no es un problema, que la propia muerte es incluso la solución.

Pero nada de todo esto acontece de repente, ni lo hace “porque sí”. Tamaño proceso de renuncia, de autolisis de desgaste, lleva aparejado un duro trabajo, el cual se extiende durante mucho tiempo, tanto como al menos el necesario para llevar a un individuo según nuestra metáfora, a una sociedad en la realidad, a abrazar la idea de que la muerte es solución.

Una vez embarcados en semejante proceso, una serie de cosas son absolutas. Por un lado, la elección de la víctima ha de ser definitiva. Además, una vez elegida la víctima, el proceso es irreversible esto es, no hay otra solución que la que procede de la consecución del objetivo.
Son así víctimas propiciatorias, las que a priori presentan ya alguna debilidad, o lo que es peor, las que son proclives a sentirse enfermas sin necesidad de que tal enfermedad exista en la realidad. De hecho, es con estas últimas con las que nuestro particular verdugo más disfruta.
La técnica es, una vez descubierta y avalada, de una simplicidad que asusta. Consiste, fundamentalmente en presentarse ante la víctima como una ayuda, como una especie de asesor el cual, de manera casi milagrosa ante el potencial enfermo, hace gala de una especial aptitud para identificar en el paciente los síntomas (muchos de los cuales reconoce mejor que el propio enfermo) para pasar a continuación a combatirlos de manera ficticia.

Aunque la realidad, tal y como queda demostrado de manera desgraciadamente tardía en la mayoría de ocasiones; es otra muy distinta: Una realidad que pasa por reconocer que la aparente familiaridad que existe entre el sanador y la enfermedad, procede en realidad de saber que ésta no procede sino del propio sanador, el cual, pacientemente, la va inoculando en el cuerpo de una víctima cada vez más enferma.

Es así como sociedades sanas se abrazan a la muerte, o como sociedades libres aplauden satisfechas la llegada de sus captores.

Se trata sin duda de un Síndrome de Estocolmo, agudizado hasta una magnitud descabellada.

Acuciados por las irreversibles prisas que la actualidad nos depara, habremos de hacer del vicio virtud y localizar, sin cálculos previos, y sin experimentación previa, la suma total de síntomas que nuestro particular paciente presenta. Y lo haremos guiados siempre por algo más que la intuición. Lo haremos en este caso amparados en las especiales connotaciones que nuestro peculiar paciente tiene, algunas de las cuales quedan especialmente puestas de manifiesto valorando una de sus grandes virtudes, la que queda desentrañada cuando observamos su certeza, la que procede del paso del tiempo, desde una perspectiva histórica.

Acudimos así una vez más a la historia para comprobar cómo, sin sorpresas, nuestro paciente, a saber España, lleva largo tiempo languideciendo, presa de los sueños sombríos que acometen al cuerpo y castigan a la mente, sobre todo cuando unos y otros son en origen presa de las calenturas.
Constituyen tales calenturas, lejos de ser el verdadero motivo, ni tan siquiera un síntoma realmente válido de cara a identificar la naturaleza del mal. Es por otro lado el mal que nos acucia, un mal de naturaleza tan siniestra, tanto por el contenido, como por la forma, que solo podemos referirnos al mismo mediante un eufemismo, aquél que por otro lado se corresponde con el que desde tiempos ancestrales unos y otros lo han identificado. A saber, crisis.

Es así pues la crisis, para nada enfermedad nueva. Como tantas otras, vieja conocida del hombre, acostumbra a presentarse siguiendo distintas denominaciones, vistiendo distintos ropajes, o entonando diferentes salmos. Lo único que en cualquier caso la identifica, a la par que la diferencia de todo lo demás, es su carácter altamente infeccioso, lo que vuelve sus ataques especialmente virulentos.

Pero tal y como suele ocurrir en todos estos casos, el virus no puede acceder directamente al interior del huésped. Necesita perentoriamente de la ayuda de un catalizador, de alguien que a modo de Caballo de Troya explote su conocimiento tanto de las fronteras, como del interior de su potencial presa, y burle así todos los contrarios, retirándose luego a un segundo plano tal y como ya ha acontecido en otras ocasiones en la historia de España; véase el ejemplo de lo acontecido con los traidores que dieron muerte a Viriato, y en especial guárdese especial atención al respecto de la forma de conducirse de los romanos para con los mencionados traidores, al llegar éstos al campamento de Gaelia en pos de su supuesta recompensa. ¡Lástima que hoy la hipocresía ha convertido en inoportunas semejantes conductas!

Viene a ser un catalizador, el elemento químico que presente entre los reactivos de una reacción, no aparece en los productos una vez ésta ha finalizado; todo porque  su función substancial no pasa sino por acelerar el tiempo en el que la misma tiene lugar.
Hecha esta salvedad, y dentro del orden que estamos atribuyendo al estado de las cosas, se me antoja sencillo atribuir por otro lado semejante papel a una Derecha que en el caso de España, se ha sentido tan humillada a lo largo de los últimos años de la historia, que bien podría haber considerado llegado el momento de cobrarse, si no una victoria, quién sabe si un mero resarcimiento basado en el triunfo de lo esbozado por el viejo refranero castellano, resumido en el conocido: Si tú tuerto, yo ciego.

Actúa así la Derecha desde la contumacia propia del neurótico. Una contumacia presagiada en el lento proceder de esa agonía identificada con esos largos años de sequía electoral que siguieron a las elecciones que encumbraron a Calvo Sotelo, pero que tuvieron especial significación en los largos años de travesía del desierto que se escenifican bajo los periodos de mayoría absoluta no tanto del PSOE, como sí de Felipe GONZÁLEZ MÁRQUEZ.
Años de soledad, de desasosiego. Años en los que más que meditar, lo que se hace es macerar la certeza de la orfandad que acompaña a los generales que regresan de batallas perdidas. Años perdidos, toda vez que en lugar de emplearse para madurar, se emplearon solo para farfullar.

Es entonces cuando la bicha anida. Es entonces cuando pone sus huevos. A saber, los de la ira, la envidia, el odio. Todos ellos alimentados por la frustración.

Y como colofón, por otro lado no puede ser de otra manera, la lenta, aunque inexorable constatación de un plan de autolisis que conduce al país a su inexorable liquidación, amparado ahora en un supuesto ideario  que siguiendo con los paralelismos de la semántica bien podría resumirse en el popular si no eres mía, ¡vive Dios! No serás de nadie.

Es pues desde semejante esquema, desde el que podemos no solo presagiar los síntomas, cuando sí incluso alertar del verdadero peligro que más que acuciarnos, nos invade. Un peligro que bajo la forma de políticas de recortes, ha logrado implementar lo que se ha convertido en una firme apuesta por el suicidio en masa, suicidio que se retroalimenta a partir de la burda falacia que se halla tras la famosa frase: Esto es inevitable porque habéis consentido vivir por encima de vuestras posibilidades.

Pero…¿Quién está capacitado para decidir cuáles son en realidad nuestras legítimas posibilidades? ¿Los que alimentaron a BÁRCENAS y a su camarilla? ¿La caterva que incuba desde la Ejecutiva del partido que se identifica hoy con la Derecha? ¿El Gobierno al que ésta misma sustenta?

Lo cierto es que ya hoy, poco o nada puede importar. Lo cierto es que a estas alturas, Incluso la huída hubiera sido más honrosa, sobre todo porque una retirada a tiempo lleva implícita cierto recaudo de penitencia, quién sabe si teñida de cierto apunte de dignidad responsable.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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