jueves, 8 de mayo de 2014

DE LOS CENIZOS A LOS TRISTES, PASANDO POR LOS ¿ANTIPATRIOTAS?

Me sumo una vez más en el triste devenir que para mí supone ser consciente de la decadencia, en pos no sé ya si de un destino, o en su defecto, de alguna clase de avatar que sea de una u otra manera capaz de arrebatarme lo suficiente, de insuflar en mí no ya una nueva ilusión, como sí tal vez un nuevo objetivo, convencido como estoy de que esto, definitivamente, no da para más.

Transita así el devenir, que no el tiempo, toda vez que ahora más que nunca parece evidente la ausencia, entre propios y extraños, de cualquier forma de vocación destinada a traducirse en algún tipo de progreso.
Es entonces, cuando definitivamente parece quedar claro que no podemos ni debemos confundir con progreso lo que en realidad no es sino mero paso del tiempo; que tanto la cantidad como la calidad de los errores cometidos es tan grande, que constituye ahora ya sí un escollo de tamaña magnitud que resulta inabordable con las escasas herramientas de las que hoy dispone el Hombre.

Y lo peor de todo no es eso. Lo peor se muestra substancialmente ante nosotros en el momento en el que la Historia, muro impenetrable y contumaz, empeñado en este caso en mostrar cuando no acrecentar nuestras miserias, aparece exultante ante nosotros, mostrando nuestras miserias al obligarnos a reconocer que tales ausencias no proceden más que de tener que reconocer que en ese mencionado devenir, hemos ido dejando escapar, cuando no manifiestamente perdiendo, muchas de las certezas que hoy añoramos.

“Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en las civilizaciones decadentes y miserables de este mundo sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres (…) entrad en los Registros de la Propiedad y haced hogueras con los papeles para que el pueblo purifique la infame organización.
Hay que hacerlo todo nuevo, con los sillares empolvados, con los humos de los viejos edificios derrumbados. Pero antes necesitaremos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele los solares. Descubrid el nuevo mundo moral, y navegad en su demanda con todos vuestros bríos juveniles.

Seguid ¡Seguid y no os detengáis ni ante los sepulcros, ni ante los altares!

Leída cuando no revisada la cita, lo cierto es que cuanto más se repasa, cuanto más se profundiza en su perspicacia, más dotada de vigencia y actualidad parece estar.
La eterna constatación de la necesidad sempiterna de que sea la Juventud la encargada de abanderar cualquier ejercicio de reposición que se pretenda; máxime si el mismo está destinado a convertirse en revolución, destinado en todo caso a no morir como mero movimiento. La perspicacia de identificar desde un primer momento en mitos y religiones el origen de muchas de las desgracias de nuestra sociedad; transitan en todo caso con paso firme hacia la para nada escrupulosa posibilidad de dotar al texto de una actualidad casi escandalosa. Una patente en cualquier caso que actuaría como prueba del imperdonable grado de decadencia en el que parece hallarse inmerso el mundo, el individuo, cuando no toda la sociedad.

Por ello, el impacto resulta si cabe más duro de asumir cuando nos detenemos a comprobar que la cita procede, nada más y nada menos, que de las palabras pronunciadas por Alejandro LERROUX el 1 de septiembre de 1906, dentro del discurso que pasa a formar parte de su obra LA REBELDÍA.

Para aquéllos que ahora comienzan a esbozar una sutil sonrisa. Para todos los que se relajan pensando que LERROUX forma parte de los llamados no ya anarquistas, sino abiertamente demagogos (uno de los máximos responsables de la Semana Trágica), lo cierto es que una vez que la lisonja conceptual haya finalizado su efecto, bien podrían recuperar su sentido de la responsabilidad, y detenerse unos instantes en pos de valorar el hecho que me lleva a rescatar hoy, en este aquí, y en este ahora, la intensidad, la fuerza, y la constatación de una franca necesidad de la que el documento hace gala.

Necesidad, intensidad y fuerza. Probablemente tres de los ingredientes de los que más faltos se encuentra un presente inmune a toda concepción realista. Un presente inexorablemente vinculado no ya a la vivencia carente de motivación, cuando sí más bien presta a no reconocer la valía ni el efecto de una realidad tan lastimera que, consciente no ya de su realidad, sino del mero sopor que transmite su sombra, ha de buscar refugio en una imaginación carente de futuro, agotada de mirar en su Historia la respuesta a sus preguntas.

Por eso el pasado nos golpea. La Historia, por medio de latigazos como los que se denotan en la constatación de la actualidad de palabras como las del hoy traído a colación, configuran una suerte de miseria, de mera vulgaridad de la que solo el necio habrá de salir sin extrapolar el imprescindible ejercicio de la lección bien aprendida.

Pero como algunos es precisamente en el pasado donde tienen su mayor rémora, es precisamente en la negación del mismo donde cargan toda su fuerza, donde concentran incluso la intensidad de su discurso. Hipotecan con ello su futuro, sin que el hecho de saber que el futuro de cuantos representan vaya inexorablemente ligado a tales acciones, parezca representar para ellos límite moral alguno.

Porque en última instancia de eso se trata, de moral. Una moral que pasa por arbitrar verdaderos ejercicios destinados a poder identificar, en estos tiempos si cabe con mayor prestancia, la imprescindible potestad de diferenciar sin el menor género de dudas no tanto a los buenos de los malos; como sí a los enemigos de aquéllos que no lo son.

Volvemos con ello al texto, que en otro pasaje dice, literalmente:

“A toda esa obra gigante se oponen la tradición, la rutina, los derechos creados, los intereses conservadores, el caciquismo, el clericalismo, la mano muerta, el centralismo estúpido, la estúpida contextura de los partidos y sus programas concebidos por cerebros vaciados en los troqueles que reclaman el dogma religioso y el despotismo político.”

Después de leer esto, no se trata ya de concebir que en este país hace años que se hallan identificados los unos, y los otros.

Parece más bien que, una vez asumido tal hecho, resulta imprescindible confundir a la hora de saber quiénes somos los cenizos, y qué papel nos va a tocar jugar a los que nos sabemos indefectiblemente tristes.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.





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