Dicen las Crónicas de
San Anselmo, a la sazón uno de los libros más desoídos de cuantos se presignan
en la Historia probablemente porque el día del reparto, a saber aquél en el
que se decidió cuáles habían de ser los encomendados a formar parte del Libro por Excelencia, no terminó abierto y sobre la pequeña mesa
dispuesta para tan soberana ocasión en la Capilla Sixtina ;
que “solo el penitente pasará.”
Constituye el término penitente,
uno de esos bellos ejemplos con los que a menudo nos regala el Lenguaje, en
base al cual, y solo por un ejercicio de interpretación,
asociado muchas veces a prejuicios
del todo ajenos al propio Lenguaje, la palabra acaba por superar al
concepto, lo que nos lleva a terminar por aceptar como uso más adecuado, aquél
que no obstante procede de la negligente interpretación.
Es así que, penitente,
no es sino quien acepta con resignación su pena, haciendo pues ésta si cabe
más agradable a Dios. Por el contrario, el uso y aceptación en consecuencia del
término desde la concepción negligente, no hace más que generar un espacio para
la controversia, dentro del cual, una vez más, la maledicencia, cuando no
abiertamente la falacia, aprovechan para colarse, enajenando con ello todo viso
de virtud que derivado del arrepentimiento pudiera quedar una vez superado el
error.
No parece pues muy desencaminado, llevar a cabo desde
semejante proceder el que bien pudiera el necesario análisis de lo que ha sido,
ahora ya en pretérito perfecto, el resultado
de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo.
Antes de entrar propiamente en los activos, y máxime cuando estos son todos de lo que podríamos llamar
reciente adquisición, lo cierto es
que lo que verdaderamente habría de llamarnos la atención es el absoluto desmoronamiento de las viejas
estructuras con el que la cita electoral nos ha regalado.
En un momento en el que los
cadáveres están todavía calientes, algo gravísimo debe haber acontecido en
España cuando no solo no estamos ocupados todavía en las glosas y en los epítetos, dedicados en definitiva a loar a los muertos; sino que, de manera
absolutamente ajena a lo que es habitual en nuestro país, ya hemos organizado
las por otro lado extrañas partidas de
caza destinadas no tanto a cazar a la
bestia que ha hecho esto, como sí más bien destinadas a devolver a la noche
su habitual oscuridad, convencidos como estamos de que, aunque no veamos nada, se trata, sin duda, de nuestra oscuridad.
Lanzados así ya los perros, de una u otra manera, lo cierto
es que muy probablemente, una vez más, Europa en este caso haya de arrepentirse
de tal acción. Con alemanes que vuelven a campar
por Dortmund convencidos de una nueva Noche
de los Cristales Rotos, y con la certeza de que, hoy por hoy, no sabemos a
ciencia cierta a quién le tocará hacer de miembro
del Pueblo de Israel, lo cierto es que el mero hecho de que tales
situaciones pueda si quiera volver a plantearse no demuestran sino lo lejos que
en realidad estábamos de alcanzar el cumplimiento del viejo sueño de que,
verdaderamente, éramos un Pueblo
Civilizado.
Pero, ¿A partir de qué momento dejamos de ser efectivamente
un pueblo civilizado? Pues probablemente a partir del momento en el que
preferimos olvidar que ese, y solo ese había de ser nuestro destino. Destino
que, una vez más, como en el caso de la obra de San Anselmo, fue sustituida de
los primeros puestos del ránking de
popularidad política, para acabar como aquélla, reposando bajo una mesa,
olvidada y lacónica, albergando la esperanza de que alguien, algún día, la
recuerde.
Miseria moral, laconismo intelectual. Sin duda dos de los
más valiosos ingredientes a la hora de confeccionar un escenario válido en el
que se desarrollen una vez más los ansiados menús
que aquéllos que desean sin duda otro proyecto
europeo, y que para nada alcanzarán su ansiado puesto sin la especial
participación del tiempo, asociado imprescindible del imprescindible igualmente
fermento.
Y mientras unos, los
que siempre estuvieron ahí, advierten con mayor o menor fortuna del ingente peligro que supone el que el vulgo y
la chusma puedan retornar a las pasada ilusiones fundadas en el hecho de pensar
que eran realmente libres; lo cierto es que estos otros, los pobres lacónicos, los designados no para
gobernar cuando sí más bien para diseñar proyectos de políticas encaminados a
convencernos a todos de la imposibilidad real de hacer algo serio; se muestran
realmente perturbados no tanto por lo que pueda o no realmente pasar, cuando sí
por la certeza absoluta de que no hace falta ser EINSTEIN para comprender que
efectivamente no se trata de que algo
haya cambiado, se trata de que muchas cosas van a pasar a quedar completamente
irreconocibles.
Es así por eso que incluso ellos habrían de estar relativamente agradecidos para con quien
ha desarrollado y posibilitado el escenario en base al cual, y como paso previo
a la cura de la enfermedad, podamos verdaderamente proceder con el diagnóstico
del que a todas luces se muestra como un cáncer asociado no tanto con la
longevidad, como sí más bien con las malas costumbres nutricionales.
Porque de lo que llegados a este punto a nadie parece ya
escapársele, es que se trata de un tumor del tipo estómago agradecido.
El vicio y la corrupción, aparentemente presente en todo y
en todos como dicen al menos los que hacen clara ostentación de su presencia
para con ellos mismos; han alcanzado tal grado de implementación entre los que
configuran el lance propio de la función
de gobierno, que no solo lleva a sus víctimas a hacer causa común cuando se
trata de defenderse, sino que más bien les lleva a acantonarse, a protegerse
recíprocamente los unos a los otros cuando observan no ya existencia factual,
basta con que ésta constituya una mera sospecha, encaminada a perpetrar el robo
contra los ladrones.
Y bien podría ser desde la contemplación de este escenario,
desde donde podríamos comprender un poco mejor la atmósfera que ha creado la
victoria de PODEMOS. Una victoria que, lejos de constituir un mero atisbo de
solución, sí puede erigirse en un verdadero cantón, en un verdadero refugio
donde atesorar las últimas dosis de ilusión que estos cadáveres alienantes aún
no han sido capaces de arrebatarnos.
¿Cuánto tiempo habrá de pasar en este caso para que seamos
capaces de emprender nuestro camino?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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