Surgiendo a título de denominador común en todas las grandes citas de la Historia, bien
podríamos concluir la existencia de una especie de denominador común en base al cual nada, o deberíamos decir casi
nada, apunta ni tan siquiera unos instantes antes el volumen, cuando no la
magnitud del evento que bien está ocurriendo, bien está a punto de acontecer.
Camuflando aunque sea de manera velada en apenas dos párrafos
la que supone segunda injusticia más cruel que se puede cometer en el ejercicio
histórico, que pasa por imponer a realidades acontecidas en el pasado,
perspectivas del todo viciadas por el conocimiento obvio que nos aporta el
presente; bien podemos decir que en contra de las técnicas francamente
vinculadas al desasosiego a las que algunos han encomendado la práctica
totalidad de su futuro, no solo político, en algunos casos también personal; lo
cierto es el que el rumor de la ola es hoy por hoy a todas luces imparable.
Ubicando nuestro en apariencia divagante discurso,
acudiremos una vez más, y como no puede ser de otra manera a la Historia,
buscando en este caso no consejo, sino sencillamente en pos de consejos
prácticos.
Así, resultan evidentes por numerosos los casos en los que
la necesaria modificación de la perspectiva nos lleva de manera casi inexorable
a la formulación de la pregunta: ¿Cómo es posible que no lo vieran venir?
Desde los avisos que las cenizas volcánicas dieron antes de
sumergir Pompeya en lo que supuso su desaparición a fuego; hasta los desarrollos beligerantes de un Adolf HÍTLER cada
vez más preñado de sí mismo que bien
pudo hacer sucumbir Europa; lo cierto
es que a menudo el desarrollo histórico, o más concretamente la lectura que del
mismo se hace a posteriori, parecen venir a componer sin el menor género de
dudas un escenario que de forma en apariencia meticulosa parece venir a hacer
bueno el principio del saber popular que se formula en base al aforismo según
el cual no hay más ciego que el que no
quiere ver.
A medida que el rumor se hace cada vez más y más fuerte. Una
vez que las olas comienzan a azotar con fuerza la costa y el bramido
ensordecedor convierte en casi inviable la opción de comunicarse, es cuando por
enésima vez la actitud conservadora desarrollada
por aquéllos que siguen apalancados en el
“cualquier tiempo fue mejor” se muestra no ya como una opción incorrecta,
sino más bien imprudente.
Así, cuando la alerta
de tsunami suena, lo único de lo que todos estamos seguros es de que
efectivamente, una vez más vuelve a ser tarde.
En pos de facilitar la crítica a todos los que tengan la
inmensa muestra de amabilidad de considerar estas palabras como dignas de ser
sometidas a alguna suerte de análisis, les diré que, al menos con los datos de
los que disponemos, hablar de tsunamis bien
podría constituir una opción ciertamente errónea, o al menos
descontextualizada. Sin embargo, y clamando no a mi salvación, cuando sí más
bien a la coherencia, diré que de un calmado análisis de la realidad conceptual
que nos rodea, puedo apostillar que la distancia que nos separa geográficamente
de los territorios efectivamente azotados por tsunamis, no es mayor al menos en unidades metafóricas de la que nos separa de los países en los que
de verdad se practica la Democracia.
Convergemos así pues de manera aparentemente anecdótica
hacia un escenario en el que Democracia y
Tsunami se ven vinculados por una
suerte de fluctuación de conceptos que nos llevan a interpretar tamaña
asociación como algo que, en contra de lo que en principio pudiera parecer no
resulta para nada descabellada.
Es entonces cuando, apelando a esa parte de real que todas
las metáforas encierran en su más profunda esencia, comprobamos cómo
verdaderamente el actual tiempo político
en el que se desarrollan los acontecimientos, a saber el tiempo político en el
que se halla ubicada la Democracia está, ciertamente, viéndose azotado por un
verdadero tsunami.
Sin embargo, esta tormenta presenta características tan
propias que a la sazón resulta irreconocible. Al contrario de lo que siempre ha
venido ocurriendo con las tormentas que
azotaban nuestras costas, ésta no presenta ningún vestigio que nos permita
identificarla, y a la sazón llevar a cabo alguna suerte de pronóstico que nos
permita adelantar su rumbo.
Ciegos y mudos, incapaces de deducir ya sea mediante la
implementación de métodos directos o indirectos la menor pista fiable que nos
permita cuando menos albergar una mera ilusión de cobijo; nos disponemos tal
vez por primera vez desde las elecciones que acabaron por traducir la República de 1931
a someternos a un proceso de desarrollo electoral y a
la postre democrático en el que converge un claro miedo que se hace por ende
claro en el momento en el que concluimos que, efectivamente, por primera vez en
muchos años, al mismo incurre un invitado al que más allá de las
consideraciones previas, a saber las imprescindibles para seguir haciendo
llevadera esta farsa, no solo no somos capaces de atribuirle una misión, salvo
claro está la de hacerlo saltar todo por los aires.
Siguiendo la máxima de
CROWENLL, la que estipula que: “ al Sistema solo se le puede hacer daño
desde dentro” conciliamos hoy una forma de reivindicación en base a la cual sobre la misma por primera
vez revierten toda una suerte de realidades y conceptos que vienen a constatar
que el cambio es cuando menos, plausible. Tamaña certeza, visualizada en
multitud de ocasiones, pero en tantas otras desestimadas, se erige aquí y ahora
como un denominador común dispuesto a superar las limitaciones propias del
concepto, para erigirse en un verdadero instrumento capaz de proponer no solo
la necesidad de un cambio, sino capaz de diseñar un plan dinámico, revelador y
por ende asumible, destinado en todo
caso a subvertir el orden, promoviendo pues, el cambio.
Es entonces cuando se produce la sorpresa. Una vez
más, acudiendo a terminologías educadas, FROMM vuelve a recuperar la vigencia
de la que antaño gozó, y que a la sazón nunca perdió, para vestir de científico
lo que desde la calle vivimos como la
constatación de que no hay peor oveja que la que no necesita pastor.
Es entonces cuando comprobamos cómo la catarsis es total y
completa, arrojando sobre nosotros la lacónica imagen que la realidad ofrece, y
que pasa por comprobar que, hoy por hoy el problema no subyace como antaño en
las premisas de un debate destinado a saber si nuestros políticos representan o
no a la población. Hoy
el debate se ha subvertido hacia unos cánones en base a los cuales discutir si
el Hombre merece o no ser salvado.
Ante el caos del que lo expuesto es solo mera
representación, acertamos a escuchar las alarmas destinadas a guiar una
supuesta evacuación controlada. No se
arremolinen en las salidas de emergencia. Salgan en orden…En definitiva el
Sistema, como un verdadero Ser Vivo, agrupa sus últimas energías en pos de unos
estertores destinados a sobrevivir.
Pero ya es tarde, la orden de evacuar ha sido dada, y
resulta imposible de detener, retrasar, y mucho menos abortar.
Cuando todo esto acabe, por primera vez en la Historia, es
posible que nos hallemos ante un escenario no nuevo ni viejo. No atractivo ni
demoníaco. Se tratará sin más de un escenario, del que nadie tiene diagnóstico
previo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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