miércoles, 23 de julio de 2014

DE CUANDO LA TORMENTA LLEGA. DE CUANDO LA DESTRUCCIÓN NO RESULTA SINO VERDADERAMENTE RECOMENDABLE.

Surgiendo a título de denominador común en todas las grandes citas de la Historia, bien podríamos concluir la existencia de una especie de denominador común en base al cual nada, o deberíamos decir casi nada, apunta ni tan siquiera unos instantes antes el volumen, cuando no la magnitud del evento que bien está ocurriendo, bien está a punto de acontecer.

Camuflando aunque sea de manera velada en apenas dos párrafos la que supone segunda injusticia más cruel que se puede cometer en el ejercicio histórico, que pasa por imponer a realidades acontecidas en el pasado, perspectivas del todo viciadas por el conocimiento obvio que nos aporta el presente; bien podemos decir que en contra de las técnicas francamente vinculadas al desasosiego a las que algunos han encomendado la práctica totalidad de su futuro, no solo político, en algunos casos también personal; lo cierto es el que el rumor de la ola es hoy por hoy a todas luces imparable.

Ubicando nuestro en apariencia divagante discurso, acudiremos una vez más, y como no puede ser de otra manera a la Historia, buscando en este caso no consejo, sino sencillamente en pos de consejos prácticos.
Así, resultan evidentes por numerosos los casos en los que la necesaria modificación de la perspectiva nos lleva de manera casi inexorable a la formulación de la pregunta: ¿Cómo es posible que no lo vieran venir?

Desde los avisos que las cenizas volcánicas dieron antes de sumergir Pompeya en lo que supuso su desaparición a fuego; hasta los desarrollos beligerantes de un Adolf HÍTLER cada vez más preñado de sí mismo que bien pudo hacer sucumbir Europa; lo cierto es que a menudo el desarrollo histórico, o más concretamente la lectura que del mismo se hace a posteriori, parecen venir a componer sin el menor género de dudas un escenario que de forma en apariencia meticulosa parece venir a hacer bueno el principio del saber popular que se formula en base al aforismo según el cual no hay más ciego que el que no quiere ver.

A medida que el rumor se hace cada vez más y más fuerte. Una vez que las olas comienzan a azotar con fuerza la costa y el bramido ensordecedor convierte en casi inviable la opción de comunicarse, es cuando por enésima vez la actitud conservadora desarrollada por aquéllos que siguen apalancados en el “cualquier tiempo fue mejor” se muestra no ya como una opción incorrecta, sino más bien imprudente.
Así, cuando la alerta de tsunami suena, lo único de lo que todos estamos seguros es de que efectivamente, una vez más vuelve a ser tarde.

En pos de facilitar la crítica a todos los que tengan la inmensa muestra de amabilidad de considerar estas palabras como dignas de ser sometidas a alguna suerte de análisis, les diré que, al menos con los datos de los que disponemos, hablar de tsunamis bien podría constituir una opción ciertamente errónea, o al menos descontextualizada. Sin embargo, y clamando no a mi salvación, cuando sí más bien a la coherencia, diré que de un calmado análisis de la realidad conceptual que nos rodea, puedo apostillar que la distancia que nos separa geográficamente de los territorios efectivamente azotados por tsunamis, no es mayor al menos en unidades metafóricas de la que nos separa de los países en los que de verdad se practica la Democracia.

Convergemos así pues de manera aparentemente anecdótica hacia un escenario en el que Democracia y Tsunami se ven vinculados por una suerte de fluctuación de conceptos que nos llevan a interpretar tamaña asociación como algo que, en contra de lo que en principio pudiera parecer no resulta para nada descabellada.
Es entonces cuando, apelando a esa parte de real que todas las metáforas encierran en su más profunda esencia, comprobamos cómo verdaderamente el actual tiempo político en el que se desarrollan los acontecimientos, a saber el tiempo político en el que se halla ubicada la Democracia está, ciertamente, viéndose azotado por un verdadero tsunami.

Sin embargo, esta tormenta presenta características tan propias que a la sazón resulta irreconocible. Al contrario de lo que siempre ha venido ocurriendo con las tormentas que azotaban nuestras costas, ésta no presenta ningún vestigio que nos permita identificarla, y a la sazón llevar a cabo alguna suerte de pronóstico que nos permita adelantar su rumbo.
Ciegos y mudos, incapaces de deducir ya sea mediante la implementación de métodos directos o indirectos la menor pista fiable que nos permita cuando menos albergar una mera ilusión de cobijo; nos disponemos tal vez por primera vez desde las elecciones que acabaron por traducir la República de 1931 a someternos a un proceso de desarrollo electoral y a la postre democrático en el que converge un claro miedo que se hace por ende claro en el momento en el que concluimos que, efectivamente, por primera vez en muchos años, al mismo incurre un invitado al que más allá de las consideraciones previas, a saber las imprescindibles para seguir haciendo llevadera esta farsa, no solo no somos capaces de atribuirle una misión, salvo claro está la de hacerlo saltar todo por los aires.

Siguiendo la máxima de CROWENLL, la que estipula que: “ al Sistema solo se le puede hacer daño desde dentro” conciliamos hoy una forma de reivindicación  en base a la cual sobre la misma por primera vez revierten toda una suerte de realidades y conceptos que vienen a constatar que el cambio es cuando menos, plausible. Tamaña certeza, visualizada en multitud de ocasiones, pero en tantas otras desestimadas, se erige aquí y ahora como un denominador común dispuesto a superar las limitaciones propias del concepto, para erigirse en un verdadero instrumento capaz de proponer no solo la necesidad de un cambio, sino capaz de diseñar un plan dinámico, revelador y por ende asumible, destinado  en todo caso a subvertir el orden, promoviendo pues, el cambio.

Es entonces cuando se produce la sorpresa. Una vez más, acudiendo a terminologías educadas, FROMM vuelve a recuperar la vigencia de la que antaño gozó, y que a la sazón nunca perdió, para vestir de científico lo que desde la calle vivimos como la constatación de que no hay peor oveja que la que no necesita pastor.
Es entonces cuando comprobamos cómo la catarsis es total y completa, arrojando sobre nosotros la lacónica imagen que la realidad ofrece, y que pasa por comprobar que, hoy por hoy el problema no subyace como antaño en las premisas de un debate destinado a saber si nuestros políticos representan o no a la población. Hoy el debate se ha subvertido hacia unos cánones en base a los cuales discutir si el Hombre merece o no ser salvado.

Ante el caos del que lo expuesto es solo mera representación, acertamos a escuchar las alarmas destinadas a guiar una supuesta evacuación controlada. No se arremolinen en las salidas de emergencia. Salgan en orden…En definitiva el Sistema, como un verdadero Ser Vivo, agrupa sus últimas energías en pos de unos estertores destinados a sobrevivir.

Pero ya es tarde, la orden de evacuar ha sido dada, y resulta imposible de detener, retrasar, y mucho menos abortar.

Cuando todo esto acabe, por primera vez en la Historia, es posible que nos hallemos ante un escenario no nuevo ni viejo. No atractivo ni demoníaco. Se tratará sin más de un escenario, del que nadie tiene diagnóstico previo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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