Alejado, una vez apreciado el juego semiótico al que la actualidad puede arrojarnos si en vez de
sugerir, interpretamos el título; lo cierto es que, una vez más, la realidad,
sus variables, y por supuesto la velocidad a la que se suceden los
acontecimientos que vienen unas veces a conformarla, y otras a distorsionarla
nos obligan, no obstante, a parapetarnos durante quién sabe si bastará con unos
instantes, a partir de los cuales sobrevivir en este oasis en el que se convierte un día más, el momento destinado si no
a la crítica necesaria, sí cuando menos a la reflexión imprescindible.
Haciendo del presente no ya virtud, pues tal conducta
traería aparejadas connotaciones positivistas
cuyas consecuencias serían a todas luces imposibles de predecir, y mucho menos
de valorar; lo cierto es que lejos igualmente de caer en el sentido de
falsa connotación que hizo grande a SHAKESPEARE cuando por ejemplo afirmó que el pasado no es sino el prólogo del
presente; lo cierto es que algunos pensamos abiertamente que el mundo ha
pasado de nadar en la abundancia retórica de las fortunas pasadas, a ahogarse
empíricamente en la certeza del dramatismo que nos arroja el futuro.
En un ejercicio incomprensible, del que por cierto los
momentos actuales no suponen ni con mucho el que podríamos considerar como el primer episodio (Descartes ya hubo de
hacer mención y solucionar algo parecido cuando el Hombre de la época se enquistó de forma memorable en el debate
Racionalismo-Empirismo); lo cierto es
que el Hombre de hoy ha conseguido el innegable honor de superar con creces
aquél destino. Si DESCARTES se enfrentó de lleno con el ingente peligro de discernir cuál había de ser la manera
adecuada mediante la que el Hombre se aproximaba a la Verdad; la actualidad nos
enfrenta en un debate en el que lo que está en juego es discernir qué es lo que
el Hombre considera o no como Verdad.
Circunvalando la conclusión a la que habremos en algún
momento de enfrentarnos, lo cierto es que una de las circunstancias que de
manera más apremiantes ha de llamar nuestra atención, pasa inevitablemente por
la constatación de lo estructural de
lo implementado en el debate. Así, la mera consideración de la variable
temporal, cuya constatación se hace presente si nos detenemos un instante a contemplar
cómo una sentencia del XVIII adquiere hoy plena vigencia, ha de ser sin duda
realidad obvia a partir de la cual construir la evidencia de lo esencial de los
elementos discutidos.
Salvadas las opciones contingentes, a efectos de desarrollo
será suficiente lo expuesto para comprender, a la par que para evidenciar, que
una vez más, y de manera otrosí casi anecdótica, podemos una vez más discernir
sin aparente género de dudas que lo estructural de los elementos sometidos a
consideración se hace evidente a partir del momento en el que constatamos la
tranquilidad con la que salvan sin el menor riesgo para su estabilidad, la cual
permanece por otro lado intacta; la que para la mayoría de ocasiones constituye
un reto insuperable, cual es el de el Tiempo.
Una vez constatado el rango
estructural del elemento analizado, podemos concluir sin temor a
equivocarnos que la concurrencia del mismo, bien sea ésta en un sentido o en
otro, supone acción consistente a la hora de presuponer primero, y constatar
después, el grado de influencia que la misma puede ejercer sobre el conjunto,
sobre la estructura pues, de la Sociedad en tanto que la misma redunda en algo
más que un mero agregado de individuos.
Es así que una vez superada la falacia que parte de suponer
a la Sociedad como una mera congregación de individuos, hemos no obstante de
superar las limitaciones que son propias a tal ejercicio implementando alguna
variable que induzca a suponer la consecución por sí sola de alguna clase de
desarrollo que fuera a priori inaccesible para el procedimiento, en caso de
ejecutarlo siguiendo parámetros que presupusieran la mera agregación.
Traído a los términos que nos ocupan, la aceptación de la
Sociedad como algo que supera en resultado a la mera agregación de individuos, aunque ésta venga inspirada en la
consecución de logros que de otra manera, sobre todo por separado, fuera
imposible, o en cualquier caso proporcionara resultados diferentes a los
esperados; nos lleva inexorablemente a pensar en la Sociedad como algo
realmente grande, algo que cuando menos tiene sentido por sí mismo.
Perdurando en tales reflexiones, así como por supuesto en la
línea que las hace propicias; hemos de terminar extrayendo que la Sociedad
constituye por sí sola una realidad del todo autónoma e independiente; una
realidad que supera con mucho cualquier resultado que pudiera intuirse del
hacer de alguna suerte de experimento basado en aglutinar individuos.
Así que, de la demostración palmaria de que efectivamente, el todo es mayor que la suma de sus partes, determinamos
que la Sociedad constituye por sí sola una realidad autónoma e independiente,
que expresa sus logros y necesidades por medio de un lenguaje propio, lo que no viene por otro lado a añadir
complicaciones al permanecer en la base, el denominador
común que es el Hombre.
Constatando así pues el Humanismo como una conducta no solo
lógica, sino más bien natural del Hombre,
empezamos poco menos que a atisbar una realidad que tanto en los parámetros
espaciales, como por supuesto en los temporales, se comporta como uno solo.
Suponiendo a La
Política como una forma de logro, lo que bien podría aceptarse en tanto que
considerar a la Moral como una superación de la mera Ética (lo que supondría
ver en la esperanza en la consecución del bien
común una mejora respecto de la mera substanciación de los deseos
individuales); habríamos igualmente de acabar aceptando que la debacle en la que actualmente nos hallamos
según el fracaso implícito que hoy por hoy comprobamos a la hora de valorar el
grado de consecución de lo expuesto hasta el momento; bien podría pasar por
una suerte de inapetencia basada probablemente en la incapacidad que muestra el
individuo actual para identificar, cuando no para ordenar, las variables
mencionadas, aunque sea dentro de un nuevo contexto en el que cada vez resulta
más evidente la existencia de nuevos patrones.
La constatación evidente de dicho fracaso, que resulta
gravosa en términos implícitos desde el momento en el que el Hombre sufre en
términos generales una suerte de neurosis que se traduce en la flagrante
incapacidad que tiene para identificarse tanto a sí mismo en tanto que tal, como por supuesto en tanto que integrante de una suerte de Sociedad; nos lleva a reparar en
una forma de desastre, en una degradación de los parámetros que componen, o en
teoría habrían de componer una Sociedad Sana.
La alienación que
resulta ahora obvia, en tanto que una enfermedad tan severa, que afecta con
tanta intensidad y en un grado tal de profundidad que nos obliga a considerar
abiertamente la posibilidad de que el Hombre se halle ciertamente en su último grado, el previo a la decadencia
antes de perder incluso su condición, tan solo resulta estimable si
consideramos la posibilidad de que el tránsito de tiempo que pertinaz se
esconde en el fragor de los últimos años, lejos de traer progreso, no ha hecho
sino anticipar el desastre.
Paradójicamente, nuestra condición de Hombres nos inhabilita
en términos procedimentales a la hora de tratar de llevar a cabo ejercicios
fructíferos destinados a hallar en nuestra actual
esencia diferencias que, por pérdida o agregación nos permitiera
identificar diferencias para con el modelo absoluto
de Hombre; modelo con el que se identificarían las conductas del Máximo
Humanismo. La causa que explica tal imposibilidad, la cual resulta por otro
lado descorazonadora es evidente. Se revela en todo su esplendor cuando
constatamos que nosotros, en tanto que Hombres, ejemplo del logro de la
evolución, no podemos identificar de manera consistentes cuáles son, y por supuesto
dónde se hallan, los componentes que se asocian con la supuesta Máxima
Humanidad.
Reconocida la incapacidad para acceder a los mencionados por
métodos, digamos directos, propondremos una suerte de metodología indirecta que
en el caso que nos ocupa bien puede pasar por la identificación de anomalías en
los procesos por ejemplo de substanciación de los principios en los que se
conciben las respuestas normales de lo que se supone humano.
Centrando así pues de manera totalmente interesada nuestra
atención en la Política, y asumiendo como la mejor de las respuestas aquélla
que valida una conducta en base a sus resultados de consecución del bien común, tenemos que el más que evidente
alejamiento que para tales consideraciones tienen los resultados de la actualidad
a tales efectos, nos llevan sin duda a asumir como ciertamente válida la teoría
según la cual es más que posible que las
conductas que la actualidad vierte como propias del desarrollo político, no esté
en realidad destinada a satisfacer tales patrones en tanto que no solo no
promueven el bien común sino que, en el colmo del la desazón, llegan a inferir
de su desarrollo pautas destinadas a promover el claro perjuicio de esa
mayoría.
En consecuencia, bien podemos suponer que los resultados que
de las prácticas que son evidentes resultan, nos obliguen a declarar como ajenos al Hombre, en tanto que no promovidos
por el Humanismo, conductas que hoy compilan la práctica totalidad no solo
de nuestra forma de actuar, cuando abiertamente no son ya parte dominante del
que denominamos acervo humano.
Y una prueba de esta transgresión,
la experimentada por el que denominaremos fenómeno de la evolución de la estructura del Sistema.
Identificable desde finales del XIX como la máxima
consecución del fenómeno de la Lucha de
Clases; la Teoría de la Sociedad del Bienestar había logrado no ya solo tal
legión de adeptos, cuando sí incluso
tal grado de implementación, que parecía tener garantizada su supervivencia en
tanto que ni los más tétricos del lugar habían
ni tan siquiera albergado una posibilidad de, al menos abiertamente, llegar a
considerar el cargar contra ella.
Sin embargo de un tiempo a esta parte, en un periodo que no
llega a los diez años, ya ni los más viejos del lugar parecen acordarse ni de
la teoría, si bien sí que añoran los logros prácticos que por otro lado vienen
a constituir el tejido de los sueños de
los escasos afortunados que hoy siguen soñando.
¿La causa de tal desastre? La eficacia del trabajo de los
que habiendo estado siempre ahí, permanecieron resguardados, apaciguados,
esperando su momento. En pos de que la conciencia
de la chusma volviera a promover un contexto fértil.
¿La constatación palpable del grado de éxito? La tenemos en
la contemplación de fenómenos como el que resulta obvio cuando vemos cómo, en
un periodo insisto inferior a diez años, y actuando siempre a la sombra de la
gran farsa, de la crisis, los de siempre han logrado urdir tapices capaces de
hacernos confundir lo que una vez fueron políticas
de mercado, con lo que hoy no supone sino la irrupción absoluta de la sociedad
de mercado.
Sinceramente, creo que no estamos preparados para asumir la
metamorfosis. ¿Hacemos algo por recuperar al organismo, o dejamos que sigan extirpando todo aquello que les resulta
inadecuado?
Toma así pues la máxima que bien podría llevarnos a
recuperar la senda del Humanismo una vez hemos perdido la Humanidad: “Seamos realistas, pidamos pues lo
imposible.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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