jueves, 3 de julio de 2014

SEAMOS REALISTAS…

Alejado, una vez apreciado el juego semiótico al que la actualidad puede arrojarnos si en vez de sugerir, interpretamos el título; lo cierto es que, una vez más, la realidad, sus variables, y por supuesto la velocidad a la que se suceden los acontecimientos que vienen unas veces a conformarla, y otras a distorsionarla nos obligan, no obstante, a parapetarnos durante quién sabe si bastará con unos instantes, a partir de los cuales sobrevivir en este oasis en el que se convierte un día más, el momento destinado si no a la crítica necesaria, sí cuando menos a la reflexión imprescindible.

Haciendo del presente no ya virtud, pues tal conducta traería aparejadas connotaciones positivistas cuyas consecuencias serían a todas luces imposibles de predecir, y mucho menos de valorar; lo cierto es que lejos igualmente de caer en el sentido de falsa connotación que hizo grande a SHAKESPEARE cuando por ejemplo afirmó que el pasado no es sino el prólogo del presente; lo cierto es que algunos pensamos abiertamente que el mundo ha pasado de nadar en la abundancia retórica de las fortunas pasadas, a ahogarse empíricamente en la certeza del dramatismo que nos arroja el futuro.

En un ejercicio incomprensible, del que por cierto los momentos actuales no suponen ni con mucho el que podríamos considerar como el primer episodio (Descartes ya hubo de hacer mención y solucionar algo parecido cuando el Hombre de la época se enquistó de forma memorable en el debate Racionalismo-Empirismo); lo cierto es que el Hombre de hoy ha conseguido el innegable honor de superar con creces aquél destino. Si DESCARTES se enfrentó de lleno con el ingente peligro de discernir cuál había de ser la manera adecuada mediante la que el Hombre se aproximaba a la Verdad; la actualidad nos enfrenta en un debate en el que lo que está en juego es discernir qué es lo que el Hombre considera o no como Verdad.

Circunvalando la conclusión a la que habremos en algún momento de enfrentarnos, lo cierto es que una de las circunstancias que de manera más apremiantes ha de llamar nuestra atención, pasa inevitablemente por la constatación de lo estructural de lo implementado en el debate. Así, la mera consideración de la variable temporal, cuya constatación se hace presente si nos detenemos un instante a contemplar cómo una sentencia del XVIII adquiere hoy plena vigencia, ha de ser sin duda realidad obvia a partir de la cual construir la evidencia de lo esencial de los elementos discutidos.

Salvadas las opciones contingentes, a efectos de desarrollo será suficiente lo expuesto para comprender, a la par que para evidenciar, que una vez más, y de manera otrosí casi anecdótica, podemos una vez más discernir sin aparente género de dudas que lo estructural de los elementos sometidos a consideración se hace evidente a partir del momento en el que constatamos la tranquilidad con la que salvan sin el menor riesgo para su estabilidad, la cual permanece por otro lado intacta; la que para la mayoría de ocasiones constituye un reto insuperable, cual es el de el Tiempo.
Una vez constatado el rango estructural del elemento analizado, podemos concluir sin temor a equivocarnos que la concurrencia del mismo, bien sea ésta en un sentido o en otro, supone acción consistente a la hora de presuponer primero, y constatar después, el grado de influencia que la misma puede ejercer sobre el conjunto, sobre la estructura pues, de la Sociedad en tanto que la misma redunda en algo más que un mero agregado de individuos.

Es así que una vez superada la falacia que parte de suponer a la Sociedad como una mera congregación de individuos, hemos no obstante de superar las limitaciones que son propias a tal ejercicio implementando alguna variable que induzca a suponer la consecución por sí sola de alguna clase de desarrollo que fuera a priori inaccesible para el procedimiento, en caso de ejecutarlo siguiendo parámetros que presupusieran la mera agregación.
Traído a los términos que nos ocupan, la aceptación de la Sociedad como algo que supera en resultado a la mera agregación de individuos, aunque ésta venga inspirada en la consecución de logros que de otra manera, sobre todo por separado, fuera imposible, o en cualquier caso proporcionara resultados diferentes a los esperados; nos lleva inexorablemente a pensar en la Sociedad como algo realmente grande, algo que cuando menos tiene sentido por sí mismo.

Perdurando en tales reflexiones, así como por supuesto en la línea que las hace propicias; hemos de terminar extrayendo que la Sociedad constituye por sí sola una realidad del todo autónoma e independiente; una realidad que supera con mucho cualquier resultado que pudiera intuirse del hacer de alguna suerte de experimento basado en aglutinar individuos.
Así que, de la demostración palmaria de que efectivamente, el todo es mayor que la suma de sus partes, determinamos que la Sociedad constituye por sí sola una realidad autónoma e independiente, que expresa sus logros y necesidades por medio de un lenguaje propio, lo que no viene por otro lado a añadir complicaciones al permanecer en la base, el denominador común que es el Hombre.

Constatando así pues el Humanismo como una conducta no solo lógica, sino más bien natural del Hombre, empezamos poco menos que a atisbar una realidad que tanto en los parámetros espaciales, como por supuesto en los temporales, se comporta como uno solo.

Suponiendo a La Política como una forma de logro, lo que bien podría aceptarse en tanto que considerar a la Moral como una superación de la mera Ética (lo que supondría ver en la esperanza en la consecución del bien común una mejora respecto de la mera substanciación de los deseos individuales); habríamos igualmente de acabar aceptando que la debacle en la que actualmente nos hallamos según el fracaso implícito que hoy por hoy comprobamos a la hora de valorar el grado de consecución de lo expuesto hasta el momento; bien podría pasar por una suerte de inapetencia basada probablemente en la incapacidad que muestra el individuo actual para identificar, cuando no para ordenar, las variables mencionadas, aunque sea dentro de un nuevo contexto en el que cada vez resulta más evidente la existencia de nuevos patrones.

La constatación evidente de dicho fracaso, que resulta gravosa en términos implícitos desde el momento en el que el Hombre sufre en términos generales una suerte de neurosis que se traduce en la flagrante incapacidad que tiene para identificarse tanto a sí mismo en tanto que tal, como por supuesto en tanto que integrante de una suerte de Sociedad; nos lleva a reparar en una forma de desastre, en una degradación de los parámetros que componen, o en teoría habrían de componer una Sociedad Sana.

La alienación que resulta ahora obvia, en tanto que una enfermedad tan severa, que afecta con tanta intensidad y en un grado tal de profundidad que nos obliga a considerar abiertamente la posibilidad de que el Hombre se halle ciertamente en su último grado, el previo a la decadencia antes de perder incluso su condición, tan solo resulta estimable si consideramos la posibilidad de que el tránsito de tiempo que pertinaz se esconde en el fragor de los últimos años, lejos de traer progreso, no ha hecho sino anticipar el desastre.

Paradójicamente, nuestra condición de Hombres nos inhabilita en términos procedimentales a la hora de tratar de llevar a cabo ejercicios fructíferos destinados a hallar en nuestra actual esencia diferencias que, por pérdida o agregación nos permitiera identificar diferencias para con el modelo absoluto de Hombre; modelo con el que se identificarían las conductas del Máximo Humanismo. La causa que explica tal imposibilidad, la cual resulta por otro lado descorazonadora es evidente. Se revela en todo su esplendor cuando constatamos que nosotros, en tanto que Hombres, ejemplo del logro de la evolución, no podemos identificar de manera consistentes cuáles son, y por supuesto dónde se hallan, los componentes que se asocian con la supuesta Máxima Humanidad.

Reconocida la incapacidad para acceder a los mencionados por métodos, digamos directos, propondremos una suerte de metodología indirecta que en el caso que nos ocupa bien puede pasar por la identificación de anomalías en los procesos por ejemplo de substanciación de los principios en los que se conciben las respuestas normales de lo que se supone humano.

Centrando así pues de manera totalmente interesada nuestra atención en la Política, y asumiendo como la mejor de las respuestas aquélla que valida una conducta en base a sus resultados de consecución del bien común, tenemos que el más que evidente alejamiento que para tales consideraciones tienen los resultados de la actualidad a tales efectos, nos llevan sin duda a asumir como ciertamente válida la teoría según la cual es más que posible que las conductas que la actualidad vierte como propias del desarrollo político, no esté en realidad destinada a satisfacer tales patrones en tanto que no solo no promueven el bien común sino que, en el colmo del la desazón, llegan a inferir de su desarrollo pautas destinadas a promover el claro perjuicio de esa mayoría.

En consecuencia, bien podemos suponer que los resultados que de las prácticas que son evidentes resultan, nos obliguen a declarar como ajenos al Hombre, en tanto que no promovidos por el Humanismo, conductas que hoy compilan la práctica totalidad no solo de nuestra forma de actuar, cuando abiertamente no son ya parte dominante del que denominamos acervo humano.

Y una prueba de esta transgresión, la experimentada por el que denominaremos fenómeno de la evolución de la estructura del Sistema.
Identificable desde finales del XIX como la máxima consecución del fenómeno de la Lucha de Clases; la Teoría de la Sociedad del Bienestar había logrado no ya solo tal legión de adeptos, cuando sí incluso tal grado de implementación, que parecía tener garantizada su supervivencia en tanto que ni los más tétricos del lugar habían ni tan siquiera albergado una posibilidad de, al menos abiertamente, llegar a considerar el cargar contra ella.
Sin embargo de un tiempo a esta parte, en un periodo que no llega a los diez años, ya ni los más viejos del lugar parecen acordarse ni de la teoría, si bien sí que añoran los logros prácticos que por otro lado vienen a constituir el tejido de los sueños de los escasos afortunados que hoy siguen soñando.

¿La causa de tal desastre? La eficacia del trabajo de los que habiendo estado siempre ahí, permanecieron resguardados, apaciguados, esperando su momento. En pos de que la conciencia de la chusma volviera a promover un contexto fértil.

¿La constatación palpable del grado de éxito? La tenemos en la contemplación de fenómenos como el que resulta obvio cuando vemos cómo, en un periodo insisto inferior a diez años, y actuando siempre a la sombra de la gran farsa, de la crisis, los de siempre han logrado urdir tapices capaces de hacernos confundir lo que una vez fueron políticas de mercado, con lo que hoy no supone sino la irrupción absoluta de la sociedad de mercado.

Sinceramente, creo que no estamos preparados para asumir la metamorfosis. ¿Hacemos algo por recuperar al organismo, o dejamos que sigan extirpando todo aquello que les resulta inadecuado?

Toma así pues la máxima que bien podría llevarnos a recuperar la senda del Humanismo una vez hemos perdido la Humanidad: “Seamos realistas, pidamos pues lo imposible.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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