Una vez aceptamos como inexorable nuestro tránsito en pos no
ya del tiempo, como sí más bien de la interminable y a la sazón más que
irreparable lista de miserias con las
que se nos regala nuestro devenir por
el que se ha tenido a bien configurar como nuestro presente; lo cierto es que cada vez nos resulta menos prosaico,
menos doloroso, empezar a asumir cómo, efectivamente, somos los dueños de un
instante en el que solo lo patético parece superar a lo vulgarmente lamentable.
Instalados en la falacia
del sueño, confundimos ensoñación con
lo que legítimamente podría constituir la sana actividad de tratar de ver
siempre el vaso medio lleno. Y como
muestra de tal hecho, pongamos por ejemplo la evolución que ha sufrido en los
últimos años un concepto tan nuestro, como lo es el de la propia crisis.
Objeto de controversias, análisis y contraanálisis, lo
cierto es que las toneladas de papel que a tal efecto han rodado; los cientos
de horas de televisión y radio que a tenor se han emitido, para poco más que
para poner de manifiesto nuestra supina ignorancia han servido.
De manera altamente
desquiciante, el concepto se ha mostrado no ya esquivo, sino más bien
propenso a mutar, cada vez que alguien osaba no ya aproximarse, cuando sí más
bien o tan solo hacer algo más que especular al respecto, empecinado en la casi
suicida labor de emitir un juicio fidedigno en relación al rebuscado concepto.
Así a lo largo de estos ya más de siete años, los conceptos
y las definiciones atribuidas al respecto han ido evolucionando, como a la
sazón parece haberlo hecho el propio monstruo.
Primero fue una crisis de confianza. Luego fue una crisis de Capital.
Luego, en lo que se comenzaba a atisbar como el reconocimiento expreso de
nuestra supina ignorancia, alguien acuñó el término grandilocuente de la madre de todas las crisis. Finalmente,
y de manera un tanto paradójica, hemos tenido que esperar al final, para que la
definición más científica, aquélla que definitivamente la ubica como una Crisis de Deuda (Pública), nos permita a
algunos determinar de manera tan apremiante como subjetiva, que ciertamente no
estamos ante una crisis, cuando sí ante una supina y pormenorizadamente
preparada estafa.
Si en algo me amparo a la hora de considerar que, efectivamente
estamos saliendo, no es, ni con mucho, en los datos que proporcionan ni el Sr.
Ministro de Hacienda, ni por supuesto los que aporta su colega de andanzas, el Sr. Ministro de Economía. Si verdaderamente
en algo me apoyo a la hora de hacerme alguna ilusión en pos de saber que al
menos llegaré a intuir la salida del
actual estado de mentiras y miserias en el que no hallamos instalados, es
en el pormenorizado análisis que día tras día llevo a cabo de la evolución de las arengas que los golfos
adscritos al poder llevan a cabo desde los medios que para tal fin se ponen a
su disposición.
Una vez analizado el
discurso, una vez revisada la
farfulla, a saber suerte de discurso inconexo, deslavazado y carente de
coherencia que se vuelve ininteligible en caso de desarrollarse de manera oral;
comprobamos cómo a la vez de lo acontecido en la Grecia Clásica con
los Sofistas: Nos vemos inmersos en una
base de de Política de grado cero.
Desde semejante cuando no parecidamente desde la misma
laxitud, me sorprendo hoy con un ¿valiente? Artículo de uno de esos opinadotes profesionales que, empeñado
en ocultar tras un viso de legitimidad
intelectual lo que en realidad no es sino otra manera de vivir del cuento; se afana en explicar
por qué ha abandonado en este caso una tertulia de la sexta por, presuntamente, haberse cansado de jugar el papel de tonto útil.
Siguiendo estrictamente el canon que tal fórmula especifica,
viene a ser el tonto útil, aquél que de
manera inconsciente, por la interpretación malintencionada llevada a cabo
por los que antes o después se
manifiestan como sus antagonistas, termina por hacer de sus palabras o actos
justificantes válidos de lo que éstos quieren en realidad defender.
Dicho de otra manera, en términos más coloquiales, viene a
ser el efecto que se produce cuando tras escuchar a Florentino PÉREZ hablar de
fútbol, te haces desasosegadamente antimadridista.
Aunque sin perder la compostura, y volviendo no obstante a
la sinrazón, la que paradójicamente se convierte en la única fuente de recursos
válida para el ejercicio que hemos emprendido; lo cierto es que escuchar hoy en
una de las emisoras de los Padres
Escolapios afirmar que rotundamente podemos decir sin el menor lugar a la
duda que, efectivamente nos hallamos ante una crisis de deuda; es algo que me deja mucho más tranquilo.
Y lo hace no porque confíe en sus reflexiones, de hecho si
verdaderamente se tratara de una crisis de deuda, habríamos definitivamente de
asumir que la única manera de resolverla pasaría de manera igualmente inexorable
por pagar esa deuda, lo que se traduciría en que fomentar el ahorro sería la
única medida lógica, de manera que promover el consumo, ése que precisamente
jalean como aparente impulsor de las bonanzas, no sería sino promover otro
tsunami.
Pero de verdad, no se preocupen. Y por supuesto no traten de
aplicar criterios lógicos a lo que definitivamente carece de lógica.
Simplemente esperen porque como muy bien dice el slogan de
la Episcopecal: “Cadena Cope, estar
informados”.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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