Desde la plena certeza no ya de la inseguridad del presente,
sino más bien desde la plena consciencia de lo insostenible que resulta no ya
esta realidad, sino incluso el presente; es desde donde considero necesario
arrancar hoy este instante de reflexión, en
pos no ya de alcanzar el gozo propio del que alcanza la respuesta, cuando sí
más bien de continuar disfrutando la belleza que proporciona el saberse capaz
de seguir planteando dudas, que a veces llegan a resulta útiles, en tanto que
acaban por albergar un instante de esperanza, al convertirse en cuestiones.
Desde esa perspectiva, afrontamos un día más el que ha
pasado de ser un hábito para convertirse de una vez en toda una obligación, en
pos de la cual no resulta ya suficientemente escatológico el que semana tras
semana me crea capacitado para dar mi opinión sobre los temas de actualidad;
sino que además, en una confesa y por ende manifiesta franca ausencia de
humildad, llegue a barajar seriamente la posibilidad de que a alguien le
importe lo que yo opino…
Lo cierto es que, dicho sea de paso, esta última
consideración me quita bastante menos el sueño.
Inmersos pues en una realidad cuyo único denominador común bien pudiera pasar por
asumir como plenamente vigente la que no es sino una consideración regresiva
del tiempo y de su transcurrir, lo cierto es que, hoy por hoy, me cuesta llegar
a imaginar, si puedo prescindir para ello de los componentes románticos, un
futuro positivo, si para el tiempo que está
por venir.
Alejado del optimismo
bienaventurado, y no en menor medida del pesimismo malintencionado, amparado tal vez, o mejor dicho quién
sabe, si en una suerte de realismo bien
informado; lo cierto es que uno de los pocos análisis con los que comulgo, no tanto en sus condiciones,
como sí más bien a la hora de bendecir
sus virtudes procedimentales, es aquél que viene a decir que, una vez
desnortado el barco, la decisión prudente bien podría pasar por retrotraer el
rumbo de la nave hasta la que fuera el último rumbo conocido, convencidos de
poder, desde allí, retomar el norte.
Maravillados ya tan solo ante la flagrante perspectiva que
se nos ofrece para convertir el pasado en
fuente de futuro, lo cierto es que no demoraré un solo instante más la
posibilidad de hacer de la Historia fuente de conocimiento orientado, destinado
en este caso, y como es obvio, a orientar en pos de localizar en el pasado
situaciones, cuando no actitudes, que puedan sernos hoy de alguna utilidad.
Así, convencido de que solo el estudio de estructuras sociales con las cuales
denotemos algún parecido cuando no similitud, puedan a la postre suministrarnos
información que finalmente pueda resultarnos útil, es de donde extraigo la
certeza de que La Roma de la Antigüedad puede
darnos algunas pistas.
Colofón a priori donde se encumbran la práctica totalidad de
las variables cuya neta consecución parece asegurar el triunfo de un modelo
social, lo cierto es que lejos de ponernos aquí y ahora a discernir en pos de
la supuesta conveniencia de adoptar unos u otros métodos, lo cierto es que solo
en dos aseveraciones máximas nos detendremos hoy.
La primera, la que informa de la peligrosidad innata que
existe en asumir como adecuado el permanecer fuera de la Muralla de Roma
después de la hora sexta.
La segunda, la que sirve para poner de manifiesto lo poco
certero que resulta seguir el consejo que puede hallarse implícito en el
ladrido de un perro que habitualmente padece los rigores del apaleamiento.
Vivimos tiempo convulsos, La mera constatación del hecho
sirve, en contra de lo que pueda llegar a parecer, para darnos otra pista del
rigor con el que azotan los malos
tiempos. Unos malos tiempos que, en el caso concreto de la necesidad de
reorientar los ya exiguos modelos sociales, nos han servido para constatar no
tanto que el sistema se ha acabado,
como sí más bien que de lo que en realidad adolece es del pleno y absoluto
dominio de la certeza de que ha
colapsado.
De la constatación de tal colapso, como fundamentalmente del
conocimiento de los riesgos implícitos que el mismo trae consigo, surge la
constatación, por otro lado casi inevitable, de que hay que empezar a dotarse,
cuando no a crear, de nuevos modelos destinados a liderar, más pronto que
tarde, el inminente proceso de reconversión social al que indefectiblemente
estamos ya abocados.
Sin embargo, casi tan importante como saber elegir los
modelos que resulten interesantes, será el poder ser críticos con las fuentes
de las que tales modelos procedan. Así, acudir al consejo procedente de quienes
por una u otra razón han constituido siempre el estrato social más golpeado por
el sistema, nos conduce inexorablemente hacia posiciones revanchistas, cuando
no abiertamente traumatizadas, de cuyo mensaje poco más que miseria, horror y
envidia podamos extraer, sea cual sea el método que para el mencionado análisis
elijamos.
Ciertamente, sin dejar que de mis palabras pueda
interpretarse nada que vaya más allá de lo que escrupulosamente digo con cada
punto, y con cada coma, lo cierto es que acudiendo a PÉREZ GALDÓS, a los
“Episodios Nacionales” ¿Cómo no? Cito literalmente:
“No nos entendemos…Yo
tengo órdenes que he de cumplir estrictamente. Para lanzarte sin freno a la
perdición, necesitas oro. Es natural: sin dinero no se puede realizar el
bien…,ni el mal. Para el bien tendrás lo que quieras Fernando. Demuéstrame que
quieres el bien, abandona tus locos devaneos, y partiendo los dos de Madrid
esta noche…(…) Usted puede perder el tiempo, yo no . Es inútil. Si cierra la
puerta, me descolgaré por el balcón. No intente seguirme…corro yo más que
usted.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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