jueves, 4 de septiembre de 2014

DE LA INCONGRUENCIA DE LA LÓGICA CUANDO SE USA PARA JUSTIFICAR EL PATERNALISMO.


Cansado como en muchas otras ocasiones de la realidad en la que me debato, me sumerjo en la búsqueda, disimulada en la constatación efusiva de que el pasado que recuerdo no fue solo un sueño, convencido de que indagar en las viejas cajas rotuladas con la etiqueta de trastos, pueda proporcionarme la tan ansiada prueba de que aquel viejo sueño, aquel extraño recuerdo cuya certeza inconexa escapa a de mí en el último momento, forman en realidad parte de algo más sólido que una ilusión probablemente construida a partir de frustraciones.

Indago, rebusco, analizo. Y cuando estoy a punto de dar por finalizada la penosa acción, cuando empiezo a dar por hecho que una vez más la mera sensación de haber perdido el tiempo será todo cuanto obtenga de una tarde escabrosa, es cuando me doy de bruces con una Enciclopedia. “Historia del Socialismo” reza en su lomo.

Una enciclopedia que permanece, extrañamente, precintada.

Dos son los motivos que llevan a alguien a escribir un libro como este a saber, la necesidad de explicar algo nuevo, en cuyo caso la mera condición de originalidad nos llevaría a celebrar su existencia; o la necesidad de recordar a esa misma sociedad la existencia de cierto tipo de conocimientos, realidades o el peor de los casos, tradiciones, que en opinión del autor bien pudieran haber sido olvidadas, obviadas, o incluso traicionadas.

Desde semejante perspectiva, y asumiendo pues que el condicionante histórico que sin duda reverbera en el concepto general nos lleva a priori a decantarnos por el contenido basado en el recuerdo, una pregunta lapidaria toma forma en nuestra mente: ¿Qué suerte de traición ha llevado al autor a pensar que se hacía necesaria, incluso imprescindible, una reedición de la naturaleza de la hoy traída a colación?

Lejos de considerar tan siquiera la posibilidad de poner de manifiesto ni uno solo de los principios que sustentan al Socialismo; y por ende lejos de hacerlo con ni una sola de cuantas ideologías o concepciones de las que vienen a convergen en la construcción del mundo hoy por hoy hacemos; lo cierto es que sí al contrario me veo en la necesidad perentoria de poner a contraluz el efecto que el paso del tiempo ha tenido sobre alguno de esos conceptos, atañendo con ello a los efectos que sus cambios han supuesto para con la nueva realidad.

Partiendo de la conocida máxima según la cual no podemos esperar que el mero paso del tiempo evolucione el progreso, es como casi queda respondida una de las cuestiones que arriba se volvían como casi imprescindibles, y a la sazón inabordables.
Antes de que la presente pueda parecer degenere en una mera constatación del efecto que viejas cuestiones han traído para con el hoy, para con el presente, lo cierto es que la mera constatación de que muchas de las realidades que constituyen nuestro presente, hunden sus raíces en el pasado, debería ser lo suficientemente ilustrativo para conformar en nosotros la certeza de que muy probablemente, lo que nosotros llamamos progreso, y sobre lo que en definitiva construimos nuestra ilusión de realidad, no es sino una construcción hueca.

¿Por qué? Sencillamente porque ese amago de construcción, ese ejercicio fallido, carece del componente humano por excelencia. El que viene promocionado por la responsabilidad.

Una Sociedad informada no tiene que ser necesariamente una Sociedad formada. Nos topamos ahora con otro de los grandes iconos de lo que bien pudiera ser el arquetipo que responde a muchas de las cuestiones actuales.
Así como los malentendidos se erigen a menudo en la razón que en el campo de lo individual dan paso a grandes desastres; así es como en el campo de lo social la aceptación de cuestiones como ésta, que dan lugar a paradigmas que nadie se ha molestado en contrastar, originan procedimientos encaminados a llevar a una sociedad a una forma de desastre.

De esta manera, el dar por hecho nos enfrenta a escenarios rocambolescos como el que podemos imaginar a partir de la conjugación de los componentes que nos ponen frente a una sociedad que tras casi cuarenta años de algo denominado Transición, se da de bruces con la dura realidad que supone comprobar cómo la orgía de satisfacción permanentemente orgásmica en la que se halla sumida desde 1978 se traduce hoy en la constatación palmaria de la definitiva pérdida a efectos políticos de una generación que se encuentra hoy del todo incapacitada para luchar en pos de unos derechos que le han sido dados, toda vez que no conoce las obligaciones cuya aceptación le ha sido en muchos casos, impuesta.

Para los que no se encuentren muy despiertos, o sencillamente no se hagan una idea, me refiero a esa generación que recientemente grita en manifestaciones, o te explica razonadamente si le das un instante para explicarse, que ellos no votaron esta Constitución. Y si después de escuchar con atención tienes la valentía de ser tú mismo quien te dedicas unos minutos en pos de analizar lo que semejante afirmación lleva implícita, llegarás sencillamente a una serie de constataciones que frugalmente pueden quedar resumidas en una afirmación que, sea cual sea su forma, puede formar parte de un ideario que gira en torno a la asunción de que ninguna opción ideológica sea a priori buena o mala, puede ser en realidad tenida como propia cuando en la base resulta ser el resultado de una imposición. Por muy buena, práctica y si se me apura, rentable, que la misma haya sido.

Componiendo poco a poco el cesto que de tales mimbres podemos ir urdiendo, lo cierto es que no hace falta ser ni tan siquiera ágil para comprender que las atribuciones ideológicas que algunos pueden estar llevando a cabo en forma de aparente imposición. Que las aparentes contradicciones en las que muchos pueden a priori parecer estar cayendo al emborronar con expresiones aparentemente populistas cuestiones por otro lado perfectamente legítimas; no viene en realidad sino a poner de manifiesto la realidad de un país cuyo surrealismo es verdaderamente peligroso toda vez que sus artífices carecen del sincretismo de VALLE-INCLÁN, y por supuesto no han leído a CARROLL. Además, y para su desgracia, no pueden como por ejemplo JARDIEL PONCELA, acurrucarse en pos de un sentido del humor arquetipo de una inteligencia desbordante.

Por eso, tal vez por eso, por el recuerdo de los esperpentos, sea por lo que el actual panorama se desdibuja a partir de la comprensión de un tiempo en el que el debate ha girado alrededor de la cuestión de si la primacía se hallaba en la escenografía, o si por el contrario la misma se atesoraba en los personajes.
De una u otra manera, lo cierto es que el tiempo ha hecho caducar la obra. Y lo cierto es que ha envejecido terriblemente. Hasta el punto de que, hoy por hoy, unos y otros resultan del todo irreconocibles. De ahí la necesidad imparable de reconstruir la obra.

Casi cuarenta años han pasado, y nadie se ha dignado a dar un mal brochazo a las paredes. Pese a lo evidente de los desconchones, y siguiendo el paradigma de que el ojo del amo engorda al caballo, lo cierto es que alguien debería empezar a asumir que seguir riendo las gracias a los que afirman que el piso puede alquilarse un año más sin necesidad de correr con los inevitables gastos que una reforma lleva aparejados, constituye, hoy por hoy, un serio peligro; una imprudencia, sin duda, de la que demasiado bien parados saldremos si no tiene consecuencias más allá de las que a estas alturas hemos constatado.

Sea como fuere, lo cierto es que ahora mismo estoy buscando unas tijeras. El motivo, es bien sencillo. Soy algo torpe con las manos, lo que me lleva a tener que valerme de las mismas para quitar el precinto a esa enciclopedia de la que antes he hablado, y en la que me dispongo a indagar no tanto en busca de pócimas mágicas, o verdades absolutas. Lo cierto es que me daré por satisfecho si logro descubrir el espíritu desde el que el autor se planteó la casi mitológica tarea de recopilar el catálogo de principios que antaño llevó a algunos a estar seguros de que sin duda alguna, estaban haciendo algo grande.

A propósito, yo formo parte de la generación que ha tenido que asumir por imposición incluso sus derechos.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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