Cansado como en muchas otras ocasiones de la realidad en la
que me debato, me sumerjo en la búsqueda, disimulada en la constatación efusiva
de que el pasado que recuerdo no fue solo un sueño, convencido de que indagar
en las viejas cajas rotuladas con la etiqueta de trastos, pueda proporcionarme la tan ansiada prueba de que aquel
viejo sueño, aquel extraño recuerdo cuya certeza inconexa escapa a de mí en el
último momento, forman en realidad parte de algo más sólido que una ilusión
probablemente construida a partir de frustraciones.
Indago, rebusco, analizo. Y cuando estoy a punto de dar por
finalizada la penosa acción, cuando empiezo a dar por hecho que una vez más la
mera sensación de haber perdido el tiempo será todo cuanto obtenga de una tarde
escabrosa, es cuando me doy de bruces con una Enciclopedia. “Historia del
Socialismo” reza en su lomo.
Una enciclopedia que permanece, extrañamente, precintada.
Dos son los motivos que llevan a alguien a escribir un libro
como este a saber, la necesidad de explicar algo nuevo, en cuyo caso la mera
condición de originalidad nos llevaría a celebrar su existencia; o la necesidad
de recordar a esa misma sociedad la existencia de cierto tipo de conocimientos,
realidades o el peor de los casos, tradiciones, que en opinión del autor bien
pudieran haber sido olvidadas, obviadas, o incluso traicionadas.
Desde semejante perspectiva, y asumiendo pues que el
condicionante histórico que sin duda reverbera en el concepto general nos lleva
a priori a decantarnos por el contenido basado en el recuerdo, una pregunta
lapidaria toma forma en nuestra mente: ¿Qué suerte de traición ha llevado al
autor a pensar que se hacía necesaria, incluso imprescindible, una reedición de
la naturaleza de la hoy traída a colación?
Lejos de considerar tan siquiera la posibilidad de poner de
manifiesto ni uno solo de los principios que sustentan al Socialismo; y por
ende lejos de hacerlo con ni una sola de cuantas ideologías o concepciones de
las que vienen a convergen en la construcción del mundo hoy por hoy hacemos; lo
cierto es que sí al contrario me veo en la necesidad perentoria de poner a
contraluz el efecto que el paso del tiempo ha tenido sobre alguno de esos conceptos,
atañendo con ello a los efectos que sus cambios han supuesto para con la nueva
realidad.
Partiendo de la conocida máxima según la cual no podemos esperar que el mero paso del
tiempo evolucione el progreso, es como casi queda respondida una de las cuestiones
que arriba se volvían como casi imprescindibles, y a la sazón inabordables.
Antes de que la presente pueda parecer degenere en una mera
constatación del efecto que viejas cuestiones han traído para con el hoy, para
con el presente, lo cierto es que la mera constatación de que muchas de las
realidades que constituyen nuestro presente, hunden sus raíces en el pasado,
debería ser lo suficientemente ilustrativo para conformar en nosotros la
certeza de que muy probablemente, lo que nosotros llamamos progreso, y sobre lo
que en definitiva construimos nuestra ilusión de realidad, no es sino una
construcción hueca.
¿Por qué? Sencillamente porque ese amago de construcción,
ese ejercicio fallido, carece del
componente humano por excelencia. El que viene promocionado por la responsabilidad.
Una Sociedad informada
no tiene que ser necesariamente una Sociedad formada. Nos topamos ahora con otro de los
grandes iconos de lo que bien pudiera ser el arquetipo que responde a muchas de
las cuestiones actuales.
Así como los malentendidos
se erigen a menudo en la razón que en el campo de lo individual dan paso a
grandes desastres; así es como en el campo de lo social la aceptación de
cuestiones como ésta, que dan lugar a paradigmas
que nadie se ha molestado en contrastar, originan procedimientos
encaminados a llevar a una sociedad a una forma de desastre.
De esta manera, el dar
por hecho nos enfrenta a escenarios rocambolescos como el que podemos
imaginar a partir de la conjugación de los componentes que nos ponen frente a
una sociedad que tras casi cuarenta años de algo denominado Transición, se da de bruces con la dura
realidad que supone comprobar cómo la
orgía de satisfacción permanentemente orgásmica en la que se halla sumida
desde 1978 se traduce hoy en la constatación palmaria de la definitiva pérdida
a efectos políticos de una generación que se encuentra hoy del todo
incapacitada para luchar en pos de unos derechos que le han sido dados, toda
vez que no conoce las obligaciones cuya aceptación le ha sido en muchos casos,
impuesta.
Para los que no se encuentren muy despiertos, o
sencillamente no se hagan una idea, me refiero a esa generación que
recientemente grita en manifestaciones, o te explica razonadamente si le das un
instante para explicarse, que ellos no votaron esta Constitución. Y si después
de escuchar con atención tienes la valentía de ser tú mismo quien te dedicas
unos minutos en pos de analizar lo que semejante afirmación lleva implícita,
llegarás sencillamente a una serie de constataciones que frugalmente pueden
quedar resumidas en una afirmación que, sea cual sea su forma, puede formar
parte de un ideario que gira en torno a la asunción de que ninguna opción
ideológica sea a priori buena o mala, puede ser en realidad tenida como propia
cuando en la base resulta ser el resultado de una imposición. Por muy buena,
práctica y si se me apura, rentable, que la misma haya sido.
Componiendo poco a poco el
cesto que de tales mimbres podemos ir urdiendo, lo cierto es que no hace
falta ser ni tan siquiera ágil para comprender que las atribuciones ideológicas
que algunos pueden estar llevando a cabo en forma de aparente imposición. Que
las aparentes contradicciones en las que muchos pueden a priori parecer estar
cayendo al emborronar con expresiones aparentemente
populistas cuestiones por otro lado perfectamente legítimas; no viene en
realidad sino a poner de manifiesto la realidad de un país cuyo surrealismo es
verdaderamente peligroso toda vez que sus artífices carecen del sincretismo de
VALLE-INCLÁN, y por supuesto no han leído a CARROLL. Además, y para su
desgracia, no pueden como por ejemplo JARDIEL PONCELA, acurrucarse en pos de un
sentido del humor arquetipo de una inteligencia desbordante.
Por eso, tal vez por eso, por el recuerdo de los esperpentos, sea por lo que el actual
panorama se desdibuja a partir de la comprensión de un tiempo en el que el
debate ha girado alrededor de la cuestión de si la primacía se hallaba en la
escenografía, o si por el contrario la misma se atesoraba en los personajes.
De una u otra manera, lo cierto es que el tiempo ha hecho
caducar la obra. Y
lo cierto es que ha envejecido terriblemente. Hasta el punto de que, hoy por
hoy, unos y otros resultan del todo irreconocibles. De ahí la necesidad
imparable de reconstruir la obra.
Casi cuarenta años han pasado, y nadie se ha dignado a dar
un mal brochazo a las paredes. Pese a lo evidente de los desconchones, y
siguiendo el paradigma de que el ojo del
amo engorda al caballo, lo cierto es que alguien debería empezar a asumir
que seguir riendo las gracias a los
que afirman que el piso puede alquilarse un año más sin necesidad de correr con
los inevitables gastos que una reforma lleva aparejados, constituye, hoy por
hoy, un serio peligro; una imprudencia, sin duda, de la que demasiado bien parados
saldremos si no tiene consecuencias más allá de las que a estas alturas hemos
constatado.
Sea como fuere, lo cierto es que ahora mismo estoy buscando
unas tijeras. El motivo, es bien sencillo. Soy algo torpe con las manos, lo que
me lleva a tener que valerme de las mismas para quitar el precinto a esa
enciclopedia de la que antes he hablado, y en la que me dispongo a indagar no
tanto en busca de pócimas mágicas, o verdades absolutas. Lo cierto es que me
daré por satisfecho si logro descubrir el espíritu desde el que el autor se
planteó la casi mitológica tarea de
recopilar el catálogo de principios que antaño llevó a algunos a estar seguros
de que sin duda alguna, estaban haciendo algo grande.
A propósito, yo formo parte de la generación que ha tenido
que asumir por imposición incluso sus derechos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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