Resulta curioso, una vez más, comprobar cómo a menudo el
grado de saturación al que ha llegado el
sistema es tan elevado, que ante determinada circunstancia, el mero hecho
de no tener opinión, o en el mejor de
los casos el pretender guardártela para ti mismo, acaba degenerando en un pupurrí de condicionantes la conclusión
de los cuales acaba por determinar que, en contra de lo que podrías haber
llegado a imaginar, sí que tenías opinión.
A título de contexto, si es que tal expresión es eficaz,
suficiente, o en el mejor de los casos resulta lo suficientemente descriptiva
una vez ha pasado el filtro de aquéllos
que, adalides del sistema, y quién sabe si de la patria misma; lo cierto es que el respeto, sin más, me había
llevado hasta el momento a guardar silencio en relación a la que se ha
convertido en la gran noticia. Mi
opinión al respecto, que obviamente la tengo, iba, tal vez por una vez, a
permanecer a buen recaudo en el alféizar de la ventana, a la espera de mejores
tiempos, de aguas menos turbulentas, o simplemente en un segundo plano.
Sin embargo, al amanecer hoy como cada día rodeado de la
jauría de apandadotes morales que integran los conatos de tertulia con los que la Derecha Cavernaria se regala los oídos, y quién sabe si algo más mañana tras mañana;
me ha obligado hoy a retrasar por prudencia la hora de mi desayuno.
“Castilla es España. El resto es tierra conquistada al
Moro.” Pero si algo es España, si algo permite discernir mejor sus fronteras,
si algo hace asequible a un español reconocerse a otro más allá del tiempo, más
allá del espacio…Ese algo lo compone, sin duda, la Tradición. Y qué
tradición hay más española, más castiza, que
la de la plañidera.
Redunda así en la plañidera
española todo el peso de la Historia. “En España no te entierran, a lo sumo
te dan tierra, si el cortejo no hace
morirse de envidia a la anterior viuda.” El aforismo, extractado de la ingente
obra de BLASCO IBÁÑEZ, viene a albergar en nuestro derredor al que por méritos
propios se erige en el otro gran convidado al que hemos de rendir pleitesía si
de verdad queremos ser justos con España y con su Historia. Es así, sin duda,
como hemos de interpretar la necesaria, yo diría imprescindible, aportación del
otro ingrediente, a saber, la envidia.
Una vez transcurrido el tiempo mínimo suficiente,
imprescindible hemos de decir en pos de lograr una adecuada maceración, será
cuando estemos en disposición de contestar a aquéllos que, presa del orgullo,
quién sabe si del victimismo, e incapaces por sí mismos de inventar un solo
término que venga a incrementar de manera original la glosa (¿emilianense?), han de pasar al Plan B, a saber, el de malversar de manera temprana (solo estamos a
día once del mes), el veneno que les ha sido asignado por sus mandos, veneno
que ha de ser sabiamente vertido contra sus enemigos, los rojos del diablo, que tal y como quedaba claro en la mañana de
hoy, formaban un grupo en el que a parte de figurar los que habitualmente lo
estamos, se veía hoy engrosado supongo que para sorpresa de muchos por quienes
a estas horas no han emitido de manera expresa su pésame o, en el peor de los
casos han osado no hacerlo siguiendo los cánones de la guía que a tal efecto
ellos están editando desde ayer.
No parece bastarles ya con que el cortejo de plañideras sea
suficiente en número o en tono. Tampoco con que El Réquiem suene como dios
manda. Los señores tienen que ir más allá. Tienen que meterse en nuestra
cabeza, tamizar nuestros pensamientos. Ver así, en una palabra, si sentimos
como personas, toda vez que ellos
tienen muy claro que, definitivamente, no nos comportamos como tales.
Es así cómo, siguiendo esos cánones, ya sabemos, los mismos
que se cifran en ese prodigio de pensamiento que se resume en la tesis “si no
piensas como yo, entonces estás equivocado”; es como se atreven, en una maldad
recíproca, a arengar a sus masas descifrando en alguna suerte de perversión que
“todo aquél que no opina sobre la muerte de un ser humano, en realidad se
alegra de la misma”.
Son estos pensamientos, estas expresiones, pero sin duda la
descarnada maldad que los mismos se imbrica, la que me lleva una vez más a
sentirme no solo orgulloso de formar parte del grupo con cuyo catálogo moral me
identifico, sino quién sabe si más orgulloso de que mis convicciones, y la
pública expresión de las mismas me garantizan que nunca podré ser confundido
con el que ellos conforman.
Así, y con todo, solo una cuestión: ¿Aceptará Caronte Visa,
o llevará el finado cambio? ¿Alguien tiene dos monedas para un paseo por La Estigia?
Pero lo cierto es que mientras en Altamira 16 lloran con todo el derecho faltaría más, a sus muertos,
en otros lugares hay gente que verdaderamente está muerta en vida, o que en el peor de los casos desea
verdaderamente morirse. ¿Existe una verdadera relación entre tales
consideraciones? ¿Es lo uno causa o efecto de lo otro? Lo único cierto es que a
la misma velocidad con la que en España crece el número de desahuciados, de
expropiados, o de desarrapados; España
presenta unas estadísticas en las que queda claro, negro sobre blanco, que en ningún otro lugar de Europa crece tanto
y tan deprisa la desigualdad, una desigualdad cuya crueldad parece menos
macabra si la enterramos bajo el eufemismo de brecha social.
Pero antes de que la cohorte
de plañideros salga a mi encuentro con su decálogo conceptual retributivo, ya sabéis, aquél que alberga
perlas del tipo de “sin duda con su esfuerzo se lo ha ganado.” Antes de
conducirles al desagradable “tanto tienes, tanto vales”. Lo cierto es que romperé una lanza en su defensa
afirmando que cosas así, la verdad, solo ocurren en España.
Porque solo es España podemos permitir, e incluso promover,
que un Borbón, el primero para más seña, esté
literalmente descojonándose comprobando la que logró liar. Nunca una
derrota, ni en Historia, ni en ninguna otra naturaleza trajo aparejados
resultados tan difíciles de catalogar como los que se refieren a los que
tuvieron lugar el 11 de septiembre de 1714.
Solo en un país como España, o por ser más justos, solo en
un escenario como el que los españoles facilitamos, puede albergarse un cúmulo
de circunstancias como el que nos trae realmente a este aquí, y lo que es peor,
a este ahora.
La Diada, no tanto otra farsa, como sí otro
más de los múltiples ejemplos que circunvalan la Historia de España jalonando
ésta de batallas que han de ser continuamente revisadas, al estar entre otros
casos rebujadas en la leyenda de héroes de dudoso trapío; viene a erigirse en
ejemplo si no fiel sí adecuado para explicar por medio del ejemplo adecuado qué
es lo que ocurre cuando los deseos de sucesivos farsantes harapientos en
términos históricos y morales, necesitan de desdibujar una y mil veces la ya de
por sí dudosa realidad, en pos de acabar alcanzando empleando para ello los
métodos que sean necesarios, una suerte de versión que les sea satisfactoria,
concretando esta satisfacción al instante
determinado en el que se encuentre su ensoñación.
Pero como suele ocurrir en estos casos, y acudiendo de nuevo
al ideario popular, “se coge antes a
un mentiroso que a un cojo”. Y qué decir cuando este mentiroso corre además con
sus facultades físicas mermadas no solo por la acción del tiempo, sino por
otras cuestiones de carácter más terrenal, como bien podría ser en este caso el
arrastrar tras de sí un pesado fardo en el que se arrebuja no una sutil
impedimenta, cuando sí el resultado de años y años de cruel avaricia.
Pero por no reducir el comentario a lo vulgar, al peso del vil metal, me atrevo a someter al
tributo de los que esto leen una cuestión a estas horas básicas. ¿Con qué
estómago participan hoy de unos fastos claramente politizados aquéllos que
forman parte de esa otra turba, a saber la compuesta por los contribuyentes
catalanes que llevan años lamiéndose una
herida que deja en sus carnes una
curiosa forma de un tres por ciento. Al menos DUMAS tuvo la clase de regalarnos
una Flor de Lis.
De acuerdo, de acuerdo. Lo cierto es que una cosa son las andanzas del Sr. PUJOL, y otra muy
distinta las que su fiel y a la sazón
ferviente y declarado seguidor haya llevado a cabo.
Es cierto. Pero a tenor del contrapunto, para aportar si se
prefiere el argumento, no dudo una vez más de concederme el beneficio de acudir
a la Historia que, en esta ocasión en forma de Literatura, acude a mi auxilio.
“Dice así que llegados a Tierras de la Villa de Cenicientos,
que Lázaro y el ciego se topan con una viña que, quién sabe si por las prisas,
o tal vez por el insuficiente buen hacer de los a tales menesteres destinados;
aún presentaba racimos en sus cepas.
-Hagamos un alto en el
camino Lázaro, y dispongámonos a celebrar la fortuna que la providencia nos
regala. ¡Deléitate Lázaro! Pero con mesura.
-Fue así que Lázaro y el ciego acordaron comer del racimo
respetando el orden, y con la premisa de tomar las uvas solo de una en una.
Acabado el racimo, el ciego reprochó a Lázaro:
-No puedo probarlo,
pero diría que has comido las uvas de tres en tres.
-¡Me ofende Vuestra
Merced!- Replica Lázaro sorprendido por la verdad que encierran las palabras
del ciego.
-Mas, ¿en qué certezas
apoya Vuestra Merced sus palabras?
-En la de comprobar
que yo las comía de dos en dos, y tú no me hacías reproche alguno.”
Puedo así pues acabar como empecé. Afirmando que sí,
efectivamente, hay cosas ante las que cabe una y solo una opinión. Opinión que
además ha de ser expresada de manera inequívoca. En todos los demás casos el
silencio es, ciertamente, cómplice.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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