jueves, 11 de septiembre de 2014

DE CARONTE, MONEDAS, DIADAS Y OTRAS CUESTIONES NO YA PRECEPTIVAS SINO CIERTAMENTE IMPORTANTES.

Resulta curioso, una vez más, comprobar cómo a menudo el grado de saturación al que ha llegado el sistema es tan elevado, que ante determinada circunstancia, el mero hecho de no tener opinión, o en el mejor de los casos el pretender guardártela para ti mismo, acaba degenerando en un pupurrí de condicionantes la conclusión de los cuales acaba por determinar que, en contra de lo que podrías haber llegado a imaginar, sí que tenías opinión.

A título de contexto, si es que tal expresión es eficaz, suficiente, o en el mejor de los casos resulta lo suficientemente descriptiva una vez ha pasado el filtro de aquéllos que, adalides del sistema, y quién sabe si de la patria misma; lo cierto es que el respeto, sin más, me había llevado hasta el momento a guardar silencio en relación a la que se ha convertido en la gran noticia. Mi opinión al respecto, que obviamente la tengo, iba, tal vez por una vez, a permanecer a buen recaudo en el alféizar de la ventana, a la espera de mejores tiempos, de aguas menos turbulentas, o simplemente en un segundo plano.
Sin embargo, al amanecer hoy como cada día rodeado de la jauría de apandadotes morales que integran los conatos de tertulia con los que la Derecha Cavernaria se regala los oídos, y quién sabe si algo más mañana tras mañana; me ha obligado hoy a retrasar por prudencia la hora de mi desayuno.
“Castilla es España. El resto es tierra conquistada al Moro.” Pero si algo es España, si algo permite discernir mejor sus fronteras, si algo hace asequible a un español reconocerse a otro más allá del tiempo, más allá del espacio…Ese algo lo compone, sin duda, la Tradición. Y qué tradición hay más española, más castiza, que la de la plañidera.
Redunda así en la plañidera española todo el peso de la Historia. “En España no te entierran, a lo sumo te dan tierra, si el cortejo no hace morirse de envidia a la anterior viuda.” El aforismo, extractado de la ingente obra de BLASCO IBÁÑEZ, viene a albergar en nuestro derredor al que por méritos propios se erige en el otro gran convidado al que hemos de rendir pleitesía si de verdad queremos ser justos con España y con su Historia. Es así, sin duda, como hemos de interpretar la necesaria, yo diría imprescindible, aportación del otro ingrediente, a saber, la envidia.

Una vez transcurrido el tiempo mínimo suficiente, imprescindible hemos de decir en pos de lograr una adecuada maceración, será cuando estemos en disposición de contestar a aquéllos que, presa del orgullo, quién sabe si del victimismo, e incapaces por sí mismos de inventar un solo término que venga a incrementar de manera original la glosa (¿emilianense?), han de pasar al Plan B, a saber, el de malversar de manera temprana (solo estamos a día once del mes), el veneno que les ha sido asignado por sus mandos, veneno que ha de ser sabiamente vertido contra sus enemigos, los rojos del diablo, que tal y como quedaba claro en la mañana de hoy, formaban un grupo en el que a parte de figurar los que habitualmente lo estamos, se veía hoy engrosado supongo que para sorpresa de muchos por quienes a estas horas no han emitido de manera expresa su pésame o, en el peor de los casos han osado no hacerlo siguiendo los cánones de la guía que a tal efecto ellos están editando desde ayer.
No parece bastarles ya con que el cortejo de plañideras sea suficiente en número o en tono. Tampoco con que El Réquiem suene como dios manda. Los señores tienen que ir más allá. Tienen que meterse en nuestra cabeza, tamizar nuestros pensamientos. Ver así, en una palabra, si sentimos como personas, toda vez que ellos tienen muy claro que, definitivamente, no nos comportamos como tales.
Es así cómo, siguiendo esos cánones, ya sabemos, los mismos que se cifran en ese prodigio de pensamiento que se resume en la tesis “si no piensas como yo, entonces estás equivocado”; es como se atreven, en una maldad recíproca, a arengar a sus masas descifrando en alguna suerte de perversión que “todo aquél que no opina sobre la muerte de un ser humano, en realidad se alegra de la misma”.

Son estos pensamientos, estas expresiones, pero sin duda la descarnada maldad que los mismos se imbrica, la que me lleva una vez más a sentirme no solo orgulloso de formar parte del grupo con cuyo catálogo moral me identifico, sino quién sabe si más orgulloso de que mis convicciones, y la pública expresión de las mismas me garantizan que nunca podré ser confundido con el que ellos conforman.

Así, y con todo, solo una cuestión: ¿Aceptará Caronte Visa, o llevará el finado cambio? ¿Alguien tiene dos monedas para un paseo por La Estigia?

Pero lo cierto es que mientras en Altamira 16 lloran con todo el derecho faltaría más, a sus muertos, en otros lugares hay gente que verdaderamente está muerta en vida, o que en el peor de los casos desea verdaderamente morirse. ¿Existe una verdadera relación entre tales consideraciones? ¿Es lo uno causa o efecto de lo otro? Lo único cierto es que a la misma velocidad con la que en España crece el número de desahuciados, de expropiados, o de desarrapados; España presenta unas estadísticas en las que queda claro, negro sobre blanco, que en ningún otro lugar de Europa crece tanto y tan deprisa la desigualdad, una desigualdad cuya crueldad parece menos macabra si la enterramos bajo el eufemismo de brecha social.

Pero antes de que la cohorte de plañideros salga a mi encuentro con su decálogo conceptual retributivo, ya sabéis, aquél que alberga perlas del tipo de “sin duda con su esfuerzo se lo ha ganado.” Antes de conducirles al desagradable “tanto tienes, tanto vales”. Lo cierto es que romperé una lanza en su defensa afirmando que cosas así, la verdad, solo ocurren en España.

Porque solo es España podemos permitir, e incluso promover, que un Borbón, el primero para más seña, esté literalmente descojonándose comprobando la que logró liar. Nunca una derrota, ni en Historia, ni en ninguna otra naturaleza trajo aparejados resultados tan difíciles de catalogar como los que se refieren a los que tuvieron lugar el 11 de septiembre de 1714.

Solo en un país como España, o por ser más justos, solo en un escenario como el que los españoles facilitamos, puede albergarse un cúmulo de circunstancias como el que nos trae realmente a este aquí, y lo que es peor, a este ahora.
La Diada, no tanto otra farsa, como sí otro más de los múltiples ejemplos que circunvalan la Historia de España jalonando ésta de batallas que han de ser continuamente revisadas, al estar entre otros casos rebujadas en la leyenda de héroes de dudoso trapío; viene a erigirse en ejemplo si no fiel sí adecuado para explicar por medio del ejemplo adecuado qué es lo que ocurre cuando los deseos de sucesivos farsantes harapientos en términos históricos y morales, necesitan de desdibujar una y mil veces la ya de por sí dudosa realidad, en pos de acabar alcanzando empleando para ello los métodos que sean necesarios, una suerte de versión que les sea satisfactoria, concretando esta satisfacción al instante determinado en el que se encuentre su ensoñación.
Pero como suele ocurrir en estos casos, y acudiendo de nuevo al ideario popular, “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”. Y qué decir cuando este mentiroso corre además con sus facultades físicas mermadas no solo por la acción del tiempo, sino por otras cuestiones de carácter más terrenal, como bien podría ser en este caso el arrastrar tras de sí un pesado fardo en el que se arrebuja no una sutil impedimenta, cuando sí el resultado de años y años de cruel avaricia.

Pero por no reducir el comentario a lo vulgar, al peso del vil metal, me atrevo a someter al tributo de los que esto leen una cuestión a estas horas básicas. ¿Con qué estómago participan hoy de unos fastos claramente politizados aquéllos que forman parte de esa otra turba, a saber la compuesta por los contribuyentes catalanes que llevan años lamiéndose una herida que deja en sus carnes una curiosa forma de un tres por ciento. Al menos DUMAS tuvo la clase de regalarnos una Flor de Lis.

De acuerdo, de acuerdo. Lo cierto es que una cosa son las andanzas del Sr. PUJOL, y otra muy distinta las que su fiel y a la sazón ferviente y declarado seguidor haya llevado a cabo.
Es cierto. Pero a tenor del contrapunto, para aportar si se prefiere el argumento, no dudo una vez más de concederme el beneficio de acudir a la Historia que, en esta ocasión en forma de Literatura, acude a mi auxilio.

“Dice así que llegados a Tierras de la Villa de Cenicientos, que Lázaro y el ciego se topan con una viña que, quién sabe si por las prisas, o tal vez por el insuficiente buen hacer de los a tales menesteres destinados; aún presentaba racimos en sus cepas.
-Hagamos un alto en el camino Lázaro, y dispongámonos a celebrar la fortuna que la providencia nos regala. ¡Deléitate Lázaro! Pero con mesura.

-Fue así que Lázaro y el ciego acordaron comer del racimo respetando el orden, y con la premisa de tomar las uvas solo de una en una.
Acabado el racimo, el ciego reprochó a Lázaro:
-No puedo probarlo, pero diría que has comido las uvas de tres en tres.
-¡Me ofende Vuestra Merced!- Replica Lázaro sorprendido por la verdad que encierran las palabras del ciego.
-Mas, ¿en qué certezas apoya Vuestra Merced sus palabras?
-En la de comprobar que yo las comía de dos en dos, y tú no me hacías reproche alguno.”
Puedo así pues acabar como empecé. Afirmando que sí, efectivamente, hay cosas ante las que cabe una y solo una opinión. Opinión que además ha de ser expresada de manera inequívoca. En todos los demás casos el silencio es, ciertamente, cómplice.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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