Se empeñan, fundamentalmente quienes afirman que el secreto
para conocer la Historia pasa inexorablemente por simplificarla; en prestarse
de forma gratuita al favor atractivo que las
frases hechas, sobre todo cuando acaban transformándose en muletillas, parecen cuando menos a
priori, proporcionar.
De esta manera, que supone todo un ejercicio de adecuación,
cuando no un verdadero esfuerzo, el no ceder a la tentación de acudir a lo
manido, sobre todo cuando tras ello se oculta lo cómodo, lo adecuado, o lo
políticamente correcto.
Es así que acudimos a Mark TWAIN, no solo por hacer una
concesión a la satisfacción que produce indagar en su bibliografía, cuando sí
en el caso especial que este autor nos ofrece; más bien al variopinto, nutrido
y por qué no decirlo, excepcional nivel de los personajes a partir de los
cuales el autor componía su galería, muchos
de los cuales se valían, en apariencia por sí solos, para construir no solo la
trama, sino absolutamente la práctica totalidad de tan brillantes obras.
Decía TWAIN que “No es que la Historia se repita. A lo sumo
es que la misma se repite, y del entrelazado de los versos que podemos intuir
de la misma, podemos averiguar una forma de rima. Es así que la Historia no se
repite, a lo sumo, rima.”
La Historia rima. Y rima porque lo hacen sus versos. Una
rima que es, en la mayoría de los casos de carácter asonante. Y no porque como en principio pueda parecer, suene mal, sino que más bien al contrario,
se trata de una forma de rima en la que podemos encontrar originalidad.
Originalidad que se traduce en la existencia de ciertas formas de versos sueltos.
Se observa pues, en la esperanza que para la calidad
constructiva puede suponer la existencia de la rima asonante, un carácter
novedoso, perverso y en muchos casos revolucionario. Porque efectivamente, en
los tiempos que corren ha de ser bajo estos trapos
donde se ubiquen los últimos resquicios de una indignación verdaderamente ejercida, último conato de la en apariencia desaparecida revolución
sociocultural cuya no manifestación en las calles constituye ya, y sin duda
lo hará en el futuro, la mayor pregunta a la que el futuro habrá de hacer
frente cuando dentro de unos años no se estudie tanto la actual situación, como
sí la absoluta falta de movimiento social que, en pos de denunciar primero, y
de tratar de cambiar después el estado de las cosas, no parece a día de hoy
estar dispuesto a dar la más mínima señal de vida.
Y si tal hecho es hoy por hoy tan fácil de constatar como
puede serlo, por ejemplo, el comprobar si las recientes lluvias han traído o no
consigo un descenso en las temperaturas que nos envuelven en estos días con los
que acompañamos la letanía que nos conduce hacia el ocaso del verano; lo cierto
es que no supone mayor problema en constatar, casi empleando para ello los
mismos métodos de análisis directo que para la anterior prueba pueden ser
recurrentes, el grado de apatía que supone el reconocer día tras día en todo lo
que nos rodea, los trapicheos, farfullas y maledicencias que a estas alturas
convergen en pos del otro método.
Identificamos, casi por contraposición, la técnica de la rima consonante, la que se produce,
denota y a la sazón se define a partir de la enumeración de términos que a
partir de la sílaba tónica, aquélla donde podría
venir a residir la autoridad de la palabra, estrofa, y en virtud la que
denota la esencia del concepto; guarda absoluta concordancia.
Se trata pues de la rima pobre, previsible, ordenada y me
Melitón. En definitiva, la rima facilota. Aquella en la que solo los auténticos
genios, los artistas si en este caso se prefiere por lo de mantener la pureza
de las formas, pueden albergar esperanzas de lograr algún merecido triunfo.
Y sin con el estudio de la estética asociada a la Poesía el
discurso resulta al menos en lo atinente a la morfología, atractivo, lo cierto
es que si ponemos de manifiesto el motivo de toda exposición, que no es otro
que el de conmover al lector proponiéndole ahora unan transposición de los
términos hasta ubicarlos dentro del campo semántico que nos es propio, cual es
el de el análisis político; tal vez podamos como digo llegar a conmoverlo, si
bien no tanto desde el punto de vista de la valía estética, donde sin duda
alberga el motivo de su existencia la Poesía, como sí más bien desde el punto
de vista de la comprensión conceptual, donde sin duda se mueve con más señorío
el ya mencionado proceder analítico.
Así, debidamente salvadas las diferencias, resultan casi
evidentes los mentados paralelismos.
Tenemos pues sobre la mesa una suerte de dialéctica surgida
de la contraposición casi necesaria de una forma de hacer Política que ha
apostado digamos, sobre seguro. Se trata de una Política en consonante. Una Política repetitiva, parca más que austera. Que
se ha olvidado de lo que a priori estaba dado por sentado, y que no es otra
cosa que la de cumplir con su obligación, a saber el convertirse de manera
eficaz en correa de distribución destinada
a comunicar de manera franca su propia génesis, con los modos, maneras y por
ende necesidades de quienes debidamente habrían de estar destinados a ser los
beneficiarios de cuantas acciones de la misma surgieran, a saber, los
ciudadanos. Partiendo siempre y cuando de la concesión que supone el dar por
sentado que los procederes del espíritu representativo son los que imperan en
su génesis.
Transcurrido no más de un instante en pos de conceder el
margen de seguridad destinado a verificar que efectivamente hemos situado todas
las piezas en el puzzle, lo cierto es que para nuestra desgracia, comprobamos
el grado acomodaticio del que tanto la Poesía, como por supuesto la Política,
vienen a hacer gala en los últimos tiempos.
Tal y como se desprende de cualquier análisis que tengamos a
bien proponer, y por supuesto sin la menor necesidad de que el mismo esté
especialmente bien elaborado, pronto llegaremos, por nosotros mismos, a la
constatación de la permanente cesión a la que tanto la una como la otra, han
hecho gala.
Constatamos de tal que la Política se ha desvinculado de
manera lenta, pero contumaz, y por ello sombría, de todos y cada uno de los
aditamentos de los que el tamiz del cambio de el que en los últimos años se
disfrazó, le habían dotado.
Es así como toda la frescura, novedad, en definitiva toda la
chispa con la que en su momento nos deslumbró, se ha tornado ahora en una
miseria conceptual, reflejo inequívoco de la miseria moral que resulta en este
caso atribuible al momento social, dentro del cual se concatenan uno tras otro
los problemas de una sociedad que lejos de enfrentarse a ellos, prefiere
agruparlos bajo el epitafio que de la mencionada sociedad resulta hoy la
permanente mención al concepto, ya vacío, que representa la crisis.
Es como si todo se hubiera, dramáticamente, fundido a negro.
Sin embargo, vacío resulta hoy por hoy cualquier intento
destinado a promover la localización de la génesis del problema, dentro del
propio problema. Dicho de otra manera, caer en la tentación de hacer
responsable al sistema de todos los
males resulta, a estas alturas, tan infantil, como tendencioso.
El sistema se compone, en primera y última instancia, de
personas. Es por ello que retrotrayéndonos al prefacio, nos vemos en la
obligación de rescatar de nuevo al genial TWAIN, quien además de disfrutar y hacernos
disfrutar con la elaboración de fantásticas tramas, nos ponía hábilmente
enfrente de los verdaderos problemas, logrando nuestra irrupción en los mismos
clamando a nuestra empatía, por medio de la construcción brillante en especial
de unos personajes cuya sutileza se revelaba pronto como su mejor arma de cara
a enfrentarse a la realidad de la que solo TWAIN era capaz de hacernos
partícipes.
Topamos así casi por accidente con “Las Aventuras de Tom
SAWYER.” Publicado en el último cuarto del XIX, el libro hace mención entre
otros a los geniales pilotos responsables
de que la navegación de los vapores que
surcaban el Misisipi, transcurriera sin peligro.
Así, hace mención expresa al hecho de que la humildad se
mostraba pronto como una de las mejores virtudes de las que éstos podían hacer
gala. Cada piloto podía a lo sumo conocer
“su tramo del río”. Se trataba de un medio tan cambiante, que las corrientes,
los bancos de arena y otros, hacían que las rutas que ayer habían sido
practicables, fueran hoy del todo inútiles.
Y es así como en la Política actual, echamos verdaderamente
de menos esta humildad. Es así como los
pilotos que se muestran incapaces de hacer gala de la misma, hacen por el
contrario mérito para hundirse definitivamente, en los arenales. Los rápidos
hacen presa en ellos, para arrojarlos unas veces contra los pedregales de la
orilla, para arrastrarles al fondo en los turbulentos remolinos que en otras
ocasiones se forman.
Esperemos no obstante que en esta ocasión el barco vaya
vacío.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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