Inmersos como estamos en un mundo en el que tan difícil
resulta identificar no solo ya los conceptos primarios, en un mundo en el que a
la par reconocernos a nosotros mismos constituye hoy por hoy una aventura cuyo
desenlace nada ni nadie garantiza que vaya a ser satisfactorio; cada día
resulta no obstante más evidente el esfuerzo que ha de ser llevado a cabo por
aquéllos que se ganan el pan,
sencillamente, creando en nuestro derredor escenarios paralelos, mundos en los
que el ambiente nebuloso es el claro dominador, convencidos de que así,
solo así, podrán sobrevivir, un día más.
De parecida manera a como la complicación social inherente a
la evolución erigió al Arte como
mucho más que una mera herramienta destinada quién sabe si a expresar certezas
de las que ni el propio Hombre tenía consciencia; así es como hoy la Política
parece haberse erigido, sin duda por méritos propios, en la aparente nueva religión a partir de la cual el Nuevo Hombre se desarrolla, desde la
cual se erigen, como es propio y por ende imprescindible, nuevos mitos, protagonizados en ocasiones por
nuevos ídolos.
Mas se da la circunstancia, paradoja podríamos llegar a
decir, de que la Política, en tanto que manifestación de índole estrictamente
pragmática, debería estar en principio liberada de las tentaciones propias de
los escenarios proclives al quehacer de los dioses; habiendo de ser tanto sus gustos como por supuesto sus acepciones, más del remilgo de los
caracteres corpóreos.
Es entonces cuando ante la indisociable presencia de dos
características intrínsecamente contrapuestas, que hemos de arbitrar los
protocolos destinados bien a identificar el posible error tras cuya funesta
comisión se ha permitido la funesta paradoja; o en caso de que el mencionado no
se presente, hayamos de entrar en razón la posibilidad de que tal error no se
halle presente, momento a partir del cual podremos afirmar que, efectivamente,
hemos dado con una realidad de naturaleza ciertamente original, en tanto que
novedosa.
En el caso de aceptar, cuando no de asumir éstos, todavía
corolarios, lo cierto es que lejos de haber ubicado la solución al problema, lo
que hemos hecho ha sido en realidad incrementar tanto el volumen como por
supuesto la intensidad del mismo. La causa, es evidente, y se pone de
manifiesto en el momento a partir del cual conduce nuestros razonamientos hacia
el callejón sin salida en el que se
convierte el tener que aplicar estructuras de pensamiento inductivas (o lo que es lo mismo ideas propias de ser analizadas
exclusivamente desde la Razón); a elementos que por su naturaleza a posteriori serían propicias de una
metodología deductiva (lo que
inexorablemente vinculado a la experiencia, terreno ineludible para la Praxis.)
Pero lejos por supuesto en nuestro interés el plantear un
solo proceso ciertamente propenso al devaneo que degenere en una mínima pérdida
de interés, lo cierto es que volviendo al Arte como elemento catalizador de
fenómenos sociales, y por ende intrínsecamente ligados al Hombre, lo cierto es
que si analizamos las consecuencias de los actos según los cuales el proceder
artístico ha servido pare desvelar auténticos misterios ligados a los espacios más profundos del Hombre; podríamos
sin demasiado esfuerzo trazar un esquema temporal en el cual, imbricados con
las distintas Revoluciones Artísticas, podríamos
sin demasiado esfuerzo localizar algunos de los grandes cambios cuyas
consecuencias se han traducido en grandes fenómenos de evolución unas veces, y
de involución otras, dentro del escenario del Ser Humano Moderno.
Es pues a partir de este nuevo
escenario, desde donde hemos de llevar a cabo las trasposiciones
conceptuales y procedimentales necesarias en pos de lograr la correcta
disposición que se traduzca en la configuración de un escenario en el que sean
reconocibles tanto las circunstancias que rodean al Hombre Moderno, como tal
Hombre en sí mismo.
Asumidas las nuevas concepciones, podríamos llevar a cabo
una suerte de trasposición tal que la Política, al menos en principio en su
vertiente más científica, podría haber asumido algunas de las funciones que
anteriormente hemos identificado en modo positivo dentro del Arte como
conducta. Atendiendo a tales preceptos, la política vendría a ser el medio
natural destinado no solo a traducir las demandas y múltiples necesidades del
Hombre en su más amplia acepción, sino que más allá de tales preceptos, se
vería suficientemente bien atalantada como para poder erigirse en recurso
suficiente a la hora de satisfacer, o en su defecto sublimar, la práctica
totalidad de cuantas necesidades resultasen propias al Hombre.
Resulta suficiente un mero vistazo a nuestro derredor, para
comprobar que dicho escenario, lejos de verse cumplido, redunda en realidad en
una esperanza propia de uno de esos mitos antes aducido.
Podemos así pues comprobar cómo la evolución del Hombre,
reducida un tanto en este caso a escenario
y proceso diseñado en pos de conseguir la excelencia del Hombre; ha
fracasado. La prueba, nosotros mismos. La causa, en algún cruce del camino
tomamos una dirección equivocadas.
Caminos, cruces, direcciones… En definitiva conceptos
vinculados al campo semántico de la Moral, y por ello propios a ser devengados
acudiendo para ello a elementos tales como la Responsabilidad, en la más
abstracta y por ende en la más amplia de las acepciones.
Pero como rápidamente podemos constatar, el escenario no
resiste ni tan siquiera a los primeros envites. La falacia conceptual se
identifica rápidamente con el cartón piedra, y juntos vienen a erigirse en las
únicas realidades desde las que podemos llegar a inducir el grado de mentira
que forma parte de la esencia de ésta tramoya que llevamos años aceptando como
realidad.
Obligados no tanto por responsabilidad, como sí más bien por
hábito de supervivencia el momento en el que se produjo la catarsis, a saber el
momento a partir del cual elegimos mal un cruce, circulando pues desde entonces
por lugares indómitos; hemos de identificar el instante preciso en el que se produjo la decisión incorrecta.
Comprobamos así cómo desde el momento en el que la ideología superó a la política como
medio viable en pos del cual llevar a cabo las averiguaciones competentes de
cara a diferenciar lo verdadero de lo falso en lo concerniente a desarrollos
humanos; que sin duda podemos afirmar como tal el instante desde el que la
mayoría de las decisiones vinculadas al quehacer de la política están en
realidad intoxicadas, a modo y ejemplo de como lo hace la calumnia; haciendo
desde luego poco recomendable la adopción de cualquiera de las mismas en pos de
una consecución saludable en términos políticos.
Solo desde tales consideraciones podemos llegar a intuir la
profundidad desde la que considerar el grado de perversión con el que han defenestrado a GALLARDÓN.
Considerado sin duda uno de los grandes supervivientes de la
política, y haciendo de tal afirmación un elogio; lo cierto es que la misma
solo tiene sentido cuando tenemos en cuenta que la imprescindible habilidad
para sortear obstáculos, aptitud imprescindible para cualquiera que sea
merecedor de tal calificativo, encontraba en Alberto RUIZ GALLARDÓN a su más
fiel ejemplo.
Torero competente hasta la extenuación, el
hoy ya Exministro demostró sus virtudes hasta el punto de poner a propios y a
extraños en la tesitura de no saber si nos encontrábamos con un rojo entre fachosos, o si en todo
caso era un actor como la copa de un
pino.
Capaz, muy capaz para jugar las bazas con el trilero que fuera, GALLARDÓN, lejos de
amilanarse o tan siquiera ofenderse, disfrutó del halo de misterio que sus
conductas le devengaban en pos de confeccionarse una suerte de imagen que ante
todo le servía para ocultar su esencia, así como el frío disimula lo
nauseabundo en los efluvios de un cadáver.
Pero a medida que ascendemos en la escala del éxito
político, hemos de pagar una prenda por
cada peldaño que subimos. De esta manera, poco a poco, nuestras virtudes en
raras ocasiones, y nuestras virtudes en las más de ellas, quedan al
descubierto, enfrentándonos en este caso con una escena tan abrumadora como
espeluznante. La escena de un Hombre que ha visto cómo, poco a poco, la
incapacidad para dar respuestas conceptualmente coherentes era sustituida por
el más cruel de los antídotos que para el político tiene la Razón. Antídoto
que no es otro que la Ideología.
Es entonces cuando desde esta nueva perspectiva, desarrollos
propios del silogismo disyuntivo se
reducen a meras proposiciones de Lógica
Deductiva.
Es así cuando por otro lado decisiones tomadas en el pasado
por nuestro protagonista, adquieren ahora literalmente
todo su sentido, permitiéndonos ahora, precisamente (o no) cuando ha
llegado el momento del holocausto del
monstruo político, contemplar en todo su esplendor el semblante contumaz
pero satisfecho del que bien podría ser el representante más cerril,
cavernario, reaccionario y fachoso, de
cuantos conforman el Universo PP de la Derecha Española.
Así, y solo así, podemos intuir los múltiples matices que su
sacrificio lleva implícito.
Sacrificado por una decisión al menos cuya génesis no ha de
serle del todo atribuida, el Auto de Fe en
el que sus propios compañeros han convertido su salida del Gobierno tiene unos
tintes que a mi humilde entender reúnen muchas características que son propias
de lo que en términos de actualidad bien podríamos denominar conducta cercana
al cortafuegos. Es desde esta nueva visión, pero sobre todo desde la
perspectiva que nos proporciona el comprobar los efectos que no ya la dimisión,
cuando sí más bien la retirada del Proyecto de Ley por todos conocido ha
tenido, que podemos sin duda comprender el alcance del fracaso esencial que para el Partido Popular
tiene que suponer el dar marcha atrás con
la que a estas alturas bien pudiera ser última oportunidad que el Partido
Popular tiene para hacer algo a derechas.
Sumidos en el tumulto que en los términos conocidos se
traduce el aceptar sin compasión el devenir de las estructuras liberales; la
dominación a la que el capítulo económico somete a todas las demás variables
que componen el marco de acción de la política, se traduce en una sinrazón
dentro de la cual la única posibilidad de supervivencia ha de buscarse en algo
cercano a la Fe.
Y es desde semejante rango de condición, desde donde el
Partido Popular ha sido víctima del más antiguo de los timos, aquél del que es
precursor y artífice imprescindible la ausencia de humildad, y que le ha
llevado a este escenario de no retorno, en el que solo el factor tiempo puede
salvarle de un desastre de magnitudes ciclópeas.
Así que, hemos de suponer que en los próximos meses, lejos
de buscar soluciones para el país, bien pudiera ser que el Partido Popular haya
de enrocarse en la romántica misión de
encontrarse a sí mismo.
¿Algún voluntario para guiar el proceso?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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