miércoles, 1 de octubre de 2014

NI DIOS, NI PATRIA, NI REY.

Asistimos imperturbables, quién sabe si haciendo gala al dicho popular en base al cual: resulta a menudo la ignorancia el mejor cuando no el único de los vestidos que lucen los valientes; a un proceso que como ningún otro, o tal vez deberíamos de decir que cuando ningún otro, acierta a poner no en tela de juicio sino más bien en franca duda, elementos y a la sazón realidades propias verdaderamente de los únicos componentes válidos a la hora de tratar de dar una respuesta científica, o sea carente en la medida de lo posible de matices pasionales; a cuestiones que verdaderamente se hallan implícitas en lo más profundo de la estructura tanto semántica como conceptual, de lo que bien podríamos devengar se entiende, o cuando menos es proclive de ser considerado como España.

En vista de lo terminales que ya desde un primer momento pueden resultar algunos de los conceptos esgrimidos, o lo que es lo mismo, en vista del peligro que puede desencadenarse a partir de un manejo poco adecuado de algunos de los conceptos puestos sobre la mesa; así como por supuesto a tenor de las consecuencias que la interpretación que de algunas de las potenciales conclusiones pueda llevarse a cabo; es por lo que ejercitando ¡cómo no! la prudencia, que acudiremos una vez más, y a pesar de los detractores, a la Historia en pos no tanto de consejo, como sí de testimonio, convencidos como estamos de que indefectiblemente, pocas son las realidades en las cuales, hoy por hoy, somos verdaderamente capaces de poner algo nuevo bajo el sol.
Es así que ya desde un primer y por ello somero análisis, que encontramos en el devenir meramente cronológico, la premisa fundamental sobre la que bien podríamos hilar nuestro comentario tanto conceptual, como por supuesto cronológico.

Es que una mera comprobación de las mencionadas cronologías resultará del todo suficiente para poner de manifiesto en este caso cómo las fechas que hoy aportan contexto temporal a nuestra convulsa actualidad, se hallan inexorablemente contenidas en medio de otras dos, cuyo peso en la Historia es ya lo suficientemente grande como sin duda lo acabarán siendo las actuales.
Así, las últimas calendas de septiembre han de servirnos para conmemorar la muerte de dos monarcas tan absolutistas ellos en sus dispendios, como absolutos en sus quehaceres al frente de sendas Españas. Tan diferentes que bien podrían pertenecer a países distintos.
Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la coincidencia de nuestro presente con las fechas del 13 de septiembre de 1598, y 29 de septiembre de 1833 respectivamente, en las que tiene lugar el fallecimiento de dos monarcas, Felipe II y Fernando VII, tan distintos, que sin duda podrían considerarse reyes de dos países diferentes.

¿Alguien se imagina a Felipe II habiendo de subsanar alguna de las sinrazones que enturbian el sueño de las gentes de bien que conforman nuestra actual España?

Por supuesto sin caer en la trampa que puede suponer el analizar conductas presentes desde el conocimiento que las perspectiva aporta sobre modos de conducirse pasados, lo cierto es que visto y sobradamente conocido el empaque de un rey como Felipe II, lejos insisto de especular sobre un modo de conducta, lo cierto es que bastará en este caso con una sutil pincelada en pos de los que sin duda conformaron su catálogo de usos, para comprender hasta qué punto resulta incomprensible este país, incluso para aquéllos que formamos parte del mismo.

Así, y desde la misma senda procedimental, aunque iluminando en este caso una línea mucho menos decorosa, a la par que me atrevería a decir que mucho menos honrosa, las en otras ocasiones demostradas como menos inspiradas, e incluso más tendentes a la traición, como sin duda resultaron las tendencias demostradas por Fernando VII, nos llevan a quién sabe si vincular no tanto con su época, cuando sí más bien con su forma de gobernar, algunos de los condicionantes a los que, insisto, la actualidad, nos ha obligado a enfrentarnos.

Así, salvando las distancias temporales, y utilizando las diferencias que de las mismas son propias para en este caso conducir las realidades del Estado desde las obligaciones propias del Jefe del Estado, por definición el Rey; a un Presidente del Gobierno como en nuestro caso resulta constitucionalmente recomendable; pasamos a redefinir una situación en la que curiosamente Fernando VII no solamente no se hubiera sentido especialmente desvalido, sino que incluso me atrevería a decir que se movería con auténtica solvencia.

Tendidos una vez más los puentes entre el pasado, y el presente, o lo que es históricamente más adecuado, entre el primer tercio del XIX y hoy. ¿Cuántos os animáis a reconocer en la abulia, la apatía, e incluso en la semántica y por qué no en los modos de nuestro Presidente, algunos de los caracteres más irrefutablemente chuscos, de aquél que bien podría ser reconocido como el rey befo?

Sin quitar ni por supuesto añadir un ápice de responsabilidad a los ecos de las conductas que aquél desarrolló, y no obstante convencido de que la Historia se deshará de éste arrojándole a un parecido cajón, a saber el rotulado bajo los caracteres de para este viaje no hacían falta tantas alforjas; lo cierto es que la sinrazón desde la que hoy por hoy parecemos empeñarnos en articular todo lo que hacemos, amenaza en este caso con no resultar tan comprensiva como en su momento lo fue aquélla que era propia. Así, si el Sr. Presidente de verdad se cree que los usos y costumbres que amparaban aquél sin dios, resultan hoy refugio cómodo, lo cierto es que solo demostrará un absoluto desconocimiento de la realidad que le circunda. Y si bien este desconocimiento al anterior le sirvió, estamos seguros de que para él no solo no servirá, sino que más bien al contrario solo conducirá a la elaboración de un escenario tan asfixiante, como traumático.

Porque si bien España puede no haber cambiado, lo cierto es que los españoles sí lo hemos hecho. Por ello los experimentos será mejor que se queden para los laboratorios, no vaya a ser que como ya pasara en su momento, alguien clame por el cumplimiento de la Ley, exigiendo su cumplimiento de manera generalizada, incluyendo para ello a los dignatarios.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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