miércoles, 8 de octubre de 2014

DE CONSTATAR QUE LAS SENTENCIAS CORTAS DERIVAN EN REALIDAD DE LA GRAN EXPERIENCIA.

Me sumo no sin cierta fruición, hay que decirlo, en el torrente de irreverencias, falacias, medias verdades y mentiras enteras en las que un denominador común, a saber la incompetencia de este Gobierno nos ha sumido; para concretar que, definitivamente, la que suponía una de mis mayores incógnitas, a saber la de si Fernando VII fue en realidad el peor gobernante de España, ha quedado definitivamente resuelta. Como pista, basta decir que desde el pasado lunes el monarca descansa más tranquilo bajo un virtual epitafio que viene a rezar algo así como “A todo hay quien nos gana.”

Volviendo a la realidad, o por ser más conciso, al presente, lo cierto es que tras seguir de manera minuciosa, o sea, sin pasión, el devenir en el que nos ha sumido el proceso que supone, no lo olvidemos, el ingreso del Ébola en Europa; lo único que tengo claro es que si de verdad la seguridad de alguien depende de los que supuestamente velan por nuestra integridad, las compañías de seguros bien harían en presentarse en concurso de acreedores mañana mismo.

Abandonando el terreno de la ironía, y en este caso cuidándome con absoluto escrúpulo de ni tan siquiera rozar los terrenos propios del cinismo, lo cierto es que considero y así lo declaro abiertamente, superados los terrenos hasta los cuales un Gobierno puede esperar clemencia.
Porque efectivamente aceptando que el presente asunto responde de principio a fin a una gravedad que exige un tratamiento marcadamente científico, lo cierto es que desde este momento me declaro inútil en pos de albergar una mera sentencia válida a tal respecto. Sin embargo, y por correlación conceptual esto es, sublimando los factores incidentes, no considero menos acertado declarar que, efectivamente, los actuales terrenos han de ser ya cuando menos propicios para comenzar a esbozar una opinión, la cual sirva no para exponer la gravedad que la infección significa, cuando si más bien el peligro político que supone que ciertas personas sigan al frente de ciertas áreas, de ciertas responsabilidades.

Lo que viene a significar, e incluso se puede resumir en una única proposición: ¿Qué clase de filosofía o desarrollo conceptual resulta de aplicación para hacer comprensible el hecho de que la Sra MATO siga ejerciendo en España?

Apartando del presente, faltaría más, cualquier conato si no atisbo de intención científica, pero considerando que ello no supone la merma ni de un ápice en la importancia de cuanto podamos a bien desarrollar al respecto; lo cierto es que llegados a este punto, en el que hace unas horas que el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid se ha despachado con la zafiedad propia de dar por sentado que la culpa del espectáculo hay que atribuírsela a las mentiras de la contagiada; lo cierto es amplio es el escenario que se nos brinda a la hora de poder hacer descender la dignidad del discurso, sin que de lejos hayamos de preocuparnos del riesgo que pueda supone tanto arrastrar por el suelo nuestro discurso, ni por supuesto de la posibilidad de que con nuestra desazón, menospreciemos la inteligencia de los españoles. La cuestión viene a ser, una vez más, hasta que punto ellos no están subestimando el grado de aguante de los mismos.

Así, una vez descendidos al infierno de las cavernas, y tras haber pagado a Caronte el precio de nuestro viaje, pululamos por la Estigia como protagonistas de una nueva Divina Comedia convencidos como el precursor de que, efectivamente en la Historia podremos hallar no ya el remedio, cuando sí más bien la última esperanza de no perder nuestra condición de hombres.

Digo todo esto porque una vez revisados los discursos emitidos hasta el presente, tanto los actuales como los potenciales, o lo que viene a ser lo mismo comprendiendo lo que algunos han efectivamente dicho, e interpretando lo que no se han atrevido a decir; lo único que cada vez tengo más claro es que si no había ni un solo condicionante científico que avalara lo acertado de traer a los pretéritos infectados a España, a pesar de lo cual el Gobierno, desoyendo todos los consejos de la hoy reclamada Comunidad Científica, decidió traerlos; tan solo un condicionante parece albergar visos de mínima capacidad comprensiva, condicionante que inexorablemente pasa por asumir que este Gobierno es el único responsable de todo lo que está pasando.

Y recalco lo de este Gobierno, precisamente para evitar en cualquiera la tentación de introducirme el matiz de la acción de gobernar. Porque de haberse producido, la acción de gobernar digo, nos encontraríamos sin duda ante una excepción cual sería la de haber descubierto el primer caso en España de acción directa con consecuencia por parte de un Gobierno que nos había acostumbrado a la desazón del deja que el tiempo pase, que el tiempo lo desactiva todo.

Es así como el tiempo desactivó el asunto Prestige. Es así como el tiempo desactivó lo de las Huelgas de Educación. Es así como el tiempo desactivó lo del 15 M. Sin embargo en este caso el asunto es tan novedoso, que presenta una variable nueva y desconocida cual es la de comprender que el tiempo en este caso juega indefectiblemente en nuestra contra. La constatación de lo que digo es evidente. Estadísticamente es tan solo cuestión de tiempo que una enfermera muera por llevar a cabo de manera absolutamente profesional su trabajo.
Y es ahí, en la redundancia de la expresión absolutamente profesional, pero más si cabe en la concisión de las conclusiones que de la misma pueden extraerse; donde pido un máximo de atención porque, si conforme a los protocolos establecidos, el desarrollo del proceso fue conforme, a pesar de lo cual una profesional se debate hoy entre la vida y la muerte, ¿podemos concluir que efectivamente fuera cual fuera la conducta desarrollada resultaba imposible salvaguardar la seguridad tanto de la profesional, como de cualquiera de los demás integrantes de los equipos que ejercieron su labor en los días y lugares conocidos?

La cuestión no es arbitraria, ni mucho menos caprichosa. Más bien ha de integrarse dentro del discurso con el que algunos justificaron en su momento la ya demostrada como netamente peligrosa conclusión del proceso que concluyó trayendo a España a los dos misioneros que no lo olvidemos, desencadenen en términos netamente objetivos las variables que conforman el actual escenario.
Así, a día de hoy no habría de resultar descabellado el exigir la asunción de responsabilidades a todos los responsables políticos que desde los distintos escalones de la Administración Pública afirmaron ni cortos ni perezosos, que el traslado de los  misioneros no había comportado riesgo alguno para la seguridad.

¿Lo entendemos, o de verdad hace falta un croquis?

Desbaratado desde su génesis cualquier proyecto que pudiera redundar en alguna suerte de discurso político encomendado a exonerar culpas (obviadas las zafiedades se entiende), creo llegado ya el momento de declarar nulo el intento de implementar el ejercicio más cercano a la fe que ni tan siquiera a la esperanza, por el cual algunos llevan casi setenta y dos horas diciéndome que alguien asumirá sus responsabilidades. Llegados a las horas que son, ciertamente horas ya no cristianas, me atrevo a especular con la posibilidad de que efectivamente nos acostemos un día más no ya con la satisfacción, sino abiertamente con la vergüenza, de comprobar que, efectivamente ni Dios, parece estar convencido de la necesidad de reponer la maltrecha moral, con dimisiones.

Echando la vista atrás, concretamente a aquellas fechas en las que debatíamos si este Gobierno estaba conformado por tecnócratas, o más bien por auténticos políticos, solo una duda se nos materializaba, la que transcurría en la imposibilidad de ubicar con viso de certeza ni en un lugar, ni en el otro, a la Sra. MATO. Así, su presencia en el Gobierno del, no lo olvidemos por favor, Presidente RAJOY, había de responder a la única certeza que a tenor de la objetividad ideológica podíamos esperar, certeza que se plasmó del todo cuando la vimos al frente de la Cartera de Sanidad. Ideológicamente el otro reducto en el que una persona de este calibre puede formar parte en un Gobierno de Derechas es, efectivamente, Educación.

Con ello, y una vez trasladado definitivamente el debate al terreno de lo político, parafraseando al Sr. RAJOY, con palabras que él mismo pronuncia en relación al grado de responsabilidad que en este caso existe entre un hecho, y su responsable dirigente, confieso que en este caso me identifico plenamente con él cuando afirma que: “(…) es así que en virtud de una acción, las consecuencias que puedan derivarse tanto del éxito, como por supuesto del fracaso de las mismas resultarán en todo momento legítimamente atribuibles a quien ostente la máxima responsabilidad en el momento esgrimido.”

Ciertamente, resulta difícil expresarlo mejor. De hecho, la afirmación resulta tan precisa, tan inspiradora, que tal y como ocurriera con la perla que la Sr. MATO dirigiese contra la por entonces titular de Sanidad en el Gobierno de Zapatero (seguro que os acordáis cuando a tenor de la expansión que de un caso de peste porcina entre dos Comunidades Autónomas, afirmó que cuando una Ministra de Sanidad era incapaz de evitar la expansión de una enfermedad, debía evidentemente de dimitir…) considero no ya licito, sino abiertamente un ejercicio de responsabilidad, el ampliar el abanico de personas a las que éstas han de serles exigidas. Si no por esperanza de que a estas alturas sirva de algo, sí cuando menos por decoro.
Volviendo así a CERVANTES, Es cierto que la falsedad tiene alas y vuela, no menos cierto que la verdad la sigue de lejos, arrastrándose.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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