miércoles, 18 de febrero de 2015

SE TRATA, SIN DUDA, DE UNA TRAGEDIA.

Pero de una tragedia de esas que se dicen en mi pueblo, de las gordas. Una tragedia desnaturalizada. Una tragedia atemporal. Una tragedia abstracta, sencillamente porque resulta difícil de comprender, de ubicar. En una palabra, resulta difícil de creer.

Y si cuando todavía no hemos abandonado el campo semántico de la Metafísica, allí donde podíamos albergar la somera esperanza de que alguna suerte de extraños ser viniera a dorarnos la píldora generando alguna suerte de recreación del mundo en la que tuviesen cabida cuestiones tales como aquéllas a partir de las cuales por ejemplo el Programa Electoral del Partido Popular tuviera algún viso de volver a ser creíble; imaginaros ahora que tal escenario prácticamente ha desaparecido, por no decir que ha caído en desgracia, siendo a la sazón sustituido por aquél en el que la cruda realidad asume como propios los estados de neurosis en los que vive, habiéndose de enfrentar a sí misma toda vez que ya no encuentra enemigos de talla.

Porque ahí, precisamente ahí, sea donde por otro lado redunde uno de los grandes problemas cuya resolución resulte imprescindible para devolver el respeto a este país; en la necesaria comprensión de la restitución a la que nuestro país ha de proceder para con ciertas cuestiones, o si se prefiere para con ciertas estructuras de componente estructural cuyo abandono, ya sea éste atribuible al mero despilfarro conceptual, cuando no a una suerte de estudiada desidia conceptual, han abocado a España no al agujero, más bien al oscuro y largo túnel, en el que hoy por hoy se halla inmersa.

Aunque bien mirado, o lo que viene a ser lo mismo considerado desde la óptica que proporciona la disposición del momento, me sorprendo una vez más siendo demasiado bien pensado, tanto que, como sería propio del reproche que un buen amigo le hace semanalmente a otro buen amigo, sigues siendo demasiado ingenuo. Ingenuidad, ¡bendita palabra¡ O tal vez deberíamos considerar bendito al error que la misma oculta, y que se descubre en el ejercicio de la otrora virtud que pasaba por atribuir, al menos a priori a cualquier persona, un lechado de buena voluntad original que exoneraba a cualquiera del pesado escudo protector del que hoy has de dotarte en todo momento si de verdad mantienes alguna esperanza de salir indemne en el abigarrado escenario hacia el que todo tiende, y en el que todos se conducen.

Escenario abigarrado, escenario en cualquier caso. Representación si se prefiere, por lo de mantener la tensión en el discurso, alejándonos de los conceptos ambiguos en la medida en que colaboran enrareciendo el discurso, toda vez que dejan demasiado espacio a la interpretación.
Porque al final de eso y de nada más que de eso se trata, de una confabulación en la que participan todas sin excepción de las estructuras que consolidan nuestro medio, algunas de las cuales, unas con más suerte que otras obviamente en función de su repercusión y talante, logran no obstante consolidar el grado de crédito de la falacia.

Sin embargo, tal y como ha quedado demostrado una y otra vez, en un hecho de cuya constancia nos damos cuenta no en base a la intensidad del mismo, sino más bien si nos detenemos a comprobar las veces que el mismo se repite; comprobamos cómo los errores que pueden poner en evidencia la mencionada naturaleza ficticia del entramado se producen cuando el exceso de confianza unas veces, o la falsa inspiración procedente de concebir al todo el universo que les rodea como propensa a la estulticia en otros, termina por desdibujar el maquillaje de los gestores del montaje, propiciando que todo salte por los aires, de una manera más o menos literal.

Por eso cuando en la mañana de hoy me he echado a la cara a uno de los que representan a lo mejor a la par que lo más joven de las nuevas esencias de la derecha, el cual estaba siendo entrevistado nada menos que en uno de los programas de máxima audiencia de la cadena pública; riéndose literalmente de lo gracioso que a él mismo le habían parecido sus propias palabras, las cuales él y nadie más que él consideraba maravillosamente empleadas al vincular con una Tragedia Griega la actual situación la cual se está dando, no debemos olvidarlo, en Grecia; se ha desencadenado sobre mí una única certeza, aquélla que no por asumida ve reducido su margen de tendencia nihilista al redundar una y mil veces en la constatación de que efectivamente, tenemos lo que nos merecemos.

Porque más allá de lo pagado de sí mismo que la todavía cría del Partido Popular  a la que hago alusión pueda estar, lo lamentable, lo verdaderamente lamentable pasa por comprender hasta qué punto nada, absolutamente nada es objeto cuando no resultado de una concatenación accidental de momentos, personas y lugares, que inexorablemente han conducido nuestros caminos hasta aquí.

Solo así, unas veces por alusiones, otras por concesiones (las mismas que nos han traído hasta aquí,) podremos empezar a intuir, por supuesto nunca a comprender, la consecución de hechos y conductas que han terminado por hacer encallar el barco de la Sociedad Moderna en este arenal.

Será así que cuando integremos en su correcto espacio, e intuyamos el efecto de sus verdaderas derivadas, de situaciones que describen mejor que ninguna otra la naturaleza del presente y por ende del futuro que amenaza la integridad de nuestro país; entonces, solo entonces, podremos comprender que nuestro país, y muy probablemente el total de la realidad en el que éste se halla inmerso, estén no ya amenazados cuando sí más bien heridos de muerte.

Porque no se trata de que el efecto causado por un famélico conceptual propenso al dilema del border line deba llevarnos a considerar como cierto el hecho que subyace a la existencia de un enemigo poderoso, tal y como amenaza. La naturaleza del peligro comienza a hacerse evidente cuando ni tan siquiera la existencia del sujeto descrito resulta lo suficientemente estimulante como para provocar el más mínimo respingo.

Respingo como reflejo material de una suerte de reacción intelectual. Respingo que por otro lado, ni está ni un día más se le espera. El motivo por el que me atrevo a ser tan contundente con una opción que no me atañe, sencillamente porque se trata de una cuestión grupal, emana de la constatación de que efectivamente, no ha estado y tampoco se le ha esperado  a la hora de hacer valoraciones de cuestiones de calado enorme tales como por ejemplo El IVA Cultural, La derogación de la mal llamada Ley del Aborto, y en definitiva ese largo etcétera de cuestiones cuya concatenación, que por otro lado no resulta imprescindible se lleve a cabo de manera ordenada, acaba una vez más por converger en la tesitura destinada a comprender cómo, efectivamente, vivimos en un mundo de cartón-piedra.

Un mundo que a pesar de su ruinosa esencia, o si cabe en mayor medida por ello, no solo no se libra de sufrir lo envites de la realidad sino que los sufre con más fuerza si cabe toda vez que sencillamente, no se encuentra dotado para enfrentarse a los mismos.
Un mundo que en contra de lo que pueda parecer, a pesar de estar sometido al ridículo diario como lo estaba el mundo que era propio a los esperpentos de D. Ramón María del Vallé-Inclán, carece de la protección que le proporcionaba la capacidad propia de conducirse por los derroteros del absurdo, ajenos en todo caso al peligro de perderse sencillamente por encontrarse en manos del mejor timonel.
Un mundo que lejos de aprender del pasado, parece empeñarse en retroceder al Siglo XIX convencido de que podrá volver a lidiar los toros que eran propios de primeros espadas como podían ser BLASCO IBÁÑEZ, o el mismísimo JARDIEL PONCELA; sin querer comprender que hoy ya no queda ni Cultura de la Tauromaquia.

Por eso no nos queda otra que vestirnos de humildes, y asumir que una vez más o de nuevo si se prefiere, no tanto las respuestas cuando sí incluso las preguntas adecuadas, habrán de venir de fuera.

Será así que, efectivamente, volveremos a los escenarios propios de las representaciones atribuidas a las Tragedias Griegas.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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