Vivimos permanente sumidos en la suerte de tranquilidad que
nos proporciona el escenario que, conformado a partir de la sutil mezcla de los elementos materiales que nos
proporcionan seguridad, combinados con el cúmulo de sensaciones que se
confabulan para traer a nuestra memoria los recuerdos otrora felices; logran
componer una suerte de memoria retórica capaz de hacer retornar a nosotros el
anhelo de los tiempos versados en la certeza de que cualquier tiempo pasado fue mejor, logrando sumirnos en la
postración lacónica a partir de la cual los que todo lo saben, se sienten capaces de seguir con sus añagazas,
capaces de triunfar con sus mentiras.
Es entonces cuando, tal y como la Historia ha demostrado ya
en incontables ocasiones, precisamente en el momento en el que el Hombre, como
resultado del devenir propio de su condición de ente social, empieza a considerar con rigor la posibilidad de que
ciertamente, bien podría ser el suyo el mejor momento posible; precisamente el
momento elegido por los que coordinan las superestructuras
para poner fin a la fiesta, el momento elegido para despertar al Hombre de su sueño, sumiéndole de nuevo en la
pesadilla en la que entonces puede llegar a convertirse la realidad.
Porque si una vez haya llegado ese momento será
inexorablemente tarde, lo cierto es que con la mayor naturalidad del mundo, con
la mayor responsabilidad si se prefiere, que habremos de asumir la importancia
de los momentos previos, esto es, de esos instantes a partir de los cuales la
ordenación de los elementos nos llevan a intuir que efectivamente algo pasa,
como los certeros para poner en conocimiento del común que efectivamente, algo
pasa. Y esperar entonces que pueda quedar tiempo para reaccionar.
Fue Grecia probablemente el lugar donde empezó todo. Por
ello resulta casi romántico que sea allí donde definitivamente todo termine.
Porque si a estas alturas una de las pocas cosas de las que no existe duda pasa
por asumir que la Cultura Helena se encuentra en la base de todo lo que
nos hace europeos, incluyendo por
supuesto la génesis del sueño europeos, parece casi de Justicia Poética que sea en Grecia donde de una manera u otra se
ciernan definitivamente las sombras que hoy por hoy parecen amenazar como pocas
veces nada lo ha hecho antes precisamente al sueño europeo.
Desde la Leyenda de
Europa, hasta por supuesto la
constatación eficaz de que vivimos sumidos en Ídolos que no tienen sino los
pies de barro, pasando por supuesto por la comprensión, asunción más bien
de que todo, absolutamente todo ha de terminar cediendo ante la presión
inaguantable de una farsa económica que
maquilla en este caso su peste hedionda por medio del perfume que proporciona
la ficción del denominado Proyecto de
Europa de los Pueblos; lo cierto es que siempre, o en mayor o menor medida
supimos que esto, como tantas otras aventuras desarrolladas con anterioridad,
tenía también que llegar a su fin.
Porque mirado fríamente desde fuera, con la perspectiva que
te proporciona la ausencia de pasión fruto de la defección inducida, lo único
de lo que a estas alturas podemos estar seguros de manara más o menos plena es
de que nos encontramos en los ciernes del colapso de otro de los múltiples
fracasos en los que el denominado Proyecto
Europeo lleva insistiendo desde digamos, aproximadamente los últimos
quinientos años.
Sea unas veces por la manifiesta incapacidad de los
gobernantes del momento para digerir de manera adecuada los poderes que les han
sido otorgados; sea por lo impropio de los recursos con los que en otras
ocasiones son dotados las nuevas estructuras surgentes, tal y como puede ser
notable ejemplo la Burguesía del
Renacimiento; lo cierto es que la
distancia conceptual que siempre ha parecido superar a las fuerzas
imprescindibles para la dinamización del proyecto nos llevan a tener que
considerar con visos de cierta prestancia la posibilidad real de que
probablemente, no estamos preparados para degustar los manjares que ante
nosotros nos son presentados porque ¿cómo considerar de otra manera la
constatación inequívoca de la que es reflejo la actual crisis o sea, la
comprensión certera de que hemos vuelto a fracasar?
Y de nuevo tiene que ser Grecia. O por decirlo mejor, de
nuevo tiene que ser en Grecia. Porque de nuevo ha sido en Grecia donde primero
se han confabulado los paradigmas para constatar que otras formas son posibles. De nuevo ha tenido que ser en Grecia
donde se den las condiciones que permitan la alquimia que dé como resultado la
poción mágica que faculte a un hombre para enfrentarse a la Valkiria.
Y lo más importante, de nuevo ha sido en Grecia donde se
originen las preguntas. Porque tal y como demostraron los Griegos Clásicos,
tener preguntas no es síntoma de ignorancia; la verdadera ignorancia se
encuentra entre los que creen no tenerlas, por ser ellos víctimas del dogma.
El nuevo dogma, o si se prefiere, la nueva religión. Una
nueva religión que lejos de aportar nada nuevo, profundiza una vez más en el
cisma que para con el Hombre la concesión
religiosa significa, sumiéndole en la falsa idolatría propia de pensar que
es en la búsqueda de la nueva verdad
absoluta, hacia donde ha de configurar todas sus aspiraciones.
Porque tal y como pasó hace más de dos mil seiscientos años,
¿podría alguien imaginar el impacto que tendría comprobar que, como entonces,
otra forma de gobernar es posible?
Tal y como ocurrió entonces, habría que encomendarse a la
labor encomiable de volver a constituir una nueva realidad. Pero por supuesto
habría que hacerlo poniendo mucha pericia la cual habría de desarrollarse en el
extremo cuidado de no sustituir a unos dioses por otros.
Imbuidos pues en tamaña metodología, y por mantener los
paralelismos, lo que tratamos de decir es que muy probablemente lo que más
miedo le produce al europeo moderno no
sea el comprender lo equivocado que estaba al ofrecer sus sacrificios ante el altar de la religión de la austeridad, de
la que son santos patronos el
racionalismo extremo, y el déficit público.
Por eso, y ya solo por eso que resulta casi justo elegir a
la paradójica nueva Grecia como
modelo incipiente de la que una vez más partirán las ideas que una vez más, y
de forma tan inexorable como entonces, volverán a incendiar Europa.
Que nadie piense que será sencillo. Como ya ocurriera
entonces, extendiéndose después a lo largo de siglos, brujas y herejes, precursores en
una palabra, ardieron en hogueras destinadas no tanto a satisfacer la sed
de justicia, como sí más bien la mera sensación instintiva sin más.
Con todo, o quién sabe si a pesar de todo, somos hijos de
nuestra Historia, conformada sobre todo a partir de nuestros errores.
Y todo ello albergando la esperanza de que, ahora sí, el
Hombre esté realmente preparado, ya que de no ser así, tan solo conseguiríamos
reproducir dilemas y conformaciones que se han demostrado tan inútiles como
agotadores. Y de lo único de lo que
podemos estar seguros, es de que tanto el tiempo como el espacio para los
experimentos van siendo cada vez más reducidos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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