La afirmación, cuya autoría dada nuestra evidente
connotación occidental es perfectamente reconocible sobre todo a partir en este
caso de las intoxicaciones que inexorablemente han acompañado el
proceso de conformación de la realidad que reconocemos como propia, viene en
este caso a cuenta de las emociones
tan enfrentadas que en mí ha provocado el discurso
con el que el Sr. Presidente de, no lo olvidemos, todos los españoles,
decidió hace apenas unas jornadas clausurar la denominada Convención Política Nacional. O sea, una suerte de arenga
destinada como ninguna otra a poner las
pilas a los suyos, tal vez para asegurarse de que no dejan de serlo, una
vez que parece evidente la cada vez más clara imposibilidad de sumar si quiera
por medio de métodos ultraortodoxos, savia
nueva al Partido.
En mitad pues de un proceso que a todas luces obedece más a
lo pasional que a lo estrictamente racional, que a lo estrictamente político,
la suerte de interpretación que del más que estresante año quince algunos hacen
sobre todo en materia evidentemente electoral (o quién sabe si electoralista)
nos lanza, desgraciadamente a todos a una suerte de vorágine de la cual nadie,
absolutamente nadie, puede aspirar a salir ileso. La carrera de autos locos en la que parecen incurrir
todos y cada uno sin excepción de cuantos de alguna manera podían verse
implicados en el proceso, no hace sino poner de manifiesto el cada vez más
claro y por ello si cabe más preocupante, ambiente de camaradería en el que la identificación del enemigo común parece
haber sumido a los que a la sazón tienen la sagrada obligación de seguir siendo
los abanderados de la acción política, que
una vez fue sin duda democrática, por
medio de la cual se sostiene, no lo olvidemos, esta ficción que llamamos
Democracia.
Pero a la Democracia le ocurre como a la Física que acompaña al movimiento asociado
al movimiento de una bicicleta, a saber, que su estabilidad, imprescindible
por otro lado, depende de un equilibrio por definición inestable. En
consecuencia, la supervivencia de tal movimiento está inexorablemente ligada a
la aparición de dos variables que pueden darse o no en concurrencia. Por un
lado, la propia de la habilidad que en términos de aptitud demuestre el que
pedalea. La otra, mucho más recurrente, en tanto que menos exigente en todos
los términos, pasa por sustituir el equilibrio por el mero efecto de la fuerza,
resumido el proceso en el lacónico tú
mira hacia delante y no pares por ningún motivo.
Dicho así, parece más que evidente que disponer de un Miguel
INDRAIN, que tener a mano a un Pedro DELGADO, bien podrían convertirse en
circunstancias dignas de envidia toda vez que, al menos a priori, contar con un
buen profesional dedicado a la consecución de aquello que constituye el
objetivo, ya sea éste individual o colectivo, se pone rápidamente de manifiesto
como una de las mejores opciones.
Sin embargo, resumiendo en un hecho la derivada del paradigma castellano hermosamente esbozado
en el “con estos bueyes hemos de arar”, incurrimos en el baño de realidad
que supone levantarse cada mañana con la constatación de que efectivamente,
Mariano RAJOY sigue siendo Presidente del Gobierno de España.
Asumida semejante premisa, constatada pues la larga sucesión
de procesos hipotético-deductivos que
de la misma estamos obligados a sacar; es desde donde uno ha de inferir las
connotaciones que desde un carácter que yo me atrevería a describir como
propensas a lo psicosomáticos; pueden
impulsar a las denominadas personas
integrantes del Común, a votar de manera consciente las propuestas
encabezadas por el Partido Popular. Reduzco de forma voluntaria el espectro a
la connotación física, al propio del que muestra connotaciones pragmáticas toda
vez que sigo creyendo, quién sabe si por estulticia, que con el componente
ideológico, con el que forma parte del Programa
Oculto, jamás llegarían a tragar, aunque
solo sea si no por dignidad, sí al menos por salud.
Pero si el contexto electoralista puede traducirse en un ambiente
tan pernicioso que lleve a algunos a alimentar aunque sea vagamente, la idea de
que hoy por hoy de verdad existe gente a
quien la interpretación de las políticas desarrolladas por el Partido Popular
le permiten asegurar que han influido positivamente en su vida, devengándose de
tal hecho la coherencia evidente en forma de voto activo para tales consignas;
de lo que creo no cabe la menor duda es de que pocos son los que habiendo
votado de manera digamos dubitativa al
Partido Popular, o sea los que condicionaron su voto a la verdadera y
sincera interpretación de un Programa Electoral puedan, hoy en día, renovar de
forma activa su confianza en el partido que indefectiblemente se ha reído de
ellos una y otra vez bajo el paraguas extenso que les proporcionaba el
argumento de la herencia recibida.
Es por ello que, a título literal de corolario, podemos
extraer sin excesiva enjundia que pocos son o serán los que activamente estén
dispuesto a renovar su confianza para con las consignas que, no lo olvidemos, a
título de adelanto de los protocolos que
luego habrán de conformarse en las formas de gobierno, constituyen
previamente el Programa con el que se concurre a cada una de las citas electorales. Y es aquí donde
estamos casi seguros que hasta el Sr. Presidente, a pesar del sin duda desgaste
que los muchos quehaceres propios de la acción de gobierno puedan traer
aparejados, le lleva sin duda a la evidente conclusión de que malo es que te
engañen una vez, pero si dejas que te lo hagan dos veces no consigues sino que
alguien acabe por espetarte el grado de merecimiento que semejante conducta
tiene para con quien la lleva a cabo. Y la corriente de calor que te sube por
el cuerpo a título de catalizador de la mala
leche española que semejante descubrimiento infunde, es algo que estoy
seguro no le gusta a nadie, incluyendo por supuesto a los electores confesos del Partido Popular.
Por eso, Sr. Presidente, aún lejos de encontrarse en mi
ánimo el dar consejos, no resulta menos evidente que la interpretación
efectuada por figuras de la talla del Sr. Arriola, en base a la cual todos y
cada uno de los males pasados, presentes y futuros que asolan el más que
furibundo panorama que sirve para describir el escenario de presagio electoral en el que se mueve el
Partido Popular, están exclusivamente vinculado a una mala elección en lo
concerniente a la política de
comunicación; no obedece sino a la constatación evidente del último acto de enajenación mental transitoria al
que resulta imprescindible recurrir para inferir un día después al de cada una
de las citas electorales que están por venir en el que el Partido Popular pueda
renovar ni una sola de las posiciones con las que parte.
Es por ello que, sin acritud. ¡Viva el vino!
Con todo y con ello, no me resisto a determinar que espero
sinceramente que no quede ni un solo resquicio por el que puedan osar colarse
las consabidas lavadas de cara, propias
de los periodos pre y electorales. Que nadie sienta la menor tentación de
sentir lástima de quienes no han dolido en prenda a la hora de traducir sus
políticas en acciones tan conocidas como específicas, algunas de las cuales han
tenido su interpretación específica en el sufrimiento de por ejemplo esos
padres que hasta ayer mismo tuvieron que estar padeciendo para que les
devolvieran los servicios del profesional sanitario que les habían recortado bajo el inhumano argumento de
que como su hijo no alberga esperanzas de
sanación, los servicios de un fisioterapeuta son innecesarios.
Obras son amores, y no buenas razones. El aforismo, netamente
traído a cuenta, parece subyacer a la constatación evidente de que una vez que
les hemos visto gobernar, una vez que han
metido la patita por debajo de la puerta, a nadie puede caberle la menor
duda al respecto de quiénes son, y lo más importante, para qué han venido.
Por ello Sr. Rajoy, una vez que el confeti ha sido barrido,
como lo han sido la mayoría de las ilusiones de los integrantes de la
generación en la que me integro. Una vez que el olor del autobombo ha sido
sustituido por el olor de la angustia de ese padre que no sabe a ciencia cierta
si sus hijos van o no a comer hoy; lo único cierto es que considero poco menos
que ofensivo el que usted achaque todo, incluyendo lo que a mi entender es hoy
por hoy un compromiso de responsabilidad, a una mera cuestión de incomunicación
inducida por una mala elección de la estrategia comunicativa.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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