A.
Lincoln
La frase, atribuida al decimosexto Presidente del Gobierno
de los Estados Unidos, a la sazón el primero en ostentar tal cargo como activo de las consignas de los Republicanos,
parece, al menos como pocas responder a la vieja cuestión por otro lado
tantas y tantas veces defendida desde estas mismas líneas, en base a la cual
pocas son las cuestiones que realmente son dignas de lucir la etiqueta de novedosas, por más que el periodo en el
que ejercen su control pueda estar, efectivamente vinculado a la realidad que
nos es propia.
Sin embargo, basta un ligero repaso a esa misma actualidad,
cuando no a la realidad en general, para comprender hasta qué punto la
mediocridad, denominador común bajo cuya consigna se instauran no ya
personalidades políticas concretas, sino más bien regímenes políticos enteros los cuales parecen competir en una
alocada carrera sin sentido en la que la última sinrazón parece erigirse en la
pionera en una suerte de Olimpiada del
sin tino, en la que los primeros puestos de esa malograda clasificación,
parecen estar todavía vacantes. Pero lo creamos o no, hay auténticas bofetadas por las medallas.
La situación, digna por si sola de acaparar no solo la
portada de actualidad de cualquier semanario de humor de cualquier país de
Europa; parece conducirnos hacia el perfil más propio de la ironía, de no ser
por que sencillamente, es trágica. Así, en un ejercicio descabellado, en el
que, repito, no podemos establecer con plena sensación de dominio qué es lo que
verdaderamente responde a lo propio de la realidad, y qué lo por el contrario
se ubica en los perfiles propios de lo rocambolesco; no hace sino aproximarnos
de manera un tanto baga a la intensidad del surrealismo en cuyo seno se debate
no ya la realidad, en tanto que tal, cuando
sí más bien, y ahí subyace precisamente el peligro, la integridad de los
individuos sobre cuya existencia, no lo olvidemos, recae la responsabilidad de
mantener vivo este proyecto denominado Sueño
Europeo.
Aparece así pues una vez más, y si cabe con mayores bríos,
la sensación tantas y tantas veces rememorada en base a la cual será nuestra y
solo nuestra la responsabilidad de que el mencionado sueño sobreviva. Cualquier intento de excusa plañidera a
posteriori, vincula ¡cómo no! a la
acusación de incompetencia vinculada a la dejación
de funciones desarrollada por nuestros políticos, que no ya gobernantes (de
cuya encomienda hace ya tiempo que dimitieron) no solo no será atendida, sino
que más bien dará lugar al bochorno generalizado en forma de chufla castellana toda vez que del mismo
se extraerá además la firme conclusión de la negligencia desde la que a su vez
se habrá conducido el ciudadano, otrora o de nuevo demasiado confiado en ceder a otros sus responsabilidades que
se muestra incompetente hasta para reconocer tales conductas una vez éstas ya se han producido, pudiéndose
así mismo reconocer sus consecuencias sin demasiado esfuerzo.
Así, entre comentarios
propios de memos, como los atribuidos hoy mismo al Primer Ministro
Británico vinculados a su voluntad de cierre sobre cierta red social, o las incongruencias morales pronunciadas por un
Mariano RAJOY que hoy se ha empeñado en mostrar coherencia conductual para con
lo que hasta ahora era solo incoherencia semántica; viajando como alma que
lleva el diablo a Grecia no tanto a apoyar a los Socialdemócratas, como si más bien a apagar el incendio que se
prevé masivo en toda Europa en forma de subimiento
de Partidos cuya semántica de triunfo hay que buscarla en la ira crecida de
la apatía de los ciudadanos. Curiosa la sensación que ha despertado el escuchar
sus palabras en Rueda de Prensa. No
se trataba solo de que no haya necesitado plasma.
¡Por un momento hasta me he hecho a la idea de que nuestro Presidente sabia
hablar en público! Al final los hechos han catalogado tal afirmación como
carente de razón a la vista de la realidad. Pero lo cierto es que ver a Mariano
desenvolverse en un feudo en el que
las cosas van todavía peor que en el suyo, que por cierto es también el
nuestro, ¡me ha dado qué pensar!
Pero lo cierto es que una vez recuperada la compostura, lo
único que nos queda es el drama que subyace a comprobar cómo todo, absolutamente
todo se desenvuelve de acuerdo a una semántica por otro lado del todo
estructurada.
Así y solo así podemos llegar a entender cómo en el momento
adecuado, en el instante preciso, una sucesión de acontecimientos, a cada cual
más lamentable en tanto que dramático, acude en su magnitud en ayuda no tanto
de unas exiguas instituciones, cuando sí de unos desvencijados gobernantes los cuales han mostrado por otro lado de
manera expeditivas sus carencias en pos de diseñar el modelo no ya para el que
recibieron su encomienda, como sí más bien el que hoy resulta imprescindible
para Europa.
De esta manera, la obsolescencia generalizada parece haber
hecho presa generalizada no tanto en Europa, como sí más bien en el mundo
entero justificando, cuando no promoviendo una abulia generalizada que llega a
los ciudadanos en forma de apatía la cual se vuelve caldo de cultivo inmejorable para converger en un contexto a partir
del cual considerar como viable la generación de cualquier escenario, de
cualquier realidad.
Así, desde el instante del ya, introduciendo la variable tiempo, la que nos faltaba para
completar este cóctel contextual, unos y otros se las ingenian para, mediante
la barrabasada de la legislación en
caliente, lograr meternos goles, cuando no abiertamente comulgar con ruedas
de molino, a la hora de hacer
justificables condicionantes que de haber sido sometidos a la cuestión pública hace tan solo unos
pocos días, hubieran sin duda recogido su premio en medio de merecidos pitos y
chanzas.
Pero como decíamos, la situación tiene de todo, menos
gracias. Así, situaciones propias de instituciones
totalitarias, cuando no abiertamente fascistas,
se habren hoy por hoy paso de manera no solo desvergonzada, sino
francamente cargadas de absoluta autoridad. Y todo ello desde el vergonzante
silencio de la mayoría. Un
silencio espeso, agotador en tanto que agobiante, en tanto que se extiende como
solo el toque a difunto sabe hacerlo
por las calles de nuestros pueblos.
La pregunta es obvia: ¿Quién ha muerto? La respuesta es
obvia, pues todos nosotros morimos un poco. Y lo peor es que lo hacemos de
manera vergonzante, pues morimos como traidores al ser incapaces de plantar
cara a un enemigo que en realidad nos resulta desconocido, aunque para
defendernos de su potencial ataque hipotecamos de manera absolutamente real
derechos y libertades que tal vez por ser del todo nuestros, en tanto que nos
han sido dados, no estamos preparados para defender.
Hace ahora setenta años necesitaron de una Guerra para ponernos en nuestro sitio. Ahora, con
trece minutos de disparos y setenta y dos horas de drama, les ha bastado para
quebrar un modelo, el de las libertades, que si bien no era perfecto, sí que se
asemejaba a lo mejor que podíamos imaginar.
Ahora que vengan a convencerme de que el mero paso del
tiempo implica siempre, progreso.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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