Esa es a todas luces la conclusión, que ni siquiera el
desarrollo, que parece extraerse de la larga a la par que sucesiva
concatenación de declaraciones y contradeclaraciones que se han producido a
colación de una más que interesada
filtración vinculada, no lo olvidemos, en un principio y sin más que a un rotativo; por más que éste sea alemán.
Por más que las mencionadas declaraciones puedan pertenecer a la que parece ser
la reencarnación de Dios en la Tierra,
a saber la Canciller no del mundo, cuando sí más bien de los cielos, la
Todopoderosa Ángela MERKEL.
Rechazando desde un primer momento la tentación de entrar a
discernir sobre la viabilidad de tales declaraciones en lo atinente a sus
desarrollos técnicos y funcionales, y justificando este rechazo en una
conjunción de desgana y prudencia toda vez que la condición de realidad
estrechamente vinculada al sector económico me lleva a confesar la solidez de
mi ignorancia ante tamaña condición; lo cierto es que de lo que no me abstraigo
por un segundo más es de mostrar mi absoluto rechazo ante la ingente marabunta
de ¡silencios! que las mismas han traído aparejadas.
Es así que, tal y como suele ocurrir con la mayoría de las
cosas que poseen en sí mismas cierta importancia hoy en día, la constatación de
esa importancia viene a deducirse no tanto de lo aberrante de las declaraciones
que provoca, como sí más bien de lo bochornoso del escandaloso silencio con el
que son acompañadas.
Siguiendo si no con la misma, sí con parecida técnica, para
comprender la magnitud de la, en este caso bomba
mediática que sin duda las mencionadas declaraciones deberían haber
provocado, hemos de proceder a sumergir nuestra nave no tanto en las
intrincadas como sí más bien a todas luces procelosas aguas en las que se
convierte el río de las lecturas en
segunda derivada. Río de tránsito cada vez menos recomendable, no son pocos
los que a pesar de acumular gran experiencia en el conocimiento de su
discurrir, han terminado por sucumbir a su cada vez más turbulenta corriente.
Una corriente traicionera, llena de remolinos impredecibles, en los cuales se
esconde y regocija el devenir de la bestia que más que condicionada por la lectura entre líneas, se siente no en
vano cada vez más fuerte, preparada para devorar primero y quién sabe si
regurgitar después a su segunda víctima.
Es así que una vez se ha comido piezas menores, no en vano dirigentes políticos, partidos enteros
después, han venido a constituir la que podríamos llamar su dieta de mantenimiento, nada ni nadie parece hoy por hoy
competente para poner coto a semejante capacidad para fagocitar. Así, hoy no
hace falta ser muy avispado para comprender hasta qué punto ha decidido que
para saciar su apetito no le basta con el menú. En un salto de calidad, ha
pasado a considerarse digna de comer a la carta. Su próximo plato, La Política, en sí
misma, una vez que aliñada con esos silencios a los que antes hacíamos alusión,
le hemos servido a la Democracia, de la que por cierto, no va a dejar ni los
huesos.
Llegados a este punto, y una vez que el drama supera con
mucho al cinismo, haciendo con ello más patente la desazón; se nos antoja del
todo imprescindible ampliar la perspectiva de nuestras indagaciones toda vez
que parece ya del todo evidente que otros son los verdaderos parámetros que
desde un principio instigaron la que es ya que no un festín, como sí más bien
una orgía a la que parecen haberse invitado todas las jaurías que vienen a
componer una biodiversidad durante largo tiempo ignorada.
Entonces, de ser así, ¿dónde subyacen los condicionantes
cuya verdadera alineación ha venido a desencadenar tamaño desastre?
Dado que sin duda hay que buscar un condicionante cuya
proporción, bien sea en magnitud, o por integración con otros, permita evaluar
su impacto en los términos conocidos, posicionados éstos además en un grado
adecuado de afección tanto en términos de pasado, como por supuesto de presente
y por ende de futuro, pocos son los elementos que tanto en el terreno de lo
político, como por supuesto en el de lo económico, y en el de lo sociológico,
pueden aspirar a responder a tal cuestión.
Es así que una vez más la crisis, en este caso no desde el
talante propio del recurso de la justificación, como sí más bien desde uno de
los propios que servirá a la postre para ayudar a entenderla en su más amplia
expresión, se presenta de nuevo ante nosotros para convertirse en la fórmula integradora sin cuya pauta,
muchos, por no decir la mayoría de los nuevos axiomas que comenzamos a percibir
como grandes integradores de esta nueva
realidad a la que inefablemente nos vemos abocados, parecen en realidad no
solo tener sentido, sino que además, en un ejercicio propio de toda labor
especulativa de esta magnitud que se precie; comienza a rodearse de una suerte
de misticismo que se traduce en esa conocida sensación de, verdaderamente, no
poder comprender qué hemos hecho realmente todo este tiempo sin ella.
Es así que la crisis justifica la falta de honestidad. La
crisis justifica, cuando no predispone, para el pragmático ejercicio de la
incompetencia.
Antaño, cuando de todo tuvimos, hasta el punto que de todo
llegó a sobrar; se dio el caso de que no
es que hubiera más corrupción, es que sencillamente ésta se entendía, incluso
se justificaba. Antes, cuando de todo sobraba, se dio el caso de que la
incompetencia, verdaderamente, parecía menos grave…
Hasta el punto de que todo, se comenzó a perdonar.
Y aquí estamos hoy, enfrentados con una realidad en la que
una vez digeridos los que fueron los aperitivos, hoy nos toca comprobar cómo se
preparan para degustar los platos
fuertes.
Pero claro, tal y como suele pasar, salvo en las bodas,
mediado el segundo plato comienzan las miradas inquisitivas en pos de averiguar
sobre quién recaerá tamaño dispendio. Dicho de otra manera. ¿Quién va a hacerse
cargo de la cuenta?
Porque que nadie se despiste, ni mucho menos, que espere
compasión ante el primer síntoma de debilidad.
Llegado el momento de hacerse cargo de la cuenta, es cuando
nos toca despertar de este sueño precioso que desde el final de la Segunda Guerra
Mundial viene siendo el mundo. Un mundo que se ha movido no
atendiendo a Newton, cuando sí más bien a Keynes y otros por la sazón. Responsables
todos ellos de trazar una broma macabra que para todos los que no tenemos las
claves se resume en un concepto: Socialdemocracia.
Ha sido la Socialdemocracia la gran estafa del pasado siglo.
Confeccionada como un gran bluf destinado a satisfacer las ansias de libertad y
las coartadas que le son propias en Política a los Desheredados de la Revolución fallida, proporcionaba un paño de
lágrimas imposible de rechazar a quienes habiendo constituido la mayoría otrora
conservadora que había justificado cuando no abiertamente causado los desastres
de su época en tanto que habían obrado activamente por el mantenimiento de las
desigualdades; se cubrían ahora con el traslúcido velo de la compasión.
Pero claro, comprobar el mal resultado que dan los matrimonios de conveniencia, o dicho de
otra manera, hacer gala de la certeza que da saber que no es bueno poner a la
zorra a cuidar de las gallinas; mal que bien, y andado un amplio tramo del
camino, podemos llegar a afirmar que el tiempo de las estafas ha finalizado.
Sencillamente, porque la vaca no da más leche.
Pero en cualquier caso, de ingenuos sería suponer que los
que mandan iban, sin más, a dejar de hacerlo. O dicho de otra manera más
campechana, de tontos sería pensar que los que van a gusto en la burra vayan a bajarse así, sin más. O cuando menos
sin dar la última batalla.
Y en esas estamos
precisamente. En la última batalla, o al menos, en sus antecedentes.
Una vez más, y como extraño presagio de un macabro ritual
tantas y tantas veces representado, los dos ejércitos se alinean en el campo del honor. Cada uno muestra sus
mejores armas, haciendo con ello honor de sus valías.
Sin embargo, al tratarse ésta de una conflagración global
esto es, que viene repitiéndose desde
hace muchas épocas, corremos el peligro de que algunas variables otrora
imprescindibles, puedan de facto, pasar desapercibidas.
Se trata en suma, de hacer bueno el tributo que “El
Africano” a la Historia cuando en el desarrollo de los encuentros que
precedieron a la
Segunda Batalla de Zhama, afirmó que “las batallas no se
pierden por el impacto de la fuerza recibida, como sí más bien por el efecto de
la fuerza percibida.”
Y…¿Existe alguna percepción más dramática que el miedo,
sobre todo si se consolida incluso antes de la batalla propiamente dicha?
Es así como todo, de repente, adquiere su sentido. En
especial, el estruendo del silencio de unos, frente al gemir lastimero cercano
al plañir que unos pocos aciertan a entonar.
El entierro se acerca, sin duda.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario