miércoles, 7 de enero de 2015

DETRÁS DE MÍ, EL DILUVIO

Esa es a todas luces la conclusión, que ni siquiera el desarrollo, que parece extraerse de la larga a la par que sucesiva concatenación de declaraciones y contradeclaraciones que se han producido a colación de una más que interesada filtración vinculada, no lo olvidemos, en un principio y sin más que a un rotativo; por más que éste sea alemán. Por más que las mencionadas declaraciones puedan pertenecer a la que parece ser la reencarnación de Dios en la Tierra, a saber la Canciller no del mundo, cuando sí más bien de los cielos, la Todopoderosa Ángela MERKEL.

Rechazando desde un primer momento la tentación de entrar a discernir sobre la viabilidad de tales declaraciones en lo atinente a sus desarrollos técnicos y funcionales, y justificando este rechazo en una conjunción de desgana y prudencia toda vez que la condición de realidad estrechamente vinculada al sector económico me lleva a confesar la solidez de mi ignorancia ante tamaña condición; lo cierto es que de lo que no me abstraigo por un segundo más es de mostrar mi absoluto rechazo ante la ingente marabunta de ¡silencios! que las mismas han traído aparejadas.

Es así que, tal y como suele ocurrir con la mayoría de las cosas que poseen en sí mismas cierta importancia hoy en día, la constatación de esa importancia viene a deducirse no tanto de lo aberrante de las declaraciones que provoca, como sí más bien de lo bochornoso del escandaloso silencio con el que son acompañadas.
Siguiendo si no con la misma, sí con parecida técnica, para comprender la magnitud de la, en este caso bomba mediática que sin duda las mencionadas declaraciones deberían haber provocado, hemos de proceder a sumergir nuestra nave no tanto en las intrincadas como sí más bien a todas luces procelosas aguas en las que se convierte el río de las lecturas en segunda derivada. Río de tránsito cada vez menos recomendable, no son pocos los que a pesar de acumular gran experiencia en el conocimiento de su discurrir, han terminado por sucumbir a su cada vez más turbulenta corriente. Una corriente traicionera, llena de remolinos impredecibles, en los cuales se esconde y regocija el devenir de la bestia que más que condicionada por la lectura entre líneas, se siente no en vano cada vez más fuerte, preparada para devorar primero y quién sabe si regurgitar después a su segunda víctima.

Es así que una vez se ha comido piezas menores, no en vano dirigentes políticos, partidos enteros después, han venido a constituir la que podríamos llamar su dieta de mantenimiento, nada ni nadie parece hoy por hoy competente para poner coto a semejante capacidad para fagocitar. Así, hoy no hace falta ser muy avispado para comprender hasta qué punto ha decidido que para saciar su apetito no le basta con el menú. En un salto de calidad, ha pasado a considerarse digna de comer a la carta. Su próximo plato, La Política, en sí misma, una vez que aliñada con esos silencios a los que antes hacíamos alusión, le hemos servido a la Democracia, de la que por cierto, no va a dejar ni los huesos.

Llegados a este punto, y una vez que el drama supera con mucho al cinismo, haciendo con ello más patente la desazón; se nos antoja del todo imprescindible ampliar la perspectiva de nuestras indagaciones toda vez que parece ya del todo evidente que otros son los verdaderos parámetros que desde un principio instigaron la que es ya que no un festín, como sí más bien una orgía a la que parecen haberse invitado todas las jaurías que vienen a componer una biodiversidad durante largo tiempo ignorada.

Entonces, de ser así, ¿dónde subyacen los condicionantes cuya verdadera alineación ha venido a desencadenar tamaño desastre?
Dado que sin duda hay que buscar un condicionante cuya proporción, bien sea en magnitud, o por integración con otros, permita evaluar su impacto en los términos conocidos, posicionados éstos además en un grado adecuado de afección tanto en términos de pasado, como por supuesto de presente y por ende de futuro, pocos son los elementos que tanto en el terreno de lo político, como por supuesto en el de lo económico, y en el de lo sociológico, pueden aspirar a responder a tal cuestión.

Es así que una vez más la crisis, en este caso no desde el talante propio del recurso de la justificación, como sí más bien desde uno de los propios que servirá a la postre para ayudar a entenderla en su más amplia expresión, se presenta de nuevo ante nosotros para convertirse en la fórmula integradora sin cuya pauta, muchos, por no decir la mayoría de los nuevos axiomas que comenzamos a percibir como grandes integradores de esta nueva realidad a la que inefablemente nos vemos abocados, parecen en realidad no solo tener sentido, sino que además, en un ejercicio propio de toda labor especulativa de esta magnitud que se precie; comienza a rodearse de una suerte de misticismo que se traduce en esa conocida sensación de, verdaderamente, no poder comprender qué hemos hecho realmente todo este tiempo sin ella.

Es así que la crisis justifica la falta de honestidad. La crisis justifica, cuando no predispone, para el pragmático ejercicio de la incompetencia.
Antaño, cuando de todo tuvimos, hasta el punto que de todo llegó a sobrar;  se dio el caso de que no es que hubiera más corrupción, es que sencillamente ésta se entendía, incluso se justificaba. Antes, cuando de todo sobraba, se dio el caso de que la incompetencia, verdaderamente, parecía menos grave…
Hasta el punto de que todo, se comenzó a perdonar.

Y aquí estamos hoy, enfrentados con una realidad en la que una vez digeridos los que fueron los aperitivos, hoy nos toca comprobar cómo se preparan para degustar los platos fuertes.

Pero claro, tal y como suele pasar, salvo en las bodas, mediado el segundo plato comienzan las miradas inquisitivas en pos de averiguar sobre quién recaerá tamaño dispendio. Dicho de otra manera. ¿Quién va a hacerse cargo de la cuenta?
Porque que nadie se despiste, ni mucho menos, que espere compasión ante el primer síntoma de debilidad.

Llegado el momento de hacerse cargo de la cuenta, es cuando nos toca despertar de este sueño precioso que desde el final de la Segunda Guerra Mundial viene siendo el mundo. Un mundo que se ha movido no atendiendo a Newton, cuando sí más bien a Keynes y otros por la sazón. Responsables todos ellos de trazar una broma macabra que para todos los que no tenemos las claves se resume en un concepto: Socialdemocracia.

Ha sido la Socialdemocracia la gran estafa del pasado siglo. Confeccionada como un gran bluf destinado a satisfacer las ansias de libertad y las coartadas que le son propias en Política a los Desheredados de la Revolución fallida, proporcionaba un paño de lágrimas imposible de rechazar a quienes habiendo constituido la mayoría otrora conservadora que había justificado cuando no abiertamente causado los desastres de su época en tanto que habían obrado activamente por el mantenimiento de las desigualdades; se cubrían ahora con el traslúcido velo de la compasión.

Pero claro, comprobar el mal resultado que dan los matrimonios de conveniencia, o dicho de otra manera, hacer gala de la certeza que da saber que no es bueno poner a la zorra a cuidar de las gallinas; mal que bien, y andado un amplio tramo del camino, podemos llegar a afirmar que el tiempo de las estafas ha finalizado. Sencillamente, porque la vaca no da más leche.

Pero en cualquier caso, de ingenuos sería suponer que los que mandan iban, sin más, a dejar de hacerlo. O dicho de otra manera más campechana, de tontos sería pensar que los que van a gusto en la burra vayan a bajarse así, sin más. O cuando menos sin dar la última batalla.

Y en esas estamos  precisamente. En la última batalla, o al menos, en sus antecedentes.

Una vez más, y como extraño presagio de un macabro ritual tantas y tantas veces representado, los dos ejércitos se alinean en el campo del honor. Cada uno muestra sus mejores armas, haciendo con ello honor de sus valías.
Sin embargo, al tratarse ésta de una conflagración global esto es, que viene repitiéndose desde  hace muchas épocas, corremos el peligro de que algunas variables otrora imprescindibles, puedan de facto, pasar desapercibidas.

Se trata en suma, de hacer bueno el tributo que “El Africano” a la Historia cuando en el desarrollo de los encuentros que precedieron a la Segunda Batalla de Zhama, afirmó que “las batallas no se pierden por el impacto de la fuerza recibida, como sí más bien por el efecto de la fuerza percibida.”

Y…¿Existe alguna percepción más dramática que el miedo, sobre todo si se consolida incluso antes de la batalla propiamente dicha?

Es así como todo, de repente, adquiere su sentido. En especial, el estruendo del silencio de unos, frente al gemir lastimero cercano al plañir que unos pocos aciertan a entonar.

El entierro se acerca, sin duda.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario