miércoles, 13 de mayo de 2015

CAMBIANDO, O RECAMBIANDO, UNAS POCAS COSAS, PARA QUE AL FINAL NO CAMBIE NADA.

Amanece un día más en Villa Tripas de Arriba. Sus vecinos, orgullosos no tanto de su pertenencia a un determinado Clan o entidad, como sí de lo fenomenal que resulta identificar en la existencia de un enemigo común cada uno de los parámetros que sirven para gestionar la miseria propia del que solo en la destrucción del otro parece hallar la sintonía consigo mismo, hace de la lucha en este caso contra los de Villa Tripas de Abajo no tanto la razón de la sinrazón, como si más bien la sinrazón de su existencia.

Aunque pueda sonar a jocoso, y una vez salvadas las cuestiones que pueden sonar obvias, aunque sin rechazar la satisfacción que produce el poner el acento en las que no, lo cierto es que además de traer a colación uno de los grandes éxitos del mítico grupo La Mandrágora; la verdadera intención lo cierto es que un tanto exacerbada que puede esconderse tras los velos que pueden apreciarse, pasa  necesariamente por comprender que efectivamente, la distancia entre la realidad versada en el presente, y lo olvidado en tanto que mitigado por el lacerante paso del tiempo bien puede hacerse del todo reconocible dentro del efecto que la realidad nos devuelve.

Para cualquiera que no estando de acuerdo con lo expuesto hasta el momento, o que en el peor de los casos no pueda aducir argumentos distintos a los procedentes de la disconformidad ideológica no tanto con lo expuesto, como sí más bien con la naturaleza ideológica de quien lo firma;: lo cierto es que bien mirado y a tenor de su postura podemos concluir un atisbo de coherencia para con la disposición mostrada por uno de los recién llegados a este Gran Festín, el cual no ha dudado en revolucionar el Tendido del Siete con una aseveración que no sabiendo bien si procede de lo impropio de la improvisación, o de lo ciertamente falaz del estrecho argumento falaz que devenga la improvisación organizada; ha terminado por provocar un enredo tremendo en pos de tratar de saber no ya qué fue lo dicho, sino más bien qué fue lo que el candidato quiso en realidad decir.

Visto desde la holgura que al menos en apariencia proporciona la ausencia de responsabilidad que de cara al futuro proporciona el carecer de presente, algunos manifestamos la duda, cuando no abiertamente el sonrojo que nos produce contemplar, eso sí desde una distancia que aumenta más, y más; los alardes cuando no ardides a los que se entrega un candidato, estoy hablando del Sr. RIVERA, el cual lejos de esquivar lo que para otros y no hace demasiado tiempo se identificaría como la irrupción en un combate desde la inferioridad de condiciones (lo cual por otro lado justificaría no solo su retirada, sino que la revestiría de un cierto halo de misticismo; renuncia no solo a hacer uso de la prerrogativa mentada, sino que más allá de cualquier complejo insiste en canalizar el combate hacia los supuestos privilegios que se denotan de lo que podríamos llamar ausencia absoluta de experiencia.

Es entonces cuando en un ejercicio del que no ya su mecánica, sino que en el peor de los casos incluso sus intenciones quedan alejados de las aptitudes de comprensión atribuibles a los pobres mortales entre los que evidentemente me encuentro, el Sr. RIVERA se lanza en una desenfrenada carrera que habrá de conducirle ciertamente no sabemos si hacia alguna parte; de la que lo cierto es el conocimiento de los considerandos expresos a lo que podríamos denominar primera etapa, no pasan sino por una declaración de guerra velada y dirigida nada más y nada menos que contra todos los nacidos con anterioridad a 1978.

Lejos de perder un solo instante en pos siquiera de analizar los procederes desde los que la propuesta cuando no a lo sumo la mera improvisación ha visto la luz; lo cierto es que lo único que me parece mínimamente lúcido pasa por analizar siquiera de forma somera el contexto en el que tanto la afirmación, como por supuesto los juicios a los que en materia tanto conductual como de moral, ha servido para provocar.
El contexto, esa extravagancia inconsistente por definición, y a menudo indefinible en tanto que tal, y que lejos de lo que pueda parecer, además de proyectar luz sobre el presente, acostumbra a hacerlo más bien hacia el futuro, con la paradoja redundante de hacerlo basando sus consideraciones en la comprensión del pasado.

Un contexto pues que en buena y justa medida a menudo podría ser acusado de retrógrado, y que en buena lid permitiría a los postulantes sumergirse sin rencor en las múltiples posibilidades que ofrece el hecho de saber que sin caer en fatalismos deterministas, a menudo las conductas que hacia el futuro podrían ser condicionantes para unos; albergan no obstante sus patrones definitorios en el pasado, convirtiendo al Estudio de la Historia en la más provechosa de las conductas de cara a referir con un mínimo de éxito aquello que está por venir.

Considerando pues el presente como algo más cercano a lo que vendría a ser contenido en la definición propia de lo que es un mero plagio del pasado, nos sorprendemos, o tal vez no tanto, considerando con cierto grado de satisfacción la posibilidad de que en realidad, aquello que por el triunfo una vez más de lo vano de la conducta humana es considerado como algo grande en sí mismo, no se corresponda en realidad más que con el confinamiento hasta cierto grado de refinamiento de un proceder que en términos coloquiales podría concebirse desde los patrones propios del Día de la Marmota, a saber, una suerte conceptual y conductual desde la cual la permanente repetición de conductas y parámetros redunda en la imposibilidad de evolucionar, por más que el tiempo, al menos en su función cronológica y a la sazón degenerativa, transcurra con la parsimonia del que resignado, es tan solo capaz de esperar.

Es desde tamaña consonancia, desde donde muy probablemente hayamos de partir para finalmente, y desplegando por supuesto todo nuestro buen hacer, poder finalmente constatar el lamentable hecho que subyace, o que por hablar con más propiedad, se esconde, tras esta maraña empecinada a volver traslúcido lo que nunca debió de dejar de ser transparente.

Encuentro sorprendentes muchas de las claves hasta ahora condicionadas, cuando no abiertamente ocultas, al abrigo de las definiciones desde las que un libro destinado a alumnos de cuarto de la ESO define las conductas propias del reconocido como buen hacer democrático, conductas que el mencionado libro se reducen a acudir cada cuatro años a emitir el sufragio.

A ver ahora quién me dice que verdaderamente, todo esto no responde sino a un plan perfectamente pergeñado.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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