Amanece un día más en Villa Tripas de Arriba. Sus vecinos,
orgullosos no tanto de su pertenencia a un determinado Clan o entidad, como sí de lo fenomenal que resulta identificar en
la existencia de un enemigo común cada
uno de los parámetros que sirven para gestionar la miseria propia del que solo
en la destrucción del otro parece hallar la sintonía consigo mismo, hace de la
lucha en este caso contra los de Villa Tripas de Abajo no tanto la razón de la sinrazón, como si más bien
la sinrazón de su existencia.
Aunque pueda sonar a jocoso, y una vez salvadas las
cuestiones que pueden sonar obvias, aunque sin rechazar la satisfacción que
produce el poner el acento en las que no,
lo cierto es que además de traer a colación uno de los grandes éxitos del mítico grupo La
Mandrágora; la verdadera intención lo cierto es que un tanto exacerbada que
puede esconderse tras los velos que pueden apreciarse, pasa necesariamente por comprender que
efectivamente, la distancia entre la realidad versada en el presente, y lo
olvidado en tanto que mitigado por el lacerante paso del tiempo bien puede
hacerse del todo reconocible dentro del efecto que la realidad nos devuelve.
Para cualquiera que no estando de acuerdo con lo expuesto
hasta el momento, o que en el peor de los casos no pueda aducir argumentos
distintos a los procedentes de la disconformidad
ideológica no tanto con lo expuesto, como sí más bien con la naturaleza ideológica de quien lo firma;:
lo cierto es que bien mirado y a tenor de su postura podemos concluir un atisbo
de coherencia para con la disposición mostrada por uno de los recién llegados a este Gran Festín, el
cual no ha dudado en revolucionar el
Tendido del Siete con una aseveración que no sabiendo bien si procede de lo
impropio de la improvisación, o de lo ciertamente falaz del estrecho argumento
falaz que devenga la improvisación
organizada; ha terminado por provocar un enredo tremendo en pos de tratar de saber no ya qué fue lo dicho,
sino más bien qué fue lo que el candidato quiso en realidad decir.
Visto desde la holgura
que al menos en apariencia proporciona la ausencia de responsabilidad que
de cara al futuro proporciona el carecer de presente, algunos manifestamos la
duda, cuando no abiertamente el sonrojo que nos produce contemplar, eso sí
desde una distancia que aumenta más, y más; los alardes cuando no ardides a los
que se entrega un candidato, estoy hablando del Sr. RIVERA, el cual lejos de
esquivar lo que para otros y no hace demasiado tiempo se identificaría como la
irrupción en un combate desde la inferioridad de condiciones (lo cual por otro
lado justificaría no solo su retirada, sino que la revestiría de un cierto halo
de misticismo; renuncia no solo a hacer uso de la prerrogativa mentada, sino
que más allá de cualquier complejo insiste en canalizar el combate hacia los supuestos privilegios que se denotan de lo que
podríamos llamar ausencia absoluta de
experiencia.
Es entonces cuando en un ejercicio del que no ya su mecánica,
sino que en el peor de los casos incluso sus intenciones quedan alejados de las aptitudes de comprensión
atribuibles a los pobres mortales entre los que evidentemente me encuentro, el
Sr. RIVERA se lanza en una desenfrenada carrera que habrá de conducirle
ciertamente no sabemos si hacia alguna parte; de la que lo cierto es el
conocimiento de los considerandos expresos a lo que podríamos denominar primera etapa, no pasan sino por una declaración de guerra velada y dirigida
nada más y nada menos que contra todos los nacidos con anterioridad a 1978.
Lejos de perder un solo instante en pos siquiera de analizar
los procederes desde los que la propuesta cuando no a lo sumo la mera
improvisación ha visto la luz; lo cierto es que lo único que me parece mínimamente
lúcido pasa por analizar siquiera de forma somera el contexto en el que tanto
la afirmación, como por supuesto los juicios a los que en materia tanto conductual como de moral, ha servido para provocar.
El contexto, esa extravagancia inconsistente por definición,
y a menudo indefinible en tanto que tal, y que lejos de lo que pueda parecer,
además de proyectar luz sobre el presente, acostumbra a hacerlo más bien hacia
el futuro, con la paradoja redundante de hacerlo basando sus consideraciones en la comprensión del pasado.
Un contexto pues que en buena y justa medida a menudo podría
ser acusado de retrógrado, y que en
buena lid permitiría a los postulantes sumergirse sin rencor en las múltiples
posibilidades que ofrece el hecho de saber que sin caer en fatalismos
deterministas, a menudo las conductas que hacia el futuro podrían ser
condicionantes para unos; albergan no obstante sus patrones definitorios en el
pasado, convirtiendo al Estudio de la Historia en la más provechosa de las
conductas de cara a referir con un mínimo de éxito aquello que está por venir.
Considerando pues el presente como algo más cercano a lo que
vendría a ser contenido en la definición propia de lo que es un mero plagio del pasado, nos
sorprendemos, o tal vez no tanto, considerando con cierto grado de satisfacción
la posibilidad de que en realidad, aquello que por el triunfo una vez más de lo
vano de la conducta humana es considerado como algo grande en sí mismo, no se
corresponda en realidad más que con el confinamiento hasta cierto grado de
refinamiento de un proceder que en términos coloquiales podría concebirse desde
los patrones propios del Día de la
Marmota, a saber, una suerte conceptual y conductual desde la cual la
permanente repetición de conductas y parámetros redunda en la imposibilidad de
evolucionar, por más que el tiempo, al menos en su función cronológica y a la
sazón degenerativa, transcurra con la parsimonia del que resignado, es tan solo
capaz de esperar.
Es desde tamaña consonancia, desde donde muy probablemente
hayamos de partir para finalmente, y desplegando por supuesto todo nuestro buen
hacer, poder finalmente constatar el lamentable hecho que subyace, o que por
hablar con más propiedad, se esconde, tras esta maraña empecinada a volver
traslúcido lo que nunca debió de dejar de ser transparente.
Encuentro sorprendentes muchas de las claves hasta ahora
condicionadas, cuando no abiertamente ocultas, al abrigo de las definiciones
desde las que un libro destinado a alumnos de cuarto de la ESO define las conductas
propias del reconocido como buen hacer
democrático, conductas que el mencionado libro se reducen a acudir cada cuatro años a emitir el
sufragio.
A ver ahora quién me dice que verdaderamente, todo esto no
responde sino a un plan perfectamente pergeñado.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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