miércoles, 20 de mayo de 2015

DE LA INMUNIDAD A LA IMPUNIDAD.

O de la delgada línea roja que separa no ya los escenarios, como sí más bien los diferentes contextos a los que no tanto la realidad, sino más bien la interpretación que de ésta hemos llevado a cabo, ha terminado por consolidar en torno a nosotros.

Porque inmersos como definitivamente parecemos estar en un mundo del que la única constancia expresa a la que podemos acceder pasa por la definitiva constatación de lo abultado de la lista que más que acercarnos, no hace al contrario sino alejarnos; solo una cosa parece estar clara, la que pasa por asumir aquello que Los Filósofos de la Sospecha aventuraron hace más de un siglo, y que pasa sin más por la imprescindible aceptación de lo cada vez más difícil que para el Hombre habrá de resultar la hasta ahora mera labor de vivir sin más, alejado de improntas, cuando no incluso de percepciones. Ajeno por supuesto a cualquier forma de prejuicio.

Es así como erigiéndose de manera definitiva y evidente en elemento integrador de todos los componentes que hasta el momento hemos traído a colación, que la alienación, esa gran desconocida, forma sicótica no tanto del Hombre, como si más bien de la Sociedad, emerge con frío renovado, fruto sin duda de la predisposición narcisista con la que el Hombre de hoy recubre sus penurias, de parecida manera a como los constructores del Islam escondían la miseria de los materiales con los que elaboraban su grandiosidad cubriéndolos de manera uniforme con ingentes cantidades de cerámica, toda ella bellamente decorada.

Pero el Tiempo para algunos a veces arrogante, para otros siempre sempiterno;  acaba como en el caso de los grandes mitos operísticos por hacer siempre su entrada en escena, con la salvedad de que en la mayoría de los casos ésta no se lleva a cabo por cauces digamos, tranquilos a la par que silenciosos. Aunque, ¡Qué demonios! ¿Quién dijo que tales eufemismos fueran a ser, hoy en día, ni tan siquiera no ya valorados, a lo sumo tenidos en cuenta?

Es así entonces cuando paradójicamente hemos de traer a colación las observaciones que efectuadas por el número uno de un Partido comprendido dentro de la órbita que los de siempre han catalogado como de los nuevos; venia hace ya algunos días a inferir una suerte de ecuación matemática en base a la cual se determinaba, nada más y nada menos, que el grado de participación en Democracia al que cada uno de nosotros podía aspirar atendiendo, nada más y nada menos, que a los determinantes inferidos según la fecha de nacimiento que figurase en su Documento Nacional de Identidad.

Cierto es que estando en absoluto de acuerdo ni con las conclusiones de la reflexión, ni probablemente con los parámetros procedimentales desde los cuales la conclusión ha alcanzado su cénit, lo cierto es que a título de corolario sí que participo en una derivada natural de uno de sus axiomas centrales. Concretamente el que pasa por corroborar el escaso valor que en líneas generales los jóvenes damos a un fenómeno de la repercusión que sin duda le es merecida no tanto a la manoseada Transición, como sí más bien al escenario de libertades y desarrollo que a la misma parece serle propio.

Lo que vengo a decir es que a estas alturas de la película, concretamente a setenta y dos horas justas de celebrarse los comicios, el que quepa la más mínima posibilidad de otorgar credibilidad a esos sondeos que indican no ya la intención de voto en uno o en otro sentido, sino que el balance que arrojan se estrella como una bofetada en nuestro rostro, bofetada que adopta la forma de un treinta por ciento de indecisos, me lleva a certificar definitivamente que, alejado de cualquier desconsideración, así como de cualquier voluntad de parecer irrespetuoso para con cualquier conducta que pueda ser mostrada por mis semejantes; no es menos cierto en todo caso que hay algo que se me escapa; algo que hace que mi mundo me resulte en realidad imposible de conjugar.

Porque, qué más se necesita no ya para opinar, voy más allá, sencillamente para tener una idea totalmente formada.
No hace falta ser historiador para acceder a lo reciente. No es necesario ser filósofo para identificar casi a hecho, la ingente cantidad de barrabasadas que han sido no tanto llevadas a cabo, hay que ser más preciso diciendo, que han sido ejecutadas, en pos siempre de destrozar definitivamente cualquier atisbo de dignidad que pudiera quedarle a la Sociedad. Persiguiendo que nadie lo dude la paulatina pero inexorable extinción no tanto del Ser Humano, como sí más bien del Ciudadano.

Y todo porque alguien tenía que seguir tributando.

Sin querer traducir las palabras pronunciadas por el Sr. Rivera a tenor de la predisposición que cada individuo era capaz de mostrar hacia la Democracia en función de su edad; lo cierto es que después de someterlas a un intenso proceso de análisis, proceso del que he de confesar han salido algunas reflexiones cañeras, lo cierto es que aún discutiendo la raíz conceptual desde el que el mismo ha sido pergeñado, no resulta menos obvio el hecho por el cual el grado de afección, o más concretamente de desafección que algunos parecen mostrar hacia nuestro actual modelo no depende tanto de la edad, aunque sí de un hecho inexorablemente a tal consideración vinculado cual es el grado de participación que para con la lucha en pos de la superación del modelo autocrático a cada uno se le atribuye en función claro está de la edad que tiene.

Ajeno a mi ánimo la posibilidad de configurar un escenario en el que quepa deducirse la existencia de una suerte de carnet por el que se distinga a los que más derecho tienen de llamarse demócratas respecto de lo que acumulan alguna suerte de deficiencia a tal respecto; lo que no resulta menos obvio, sin que de ello pueda extraerse ninguna conclusión destinada a categorizar, pasa por entender que el grado de participación, y por ello la calidad de la implicación que para con la lucha que puede esperarse, depende inexorablemente de la edad que el sujeto presenta.

Así en el caso de los que nos mantuvimos perseverantes en nuestras tesis de permanecer aferrados al seno de nuestra madre hasta que se calmaran definitivamente los malos humos que el autócrata había dejado en España (para lo que algunos además dimos un margen de confianza,) resultaría una falacia cuando no definitivamente un acto de mal gusto, el venir ahora a apropiarnos de la menor de las hazañas vinculadas a la lucha que sin el menor género de dudas se mostró como imprescindible en pos de lograr la llegada y posterior asentamiento del actual modelo social, así como de las bonanzas que le son propias; toda vez que tal comportamiento redundaría sin duda en el hurto más o menos consciente de la valía que alguien, en un determinado momento, demostró en pos de tamañas consecuciones.

Pero lejos de entrar en contradicción con lo dicho, lo cierto es que ya que a los jóvenes no se nos puede hacer responsable de los procesos cuya activación resultó imprescindible en aras de la consecución del actual modelo; no podemos decir lo mismo a la hora de valorar nuestra aportación para con esos otros actos destinados a lograr si no la mejora, cuando menos sí el mantenimiento de los protocolos que a día de hoy (todavía) no han sido eliminados.

Y es aquí donde definitivamente enlazo con las aseveraciones arriba emitidas, en base a las cuales me atrevo a afirmar que no me cabe en la cabeza el hecho de que, efectivamente, el treinta por ciento de los encuestado en relación a la voluntad que habrá de regir el sentido de su voto el próximo 24 de mayo, afirman encontrarse todavía en un estado de indecisión.

¿De verdad existe tal estado? Después de cuatro años de Gobierno de los herederos. Cuatro años de mentiras, de falacias, de traro desconsiderado cuando no infantil. De incumplimientos del Programa (tal vez por ello ni Esperanza AGUIRRE ni Dolores de COSPEDAL han presentado el suyo aún a consideración,) confieso mi necesidad para nada desdeñosa de que alguien me explique no tanto el hecho de no poder votar a la Izquierda, como sí más bien el de seguir pensando que se puede seguir confiando en la Derecha. O al menos en esta Derecha.

Es por eso que la inmunidad con la que nos recubrimos los que no pudimos participar de la construcción de nuestro Estado de Derecho, adquiere una derivada especialmente sensible, la de la responsabilidad, cuando por acción o por omisión podemos permitir cuando no promover la impunidad de quienes de manera activa, sin escrúpulos y por ende carentes de la menor actitud crítica; perseveran en este caso en su labor destructiva al sumergirnos a todos en un mar de incertidumbres propio, ¡cómo no! del espíritu no digo transparente aunque sí todavía competente para la sorpresa con el que nos identificamos los que todavía albergamos una suerte de esperanza.

Por ello, y a título de conclusión, si bien todas las actitudes son viables, lo cierto es que el próximo día 24 de mayo la adopción de unas sobre otras sí se convierte en motivo necesario y suficiente en pos de hacerte cómplice, instigador, e incluso quién sabe si colaborador necesario.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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