Anochece. La otrora deseada refrescante brisa enmascara
todavía en un trasfondo elegante lo que no es sino el presagio de los
vendavales que, más pronto que tarde, habrán de sacudir no tanto las
conciencias como sí más bien las realidades de cada uno, habiéndonos de
enfrentar con la terrible constatación de que una vez más, el invierno no es
malo tanto por sí mismo, como sí más bien porque determina lo efímero del
verano.
No es ya tanto que llegue el invierno, lo que causa dolor es
que el verano se ha terminado. Como la fina arena que se desliza por las
intransigentes paredes de cristal que, inasequibles al desaliento siguen
negando a la arena del reloj la paradoja que supondría un instante de calma en
la metáfora del infinito que constituye en sí misma su propia existencia, a la
sazón necia en tanto que por otro lado necesaria;
así parece describirse la Vida Parlamentaria en España. A título similar a la
certeza descrita por la arena que se desliza en el reloj: muy a pesar de algunos, el que pretendan apresarla entre los dedos,
resulta inaccesible al desaliento.
Se erige agosto en el mes por antonomasia. Mal o bien, mejor
o peor, en agosto todo el mundo es feliz. Y todo porque ser infeliz en agosto,
más que una cuestión sujeta a la valoración, se ha convertido en una suerte de
desconsideración hacia el prójimo.
En agosto los dolores duelen menos, los miserables parecen
menos cercanos a la miseria, los propensos a erigirse y conducirse como chusma parecen menos (en cantidad que no
en intensidad, tal vez porque la vestimenta liviana ayuda a minimizar las
diferencias), y hasta los sinvergüenzas quedan reducidos en su culpa, cuando no
que son absolutamente disculpados. Tamaña consideración no es, como sabemos,
exclusiva del verano; De hecho acontece también en Navidad. Pero llegados (si
llegamos) a tales calendas, ya trataremos (siempre que se precie), tamaña
consideración.
Se erige así pues el mes de agosto en la conclusión palmaria
de ese experimento inconcluso por cuestiones éticas que no pragmáticas, en base
a la cual durante los meses de agosto se
registran la mayoría de casos de reblandecimiento
cerebral. Sí, ya sabéis, esa típica enfermedad que da como resultado que mayorías electorales absolutamente
computables tomen decisiones cuyo impacto electoral se traduce en que como pasa
a la mañana siguiente de una noche de fiesta, lo único que te quede es la
resaca, y la incapacidad para recordar la plaza de aparcamiento en la que
dejaste tu automóvil. Tranquilo, como no era totalmente de tu propiedad
sencillamente porque su compra está vinculada a la hipoteca a treinta años que
pediste para comprar esa casa que no te
puedes permitir; seguro que antes que tú, lo han encontrado los de la financiera.
Como en toda enfermedad que se precie, los síntomas son lo
primero, y a la sazón lo más importante. Demostrado queda que una buena
relación de los mismos facilita mucho la labor del profesional. En el caso que
nos ocupa la lista es larga: Recortes en Sanidad (comenzamos con la paradoja).
Recortes en Educación. Recortes en Libertades. Aumento de la presión Fiscal …
Constituyen por sí mismos elementos de un catálogo que ciertamente parece estar
concebido para hacer saltar por los aires el modelo de estabilidad sobre el que
se asentaba el aparente modelo de seguridad, bienestar y derecho en que
supuestamente nos hallábamos instalados. Pero tranquilos, que nadie se alarme,
estamos en agosto.
Acaba así por erigirse definitivamente agosto en el mes de la felicidad. Tal vez se
deba a que en agosto los guapos son más guapos, a la par que los feos lo
parecemos menos aunque ¿sirve tal consideración de algo más que de de mero
consuelo?
Obviamente no. Y es seguro que desde la certeza que
proporciona la concordancia semántica para con tamaña consideración, que
nuestro querido presidente decide
añadir una nueva variable a la ya de por sí complicada ecuación. ¡Sí hombre!
¡Ya sabéis, a esa que venia a decir que…en
agosto los feos parecíamos menos feos! Pues aunque no se trate de nada
científico, a la par que nada probado, imaginad que lo dejamos escapar. Así
pues, que en agosto los señores Diputados trabajen. ¡A lo mejor así los señores
Diputados dejan de parecer menos (…), e incluso comienzan a aparentar una dosis
(aunque sea mínima) de empatía para con el ciudadano más allá de la que pasa
por reconocer (eso sí siempre en “petit comité” que tanto su elección como por
supuesto su sueldo, está en manos de éstos a los que ya sea en verano o en
invierno, o incluso en fiestas de
guardar, se siente tan cómodo ninguneando.
Pero como creer en las musas encierra cierto atisbo de romanticismo trasnochado, y esperar una
mera muestra de connivencia para con en Sentido
Común en algo que de cerca o de lejos huela a Partido Popular de España
tiene los mismos visos de prosperar que una oferta de trabajo bien remunerado
vinculado a la hostelería después de la Reforma Laboral ;
es por lo que nuestros sueños, una vez más, están condenados a hacerse pedazos,
de forma parecida a como lo están los de los confiados preferentistas que creyeron ver en la alargada sombra de un Vice-Presidente del Gobierno un atisbo de
rigor.
Sea como fuere que en respuesta no tanto a nuestras
permanentes recriminaciones como sí más bien a las demandas que su fuero
interno llevaban a cabo; que el aumento de las horas lectivas, y eso seguro que sí, sujetas al trámite del cobro, no
viene equiparado al supuestamente paralelo incremento de lo que desde hace
meses constituye la mayor de nuestras demandas a saber, la que pasa por la
depuración de responsabilidades una vez el sagrado deber de la responsabilidad democrática se ha visto
soliviantado una y otra vez a lo largo de la presente legislatura.
Es así cómo, protagonizando el que fervientemente deseamos
sea su último desplante, que nuestro
querido Presidente ha tenido la osadía (pues esto supera con mucho lo que
hasta ahora eran puntuales apuntes de
retranca gallega), de hacer pasar el Trámite
Parlamentario en pleno mes de agosto a los Presupuestos Generales del Estado
para el próximo año 2016.
No seré yo el que pierda un solo segundo dedicando mi tiempo
a hacer una sola consideración de carácter técnico a tamaño documento. No poseo
ni los conocimientos suficientes ni las atribuciones para lograr el acceso a
éstos en un periodo de tiempo armonizado con la realidad. Sin
embargo de lo que no pienso privarme es de criticar la ingente dosis de soberbia que van incluida dentro de una acción de
aprobación que además de un montón de cuestiones objetivas cuya paulatina comprensión
sin duda levantará ampollas; lleva subjetivamente incluida lo que no puede sino
verse considerado como la definitiva muestra de adanismo de la que desde hace meses este Gobierno viene haciendo
gala, y que en este caso se materializa en una cuestión intocable: ¿Que un
Gobierno del Partido Popular apruebe en, no lo olvidemos año electoral un presupuesto que los Técnicos no dudan en
considerar ficticio e irrealizable responde a una convicción de que,
efectivamente, van a volver a ganar; o por el contrario se trata de la última
jugada a saber la que pasa por mostrar la certeza de que si no ganan ellos, estamos condenados?
Guardándome la consideración sobre la primera pregunta, o
más concretamente pensando en que si el resultado de las elecciones de finales
de año arrojan un resultado coherente con los deseos del actual ejecutivo será
porque los efectos del calor en agosto sobre el cerebro habrán de ser
extensibles al momento más incisivo del invierno; lo cierto es que no me
resisto a comentar las consecuencias que del segundo acto se derivan.
Así, que un Ejecutivo que
muy probablemente se encuentra escribiendo su epitafio político manifieste
la osadía de emplear con tal fin nada más y nada menos que el espacio político que redunda de la que sin
duda es la Ley de Leyes, debería de ser en sí mismo ejemplo más que
suficiente para abrirnos los ojos (un
poco a los que experimentan tal sensación por primera vez, del todo a los que
hace tiempo que pasamos por ello), con el fin de enfocar nuestra mirada por
primera vez en cosas realmente importantes tales como, por ejemplo, la actitud
petulante, cínica y me atrevería a decir que un poco lasciva, que no ya solo
nuestro querido Presidente sino últimamente también destacados miembros del
Equipo de Gobierno adoptan no tanto para explicarnos sus motivos a la hora de hacer lo que hacen, como si más bien
para revestir con un aire paternalista dogmático las disposiciones cuando no
los ostentosos discursos tras los que esconden lo que por otro lado no es sino
una raquítica vida parlamentaria.
Tienen secuestrada la Democracia y lo que es peor, el modelo
democrático está a punto de morir de inanición. Constituye ésa una certeza tan
grande que ni todos los meses de agosto dispuesto linealmente podrán llegar a
configurar un disfraz lo suficientemente grande como para alejarnos de una
única realidad. Nuestra cita con las urnas no puede demorarse mucho más. Del
resultado de la misma dependerá que este país siga disfrutando de meses de
agosto, o que por el contrario se suma en una terrible Era de Glaciación.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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