miércoles, 19 de agosto de 2015

VIDA SANA Y ORDENADA. EL MEJOR DE LOS REMEDIOS, ¡NO PREOCUPARSE POR NADA!

¡Qué demonios! ¡Estamos en Agosto! Y todos sabemos (o al menos deberíamos saberlo), qué es lo que en realidad tal hecho significa.

Es España un país de tradiciones. Y tal y como es bien sabido, las tradiciones se alimentan por medio de la satisfacción ordenada, o no tanto, de las costumbres.

Agosto, metáfora perfecta del desdén, que en este caso se materializa ante nosotros arguyendo su refinada aunque no por ello menos pueril forma de justificación merecida a base de clamar ante la desazón vinculada a la amenaza de colapso por agotamiento. Porque sí, en una palabra, hasta de quejase se cansa uno. ¡Qué decir tiene el hecho de comprobar el grado de abatimiento en el que pueden hallarse algunos, esto es, lo que a lo sumo alcanzan a escuchar! Muestra cuando no del estrato ínfimo del país, o quién sabe si coro de esa letanía otrora en torno a los concebidos bajo el gracioso lema del “Así los quiere Dios”.

Agosto, metáfora ímproba. O en realidad, quién puede llegar a saberlo, si tal vez mera víctima propiciatoria de las vicisitudes de un país que, sumido aunque nos parezca increíble todavía en las laudas de un pasado para nada lejano; a lo más que ansía no es ya a mejorar como sí más bien a recuperar esa suerte de símil de desarrollismo a la sombra de cuyo recuerdo aún siguen recostándose en función de espera alguno de los aspirantes a aprendiz de brujo que atendiendo a los distintos escalafones, tantos como estratos sociales, han ido creciendo constituyéndose en la vanguardia de las tropas de élite que en un tiempo no muy lejano habrán de cobrarse la vanguardia de lo que acabe por resultar una vez el actual estado de esperpento en el que hoy por hoy nos encontramos sumidos tienda a su fin, o a lo sumo colapse de motu propio.

Porque si bien es cierto que Agosto se convierte en la constatación factual destinada a agrupar en un hecho los pensamientos de quienes verdaderamente se creen en disposición de amparar su miseria tras la aparente certeza de que ésta lo será menos si se reboza en las consideraciones ilusionistas que muchas veces subyacen a pasar quince días en la playa; lo cierto es que en lo que a mí personalmente concierne, mucho más interesantes resultan las que podríamos llamar connotaciones metafóricas del “hacer o dejar de hacer en Agosto”.

Así, identificar en las consecuencias que el modus operandi descrito tiene, a estructuras vigentes cuya actual y a la sazón desde su creación aparente función  parece no pasar sino precisamente por aportar una suerte de aparente relajación, termina finalmente por facilitar la extensión de una suerte de reprobación en base a la cual bien podríamos equiparar a PODEMOS, efectivamente no ya con una forma de Agosto, como sí más bien quizá con una de esas tormentas de verano que, formada aparentemente en un instante, por supuesto al albor de una ingente cantidad de energía, amenaza con desatar los siete males, en una macabra danza.

Porque larga está siendo, sin duda, la sequía. Una vez los campos están secos, vacíos los lagos, y las grietas se han apoderado de los suelos otrora fértiles; es sin duda cuando hay que empezar a preocuparse (¿en serio?) del estado, del verdadero estado en el que se encuentran tanto las personas, a la par que yo añadiría, las cosas.
Porque es, y ha sido esta sequía, distinta a todas las demás. No hay, aunque busquemos, parangón no ya con ninguna otra sequía. Yo me atrevería a decir, sin ánimo por supuesto de ser alarmista, que en realidad no lo hay con ningún otro de los momentos que históricamente pudiésemos integrar dentro de los vividos por el Hombre Moderno.
Nunca antes la conjugación de elementos conocidos, tal vez por padecidos, había dado como conclusión un fenómeno social tan aterrador, a la postre por desconocido.
Nuestra Sociedad, cruel unas veces, indolente otras, se ha manifestado claramente a tal efecto bajo la supuesta protección que supone el uso de múltiples paraguas agrupados todos bajo la imagen de la consideración probablemente más compleja que podamos llegar a imaginar, a saber la de la indolencia vulgar y ruin, que no por supuestamente moderna puede en realidad servir de escondite a la encarnación del más viejo de los vicios que ésta puede padecer a saber, el de la falta de humildad.
Así, con el demonio dentro, y lo que es peor, sobradamente cebado, el Hombre de principios del Siglo XXI se prestaba al que aparentemente parecía no ya el enfrentamiento del siglo (eso se lo dejamos a los duelos Real Madrid-FC Barcelona), como sí más bien a la contienda en la que habrían de dilucidarse viejas, ancestrales y por definición estructurales rencillas, la mayoría de las cuales están presentes entre nosotros desde hace tantos años, que verdaderamente su presencia nos pasa desapercibida por formar ya parte de nuestro yo más ancestral.

Habilitadas pues las huestes para el combate, los responsables de las labores de reconocimiento de campo presentan sus informes a los comandantes de campo. Y si bien ni uno solo es capaz de dar una versión coherente con los demás a la hora de definir la naturaleza del que se revela como potencial enemigo, la toma de decisiones en pos de definir las posibles líneas de actuación en pos de las cuales promover si no la victoria de las hordas propias, sí al menos la derrota masiva de las del enemigo; se ve lamentablemente frenada ante la objetiva constatación de un hecho. Aunque parezca increíble, no tenemos ni una sola referencia de este enemigo que potencial desde hace algunos años, constituye hoy por hoy la más real de las amenazas.

La dulce metáfora en la que se materializa el silencio cuando la sensación que éste comunica se vuelve más perceptible que el silencio en sí mismo, se convierte de manera irrefutable en el ingrediente primario de una sensación tras ancestral como remotamente desconocida. El miedo atenaza los cuerpos de los que hasta ayer se mostraron y batieron como raudos guerreros. ¡No tenemos miedo a luchar Señor! ¡Es el miedo a lo desconocido lo que nos detiene!

Y es entonces cuando nuestro Comandante de Campo, habilitado no tanto por su capacidad (como la mayoría de los generales presentes no ha presenciado, por edad, una sola batalla), interpreta como clamor en pos de su decisión lo que no es sino el silencio de la inoperancia del resto; avalando pues con ello su error en la falsa justificación que da la mayoría, momento y argumento válido para ver como ésta se ve reducida a vulgar chusma.
Por segunda vez en la historia, Aníbal nos precedería en esta forma de legendaria aunque no por ello menos ignominiosa derrota; la toma de decisiones originales en el transcurso de la batalla en sí misma, no podía sino traducirse en una sublime derrota.
Así que, parafraseando los ecos y disfrutes de la que fuera la Batalla de Zhama, la decisión de alinear tropas de infantería ligera pertrechadas con el escudo y la espada de la pasión, y apoyadas por detrás en el supuesto baluarte de la Razón de Estado materializada en el saber del Pueblo, al menos en apariencia poco pueden en realidad hacer contra una columna de elefantes que se gobiernan amparados en la tradición y cuenta con el saber que les proporciona la fuerza bruta a la hora de hacer valer otros atributos en el caso de que verdaderamente los primeros resulten insuficientes.

Acudiendo pues al análisis de la historia, los flecos de la misma dejaron para la posteridad la duda razonable de si la batalla que decidió la II Guerra Púnica no estuvo en realidad sino gestionada desde la podredumbre, orquestada desde la traición.
Sea como fuere, hoy por hoy, lo único cierto es que al amparo no tanto de la interpretación, cuando sí más bien del análisis de los últimos acontecimientos, lo único que a estas alturas me sigue sorprendiendo, y me expreso en tales tiempos porque no es la primera vez que lo digo, es que nada ni nadie haya, verdaderamente, sentido al menos la tentación de agitar un poquito todo esto, aunque sea solo por la satisfacción de ver qué sale.
Aunque parezca increíble, y lo cierto es que a mí me lo parece, en apenas dos décadas este país ha pasado de cojos manteca que reventaban manifestaciones en Madrid sacudiendo a todo y a todos con una muleta; a experimentos de Política organizados por profesores de universidad que tal vez por hacer propio un talante más sosegado, arrojan manuales de formación, en vez de adoquines.

Sea como fuere, recordad uno de esos viejos pasajes que todos recordamos de las clases de historia de séptimo de EGB: Roma no paga a traidores.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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