Porque si bien podemos llamarlo de múltiples maneras y
formas, si podemos incluso erigir castillos de eufemismos en pos de ocultar
tras el atisbo de penumbra que los mismos acierten a proporcionarnos, lo que no
es sino la carga eterna de un dogmático tabú; lo cierto es que al final
habremos de enfrentarnos al que todos sabemos compone la esencia del dilema en
sí mismo, un dilema que pasa no por saber, a lo sumo por aceptar, que las
cosas, inexorablemente, han cambiado.
Porque de manera parecida a como lo hiciera precisamente en
tiempos de Novara, tiempos en los que la realidad de Europa se tambaleaba
precisamente a raíz de los descubrimientos de un joven Koppernigk, así hoy parece de nuevo volver a hacerlo.
Como entonces, estructuras a la sazón esenciales, no solo
para comprender la sostenibilidad del continente, sino para entender y explicar
la existencia del propio Hombre, en tanto que tal; eran no ya puestas en duda,
sino incluso arrojadas al baúl de los detritos toda vez que para la
demostración de las unas, resultaba
necesario no tanto la superación, más bien la eliminación de las otras.
Se trataba pues, sin duda, de tiempos duros. Tiempos, si se
quiere, carentes de piedad, de una piedad que no se pedía pues, de hacerlo,
demostraba en el hecho la condición de no merecida.
Como entonces hoy, ni el joven polaco, ni por supuesto el
presuntuoso Maestro de Bolonia estaban
solos. Como siempre una corte confeccionada por aduladores en unos casos, por
serviles en otras, venía a tejer el tétrico contexto social sin el cual ninguna
conspiración que se precie puede esperar no tanto sobrevivir, como sí más bien
pasar a la historia. ¿O no es en definitiva de eso de lo que se trata?
Si bien los tiempos han cambiado, el juego es el mismo, porque lo son sus peligros. Si Copérnico
luchó para desbancar, según él creía, por
justicia, lo que afirmaba no suponían sino errores inexpresables solo
argumentables desde la exactitud de las matemáticas, así hoy los nuevos conspiradores centran su actividad en la
inhóspita labor de desbancar actos y en definitiva teorías que como todas,
siempre, partían de un consideración de esencia en tanto que se sabían eternas.
Como entonces, hoy, los nuevos
conspiradores se ponen en marcha al constatar en su derredor el efecto
causado por el mayor de los males, la decadencia. No
es la decadencia sino la transcripción de la nada, a lenguaje humano. Como toda suerte de
contingencia, necesita arrastrarse día tras día para ofrecer su tributo a su
ente superior, que le proporciona la dosis justa de energía que le servirá, a
lo sumo, para sobrevivir un día más. Algunos dirán, hoy como entonces, que cuál
es el problema: Copérnico se buscó él solito sus problemas, ¿por qué habría
nadie de complicarse? Entonces puede que hasta hubiera un ápice de sentido en
la afirmación, el problema se presenta en toda su magnitud una vez constatado
que el tributo somos nosotros, en sí mismo.
Discutida por entonces la cuestión primordial de la posición del Hombre respecto del resto de
las cosas, hoy fundamos la naturaleza del debate en cuestiones que, al
menos en apariencia resultan menos, cómo decirlo…absolutas. Mas si nos
detenemos un instante a analizar que no a comprender, la naturaleza de la que
está constituido el debate en sí mismo, nos bastará en apariencia un segundo
para constatar hasta qué punto el contraste existente entre los elementos
participantes en la discusión es exactamente igual de absoluto.
Al igual que entonces, hoy pretendemos utilizar fundamentos
dotados de naturaleza absoluta, para solventar cuestione cuyo dominio está
perfectamente referido al mundo de lo material. Así, a la vista del reciente
caos derivado de la extrapolación de resultados emanados del ejercicio
democrático (a la sazón el tenido hasta hoy como el más perfecto en tanto que el mismo siempre ha resultado en
verdades fácilmente extrapolables), nos enfrenta hoy con un resultado que no
sabemos si nos desagrada más por haberse dado, o tal vez por no saber cuánto
tiempo hace que llevábamos esperándolo.
Hoy, como entonces, hay y habrá cobardes. Fueron entonces
traidores los que como Jacob ZIEGLER abandonaron el barco cuando éste aún no
había finalizado la
travesía. Lo hicieron por miedo, pero ¿miedo a qué?
Seguramente a ellos mismos, la clase de miedo que se identifica no con el
pánico que trasmite lo desconocido. Más bien esa clase de miedo que ante nosotros se manifiesta una vez somos
conscientes de que todo, en especial lo que creíamos desconocido, en realidad
siempre estuvo dentro de nosotros mismos, formando parte de nuestra absoluta
intimidad.
Como entonces, hoy, habrá advenedizos. Los que como el poeta
NONO aprovecharán a lo sumo para intuir, nunca llegar a interpretar, las
verdades de lo que en las reuniones de Bolonia se decía.
Se discutía entonces la posición del Hombre respecto del
resto de las cosas. Tal vez sea eso lo único que hoy no ha cambiado. Porque
entonces, como hoy, es la posición del Hombre, manifestada en este caso a
través del efecto que sus decisiones traen asociadas, el hecho en definitiva
discutido.
Cuestionó Copérnico el Corpus
Hermeticum que sostenía lo que se aceptaba como el mundo y sus postrimerías. Atacó con ello al dios europeo,
desenterrando con ello amenazas de Libertad, a la sazón el otro concepto que
indirectamente ligado al de la decadencia venían a justificar, cuando no a
volver imprescindible, el ejercicio de una revolución.
Así cuestionan hoy otros el spiritus mundi que aparentemente mantiene unido el universo. Porque
al menos en apariencia, de tales fuerzas parece que igualmente hablamos hoy.
Constituye hoy el bipartidismo tanto dios como la fuerza que
aparentemente mantiene unido este a la sazón cambiante universo compuesto por
todos los elementos llamados a conformar la democracia española. Desde tamaña
perspectiva, el conflicto que Copérnico planteó, y que resolvió con las
matemáticas, tiene hoy su referencia en
otro conflicto mucho menos atractivo toda vez que su derivada primordial, a
saber la de la Ideología, se mueve por derroteros neta y absolutamente
subjetivos, lo que se traduce en que desde luego del todo menos matemáticos
habrán de ser los argumentos destinados a componer cualquier suerte de proceder
que ose atisbar la respuesta.
Así como Copérnico hubo
de romper para después unir, conformando un universo nuevo; así es como al
menos en principio se atisba si no la solución, sí el estado que compondrá el a
priori del ente resultante. Y como es de suponer, aquél o aquello que esté
llamado a la destrucción, salvo que se sienta llamado por la condición de
mártir, sin duda venderá cara su piel.
Formas, modos, procedimientos…En definitiva, todo, habrá de
cambiar. Y no porque estuvieran
equivocados. Habrá de hacerlo sencillamente porque no ya el contenido de
las respuestas, sino la esencia de las preguntas, ha cambiado para siempre.
Y si queréis una respuesta a la pregunta de por qué nada de
esto ha de ser necesariamente malo. Recordad precisamente la vieja máxima que
reza: Cuando creíamos tener las
respuestas, vinieron y nos cambiaron las preguntas. Por primera vez
constatar tal hecho no solo no nos frustra, sino que nos llena de ilusión.
Ilusión, el sentimiento que siempre ha inspirado los viajes
de los grandes hombres.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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