Anochece. Un día más la jornada finaliza. Fuera, la
oscuridad, metáfora viva del silencio, nos golpea con la dureza de la
eternidad, refrendada por la apuesta segura que se oculta tras el ejercicio de
lo rutinario.
Un día más, o menos, según se mire. Porque al final incluso
para eso hay diferencia. O por ser más precisos incluso en eso influye la
perspectiva.
Perspectiva… capacidad, deseo. De uno u otro modo, resulta a
menudo la perspectiva, o por ser más precisos, el uso que de la misma se hace,
el último refugio al cual aferrarnos cuando la realidad nos retira su aliento,
cuando hemos consumido el último plazo, cuando el fin, sórdido y por ello si
cabe más aterrador, se nos anuncia como la única de las posibilidades, como el
último de los tránsitos…
Pero en realidad escasas son las ocasiones en las que cosas
importantes llegan así, de repente, o en cualquier caso sin avisar. Más bien al
contrario, las cosas importantes, cuando no las que merecen la pena, llegan
despacito, con un tiempo previo; diríamos incluso que con un presagio.
Y ésta no iba a ser precisamente una excepción. Más bien al
contrario, largo ha sido el camino recorrido, y mucho el tiempo empleado en su
tránsito. Para al fin haber llegado, o por ser más preciso, siquiera más
cautos: para haber alcanzado el final del camino.
Porque ocurre que a menudo no hace falta encontrarse con la
muerte para haber muerto, ni siquiera hace falta haber muerto para morirse.
¿Suena paradójico? Pues esperad a ver cuando resulta que morirse no es la peor
manera de dejar de estar vivo… Pero para eso todavía falta un rato, un
transitar, y en este caso su espacio correspondiente.
Volvamos siquiera durante un instante a la perspectiva. Autora
de falacias, descifradora de verdades. La perspectiva es a menudo el disfraz
alcanzado por la realidad cuando juega a ser cronista de sí misma. Creadora de
espacios donde no hay sino vacío, gestora de tiempo allí donde solo el infinito
cabe; la perspectiva es el último truco que el mago falaz de la inventiva
llamado excusas nos regala antes de la apoteosis final, la que pasa por negar
Tiempo y Espacio.
Es la perspectiva el último refugio, aquel en el que siempre
encontramos consuelo los que de manera consciente, o habría que decir de forma
más acertada, inconsciente; jugamos al límite, persiguiendo en la oscuridad de
la noche la excusa con la que justificar precisamente el que todo lo veamos
siempre de un nítido color negro. Pero llegará un día en el que el primer rayo,
precursor del alba, nos sorprenderá. En ese instante nuestras apologías caerán,
nuestras misérrimas excusas se vendrán abajo, y el desvencijado carro en el que
trasladamos nuestras esperanzas, último vestigio de lo que una vez fue nuestro
hogar, pues en este viaje todos somos nómadas, trashumantes; dirá que no avanza
ni un metro más. Pues ese primer rayo de sol no será, al contrario de lo
esperado, el principio de nada. Más bien al contrario será el fin de un caminar
que ya nació muerto, pues como tal su paso solo podía ser mortecino.
Perspectiva, excusa en cualquier caso para no querer más. O
por ser más justos habría que decir que para no querer mirar lo que de por sí
se ve.
Porque hemos estado demasiado tiempo refugiados, quizá sería
más justo decir escondidos, tras la sombra de protección que nos proporcionaba,
la perspectiva nos ha impedido acceder al mundo real. Ese mundo en el que los
problemas no son más o menos en número, pues no importa cuántos son en número,
con uno que no podamos superar, será más que suficiente.
De eso se trata en última instancia, de problemas, o para
ser más exactos, de las diferentes maneras que cada uno de nosotros tenemos
para afrontar esos problemas, unos problemas que en la mayoría de ocasiones no
son nuestros, sino que nos son sobrevenidos.
Y es precisamente de la noción de semejante proceder, de
donde irrumpe con absoluto viso de procedencia el conato desde el que enlazamos
hoy nuestro aparente devaneo, con la sutil realidad.
Constituye el periodo que conforma nuestro aquí y nuestro
ahora, un vergel especialmente fértil para erigir en torno de sí múltiples
escenarios a partir de los cuales hacer emerger tanto a los monstruos
mitológicos con los que luchar de manera desenfrenada se convierte hoy en la
metáfora de la mera supervivencia; como descubrir las estratagemas detrás de
las que no hacen sino esconderse los que llevan toda una vida sobreviviendo a
base de pasar una y otra vez inadvertidos a la lucha.
¿Acaso nos encontramos los demás en disposición de criticar
semejante proceder? Desde luego yo no lo haría toda vez que el único premio al
que nos deja aspirar el paupérrimo momento que la historia nos ha reservado, y
que no es otro que el de la supervivencia, es igual de injusto con ellos que
con nosotros.
Comenzó el alcohol siendo arma que componía el arsenal de
ataque. Se convirtió después en arma de defensa. Y acabó, como en otros muchos
casos, volviéndose incontrolable, golpeando a quien una vez pensó que podría
controlarlo.
En definitiva ellos, como nosotros, han sobrevivido.
Ellos como nosotros, cuestión de perspectiva.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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