miércoles, 9 de marzo de 2016

ENFRENTARSE A LA CRISIS, SUCUMBIR A LA REALIDAD.

Anochece. Un día más la jornada finaliza. Fuera, la oscuridad, metáfora viva del silencio, nos golpea con la dureza de la eternidad, refrendada por la apuesta segura que se oculta tras el ejercicio de lo rutinario.

Un día más, o menos, según se mire. Porque al final incluso para eso hay diferencia. O por ser más precisos incluso en eso influye la perspectiva.

Perspectiva… capacidad, deseo. De uno u otro modo, resulta a menudo la perspectiva, o por ser más precisos, el uso que de la misma se hace, el último refugio al cual aferrarnos cuando la realidad nos retira su aliento, cuando hemos consumido el último plazo, cuando el fin, sórdido y por ello si cabe más aterrador, se nos anuncia como la única de las posibilidades, como el último de los tránsitos…

Pero en realidad escasas son las ocasiones en las que cosas importantes llegan así, de repente, o en cualquier caso sin avisar. Más bien al contrario, las cosas importantes, cuando no las que merecen la pena, llegan despacito, con un tiempo previo; diríamos incluso que con un presagio.

Y ésta no iba a ser precisamente una excepción. Más bien al contrario, largo ha sido el camino recorrido, y mucho el tiempo empleado en su tránsito. Para al fin haber llegado, o por ser más preciso, siquiera más cautos: para haber alcanzado el final del camino.

Porque ocurre que a menudo no hace falta encontrarse con la muerte para haber muerto, ni siquiera hace falta haber muerto para morirse. ¿Suena paradójico? Pues esperad a ver cuando resulta que morirse no es la peor manera de dejar de estar vivo… Pero para eso todavía falta un rato, un transitar, y en este caso su espacio correspondiente.

Volvamos siquiera durante un instante a la perspectiva. Autora de falacias, descifradora de verdades. La perspectiva es a menudo el disfraz alcanzado por la realidad cuando juega a ser cronista de sí misma. Creadora de espacios donde no hay sino vacío, gestora de tiempo allí donde solo el infinito cabe; la perspectiva es el último truco que el mago falaz de la inventiva llamado excusas nos regala antes de la apoteosis final, la que pasa por negar Tiempo y Espacio.

Es la perspectiva el último refugio, aquel en el que siempre encontramos consuelo los que de manera consciente, o habría que decir de forma más acertada, inconsciente; jugamos al límite, persiguiendo en la oscuridad de la noche la excusa con la que justificar precisamente el que todo lo veamos siempre de un nítido color negro. Pero llegará un día en el que el primer rayo, precursor del alba, nos sorprenderá. En ese instante nuestras apologías caerán, nuestras misérrimas excusas se vendrán abajo, y el desvencijado carro en el que trasladamos nuestras esperanzas, último vestigio de lo que una vez fue nuestro hogar, pues en este viaje todos somos nómadas, trashumantes; dirá que no avanza ni un metro más. Pues ese primer rayo de sol no será, al contrario de lo esperado, el principio de nada. Más bien al contrario será el fin de un caminar que ya nació muerto, pues como tal su paso solo podía ser mortecino.

Perspectiva, excusa en cualquier caso para no querer más. O por ser más justos habría que decir que para no querer mirar lo que de por sí se ve.
Porque hemos estado demasiado tiempo refugiados, quizá sería más justo decir escondidos, tras la sombra de protección que nos proporcionaba, la perspectiva nos ha impedido acceder al mundo real. Ese mundo en el que los problemas no son más o menos en número, pues no importa cuántos son en número, con uno que no podamos superar, será más que suficiente.

De eso se trata en última instancia, de problemas, o para ser más exactos, de las diferentes maneras que cada uno de nosotros tenemos para afrontar esos problemas, unos problemas que en la mayoría de ocasiones no son nuestros, sino que nos son sobrevenidos.

Y es precisamente de la noción de semejante proceder, de donde irrumpe con absoluto viso de procedencia el conato desde el que enlazamos hoy nuestro aparente devaneo, con la sutil realidad.
Constituye el periodo que conforma nuestro aquí y nuestro ahora, un vergel especialmente fértil para erigir en torno de sí múltiples escenarios a partir de los cuales hacer emerger tanto a los monstruos mitológicos con los que luchar de manera desenfrenada se convierte hoy en la metáfora de la mera supervivencia; como descubrir las estratagemas detrás de las que no hacen sino esconderse los que llevan toda una vida sobreviviendo a base de pasar una y otra vez inadvertidos a la lucha.
¿Acaso nos encontramos los demás en disposición de criticar semejante proceder? Desde luego yo no lo haría toda vez que el único premio al que nos deja aspirar el paupérrimo momento que la historia nos ha reservado, y que no es otro que el de la supervivencia, es igual de injusto con ellos que con nosotros.

Comenzó el alcohol siendo arma que componía el arsenal de ataque. Se convirtió después en arma de defensa. Y acabó, como en otros muchos casos, volviéndose incontrolable, golpeando a quien una vez pensó que podría controlarlo.

En definitiva ellos, como nosotros, han sobrevivido.

Ellos como nosotros, cuestión de perspectiva.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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