Resulta que a veces, la respuesta a las cuestiones si no más
complejas, tal vez sí más enrevesadas, aparecen nítidas una vez nos tomamos la
molestia de prestar la debida atención a algunos de esos múltiples ejemplos que
lo convencional, cuando no lo evidente, pone ante nosotros.
Así una de las grandes cuestiones, cuando no una de las
grandes consideraciones a las que el Hombre Moderno ha debido dar respuesta,
toda vez que desde tiempo inmemorial lleva enfrentándose a la misma sin
satisfacción posible, me refiero al posicionamiento que el Hombre toma respecto
del fenómeno de la Soledad, ha quedado satisfactoriamente respondida en la
tarde de hoy. Y lejos de ser por medio de un enrevesado desarrollo conceptual,
si quiera a través de un concienzudo proceder filosófico; que la respuesta ha
venido a nosotros por medio de la puesta en práctica del simple y por ello
siempre lícito procedimiento de la observación. Así tenemos pues que para encontrar
respuesta a una de las más enrevesadas consideraciones éticas que ponían en
peligro la continuidad de la especie, hemos tenido que ceder al empuje que
procede del desarrollo conceptual del conocimiento de la Física.
Hemos pues comprendido hoy que nada mejor para comprender el
impacto de la soledad en el devenir del Hombre, que observar el comportamiento
del electrón que presenta todo átomo de Hidrógeno.
Observemos pues al mencionado electrón. Procediendo primero
de manera estrictamente física, esto es, poniendo de manifiesto tan solo las
consideraciones que ante nosotros afloran por medio de la observación de las
características superficiales, o sea sin entrar en especulaciones al menos por
ahora de cual habrá de ser su posible comportamiento en relación a su
composición interna; diremos que el electrón del átomo de hidrógeno disfruta de
una posición verdaderamente privilegiada. No teniendo nada por encima, el
electrón del átomo de hidrógeno puede decir sin posibilidad de error que ciertamente
tiene al resto del mundo a sus pies.
Sin embargo, y por más que la posición del mencionado sea a
estas alturas realmente envidiables, ni podemos ni debemos olvidar que la
esencia de cualquier elemento químico pasa no por el atrevimiento que se pueda
devengar de su conducta física. Lo que verdaderamente hace grande a cualquier
elemento químico es su capacidad, cuando no su predisposición, para llegar a
acuerdos, queremos decir para establecer reacciones químicas, encaminadas a
lograr la consecución de sustancias químicas que ante todo, y por encima de
todo, garanticen la estabilidad de la
nueva sustancia resultante, sea cual sea la naturaleza de la misma.
Y es ahí, precisamente ahí, donde nuestro átomo de hidrógeno
muestra todo su poderío, cuando no su verdadero potencial.
Ejerciendo una libertad para la que está dotado gracias a la
ambigüedad de la que hace gala por su específica conformación, el átomo de
hidrógeno puede mirar de manera indiferente a izquierda y a derecha toda vez
que a priori, la práctica totalidad de los elementos que lo rodean, y junto a
los cuales conforma el universo químico, son potenciales receptores de sus
ansias de combinatoria.
Cierto es, y negarlo sería una estafa, que determinados
elementos parecen destinados por predisposición a lograr con relativa facilidad
el nacimiento de enlaces capaces de, como decíamos, conformar nuevas sustancias
en sí mismas estables. Así, la conformación de sales parecería el camino normal
a seguir si es que a estas alturas la normalidad fuese el camino a seguir.
Pero más bien al contrario, a la vista de lo recientemente
observado, el hidrógeno ha decidido seguir el camino de la novedad, en forma de
experimentos.
De esta manera, reacciones químicas complejas, como las que
han de ser llevadas a cabo con los elementos más alejados, y para las cuales
resulta imprescindible la aportación externa de energía toda vez que las mismas
son imposibles de apreciar de manera
natural, han amenazado con presentarse ante nosotros rodeadas de una falsa
certeza de normalidad según la cual la
energía necesaria para romper esos enlaces habrá de ser tan grande, que la
unión resultante de los mismos garantizará casi hasta el infinito la
estabilidad del engendro creado.
El precio a pagar surge ante nosotros de manera casi
evidente y así, al igual que las matemáticas
de espacios no copernicanos demostraron que la distancia más corta entre dos
puntos no ha de ser necesariamente la línea recta; de parecida manera, la
química que a partir de ahora reproducirá los escenarios en los que habremos de
desenvolvernos requerirá de manera inexorable de dar respuesta a cuestiones
tales como de dónde procede el nuevo devenir que ha hecho saltar por los aires
la política natural del ahorro de
energía, para justificar ahora las reacciones endotérmicas, dicho de otro
modo, las que para ser posible requieren de un tremendo aporte de energía
exterior.
Mientras, la realidad a la que en mayor o menor medida
estábamos acostumbrados, aquella en la que los compuestos químicos fluían con
aparente naturalidad, habrá pasado a mejor vida. Todo para mayor gloria de la Nueva
Química. Una
Nueva Química que sin duda todavía nos tiene reservado lo mejor. La magia del
Electrón Covalente.
Constituye el fenómeno del electrón covalente, sin duda una
de las más hermosas manifestaciones con las que la naturaleza se regala, con la
cual nos deleita y asombra. Por medio de un ejercicio de verdadera
prestidigitación natural, el electrón covalente se da cuando el comportamiento
del electrón cambia entre dos posiciones distintas, a menudo contradictorias
entre sí, facilitando con ello el pacto entre
o con sustancias en principio tenidas por irreconciliables; con tal de lograr
una estabilidad que no por fingida, redunda menos en la satisfacción de los
intereses del electrón de hidrógeno.
De esta manera, electrón viaja continuamente de un lado a
otro del pacto, alimentando en su viaje la ilusión de la estabilidad, una
estabilidad que si bien es fingida, sirve a sus intereses toda vez que se
mantendrá estable en tanto que el movimiento no decaiga.
Pero que nadie se engañe. Si bien el electrón del átomo de
hidrógeno está solo, que nadie ose atisbar malestar o desazón en esa soledad.
Más bien al contrario, el electrón del átomo de hidrógeno no
durará en dar cumplidas muestras, tantas como sean necesarias y aunque en la
mayoría de ocasiones éstas no le sean requeridas, de que tal soledad no es
fruto o resultado de alguna desgracia o confabulación. Más bien al contrario se
trata del resultado de un proceder largamente buscado, que tiene precisamente
en su propia esencia, la que por ende lo define, el motivo de su existencia.
¿Acaso alguien duda del buen estado de salud del electrón
del átomo de hidrógeno? Pues no debería. Y para el que albergue la menor duda
en tal sentido, que observe los efectos, cuando no los resultados que
precisamente a lo largo de la historia han dejado las bombas de hidrógeno.
Si bien la
que Corea del Norte lanzó hace poco parece haber quedado
reducida a una farsa publicitaria, no ya bombas de hidrógeno, sino derivadas de
ésta, más pequeñas y tal vez por ello de menor poder destructivo, han caído
recientemente en algunas de las más importantes ciudades españoles. Los
resultados están todavía siendo objeto de evaluación, de lo que no hay duda es
de que han formado algún que otro títere en
torno a los lugares donde las explosiones han tenido efecto.
Sea cual sea el resultado en el que desemboque el estudio de
la actual realidad, de lo que de una u otra manera no habrá dudas será en
relación a la consideración del hecho en base al cual una gran parte de la Tabla Periódica le
está vedada, por su propia naturaleza, al hidrógeno, y por ende a su electrón.
De perseverar en su actitud, habrá de tomar en serio
firmemente la posibilidad de reaccionar químicamente de manera reflexiva. Será
entonces cuando dará lugar a Helio, un elemento que definitivamente, y por su
condición de Gas Noble, tiene casi imposible cualquier acercamiento a otro
elemento quedando pues condenado, como ocurre en la superficie del Sol, a quemarse
de manera muy espectacular generando con ello una reacción proporcional que le
llevará a su inexorable desaparición.
Esto lleva siendo así desde hace miles de años. Podemos no
entenderlo. Podemos no aceptarlo, pero eso en definitiva no cambia nada, al
menos en lo esencial.
Incluso, de perseverar, cuando se acabe todo combustible
disponible, el escenario del que dispondremos será el de un erial en el que
solo los de siempre se sentirán cómodos, como siempre, dejándonos a los demás
la desagradable sensación de haber perdido un tiempo magnífico.
¿De verdad es ésta la Nueva Política
perdón, la Nueva Química ?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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