miércoles, 2 de marzo de 2016

DEFINIENDO LA SOLEDAD. LO QUE SIN DUDA HA DE SENTIR EL ELECTRÓN DEL ÁTOMO DE HIDRÓGENO.

Resulta que a veces, la respuesta a las cuestiones si no más complejas, tal vez sí más enrevesadas, aparecen nítidas una vez nos tomamos la molestia de prestar la debida atención a algunos de esos múltiples ejemplos que lo convencional, cuando no lo evidente, pone ante nosotros.

Así una de las grandes cuestiones, cuando no una de las grandes consideraciones a las que el Hombre Moderno ha debido dar respuesta, toda vez que desde tiempo inmemorial lleva enfrentándose a la misma sin satisfacción posible, me refiero al posicionamiento que el Hombre toma respecto del fenómeno de la Soledad, ha quedado satisfactoriamente respondida en la tarde de hoy. Y lejos de ser por medio de un enrevesado desarrollo conceptual, si quiera a través de un concienzudo proceder filosófico; que la respuesta ha venido a nosotros por medio de la puesta en práctica del simple y por ello siempre lícito procedimiento de la observación. Así tenemos pues que para encontrar respuesta a una de las más enrevesadas consideraciones éticas que ponían en peligro la continuidad de la especie, hemos tenido que ceder al empuje que procede del desarrollo conceptual del conocimiento de la Física.

Hemos pues comprendido hoy que nada mejor para comprender el impacto de la soledad en el devenir del Hombre, que observar el comportamiento del electrón que presenta todo átomo de Hidrógeno.

Observemos pues al mencionado electrón. Procediendo primero de manera estrictamente física, esto es, poniendo de manifiesto tan solo las consideraciones que ante nosotros afloran por medio de la observación de las características superficiales, o sea sin entrar en especulaciones al menos por ahora de cual habrá de ser su posible comportamiento en relación a su composición interna; diremos que el electrón del átomo de hidrógeno disfruta de una posición verdaderamente privilegiada. No teniendo nada por encima, el electrón del átomo de hidrógeno puede decir sin posibilidad de error que ciertamente tiene al resto del mundo a sus pies.

Sin embargo, y por más que la posición del mencionado sea a estas alturas realmente envidiables, ni podemos ni debemos olvidar que la esencia de cualquier elemento químico pasa no por el atrevimiento que se pueda devengar de su conducta física. Lo que verdaderamente hace grande a cualquier elemento químico es su capacidad, cuando no su predisposición, para llegar a acuerdos, queremos decir para establecer reacciones químicas, encaminadas a lograr la consecución de sustancias químicas que ante todo, y por encima de todo, garanticen la estabilidad de la nueva sustancia resultante, sea cual sea la naturaleza de la misma.

Y es ahí, precisamente ahí, donde nuestro átomo de hidrógeno muestra todo su poderío, cuando no su verdadero potencial.

Ejerciendo una libertad para la que está dotado gracias a la ambigüedad de la que hace gala por su específica conformación, el átomo de hidrógeno puede mirar de manera indiferente a izquierda y a derecha toda vez que a priori, la práctica totalidad de los elementos que lo rodean, y junto a los cuales conforma el universo químico, son potenciales receptores de sus ansias de combinatoria.

Cierto es, y negarlo sería una estafa, que determinados elementos parecen destinados por predisposición a lograr con relativa facilidad el nacimiento de enlaces capaces de, como decíamos, conformar nuevas sustancias en sí mismas estables. Así, la conformación de sales parecería el camino normal a seguir si es que a estas alturas la normalidad fuese el camino a seguir.
Pero más bien al contrario, a la vista de lo recientemente observado, el hidrógeno ha decidido seguir el camino de la novedad, en forma de experimentos.
De esta manera, reacciones químicas complejas, como las que han de ser llevadas a cabo con los elementos más alejados, y para las cuales resulta imprescindible la aportación externa de energía toda vez que las mismas son imposibles de apreciar de manera natural, han amenazado con presentarse ante nosotros rodeadas de una falsa certeza de normalidad según la cual la energía necesaria para romper esos enlaces habrá de ser tan grande, que la unión resultante de los mismos garantizará casi hasta el infinito la estabilidad del engendro creado.

El precio a pagar surge ante nosotros de manera casi evidente y así, al igual que las matemáticas de espacios no copernicanos demostraron que la distancia más corta entre dos puntos no ha de ser necesariamente la línea recta; de parecida manera, la química que a partir de ahora reproducirá los escenarios en los que habremos de desenvolvernos requerirá de manera inexorable de dar respuesta a cuestiones tales como de dónde procede el nuevo devenir que ha hecho saltar por los aires la política natural del ahorro de energía, para justificar ahora las reacciones endotérmicas, dicho de otro modo, las que para ser posible requieren de un tremendo aporte de energía exterior.

Mientras, la realidad a la que en mayor o menor medida estábamos acostumbrados, aquella en la que los compuestos químicos fluían con aparente naturalidad, habrá pasado a mejor vida. Todo para mayor gloria de la Nueva Química. Una Nueva Química que sin duda todavía nos tiene reservado lo mejor. La magia del Electrón Covalente.

Constituye el fenómeno del electrón covalente, sin duda una de las más hermosas manifestaciones con las que la naturaleza se regala, con la cual nos deleita y asombra. Por medio de un ejercicio de verdadera prestidigitación natural, el electrón covalente se da cuando el comportamiento del electrón cambia entre dos posiciones distintas, a menudo contradictorias entre sí, facilitando con ello el pacto entre o con sustancias en principio tenidas por irreconciliables; con tal de lograr una estabilidad que no por fingida, redunda menos en la satisfacción de los intereses del electrón de hidrógeno.
De esta manera, electrón viaja continuamente de un lado a otro del pacto, alimentando en su viaje la ilusión de la estabilidad, una estabilidad que si bien es fingida, sirve a sus intereses toda vez que se mantendrá estable en tanto que el movimiento no decaiga.

Pero que nadie se engañe. Si bien el electrón del átomo de hidrógeno está solo, que nadie ose atisbar malestar o desazón en esa soledad.

Más bien al contrario, el electrón del átomo de hidrógeno no durará en dar cumplidas muestras, tantas como sean necesarias y aunque en la mayoría de ocasiones éstas no le sean requeridas, de que tal soledad no es fruto o resultado de alguna desgracia o confabulación. Más bien al contrario se trata del resultado de un proceder largamente buscado, que tiene precisamente en su propia esencia, la que por ende lo define, el motivo de su existencia.

¿Acaso alguien duda del buen estado de salud del electrón del átomo de hidrógeno? Pues no debería. Y para el que albergue la menor duda en tal sentido, que observe los efectos, cuando no los resultados que precisamente a lo largo de la historia han dejado las bombas de hidrógeno.
Si bien la que Corea del Norte lanzó hace poco parece haber quedado reducida a una farsa publicitaria, no ya bombas de hidrógeno, sino derivadas de ésta, más pequeñas y tal vez por ello de menor poder destructivo, han caído recientemente en algunas de las más importantes ciudades españoles. Los resultados están todavía siendo objeto de evaluación, de lo que no hay duda es de que han formado algún que otro títere en torno a los lugares donde las explosiones han tenido efecto.

Sea cual sea el resultado en el que desemboque el estudio de la actual realidad, de lo que de una u otra manera no habrá dudas será en relación a la consideración del hecho en base al cual una gran parte de la Tabla Periódica le está vedada, por su propia naturaleza, al hidrógeno, y por ende a su electrón.
De perseverar en su actitud, habrá de tomar en serio firmemente la posibilidad de reaccionar químicamente de manera reflexiva. Será entonces cuando dará lugar a Helio, un elemento que definitivamente, y por su condición de Gas Noble, tiene casi imposible cualquier acercamiento a otro elemento quedando pues condenado, como ocurre en la superficie del Sol, a quemarse de manera muy espectacular generando con ello una reacción proporcional que le llevará a su inexorable desaparición.

Esto lleva siendo así desde hace miles de años. Podemos no entenderlo. Podemos no aceptarlo, pero eso en definitiva no cambia nada, al menos en lo esencial.
Incluso, de perseverar, cuando se acabe todo combustible disponible, el escenario del que dispondremos será el de un erial en el que solo los de siempre se sentirán cómodos, como siempre, dejándonos a los demás la desagradable sensación de haber perdido un tiempo magnífico.

¿De verdad es ésta la Nueva Política perdón, la Nueva Química?



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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