Escucho anonadado los ecos que todavía resuenan en mi
interior en relación a los hechos que han venido a monopolizar todo lo que
actualmente se resume en lo tal vez mal llamado actualidad, y me sorprendo al constatar que no consigo salir del monólogo conceptual que se define a
partir del efecto que causa por un lado conocer
la existencia de los “Papeles del Panamá”, para acabar luego abducido por
el efecto cercano al colapso al que me lleva escuchar al que se niega a
reconocerse como Presidente en Funciones,
cuando ya sea porque tiene en
funciones su cerebro, o porque piensa que en funciones tenemos los demás el Sentido Común, es capaz de espetarle sin ninguna clase de
miramiento a ÉVOLE que si el mintió, lo
hizo por desconocimiento.
Someto a la mera consideración, pues la total ausencia de
naturalidad en los elementos referidos acaba por convertirlos en inabordables a
cualquier esperanza que la Razón pretenda obtener de los mismos, y es entonces
cuando ante la insalvable resistencia que a mis esfuerzos en pos de volverlos razonables ofrecen, no logrando con cada
nueva envestida sino incrementar la fuerza con la que al menos en apariencia
vertebran su resistencia; que decido explorar nuevas opciones no tanto en pos
de encontrar una solución al evidente dilema, como sí más bien esperanzado como
otrora pudo estarlo aquel primero que, harto de considerar a los
desequilibrados como locos, sin más, apostó sin embargo por encontrar en el
desierto del caos que representaban aquellas mentes, una suerte de dibujo a
partir del cual integrar una forma de presagio de orden desde el que intuir,
cuando no ordenar, el galimatías que ante el que la suerte en forma de
necesidad, le había enfrentado.
Es entonces cuando, obedeciendo a Virgilio, cito de memoria
su proceder. A veces, cuando la Verdad me
es esquiva, cuando la Razón rehúsa mis tentaciones; es entonces cuando me
siento, siquiera a pensar. Y es a menudo que la solución se presenta sola.
Porque puede que la Verdad que subyace no tanto a los
sucesos que hoy por hoy nos incomodan, como así también la nueva forma de relación que da contexto a la realidad en la que
todos ellos adquieren condición de
certeza; parta de la condición no accidental de constatar, cuando no a lo
sumo aceptar que nuestra imposibilidad para entenderlo todo, o aunque sea para
saber por qué no entendemos nada, absolutamente nada, se encuentre precisamente
en el error de consignar un paradigma cuya constatación como modelo en pos de
discernir lo verdadero, de lo que no lo es; resulte sencillamente equivocado,
por inadecuado.
Así, no ya cuando los Papeles
de Panamá han puesto de manifiesto que los vínculos de las Infantas de
España para con actividades de dudoso
prestigio no es algo reciente; sino cuando nos hemos enterado ¿O no? de que
nuestro Gobierno es de los pocos de Europa que no ha pagado por acceder a la
información de sus digamos, nacionales; es
cuando una corriente de aire frío habría de recorrer nuestra espalda, presagio
cuando no síntoma de que algo realmente grave, ha pasado ya.
Es entonces cuando a título de corolario de la conducta manifestada por la Infanta de España, en
este caso y por ser más específico, fijando nuestro objetivo en la Sra Pilar de Borbón, y
al hilo de cómo ha sido manejada la
actual crisis no solo por ella, como sí más bien por sus más allegados; que uno
comienza a darse cuenta del papel que en realidad, como miembros de El Común, cuando no de la chusma, jugamos en realidad, en este
mundo infectado por la mediocridad, en sus formas más ladinas e ignominiosas.
Ver en la mirada de la Infanta Doña Pilar
la constatación de la certeza del pensamiento de aquel Clásico que venía a
afirmar que a menudo la humildad no es
sino la fea máscara tras la que se oculta la más amarga de las hipocresías,
es lo que como digo me lleva a pensar que, muy probablemente, todo haya de ser
en realidad, mucho más sencillo.
Como sencillo ha de de resultar para ella, y para los que
están cerca o de una u otra manera la secundan; dar por hecho que efectivamente
todo lo que está pasando no es sino reproducible a partir de las concesiones
que a la realidad le hace un mal sueño. ¿Cómo si no es así entender que los
vasallos, cuando no los integrantes de la chusma,
se crean capacitados para pedir responsabilidades a todo un Borbón, no lo olvidemos, “en activo”?
Así y solo así, podemos entender desde las miradas que perdonan la vida, hasta el proceso que, rozando lo chusco ha servido para, no lo
olvidemos tras previamente negarlo, dar constancia de la efectiva existencia de
la empresa que los ya famosos papeles le otorgan.
En todo caso, nada o casi nada será suficiente para hacernos
olvidar aquella ocasión en la que ante la insistencia de un periodista, esta
misma señora acudió a ese lema que a título de coletilla los Borbones parecen tener cuando mandan ¡a callar! al
populacho.
Sea como fuere, lo cierto es que la culpa, o cuando menos no
toda, no es solo de ellos. Ya que si bien la
institución es algo sobre lo que no podemos, al menos de momento, ni
siquiera opinar; no es menos cierto que lo hacemos al respecto de aquellas
consideraciones sobre las que nuestro proceder tiene alguna capacidad de apoyo
u objeción, nos mostramos muy nítidos.
Así, a la vista del espectáculo dantesco en el que nuestros representantes han convertido
el procedimiento que estaba llamado a dar cobijo a la nueva legislatura; lo cierto es que lo único en lo que casi todos
estamos de acuerdo es en que la talla del esperpento
creado nos lleva a pensar que lo más acertado sería llamar al ingente
Valle-Inclán.
Lejos estaré yo de poner en tela de juicio los resultados de
unas elecciones, y mucho menos quedaré de dar
cuartos al pregonero para que pueda si quiera albergar la idea
suficientemente velada por otros en base a la cual, como el resultado electoral
no ha sido de su satisfacción, lo lógico es poner es cuestionar el resultado en
sí mismo.
Más bien al contrario, lo que sí que haré, y confieso que no
sin satisfacción es amenazar con perder el poco sentido que me queda cuando lo
empleo para tratar de entender cómo es posible que a día de hoy siga habiendo
más de siete ¡siete! millones de compatriotas míos dispuestos a ¿confesar? que
volverían a votar al Partido Popular. A la sazón el único partido político que
en toda la historia moderna de nuestro país se verá obligado a comparecer como
tal ante un juez.
Con todo, o a pesar de todo, para los que aún sigan
mostrándose incapaces de entender la relación entre los dos elementos traídos a
colación en el día de hoy, habremos de decirles que tal vez su manifiesta
incapacidad para encontrar la conexión no haga sino poner de manifiesto la manifiesta desinencia que para de cara a la realidad, la existencia
combinada de ambos hechos no supone sino una conformidad.
Así, todos aquellos que han perdido la esperanza de ser
dignamente gobernados, ya haya de proceder el buen gobierno de una institución rancia a fuerza de obsoleta como
es la monarquía; o de un gobierno democráticamente
elegido que se dedica luego a malversar los privilegios que tamaña
condición le imprime desde la ilusión con la que a distancia deslumbra a
quienes una vez creyeron en sus componentes; se enfrentan ahora a la
displicencia que procede de saber que su voluntad, esté o no coaccionada de
manera consciente o inconsciente, emerge en todo su esplendor cuando el viso de
herrumbre que la misma presenta se empecina en dotar de pátina de solvencia lo
que no es sino la conducta propia del individuo que Nietzsche describió tan
brillantemente en La Mentalidad del
Esclavo.
Somos así no tanto lo que se manifiesta en nuestros actos,
como sí más bien lo que en forma de pensamiento argumenta los mismos. Así, el
que gusta de vivir como un esclavo, merece morir como tal. Cualquier otra
consideración es injusta, a la par que conduce a conclusiones erróneas, tales
como por ejemplo las que se pueden deducir de pensar no ya que todo el mundo
merece vivir en Libertad, sino que todo el mundo está dispuesto a hacerlo.
Tranquilos pues, pastores, seguirá habiendo lana que
esquilar.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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