miércoles, 6 de abril de 2016

EN EL FONDO PUEDE QUE LA REALIDAD SEA MUCHO MÁS SENCILLA.

Escucho anonadado los ecos que todavía resuenan en mi interior en relación a los hechos que han venido a monopolizar todo lo que actualmente se resume en lo tal vez mal llamado actualidad, y me sorprendo al constatar que no consigo salir del monólogo conceptual que se define a partir del efecto que causa por un lado conocer la existencia de los “Papeles del Panamá”, para acabar luego abducido por el efecto cercano al colapso al que me lleva escuchar al que se niega a reconocerse como Presidente en Funciones, cuando ya sea porque tiene en funciones su cerebro, o porque piensa que en funciones tenemos los demás el Sentido Común, es capaz de espetarle sin ninguna clase de miramiento a ÉVOLE que si el mintió, lo hizo por desconocimiento.

Someto a la mera consideración, pues la total ausencia de naturalidad en los elementos referidos acaba por convertirlos en inabordables a cualquier esperanza que la Razón pretenda obtener de los mismos, y es entonces cuando ante la insalvable resistencia que a mis esfuerzos en pos de volverlos razonables ofrecen, no logrando con cada nueva envestida sino incrementar la fuerza con la que al menos en apariencia vertebran su resistencia; que decido explorar nuevas opciones no tanto en pos de encontrar una solución al evidente dilema, como sí más bien esperanzado como otrora pudo estarlo aquel primero que, harto de considerar a los desequilibrados como locos, sin más, apostó sin embargo por encontrar en el desierto del caos que representaban aquellas mentes, una suerte de dibujo a partir del cual integrar una forma de presagio de orden desde el que intuir, cuando no ordenar, el galimatías que ante el que la suerte en forma de necesidad, le había enfrentado.

Es entonces cuando, obedeciendo a Virgilio, cito de memoria su proceder. A veces, cuando la Verdad me es esquiva, cuando la Razón rehúsa mis tentaciones; es entonces cuando me siento, siquiera a pensar. Y es a menudo que la solución se presenta sola.

Porque puede que la Verdad que subyace no tanto a los sucesos que hoy por hoy nos incomodan, como así también la nueva forma de relación que da contexto a la realidad en la que todos ellos adquieren condición de certeza; parta de la condición no accidental de constatar, cuando no a lo sumo aceptar que nuestra imposibilidad para entenderlo todo, o aunque sea para saber por qué no entendemos nada, absolutamente nada, se encuentre precisamente en el error de consignar un paradigma cuya constatación como modelo en pos de discernir lo verdadero, de lo que no lo es; resulte sencillamente equivocado, por inadecuado.

Así, no ya cuando los Papeles de Panamá han puesto de manifiesto que los vínculos de las Infantas de España para con actividades de dudoso prestigio no es algo reciente; sino cuando nos hemos enterado ¿O no? de que nuestro Gobierno es de los pocos de Europa que no ha pagado por acceder a la información de sus digamos, nacionales; es cuando una corriente de aire frío habría de recorrer nuestra espalda, presagio cuando no síntoma de que algo realmente grave, ha pasado ya.

Es entonces cuando a título de corolario de la conducta manifestada por la Infanta de España, en este caso y por ser más específico, fijando nuestro objetivo en la Sra Pilar de Borbón, y al hilo de cómo ha sido manejada la actual crisis no solo por ella, como sí más bien por sus más allegados; que uno comienza a darse cuenta del papel que en realidad, como miembros de El Común, cuando no de la chusma, jugamos en realidad, en este mundo infectado por la mediocridad, en sus formas más ladinas e ignominiosas.
Ver en la mirada de la Infanta Doña Pilar la constatación de la certeza del pensamiento de aquel Clásico que venía a afirmar que a menudo la humildad no es sino la fea máscara tras la que se oculta la más amarga de las hipocresías, es lo que como digo me lleva a pensar que, muy probablemente, todo haya de ser en realidad, mucho más sencillo.

Como sencillo ha de de resultar para ella, y para los que están cerca o de una u otra manera la secundan; dar por hecho que efectivamente todo lo que está pasando no es sino reproducible a partir de las concesiones que a la realidad le hace un mal sueño. ¿Cómo si no es así entender que los vasallos, cuando no los integrantes de la chusma, se crean capacitados para pedir responsabilidades a todo un Borbón, no lo olvidemos, “en activo”?

Así y solo así, podemos entender desde las miradas que perdonan la vida, hasta el proceso que, rozando lo chusco ha servido para, no lo olvidemos tras previamente negarlo, dar constancia de la efectiva existencia de la empresa que los ya famosos papeles le otorgan.
En todo caso, nada o casi nada será suficiente para hacernos olvidar aquella ocasión en la que ante la insistencia de un periodista, esta misma señora acudió a ese lema que a título de coletilla los Borbones parecen tener cuando mandan ¡a callar! al populacho.

Sea como fuere, lo cierto es que la culpa, o cuando menos no toda, no es solo de ellos. Ya que si bien la institución es algo sobre lo que no podemos, al menos de momento, ni siquiera opinar; no es menos cierto que lo hacemos al respecto de aquellas consideraciones sobre las que nuestro proceder tiene alguna capacidad de apoyo u objeción, nos mostramos muy nítidos.

Así, a la vista del espectáculo dantesco en el que nuestros representantes han convertido el procedimiento que estaba llamado a dar cobijo a la nueva legislatura; lo cierto es que lo único en lo que casi todos estamos de acuerdo es en que la talla del esperpento creado nos lleva a pensar que lo más acertado sería llamar al ingente Valle-Inclán.
Lejos estaré yo de poner en tela de juicio los resultados de unas elecciones, y mucho menos quedaré de dar cuartos al pregonero para que pueda si quiera albergar la idea suficientemente velada por otros en base a la cual, como el resultado electoral no ha sido de su satisfacción, lo lógico es poner es cuestionar el resultado en sí mismo.
Más bien al contrario, lo que sí que haré, y confieso que no sin satisfacción es amenazar con perder el poco sentido que me queda cuando lo empleo para tratar de entender cómo es posible que a día de hoy siga habiendo más de siete ¡siete! millones de compatriotas míos dispuestos a ¿confesar? que volverían a votar al Partido Popular. A la sazón el único partido político que en toda la historia moderna de nuestro país se verá obligado a comparecer como tal ante un juez.

Con todo, o a pesar de todo, para los que aún sigan mostrándose incapaces de entender la relación entre los dos elementos traídos a colación en el día de hoy, habremos de decirles que tal vez su manifiesta incapacidad para encontrar la conexión no haga sino poner de manifiesto la manifiesta desinencia que para de cara a la realidad, la existencia combinada de ambos hechos no supone sino una conformidad.

Así, todos aquellos que han perdido la esperanza de ser dignamente gobernados, ya haya de proceder el buen gobierno de una institución rancia a fuerza de obsoleta como es la monarquía; o de un gobierno democráticamente elegido que se dedica luego a malversar los privilegios que tamaña condición le imprime desde la ilusión con la que a distancia deslumbra a quienes una vez creyeron en sus componentes; se enfrentan ahora a la displicencia que procede de saber que su voluntad, esté o no coaccionada de manera consciente o inconsciente, emerge en todo su esplendor cuando el viso de herrumbre que la misma presenta se empecina en dotar de pátina de solvencia lo que no es sino la conducta propia del individuo que Nietzsche describió tan brillantemente en La Mentalidad del Esclavo.

Somos así no tanto lo que se manifiesta en nuestros actos, como sí más bien lo que en forma de pensamiento argumenta los mismos. Así, el que gusta de vivir como un esclavo, merece morir como tal. Cualquier otra consideración es injusta, a la par que conduce a conclusiones erróneas, tales como por ejemplo las que se pueden deducir de pensar no ya que todo el mundo merece vivir en Libertad, sino que todo el mundo está dispuesto a hacerlo.

Tranquilos pues, pastores, seguirá habiendo lana que esquilar.


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

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