Ocurre que a menudo, a base de ocultar lo inevitable, o de
dar por hecho lo evidente, la Sociedad, en ese extraño gesto en el que acaba
convirtiéndose el librar a las generaciones posteriores de los miedos que a
ellos les fueron propios, no consiguen sino el contradictorio efecto de privar
a éstas del que sin duda es uno de los medios de aprendizaje más útiles de
cuantos existen, a saber, el de aprender a base de reconocer los efectos que el error, ya sea propio o ajeno, tiene
en la propia
Sociedad.
Este pernicioso ejercicio, que gráficamente puede ubicarse
en la metáfora de hacerse trampas al
“solitario”, bien puede estar detrás de
muchas de esas circunstancias que, hoy por hoy, no solo convierten en impracticable
el deseo de comprender la actualidad, sino
que tornan en controvertido cualquier atisbo en relación a pronosticar lo que
el destino habrá de depararnos.
Reducida así pues casi
a cero toda posibilidad de albergar esperanzas en el futuro, más allá del
que se aproxima a corto plazo, habrá
de ser objeto de supervivencia que no de paradoja el buscar en el pasado las
respuestas que el futuro nos niega; y todo, no lo olvidemos, para hacernos una
mera idea del presente que, lo creamos o no, más que envolvernos nos arrastra.
Ponemos así pues nuestra vista en el pasado, concretamente
en un pasado no demasiado remoto, pues del instante surgido al que habrá de
surgir dista a menudo más el trazo de un deseo, que la realidad de un instante;
y es poco a poco que aflora frente a nosotros todo ese procedimiento por otro
lado tan poco complicado al que hemos de confiar la certeza de alumbrar el
mundo en el que vivimos, o por ser más precisos el mundo en el que creemos
vivir.
Porque dicho con el mayor de los respetos, la tranquilidad
con la que afrontamos nuestro día a día, una tranquilidad que solo resulta
plausible desde la asunción de una serie de certezas realmente enfermizas (las
cuales sirven para definir a título individual la abulia con la que la mayoría
se toma la actual situación política); sirven a la larga y tan solo para dar
por sentado el alcance o la repercusión de esa suerte de neurosis colectiva en la que, ahora sí, la mayoría parece haberse
instalado cada vez que aceptamos, o a lo sumo damos por bien empleado, cada uno
de los sacrificios, en la mayoría de
los casos no tanto económicos como sí más bien de carácter moral, o incluso de condición humana, a los que todos los
días hemos de hacer frente; y todo ello para poder decir que vivimos en La Sociedad del Primer Mundo.
Solo intuyendo el escenario al que estamos abocados a medida
que la aceptación del drama descrito va ganando no tanto posiciones como sí más
bien adeptos, podemos comenzar a intuir la magnitud de ese otro drama, el
llamado a desarrollarse en el interior ya sea primero de los individuos (que
acaba por llevarles a renegar de sus principios), o de las sociedades (que
implica renegar de los principios
morales, a saber último reducto llamado a sostener los protocolos que dan
cohesión a una sociedad como los pilares aportan solidez a un puente); el cual
en cualquier caso parece abocarnos a una Nueva
Realidad.
Dicho así, el a priori al que estamos acostumbrados nos
lleva a apreciar un atisbo de esperanza en torno a la aparición del concepto nuevo. No en vano, una concepción
superficial del término nuevo nos ha llevado a dar siempre por sentado que su
presencia, ya sea como adjetivo o como sustantivo, garantiza la bondad ya sea del ente al que acompaña y
califica, o del ente desde él mismo. Estamos una vez más ante la paradoja una y
mil veces denunciada en base a la cual la
concepción de que el mero paso del tiempo constituye en sí mismo una muestra o
siquiera una esperanza de progreso, se erige en sí mismo como una de las
mayores trampas a las que el Hombre
Postmoderno ha de enfrentarse.
Pero que nadie se confunda. Si hasta ahora la traslación que
se daba entre lo nuevo y lo viejo se
fundaba en un proceso de superación, en
el que lo sustituido pasaba tan solo a un
segundo plano (era, digamos, guardado), la nueva propuesta no es tan
condescendiente, ni mucho menos. De hecho, el éxito de la maniobra con la que
nos envuelve la Nueva
Realidad depende
implícitamente de la desaparición de cualquier referencia previa, de todo
vestigio de lo anterior, puesto que
cualquiera de esos digamos recuerdos, puede
acabar por erigirse en un marco de comparación que con el tiempo puede servir
para poner de manifiesto las miserias de la eterna
promesa que es a lo que en definitiva se reduce (una vez hemos puesto de manifiesto
su carencia de base y fundamento moral), esa certeza con la que más que
presagiarnos nos asaltan.
En el caso que nos ocupa, la trampa es netamente semántica.
Así, la correlación entre mero paso del
tiempo y progreso viene a establecerse a través de la insidiosa certeza que
establecemos cuando damos por sentado que el conocimiento experimental que
procede por ejemplo de la constatación en el pasado de los efectos de ciertas
conductas, sirve para garantizar en el presente lo acertado de las decisiones
que se tomarán por parte de los llamados en este caso a elegir.
Muchos son los ejemplos a los que cada uno de nosotros
podría sin duda referirse a la hora de aplicar este marco procedimental a,
digamos, su propia zona de confort. Pero
lógicamente, aunque sin que sea necesario desviarse mucho en lo que concierne a
lo estrictamente procedimental, sin
duda que podremos llevar a cabo una suerte de ampliación de campo, (algo así como hacer un zoom), posibilitando con ello la apreciación de una gran
gama de paralelismo al respecto del devenir social.
La elección del nuevo Presidente de los Estados Unidos de
América, sin ir más lejos. Al principio de su campaña electoral, pocos eran los
que ni siquiera formando parte de sus filas llegaban a apostas un céntimo no ya por su éxito, ni
siquiera por su continuidad. Quién podía en aquel momento (amparados por
supuesto en el sentido común), haber
pensado otra cosa…
Tengo más ejemplos (afortunadamente no tan dramáticos): En la Premier
League , el
sorprendente resultado de la apuesta basada en pronosticar qué equipo de la
mencionada liga de fútbol se alzaría con el triunfo al final de la competición,
llevó a una prestigiosa casa de apuestas a
ver cómo su solvencia presagiaba seriamente.
¿EL motivo? Habían aceptado una apuesta que de manifestarse se
traduciría en resultados estratosféricos para un aficionado cuya pasión le
llevó a hacer una apuesta escandalosa en pro del que era el equipo de sus amores, a la sazón un recién ascendido.
Pero también en un plano más cercano tenemos ejemplos en los
que se pone de manifiesto cómo el dar por
sentado las cosas acaba materializando auténticos esperpentos. Ahí tenéis
el caso de la
Nueva Izquierda
Española. Una
Izquierda que a base de reinventarse, ha terminado por ser resultar irreconocible
incluso para si misma. La prueba: Sin su maravillosa aportación resultaría
imposible concebir en esta Nueva Realidad
que precisamente lo más rancio y reaccionario, representado ¡por supuesto!
por el PP, siga gobernando nuestro país.
Ahí reside precisamente el peligro de dar por sentado que
todo lo nuevo lo es, en sí mismo y sin más: En ver como lo viejo se alimenta de
nuestra desidia y teje, con hilos viejos, una manta que, por más que parezca
nueva, no hace sino cambiar los agujeros de sitio.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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