Desgrana el Tiempo, poco a
poco sus cuentas, sumergiéndonos de nuevo en la inquietante sinrazón de la
lujuria propia de los que atribuyen a la rutina dotes cercanas a la
sensualidad; para comprobar una vez más, aunque no por ello sin la expectación
propia del momento, que sólo el cinismo puede a veces recubrir con el último
matiz del brillo, lo que hace tiempo que, de existir verdaderamente el respeto,
habría de estar no ya cubierto por la mugre, sino que debería haber constituido
expresamente pasto para los lobos.
El Cinismo, o lo que por otro
lado no viene sino a constituir una más de las múltiples paradojas a las que
hemos reducido, o peor aún, hemos consentido que otros reduzcan, lo que hasta
hace relativamente poco conformaba el teatro
de operaciones del mundo de la Política. Una Política con la que algunos
nos sentíamos a gusto, no necesariamente satisfechos, pero si a gusto.
Y es tal vez por eso, por
conformar un mundo en el que la paradoja encierra en realidad el último conato
de mera posibilidad, por lo que una vez más habremos
de clamar en el desierto, para acudir a nuestra cita convencidos no ya de
que pocos son los que leerán estas palabras, y seguramente menos los que
escuchen mañana su correlato hablado radiofónico.
Sin embargo, en contra de lo
que realmente es de suponer, casi mejor así. Porque ignorar ciertas cosas puede
ser de nuevo, no ya mejor, en tanto que te ahorra disgustos, sino de nuevo,
otra vez, bastante más seguro.
Actúa de nuevo el Tiempo en su
especial obra, llamada la vida. Se encuentran en un Acto maravilloso, el que
representa nuestro aquí, y nuestro ahora. Un aquí y un ahora curioso, peculiar;
sobre todo porque donde antes había deseos, futuro, sueños y evolución, no hay
ahora más que reminiscencias del pasado. Incluso de aquél que la mayoría
creíamos haber alcanzado el acuerdo tácito de proceder a guardarlo en el rincón de las cosas malas, aquéllas que sólo
guardamos para aprender la manera de no repetirlas jamás.
Y de nuevo la paradoja. Porque
puede que precisamente del triunfo del olvido, hayamos dado lugar a un estado
de amnesia consentida, del que como
siempre algunos, a vuelapluma me acuerdo de los que Rosa DÍEZ definió en su momento
como hijos de la oscuridad; puedan de
nuevo aprovecharse una vez más.
Que a nadie le quepa la menor
duda. Son estos hijos de la oscuridad, los
mismos que, hoy por hoy, una vez que han dado por finalizado el proceso de refundación ideológica al que
procedió José María AZNAR allá por 1996 toda vez que su triunfo electoral, el
mismo que permitió el retorno de la Derecha al gobierno de España no fue
suficiente para ellos, fue inmediatamente reforzado con la puesta en marcha de
un más que cuidado protocolo con múltiples funciones y objetivos, uno de los
fundamentales y obvios, devolver a la Derecha y a sus miembros, lo que siempre,
por derecho, les correspondió, a saber, el mando absoluto sobre los designios
de esta, su España.
Y es así que, en danza macabra,
los velos van siendo arrojados, dando luz no ya a una virgen, sino más bien a un ente atroz, versado en la perfidia,
dotado para la atrocidad. La amenaza le insufla la fuerza, una fuerza que
dirige unos músculos que hacen del recorte su acción, la cual a su vez viene
presidida por el triunfo de un pensamiento tan atroz como único, el eterno
pensamiento del miedo.
El miedo, elemento universal a
la par que eterno, y que tal vez por ello se convierte en el mejor de a cuantos
catalizadores esta Derecha, ahora en el poder, podía aspirar a la hora no ya
tanto de hacer comprensibles sus políticas, sino sencillamente de tratar de
justificarlas.
Aquí es donde entra en juego
el último elemento, aquél que por otro lado aún no ha sido suficientemente
valorado. El elemento que procede de constatar la borrachera de poder que confiere una mayoría absoluta. Porque el
mismo ánimo de espíritu que sin duda
presidía la voluntad de todo un Rey de España cuando estuvo durante más de
cinco horas negándose a pedir disculpas porque
él era el Rey, y un Rey no tiene ante quién disculparse, de parecida manera
un Rajoy dotado de una mayoría absoluta, no
tiene a nadie a quien pedir réditos ni cuentas.
Así, y sólo así, podemos
comenzar a hacernos una idea del nivel de sonambulismo y abstracción de la
realidad en el que se hallan sumidos los que supuestamente se encuentran al
frente de nuestro país. Un país que en términos objetivos, tiene su actividad
industrial sumida en términos objetivos comparables con los de la España de
principios de los 80`. Una España que se conduce a golpe de dato de la DGT
próximo a los que se barajaban a mediados de los 70`. Un país que en
definitiva, vuelve a oler a rancio, precisamente
ahora, que acabamos de tirar a la basura las últimas bolas de naftalina, toda
vez que habíamos vuelto a creer que esto
a nosotros no podría volvernos a pasar.
Porque alcanzado este punto,
es cuando muy a nuestro pesar hemos de decir que lo malo no es en realidad que
haya pasado. Lo que de verdad resulta lamentable es el poco tiempo y menos
esfuerzo que les ha resultado necesario emplear para conseguirlo. Es como si
ahí, agazapado, esperando, en el imaginario de todo el mundo se hubiera
encontrado firmemente afianzada la convicción, aunque en algunos casos se
trataba sencillamente de la esperanza, de que esto volviera a cambiar.
Reside ahí, o al menos así a
mi se me antoja, el motivo gracias al cual ésta nueva camarilla, y sus
correspondientes allegados, han sido capaces, en apenas cinco años, de infundir
en nuestro país el mismo o parecido ambiente en el que tenían sumido al país en
los tiempos en los que el miedo ya observado, y el hambre nunca olvidado,
campeaban a su discreción.
Pero por supuesto, no me voy a
desdecir un ápice de ninguna de mis consideraciones previas. Ni tan siquiera, o
por supuesto mucho menos, de aquéllas en las que llevo tiempo afirmando que la
culpa de la actual situación no la tienen tan sólo los agentes inductores. Al menos tan responsable resultará a ojos del
análisis de la Historia aquél que teniendo medios, cuando no conocimientos, o
tal vez ambas cosas; permaneció impasible, viendo como una vez más, los últimos
retazos caían.
Responsabilidad. Por enésima
vez, la que nos lleva a clamar en el
desierto por el desmoronamiento del Estado del Bienestar. Por la puesta en
cuestión del Estado de Derecho. Por la privatización de la Sanidad Pública,
antaño uno de los pilares insalvables. O
peor aún si cabe, por la puesta en marcha masiva de un renacer de las consignas
opresivas, dogmáticas y por definición fascistas, que sólo en la incursión
educativa a través de las reformas puestas en práctica por un energúmeno de la talla del Ministro WERT
pueden tener algún atisbo no de triunfo, sino de implantación.
Ellos lo tienen claro. Allí
donde no llega el brazo ejecutor, ha
de llegar el poder de la amenaza. Así y sólo así, en semejante contexto, pueden
entenderse las palabras del Ministro de Defensa pronunciadas en el Solemne Acto de la Pascua Militar, arguyendo
sobre el estado de tranquilidad que
presenta nuestro ejército. ¿Acaso es de recibo ningún otro estado? ¿Ha de
sorprendernos esa tranquilidad acaso menos que el hecho de que las piedras de
las iglesias no se muevan de su sitio? Aunque de nuevo vuelva a ser observable
el fenómeno por el que algunos curas confunden su reclinatorio, con el atril de
una plataforma política.
Y para colmo, se acaba de
hacer público el dato según el cual los españoles somos cada vez,
objetivamente, más pobres, y no sólo de
espíritu.
Ellos lo tienen claro. La
estabilidad durante el presente año no dependerá de la evolución de las cifras
de paro. No vendrá ligada a la evolución de la Prima de Riesgo, ni tan siquiera estará relacionado con el miedo a
la Deuda Pública.
La estabilidad durante el
presente año dependerá de la habilidad que el Gobierno muestre de cara al
control de la calle.
¿Les ayudamos? Yo,
sinceramente, no pienso perder ni una sola de las ocasiones que se me brinden.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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