miércoles, 20 de febrero de 2013

DE CUANDO LA AUSENCIA DE VERGÜENZA OS DESLEGITIMA.


Hoy, cuando han transcurrido casi quince meses desde su nombramiento, y habiéndose mostrado incongruentemente competente al menos en una ocasión, en la que en este caso concierne a ha habernos birlado el anterior; D. Mariano RAJOY BREY, se presenta ante nosotros, ante España, para, al menos en teoría, tener a bien regalarnos un paseo por esas, las sus bonanzas todas las cuales, si bien se cuentan  con los dedos de una mano, y como en el caso de las virtudes del Rey, cierto es que nos sobran dedos.
Nos encontramos inmersos en el conocido tiempo de Debate del Estado de la Nación.

Instaurado hace ya más de veinte años, el mencionado está concebido en principio para convertirse en el escenario no en el que dos púgiles, aunque lo sean sólo en el terreno de la dialéctica, se enfrenten cuerpo a cuerpo en una serie de asaltos, en este caso variables toda vez que el número y la duración de los mismos, vendrá determinado por la variedad de los temas a considerar, así como a la intensidad con la que los mismos sean tratados.

Pero siguiendo con lo que ya es definitivamente su pauta natural, el Sr. Presidente no sólo se salió con la suya el pasado año; momento  en el que literalmente se cepilló cualquier posibilidad de debate acallando el menor conato de crítica arguyendo la en apariencia, o al menos para él absoluta certeza de que “dado el poco tiempo transcurrido desde mi nombramiento, no creo haya mucho sobre lo cual debatir.”

El argumento, propiciatorio de ser tratado con la misma autoridad moral con la que se tratan aquellos que proceden del borracho que dice que si no quiere que bebamos, ¡pues coño, que no lo vendan!, fue en realidad propiciatorio de un ambiente el cual ha ido calando hasta generar una realidad, que ha sido especialmente premonitoria para los medios, en base a la cual, la incapacidad sostenida que tanto el Presidente como el Gobierno en general han demostrado; ha terminado por generar un hambre que ha llevado a buscar en cualquier lugar, una fuente de noticias sobre el propio fundamento de las estructuras del Estado, que ha terminado incluso por desbordar el ambiente en el que el consabido Debate se celebra.

Con ello, y a renglón seguido de la mencionada convocatoria, a modo de los usos y costumbres importados del mundo del cine, en lo que concierne a las apuestas que se cruzan a colación de todos y todas las que respectivamente desfilan sobre las alfombras rojas; asistimos a una lluvia de apuestas destinadas a dilucidar cuestiones que se resumen en una que a mi me saca personalmente de mis casillas. Me refiero al temido ¿Quién cree usted que ha ganado el Debate?
La mencionada cuestión, o más concretamente la historia de su origen, hunde sus raíces, como el propio Debate, en la noche de los tiempos, Así, si tenemos tiempo y ganas para despertar, comprobaremos cómo la génesis de la misma subyace únicamente a la consideración esgrimida por el Jefe de Gobierno, en el caso de que no pueda, al menos a priori, garantizar por sí solo la certeza del en apariencia merecido triunfo. No hay pues que olvidar que toda esta parafernalia está tan sólo destinada a hacer que aquél que manda se luzca, por supuesto, a nadie se le ocurre pensar que el que cumple el merecido castigo de militar en la oposición, se le pueda ni por asomo considerar como ni tan siquiera poco más que un convidado de piedra.

Y es así que como en otro de los grandes asuntos que hoy por hoy nos asedian, el Debate para el Estado de la Nación, o por ser más exactos, la apatía que el mismo desencadena entre la población; alcanza a ser ya poco más que la constatación del gran mal que asola no ya a nuestro país, sino que se empeña en convertirse en el pesado lastre que ralentice nuestro avance cuando no entorpezca desmesuradamente nuestra salida de la crisis, la cual por otro lado se muestra ya como lenta o dubitativa. Me estoy refiriendo al temido bipartidismo que subyace a la composición de nuestras Cámaras Institucionales.

La casi ya unánime convicción del franco retraso que ese bipartidismo provoca; o más concretamente la sensación que nos acompaña cuando vemos como los dos grandes partidos que en España atesoran la mayoría de los votos, y son irreconciliables para todo lo demás; proceden no obstante a votar en equipo cualquier propuesta destinada a ratificar en el tiempo la postergación de tal situación, debería constituir en sí mismo un argumento lo suficientemente válido como para hacernos comprender el verdadero grado de peligro que tras el mismo se esconde.
Y si por ahí no lo vemos, bastará igualmente con volver la vista atrás unas pocas jornadas, concretamente hasta el ataque visceral fruto sin duda del pánico sufrido por Dolores de COSPEDAL la pasada semana cuando, al hilo de la propuesta en pos de la superación del mencionado bipartidismo, llegó a decir poco más o menos que “ aquéllos que en España albergábamos dudas sobre los actuales métodos, éramos en realidad unos irresponsables incapaces de entender que la atomización del voto podría poner bien las cosas para promover un escenario que albergara, quién sabe si la llegada de un populista, o el advenimiento de un militar.” Llegado este momento no me duele prenda preguntar quién se alimenta en su base de los fueros generados en España, sin ir más lejos que a la última dictadura militar que hemos padecido.

Pero tranquilos, que no cunda el pánico. Al menos de momento. Porque no hace ninguna falta removernos en el terreno de la retroactividad, lo que en España se denomina erróneamente ampararse en el ejercicio de plañir fácil del revisionismo, para concitar la certeza de que para nuestro pesar, aquéllos que rigen nuestros designios no necesitan acudir a la Historia para amargarnos. Les basta y les sobra con revolcarse una vez más, en este caso con público, en el fango en el que han convertido la otrora honrosa realidad política de España.

En estos todavía albores del Siglo XXI, bien es cierto que no hace falta reclamar políticos de la talla litigante de los que compusieron las listas que por ejemplo defendieron ahora hace ciento cuarenta años, la declaración de la I REPÚBLICA. Lo digo sobre todo porque la media general es tan paupérrima, que hace parecer buen parlamentario al propio RAJOY BREY. Esto, que en puesto en perspectiva histórica hubiera sido como poner al frente de las huestes que vencieron en las Navas de Tolosa, a un palafrenero; sirve para promover en nosotros el cúmulo de desazones que sin duda han de concitar la certeza de que, irreversiblemente, tenemos un problema.

Un problema que si bien no es nuestro, toda vez que nos ha sido impuesto por el ejercicio de unos políticos que en estado casi vegetativo han desmantelado por medio de la inacción la práctica totalidad no sólo de la Idea de Estado, sino en realidad de sus estructuras; ha acabado por convertirse en un verdadero problema cuyas consecuencias realmente afectan al común en la medida en que éste se ve arrebatado del que verdaderamente constituía el último resorte al que aferrarse antes de verse arrojado al foso de la duda que supone el comprender que, una vez que la niebla promovida por todos los engaños; se levanta, es tan sólo para que comprobemos que todo absolutamente todo, ha sido una ficción, y no precisamente bien intencionada.

A pesar de todo, y una vez que superado el primer susto somos capaces de reorganizar nuestras huestes, la obligada calma ha de estar acompañada del suficiente raciocinio como para no sucumbir, tampoco, al desaliento.
La verdadera Política, está ahí, esperando. Como una Venus de la Grecia Helenística, su aspecto virginal ha de ser suficiente acicate para insuflar en nuestras velas el viento que nos conduzca a la seguridad del puerto desde el que, amparados una vez más en la certeza del éxito que supone la compenetración con la responsabilidad, poner sobre la mesa todas las medidas necesarias y que se consoliden en la cada vez más necesaria recuperación por parte del Pueblo de los por otro lado transferibles pero nunca alienables, derechos y obligaciones en lo concerniente a Poder, Derecho y Organización.

Una vez alcanzado semejante nivel, el resto de acontecimientos vendrá poco menos que en cascada. En un primer momento, los dos grandes Partidos verán con estupor como muchos de sus votantes, concretamente aquéllos que forman parte del espectro variable, o sea los que no poseen una voluntad firmemente adherida a ningún Partido con valor previo a la campaña electoral; abandonan masivamente el espectro práctico de cualquiera de los mismos. Sin embargo, en contra de lo que pudiera ser previsible, esta marea de votos no va al recuento del resto de Partidos. Directamente se queda en casa, como muestra no ya de desazón, sino de vergonzante hastío.

Será entonces, en el momento en el que el porcentaje de sufragios nulos o en blanco, supere al de votos eficaces, cuando a lo mejor es ya demasiado tarde para plantearse cosas que, hoy por hoy, comienzan a ser una realidad imposible de obviar.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.






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