miércoles, 6 de febrero de 2013

DE CUANDO EL PAÍS ESTÁ COMO UN TENDEDERO DE TRAPOS.


Hecho éste, que se constata sencillamente prestando atención a la cada vez más evidente estabilidad esto es, prestando un poco de atención a los cada vez más consecutivos “toques” que, a modo de atención, El Pueblo, usando para ello los métodos que tiene a su disposición, o como se suele decir así como Dios le da a entender, procede desarrollar traduciendo mediante el grito, asociado muchas veces a la desesperación, aquello que, en medios más institucionales, podemos definir como constatación efectiva y manifiesta de un hecho, por otro lado cada vez más generalizado, en base al cual el común logra poner de manifiesto su desazón no ya sólo para con la aparente falta de capacidad mostrada con la Clase Dirigente; sino que abiertamente el desencanto se extiende exponencialmente, alcanzando como tal a la mencionada Clase, en lo concerniente no ya a sus quehaceres, sino en tanto que de su propia y mera existencia.
Dicho en Román Paladino, estamos muy, pero que muy cansados.
Retomando los considerandos procedimentales habituales, y sin que ello pueda parecer desmerecimiento del malestar que a lo largo de la semana venimos acumulando los que participamos de la presente, malestar que por otra parte aumenta de manera exponencial respecto de lo que siente el común, y ello es un hecho constatable al pie de la calle, nos vemos en la obligación de reiterar que una vez más, la apatía cuando no la abulia en la que nos hallamos inmersos, participa como tantas otras veces, del ejercicio intencionado cuando no abiertamente de la participación de todos aquellos que obtienen réditos activos o pasivos de tales procederes, sin que tal afirmación, por más que pueda ser directamente constatable acudiendo a méritos por otra parte bastante sencillos, parezca en realidad asustar a nadie. Dicho de otra manera, para nuestra desgracia estamos demasiado acostumbrados a que un número nunca suficientemente aclarado de golfos, si bien éstos están perfectamente identificados, se hayan apropiado de toda la larga serie de privilegios que, unas veces la existencia de estructuras ulteriores, y otras el buen hacer, si no la ignorancia, les han llevado a apropiarse.
Llegados a este punto, nos vemos en la inexorable obligación de retrotraernos a los tiempos de La Enciclopedia, para tratar de recomponer cuando no de recuperar los vestigios de aquél viejo proceder en base al cual, y tras múltiples modificaciones (…) El Común, convencido y una vez asumida su manifiesta incapacidad para hacerse entender en la imprescindible dispensación de las voluntades, asume como propio el proceder de donar, sin que ello implique pérdida o alienación posibles, los que por otra parte son derechos imperturbables basados en el quehacer de la expresión de la voluntad popular.
Es éste proceder encomienda que no dación, y de ello es extrae de manera irreversible que la misma se halla vinculada imperturbablemente a la confianza, ese por otra parte nunca suficientemente valorado bien moral el cual, como la honradez, con la que por otra parte comparte méritos, ocurre que sólo se puede perder una vez, puesto que una vez que abandona una morada, es harto complicada que retorne de nuevo a la misma.
Y es precisamente la pérdida de tal confianza, la que de buena manera podría considerarse como una de las causas que a día de hoy aparece en la base de la cadena de oprobios y desgracias que nos ha traído, cuando no ha provocado como tal, la cadena de acontecimientos por todos suficientemente conocidos, y que han venido a perturbar, probablemente de manera definitiva, los distintos vínculos que hasta la fecha venían a consolidar la transitoria relación que siempre ha caracterizado los devaneos de la Administración, para con los Administrados.

Era la confianza el hilo conductor que vertebraba de manera incuestionable la que sin duda era una carretera de doble sentido, que conectaba no sólo a los dirigentes con aquéllos cuyos destinos regían, sino que de manera paralela, permitía al común tener contacto directo y acceso real con los que eran sus gobernantes.

De tal viso es la situación, que la causa del deterioro que nos trae al presente aquí y ahora, hay que buscarla necesariamente en la alienación que respecto del sistema comentado sufren quienes llegan a la convicción de que su dignidad, una dignidad que ya no les es propia en tanto que no depende de ellos mismos, sino que ha de proceder del reconocimiento expreso que de la misma le hagan los suyos; resulta a su entender insuficiente, bien en cantidad, cuando no incluso en calidad.

Tenemos así, desplegados sobre la mesa, de manera casi evidente, y reconocibles sin el menor esfuerzo, todos los ingredientes que desencadenan la destrucción del sistema hasta ese momento casi idílico, a saber la prevaricación y el cohecho, matizados con unas briznas de nepotismo, y edulcorados con una pizca de abuso de autoridad.

Y es una vez llegado ese momento, una vez que la confianza es vetada de los actos si no de los procederes oficiales, cuando podemos llegar a entender el cómo, y lo que resulta más complicado de entender, el por qué, de la renuncia de los pueblos al que se supone uno de los mayores, si no el mayor completamente, de los logros a los que un ciudadano puede aspirar, cual es el de la libertad amparada en el ejercicio moderno de la democracia.

Sin embargo, una vez más, y aún a riesgo de resultar repetitivo, hemos de traer de nuevo a colación la imprescindible participación del hecho tantas veces considerado, pero como se demuestra nunca suficientemente entendido, cual es el de la responsabilidad, una responsabilidad que suele traer aparejado al inmisericorde compañero de viaje que es el miedo, el cual suele obnubilar la capacidad de raciocinio de aquéllos sobre los que tienen efectos, provocando sobre los mismos efectos a menudo incomprensibles, que pueden llegar a traducirse en la renuncia de éstos a la práctica o al ejercicio de tales libertades las cuales no ya se participan, sino que abiertamente se ceden a otros, la nueva clase dirigente, la cual se aprovecha del calado de tal cesión para beneficiarse activamente en un cada vez más descarado beneficio propio.
La Historia está llena de tales casos, siendo el de Julio CÉSAR y su apropiación de poderes pertenecientes al Senado Romano, uno de los más conocidos. Recordamos que una vez los enemigos se encontraban ya lejos de Roma, a CÉSAR se le olvidó cumplir su promesa de restituir los poderes al Senado, dando con ello lugar a la aparición del Imperio dirigido por un Tirano.

Cierto es que, lo miremos como lo miremos, hoy las circunstancias han cambiado; no tanto por el hecho de que no haya quien desee ciertamente jugar a creerse y comportarse como Dios, sino más bien porque cada día  quedan menos elementos con la suficiente talla política como para tratar de adoptar con sentido tal consideración.
Hoy por el contrario el problema pasa más bien por la constatación de una clase política la cual es en sí misma causa y esencia directa de la mayoría de los problemas a los que por otra parte ha de enfrentarse el pueblo, por otra parte aquél que en principio había de ser el beneficiario de sus desvelos en forma de servicio.

Y dando un paso más, nos encontramos ahora ya sí de manera expresa, comportamientos inauditos de conformidad a estos planteamientos, tales como los expresados por ingentes figuras entre las que habrá que guardar un sitial de privilegio al invicto en cien batallas Ministro MONTORO, que se ha caracterizado, recientemente sobre todo, como uno de los más prolíficos servidores del nuevo hacer, que consiste en hacer sentir a la población que verdaderamente, somos todos auténticos majaderos cuyos buenos o malos designios parecen estar, siempre según ellos, a una oscura condición que pasa inexorablemente no ya sólo por su supervivencia como casta, sino que incluso ha de hacer perdurable el mantenimiento de los privilegios ya mencionados.

Creo, llegado este momento, poder afirmar que la responsabilidad nos obliga a no demorar ni un minuto más la adopción de responsabilidades.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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