Casi sin poder recuperar del todo el resuello, nos
enfrentamos, una semana más, al desenfreno de la realidad, para comprobar en
este caso cómo la pesadumbre de lo ímprobo, hace presa entre nosotros.
Así, a hurtadillas, casi de tapadillo, la certeza inexorable
de que el pasado, como una mala redención, vuelve a nosotros para hacernos
cumplir una penitencia derivada de una culpa nunca suficientemente redimida. Un
pasado con nombre y apellidos, que tiene sobre su conciencia, muchas de las
mayores lacras que sin duda han conformado el pasado más reciente de nuestro
país.
Somos un país desquiciado, constituido a partir de la
agregación, que no suma, de múltiples factores personificados en el acervo de
la misma multitud que, lejos de reforzar nuestra unidad como Pueblo, no hace
sino revolcarse, como lo hacen los potros salvajes cuando sienten por primera
vez sobre su piel el poder opresor de la brida; conformamos una mera ilusión de
unidad, reforzada a partir de la mera práctica no de exigirse a sí misma
responsabilidad, sino sencillamente forjada en la inoperante certeza que
constituye tratar de convertir en realidad ejecutable lo que por otra parte no
forma parte más que de los impulsos oníricos de un neurótico.
Decir a estas alturas que España ha dejado de constituir una
realidad viable, sería en realidad
ser demasiado avezado, no porque la afirmación sea demasiado aventurada, sino
por el contrario debido a que la misma es demasiado generosa, más propia de un
análisis subjetivo preñado de romanticismo, que del resultado de un protocolo
eximente por ende de responsabilidades semánticas.
Es así pues, que podemos comenzar a desarrollar aquí y ahora
el espíritu de la disertación que de nuevo nos trae aquí hoy, afirmando sin
miedo a la injusticia histórica qué, definitivamente, la fiesta se ha terminado. Si bien da la sensación de que en contra
de el orden establecido, es ahora
precisamente cuando empiezan a salir los payasos.
Una vez que los magos
se han ido, arrebatándonos con ellos el último atisbo de ilusión, nos queda
por delante el duro trámite de recorrer el camino de vuelta, el que se
simboliza con la vuelta a los orígenes. Pero
tal y como ocurre siempre en estos casos, no hemos tenido un Pulgarcito que tuviera la previsión de
marcar el camino con migas de pan. De todos modos, seguramente hubiera dado
igual porque los pájaros, en este
caso en forma de buitres, sin duda se las hubieran comido también.
Y es entonces cuando la inexorable realidad, que en este
caso adopta la forma de crisis, se
presenta ante nosotros exigiendo su franco tributo, que en este caso habrá de
ser conferido en forma de irrevocables cambios.
El mensaje que se esconde tras la nueva forma que adopta la
realidad, sería para cualquier otro país sencillamente comprensible. El cambio,
bien como manifestación de la inexorable evolución, o como evolución en si
mismo; constituye de por sí un motivo más que loable para convertir la crisis,
en un proceso productivo en sí mismo, dislocando
con ello de raíz, todo intento de hegemonizar los en la actualidad ya
inevitables discursos mayoritarios, protagonizados sin el menor género de dudas
por agoreros que pretenden convertir
la queja perpetua, en su forma de vida.
Resulta a estas alturas fácilmente comprensible el hecho en
base al cual, un país menos preñado de
Historia, se encontraría sin el menor género de dudas en una posición
francamente diferente a la hora de hacer frente a las responsabilidades que el
presente le obliga a someter. No estoy por supuesto diciendo que la Historia,
en sus diversas acepciones constituya en sí mismo un problema de cara a la
asunción de la propia realidad; se trata más bien de la aceptación de una prueba de verdad en base a la cual, a modo
de prueba del nueve, la responsabilidad muchas veces intransferible que
lleva asociado el peso histórico, se
convierte en un peso difícil de llevar.
Es entonces cuando se corre el peligro de que los árboles no te deje ver el bosque. Momentos
en los que en vez de discutir las consecuencias de que ciertos sobres circulen
sin control, nos dediquemos a cuestionar la procedencia y el color de la
celulosa que compone esos sobres.
¿Sinceramente es que nadie va a tener la valentía de
condonar el riesgo que a estas alturas es ya una certeza, en base al cual el
peligro de incendio que amenaza al bosque es tal que, probablemente no pase del
verano?
Es entonces cuando se corre el peligro de que, una vez
salvada de manera irrenunciable la cuestión
militar, a alguno se le ocurra la brillante idea de buscar el futuro en el pasado, tratando de condenarnos en este caso
no ya a la locura, sino definitivamente a la neurosis.
Y todo ello alimentado a partir del silencio condicionado de
multitud de cretinos.
Los salvadores de la Patria, retornando de manera inequívoca
a sus viejos discursos, plagados de la alusiones veladas, o no tanto, a
términos apropiados si no patentados tales como unidad, nación, Estado, y por supuesto, cómo no, RESPONSABILIDAD.
¿De verdad alguien en su sano juicio se ha planteado de
forma meramente responsable la posibilidad de que ciertos individuos puedan ni tan siquiera plantearse, seriamente, la
posibilidad de retomar la posición de poder que ya una vez disfrutaron, y
obviamente abandonaron?
Me remuevo una vez más, en este caso de forma infatigable,
presa del denodado desconsuelo que me produce sencillamente el comprobar los
cauces que están tomando los acontecimientos.
Y precisamente hoy, 22 de mayo, se cumplen dos años de la
fecha en la que comenzó a gestarse el
cambio.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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