miércoles, 15 de mayo de 2013

DEL “CAFÉ PARA TODOS” AL “DÉFICIT A LA CARTA”.


…o de las circunstancias que, sin el menor atenuante, impiden  definitivamente el desarrollo, ni tan siquiera conceptual, de España.

Una vez más, nos vemos obligados a tratar de hallar en la paradoja, no tanto las respuestas, sino tan solo las preguntas, a partir de las cuales empezar a concebir una predisposición mínimamente plausible tanto del rumbo que está finalmente dispuesto a tomar este país, como por supuesto de los riesgos que, en pos de conseguirlo, está dispuesto a correr.

De observar el presente, con las limitaciones que impone el hacerlo con los ojos del pasado, bien podríamos una vez más cometer la imprudencia de alegar exceso de confianza, convirtiendo con ello la ventaja que a priori constituye el conocimiento de la Historia, con un serio hándicap quién sabe si imposible de superar.
Desde esa perspectiva, sería plausible considerar, incluso sinceramente, que el actual grado de degradación en el que se encuentra no ya el Estado como institución, sino incluso España como estructura, no han alcanzado realmente el punto de  no retorno sobre cuya alerta algunos llevamos meses clamando; para, por el contrario, sumirnos una vez más en la extraña circunscripción emotiva en base a la cual, el mero paso del tiempo ha de traer, de manera casi inexorable en este caso, la solución  a todos nuestros problemas.

Y es precisamente en el contenido de esa última parte de la reflexión, donde radica substancialmente el problema. A saber, nuestros en términos absolutos, ya no tenemos ni siquiera nuestros problemas.

Echando ligeramente la vista atrás, y sin ánimo de ser excesivamente didácticos, sí que hemos no obstante de rememorar que desde el momento en el que nuestro país acepta ingresar como miembro de pleno derecho del denominado Proyecto Europeo lo hace, como les pasa al resto de integrantes, asumiendo una serie de circunstancias previas e inexorables las cuales, al menos en el caso que nos atañe hoy, pueden resumirse a la cesión de su política monetaria, lo que a grandes riesgos supone un alto grado de renuncia efectiva al verdadero control de su Política Económica.

A partir de la contemplación de tal dato, resulta evidente que soluciones cercanas al sortilegio cercanas a la moneda de vellón que Jaime I implantó en su momento, o jugadas como las que Felipe III promulgó de manera previa a la Segunda Bancarrota que La Corona auspició, y que consistía en el acaparamiento de monedas confeccionadas con tres pepitas de oro, para devolver después la mercado otras semejantes acuñadas con solo una, o directamente elaboradas en cobre; constituyen acciones que aportan poco más que el gusto por la excentricidad históricas, pero que quedan en cualquier caso muy alejadas no ya de elevarse al grado de solución, sino que superan con poco la consideración de mera jactancia.

No le queda otra pues al Gobierno, al menos no ya al monarca, que tomar cartas en el asunto. Y para ello ha de elegir, lo subrayo, incidir en la única consideración que en materia económica la queda realmente a España dentro de sus competencias. A saber, la fijación y control efectivo de su Déficit Presupuestario.
Si yo les dijera que la explicación de las a priori complejas variables que concitan no ya la comprensión, sino sencillamente la explicación de qué es el Déficit Presupuestario, se encontraba dentro del temario de ese Decamerón en el que para algunos llegó a convertirse la asignatura denominada Educación para la Ciudadanía, muchos no esperarán ni un segundo más para hacer caso a sus impulsos de mandar definitivamente a hacer puñetas la lectura del presente, y con ello a aquél que lo escribe… Sin embargo centrando ahora sí mi ánimo no didáctico, sino meramente descriptivo, en los que han decidido quedarse; diré que el Déficit Público no es más que una variable gubernamental, por ello y solo por ello sujeto todavía de manera estricta a los gobiernos, de entender y consolidar sus políticas aún a sabiendas de que, en la mayoría de los casos, éstas superan con mucho las capacidades económicas que para sufragarlas tiene el Estado, que tiene indefectiblemente que acudir a consideraciones ajenas sencillamente, para poder gobernar sin tener que verse obligado a someter a la displicencia de sus electores, el hecho innegable según el cual, disparar con pólvora del rey es siempre ejercicio vacuo.

Constituye pues la ejecución y por ende puesta en práctica de políticas destinadas al control del endeudamiento público, a sazón tal vez el último vestigio de la efímera sensación de autogobierno con la que todavía cuentan esperpentos de gobiernos como aquél en el que se ha convertido, la larga retahíla de gestores que hoy por hoy viven la ficción de controlar España.
Y ebrios de semejante posición, casi lógico resulta que hagan uso del ilusionismo, a la hora de tratar de convencernos de cosas tales como que el Déficit Público es algo que verdaderamente se puede controlar desde el Gobierno, el cual está en condiciones de desarrollar Políticas Activas destinadas a lograr tal control.

Y es entonces cuando surge la gran pregunta: ¿Pero no es acaso verdad que detrás de la mera constatación de la existencia del Déficit, que se esconde la manifestación expresa del fracaso rotundo de un Gobierno?

La pregunta, que parece en principio vana, tiene en realidad una enjundia terrible en tanto que esconde una respuesta trampa al servir, sin el menor género de dudas, para conciliar con su verdadera realidad ideológica, a cualquier gobernante que tenga la osadía de posicionarse al respecto; cuando no la capacidad para hundir a cualquier Gobierno que titubee lo más mínimo al respecto. Y si  no, a las pruebas me remito.

Porque si en algo está todo el mundo de acuerdo es en que el Déficit, o al menos el posicionamiento gubernamental al respecto, constituye por sí solo la piedra de toque desde la que inexorablemente podemos ubicar en términos ideológicos a un Gobierno.
Desde un punto de vista propiciatorio de la Derecha más tradicionalista y por ende conservadora, la mera existencia del tan temido Déficit, constituye por si solo la constatación efectiva de su incapacidad manifiesta para gobernar, toda vez que su función de gobierno se percibe única y exclusivamente en términos de gestión, e inexorablemente la gestión de deuda, que es a lo que en último extremo se reduce la realidad, una vez soslayado el eufemismo, es por sí mismo la ruina de un Gobierno de carácter conservador.
Sin embargo y a grandes rasgos, cuando se trata de un Gobierno de Izquierdas el que ha de afrontar la crisis premonitoria de un ejercicio de constatación severa de Déficit, nos encontramos con el hecho innegable de que, efectivamente, lo tiene más sencillo. La causa, una vez más, la hemos de buscar en los condicionantes ideológicos, o para ser más exhaustivos, en las consecuencias prácticas que la adopción de políticas coherentes con los a priori ideológicos tienen, al menos en lo concerniente a, por ejemplo, la apuesta decidida por políticas de marcado carácter social las cuales, de manera evidente, tienen resultados obviamente desastrosos si nos limitamos a constatarlas atendiendo para ello a valores exclusivamente sometidos a los cánones de la productividad.

Con todo ello, de la lectura detenida de lo dicho hasta el momento, se deduce aparentemente de manera ineludible la constatación negativa que conllevó la aprobación unánime que con el voto no ya de ambos partidos mayoritarios, sino con el triunfo de las dos en apariencia únicas tendencias ideológicas que en apariencia pueblan España; se dio de la que se llamó ley para la sostenibilidad del Déficit Público, y que al menos de la lectura del Preámbulo, se deduce que está destinada a fomentar la imposición del pago del Déficit como una de las grandes prioridades a las que ha de someterse a partir de ese momento todo Gobierno, sea del perfil que sea.

En definitiva, se trata de la constatación manifiesta y suficiente de que, desde la aprobación de la mencionada, la función de un Gobierno no pasa ya por la búsqueda inusitada de valores, conceptos, procedimientos y actitudes que redunden definitivamente en la mejora efectiva de su país y de sus integrantes. Más bien al contrario, desde la aprobación de la mencionada ley, y mucho más a partir de la entrada en vigor de las modificaciones constitucionales que permitieron su redacción, lo cierto es que hoy por hoy, la función de un gobierno es preservar intacta la convicción de cobro que se halla instalada en el seno de los que en última instancia son acreedores del país.

No se trata tan solo de que hayamos pues de defendernos activamente de nuestros gobernantes, es que, de manera solvente y eficaz, gobiernan activamente en contra de nuestros intereses.

¿A alguien le queda duda alguna de que no se trata solo de una privatización masiva, sino de la compra inmisericorde de un país?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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